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40 años armero

Jue 13 Nov 2025

A 40 años de la tragedia de Armero: la fe y la caridad que sostuvieron la esperanza

El 13 de noviembre de 1985, una erupción del volcán Nevado del Ruiz desató una avalancha que cambió para siempre la historia de Armero, del Tolima y de toda Colombia. La ciudad quedó sepultada bajo el lodo y las piedras, dejando más de 20.000 personas entre fallecidas y desaparecidas, 4.600 damnificados y miles de viviendas destruidas.Ante el dolor y la desolación, la Iglesia Católica en Colombia se hizo presente desde los primeros momentos. A través de la Conferencia Episcopal, se activaron siete jurisdicciones eclesiásticas: las arquidiócesis de Ibagué, Manizales, Bogotá y Cali, junto con las diócesis de Girardot, La Dorada y El Espinal. También, el Secretariado Nacional de Pastoral Social movilizó diferentes recursos para contribuir significativamente a este propósito. Obispos, sacerdotes, religiosas y laicos acudieron para acompañar, consolar, orar y servir a los sobrevivientes.El entonces vicario de pastoral de la Arquidiócesis de Ibagué (hoy Obispo Emérito de Florencia), monseñor Fabián Marulanda, recuerda:“La Pastoral Social en Ibagué era fuerte y se volcó hacia toda la región. No solo en Armero, sino también en las zonas aledañas, se brindó ayuda, se socorrió a los más necesitados”.El trabajo pastoral no se limitó a la emergencia inmediata. Con el tiempo, la Iglesia impulsó un plan global de rehabilitación que permitió pasar de la emergencia a la estabilización. Gracias a este esfuerzo conjunto, se repararon 1.700 viviendas y se construyeron 1.069 nuevas en municipios como Ibagué, Lérida, Honda, Mariquita y Ambalema.Estas ayudas fueron posibles también gracias a la solidaridad de la Iglesia universal, expresada a través de Cáritas Alemania, Italia, Suiza, Austria, Holanda, Canadá, entre otras organizaciones.“Hubo mucha generosidad de parte de la gente —recuerda Monseñor Marulanda—, porque fue una tragedia inesperada, muy dura y cruel, que golpeó profundamente a tantas familias”.Ocho meses después, aunque las condiciones materiales mejoraban, muchos sobrevivientes seguían viviendo en campamentos. La pérdida, el miedo y la incertidumbre marcaban sus corazones. En medio de ese sufrimiento, un signo de esperanza estaba por llegar.Durante la preparación de la visita del Papa San Juan Pablo II a Colombia, Monseñor Marulanda propuso incluir a Armero en el itinerario. “Señor Presidente —dijo entonces al mandatario Belisario Betancur—, me parece que si algo recibirían hoy los colombianos con inmensa alegría sería la visita del Santo Padre a la ciudad de Armero”. El presidente accedió: “Vamos a llevar al Papa a Armero”.Así, el 6 de julio de 1986, los fieles se congregaron en lo que fue la plaza central de Armero. Frente a una cruz de cemento, símbolo de la vida que renace desde el dolor, San Juan Pablo II elevó una oración profundamente consoladora:“Padre, rico en misericordia, consuela el dolor de tantas familias, enjuga las lágrimas de tantos hermanos, protege la soledad de tantos huérfanos. Infunde a todos ánimo y esperanza para que el dolor se cambie en gozo y la muerte, por la fe, sea germen de vida nueva.”Posteriormente, el Santo Padre visitó Lérida, donde miles de damnificados lo recibieron con pañuelos blancos, cantos y lágrimas de emoción. Durante su homilía, expresó:“La catástrofe que el volcán Nevado del Ruiz provocó en Armero conmovió profundamente mi corazón. He venido para sembrar en vuestros corazones de creyentes palabras de esperanza. Quisiera llegar con mi condolencia y afecto a cada uno de vuestros hogares.”Hoy, cuarenta años después, el recuerdo de Armero sigue vivo en la memoria del país. La labor de la Iglesia permanece como testimonio de caridad y servicio: no solo en las viviendas reconstruidas, sino en la restauración de la esperanza, el tejido social y la confianza en la vida que resurgió tras la tragedia.La fe acompañó a quienes lo perdieron todo y sigue iluminando a quienes, en medio del dolor, encuentran en Cristo el consuelo y la fortaleza para hoy seguir reconstruyendo sus vidas.Vea a continuación el informe audiovisual:

Mar 11 Nov 2025

A cuarenta años de la tragedia: San Juan Pablo II en Armero

Por: Mons. Fabián Marulanda López, obispo emérito de Florencia.En la retina de los colombianos quedó muy grabada la imagen del Papa Juan Pablo II, arrodillado ante la cruz de cemento que se levantó en el lugar donde antes existió la "ciudad blanca" de Armero. Aquí se hace realidad aquello de que "una imagen vale más que mil palabras".Cuarenta años después de la tragedia de Armero y 39 de la visita del Santo Padre, pocas cosas han cambiado en la geografía de aquel lugar desolado; la fotografía del Papa que le dio la vuelta al mundo, sigue recordando a los damnificados de la tragedia la figura y el mensaje de este santo hombre de Dios que nos visitó el día 6 de julio de 1986.Allí llegó en la mañana de ese domingo, acompañado de una reducida comitiva y pronunció una conmovedora oración antes de pasar a Lérida donde encontró a los miles de hombres y mujeres que sobrevivieron a la tragedia ocasionada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz.Quienes esperábamos al Papa ese día, escuchamos su oración en medio de un silencio que sólo el viento se atrevía a romper.Oración del Papa Juan Pablo II"Padre, rico en misericordia, consuela el dolor de tantas familias, enjuga las lágrimas de tantos hermanos, protege la soledad de tantos huérfanos. Infunde a todos ánimo y esperanza para que el dolor se cambie en gozo y la muerte, por la fe, sea germen de vida nueva.Haz que, mediante la solidaridad, el trabajo y el tesón de las gentes de esta tierra, surja, como de entre las cenizas una nueva ciudad de hijos tuyos y hermanos, donde reine la fraternidad, se renueven las familias, se llenen de pan las mesas y de cantos los hogares y los campos.Bendice esta Cruz alzada aquí como signo de nuestra redención, baluarte de esperanza, símbolo de muerte y de vida, de dolor y de gozo."El viento agitaba los cabellos del Papa que caminaba erguido en aquel valle de tristezas, como un profeta que desafiaba el miedo y el dolor para hablar de resurrección y de esperanza.Mientras tanto, en la explanada de Lérida lo aguardaba la multitud. Y en medio de esa multitud, los damnificados que sobrevivieron a la avalancha de piedra y lodo, pero que quedaron marcados por el horroroso recuerdo de aquella noche infernal.Hoy, me parece ver el rostro de los miles de personas venidas de Ibagué y de los pueblos del norte del Tolima que lo esperaron con un fervor que erizaba la piel.La llegada del Papa fue acogida con pañuelos blancos y gritos de alegría. A pesar del fuerte calor, la gente se agolpaba para verlo más de cerca y participó con entusiasmo en la solemne Eucaristía. En su homilía, el Santo Padre se refirió nuevamente a la tragedia:"La catástrofe que el volcán Nevado del Ruiz provocó en Armero, conmovió profundamente mi corazón”He venido para sembrar en vuestros corazones de creyentes palabras de esperanza.Quisiera llegar con mi condolencia y afecto a cada uno de vuestros hogares.En la visita que acabo de efectuar a Armero he querido orar por los difuntos para que Dios les conceda el descanso eterno. También deseo orar por vosotros, damnificados y familiares de las víctimas, para que Dios os dé comprensión y amor, abriendo vuestras vidas a la perspectiva de un futuro mejor."En este año se cumplen cuarenta años de la histórica visita del Papa. Sus mensajes y sus gestos proféticos siguen iluminando a quienes mantenemos viva la esperanza de que Colombia pueda un día encontrar la Paz y transitar los caminos de la civilización del amor.En relación con Armero, vale la pena recordar que inicialmente esta visita no estaba incluida en el itinerario oficial que seguiría el Santo Padre, pues su encuentro con los damnificados de la tragedia debía realizarse sólo en la ciudad de Chinchiná. ¿La razón? existía el temor de que el Nevado del Ruiz, todavía activo, produjera un nuevo evento como el del 13 de noviembre de 1985 y los organizadores no querían correr con semejante riesgo.Pero dio la casualidad de que el Presidente Belisario Betancur convocó a los Gobernadores y Obispos de los lugares que visitaría el Santo Padre, a una reunión de trabajo en la Casa de Nariño. Se trataba de informar cómo se estaba preparando la visita en cada uno de los lugares previamente fijados por la Comisión Preparatoria. El compromiso para el país era muy grande y no se quería dejar de prever ningún detalle.El Arzobispo de Ibagué, Monseñor José Joaquín Flórez Hernández, debido a problemas de salud, me delegó para asistir en su reemplazo. Y cuando todos los gobernadores rindieron su informe, me arriesgué a pedir la palabra y a solicitar con el alma y el corazón, que se diera a los damnificados de Armero la posibilidad de ver al Papa; este sería el mayor consuelo para quienes todavía lloraban la pérdida de su ciudad y de sus familias. Para nadie como ellos podían ser de tanto alivio la presencia y el mensaje del Santo Padre.La petición fue acogida por el señor Presidente quien al día siguiente dio las instrucciones del caso para incluir esta nueva etapa en el itinerario de la visita.Lo que vino después, lo recuerdan bien los colombianos que fueron testigos de los hechos y también quienes han leído la historia de aquellos siete días blancos en los que San Juan Pablo II peregrinó con la Paz de Cristo por los caminos de Colombia.