Lun 17 Abr 2017
La procesión – delito
Por : P. Raúl Ortiz Toro - Son las 5 de la mañana del domingo y como joven sacristán voy a tocar las campanas del templo parroquial. En el silencio del amanecer, las campanas retumban y la gente agradece: el que va a misa de 6 y el que tiene que madrugar a sus oficios; el que no le interesa, da media vuelta y sigue durmiendo. Pero no es 2017. Eran los noventa, cuando las manifestaciones de fe católica no fastidiaban a nadie o si lo hacían la gente no denigraba ni salía a señalar de delincuentes a los católicos.
No voy a caer en la trampa de considerar que todo tiempo pasado fue mejor. No; pues cada tiempo tiene sus buenas cosas y sus peores. Tampoco caeré en la respuesta facilista de decir que como la mayoría de días festivos son religiosos entonces los indiferentes y ateos tienen que ir a trabajar esos días para que no se incomoden con nuestras procesiones (si bien es cierto que seré uno de los primeros en firmar para que se quiten los festivos religiosos que pasaron a los lunes por la Ley Emiliani (1983) porque esas fiestas religiosas pasaron al domingo (como el Corpus Christi y la Ascensión) y se dejen únicamente los festivos que quedan en fecha fija: Jueves y Viernes Santo, 8 de diciembre, 25 de diciembre, más los de carácter civil).
Cerrado el paréntesis, vamos a ver como conciliamos esto. El pasado Viernes Santo una parroquia en Bogotá salió – como todas las parroquias del mundo entero – a manifestar su fe en las calles a través de la meditación del Viacrucis. No es proselitismo, no es algarabía, no es un desorden, sino una manifestación pública de una convicción religiosa. Un ciudadano se llenó de impaciencia y salió a gritar a los que participaban del viacrucis que él tenía derecho a dormir; que estaban cometiendo un delito porque Colombia es un país laico; entre otras cosas dijo: “¡Atrevidos! ¡Esto está prohibido! ¡Lo que ustedes están haciendo es un delito!” El hecho pasó entre anecdótico e irrelevante en las redes sociales y noticieros pero detrás de todo esto se esconde la visión de Estado laicista que es diametralmente opuesto al concepto de Laicidad del Estado.
El Estado laicista reduce las manifestaciones religiosas al ámbito de la subjetividad de los individuos y las confina a los templos; por el contrario, la laicidad del Estado debe responder con la no confesionalidad (que no es supresión sino independencia de poderes) y, consecuentemente, con la regulación de estas manifestaciones (porque entonces habría que prohibir las marchas de todo tipo, las celebraciones de victoria en los partidos, etc.). Por ello, los párrocos deben acercarse al menos un mes antes a la secretaría de gobierno de las alcaldías locales y/o municipales y gestionar el permiso para la manifestación; ello conlleva un aviso a las autoridades de tránsito y a las oficinas de gestión de riesgo y atención de eventualidades (como la Defensa Civil o la Cruz Roja).
Sé que puede parecer engorroso pero si hacemos este proceso vamos a evitarnos dolores de cabeza. Ya en muchos templos no suenan las campanas porque han presentado quejas y las han ganado; las procesiones no son diarias –como podría serlo el toque de campanas- y estoy seguro que una buena gestión logrará que no nos tilden de delincuentes por manifestar nuestra fe. Y al ciudadano que se manifestó impacientemente le deseo que ojalá esta experiencia le sirva para entrenarse en la paciencia y la tolerancia ante la diversidad de cultos que siempre sirve en el camino de la vida, en el ámbito familiar, laboral y social.
P. Raúl Ortiz Toro
Docente del Seminario Mayor San José de Popayán
rotoro30@gmail.com