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comisión episcopal de lugares eclesiales

Mié 10 Sep 2025

Sinodalidad y profecía

Por Mons. José Clavijo Méndez - Cuando éramos estudiantes en Roma estaba en auge la «nueva Evangelización», introducida casi ex abrupto algunos años atrás por san Juan Pablo II en los años mozos de su pontificado, cuando apenas se estaban preparando nuestras Iglesias para celebrar los quinientos años de la Evangelización de América. En Haití nos sorprendió el papa, mientras se refería a la gesta evangelizadora de los misioneros que acompañaron a los colonizadores españoles no con el fin de hacerse ricos, sino de sembrar en el corazón de nuestros antepasados amerindios el tesoro del Evangelio; ellos también vinieron, autoexiliándose, para enriquecernos con su pobreza (2 Co 8,9). Entonces como un trueno, resonó en Puerto Príncipe la voz del Pontífice polaco:«Vuestros pueblos, marcados en su íntimo por la fe católica, imploran la profundización y fortalecimiento de su fe, la instrucción religiosa, el don de los sacramentos, todas las formas de alimento para su hambre espiritual. Sin embargo –hay que darse también cuenta de ello con humilde lucidez y realismo– problemas graves pesan sobre este pueblo desde el punto de vista religioso y eclesial: la crónica y aguda escasez de vocaciones sacerdotales, religiosas y de otros agentes de pastoral, con el consecuente resultado de ignorancia religiosa, superstición y sincretismo entre los más humildes; el creciente indiferentismo, si no ateísmo, a causa del hodierno secularismo, especialmente en las grandes ciudades y en las capas más instruidas de la población; la amargura de muchos que, a causa de una opción equívoca por los pobres, se sienten abandonados y desatendidos en sus aspiraciones y necesidades religiosas; el avance de grupos religiosos, a veces carentes de verdadero mensaje evangélico…..La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una nueva evangelización. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».Dos años atrás el papa había expresado esta misma idea en su primera peregrinación apostólica a Polonia en junio de 1979. El huracán que arrancaba a Europa de sus raíces cristianas estaba a punto de lanzarse sobre el nuevo continente para arrasar con casi todo lo que la primera evangelización había sembrado y construido.Entonces parecía un desatino hablar de nueva evangelización en un continente tan católico y religioso, pero a los pocos días sobrevino el tsunami de la secularización que nos hizo entender la verdad de esa profética advertencia y la urgente necesidad de una nueva evangelización que pusiera cimientos firmes a una fe que se desmoronaba.Otro tanto había sucedido hace sesenta años cuando san Juan XXIII, ante la mirada atónita y el nerviosismo incómodo de los cardenales se atrevió a anunciar su deseo de convocar un Concilio ecuménico para la Iglesia como respuesta a la creciente desbandada de naciones y grupos humanos del seno de la Iglesia que, seducidos por el príncipe de las tinieblas, luchan contra la verdad y el bien acentuando la división entre lo que el genio de san Agustín llama las dos ciudades (Aloc. A los cardenales del 25 de enero de 1959). Lo que entonces parecía una locura del profeta fue en realidad una corriente de renovación y de nueva vitalidad para la Iglesia y para el mundo.La nueva profecía para el primer cuarto de siglo del tercer milenio es la sinodalidad. No nos quepa duda de que se trata de una inspiración profética que no podemos dejar pasar por alto refugiándonos en las falsas seguridades de una Iglesia que aparenta ser más sólida que nunca y más gloriosa que en otras épocas: la sinodalidad hará posible que la nueva evangelización y la salida misionera fortalezcan a la Iglesia para lanzar las redes de la gran misión del tercer milenio que buscará de nuevo llegar al corazón de cada hombre de este siglo para sembrar en su ser más íntimo la novedad fecunda del Evangelio y proponer a todos la construcción de un mundo nuevo, más fraterno, más humano, más abierto a la trascendencia. Para ello necesitamos formar a los discípulos misioneros que se aventuren a viajar a los nuevos continentes de la realidad virtual, la inteligencia artificial y los metalenguajes en los que habitan hombres y mujeres que siguen llevando la imagen y semejanza con Dios en lo más íntimo de su naturaleza y pueden abrir sus corazones, sus inteligencias y sus voluntades a la novedad del Evangelio de siempre anunciado en lenguajes nuevos, con ardor irresistible y expresiones novedosas.La Iglesia del primer milenio fue profunda y esencialmente sinodal en medio de una sociedad imperial y monolítica. La sinodalidad favoreció ese inatajable fuego misionero que como el carro de fuego de la «merkabá» se movía en la dirección de los cuatro puntos cardinales llevando «aquí, allí, allá y más allá» el potente y atractivo anuncio de una humanidad nueva y podríamos decir, otro tanto, no sin alguna reticencia, del segundo milenio, especialmente bajo el impulso renovador del Concilio tridentino. No podría ser diferente en estos primeros años del tercer milenio. La sinodalidad es un despertar eclesial a todos los niveles, un impulso renovador, un fuego purificador, un aliento nuevo y sanador que golpeará sin cansancio a las puertas de una humanidad cansada, agobiada y sin horizontes; la sinodalidad arrancará a la iglesia del letargo autocontemplativo y la llevará al corazón de la civilización posmoderna para abrirla al horizonte de la trascendencia.Vistamos las armaduras, alistemos nuestras alforjas y cantemos con el poeta: “Rotas mis ataduras, pagadas mis deudas, de par en par mis puertas, ¡Al fin!, me voy a todas partes” (Tagore: La cosecha).+ José Clavijo MéndezObispo de SincelejoPresidente Comisión Episcopal Lugares Eclesiales de Comunión