Jue 8 Oct 2015
El abrazo de la Iglesia a las familias
El pasado 24 de octubre concluyó en Roma el Sínodo sobre la familia. Fueron numerosas las conjeturas e interpretaciones de diversos medios de comunicación, que desde la búsqueda de sensacionalismo o desde sus intereses ideológicos, conducían el agua a su propio molino. De modo particular, se quiso reducir la reflexión de esta asamblea episcopal al tema de la comunión eucarística para los divorciados vueltos a casar. Infortunadamente, no pocas personas se quedaron con la visión recortada o con las suposiciones de dichos medios de comunicación.
El contenido real de la reflexión sinodal quedó consignado en las 94 proposiciones, llenas de sugerencias y de esperanza, que, aprobadas por la mayoría, le fueron consignadas al Papa para la elaboración de un documento conclusivo. Pero no le corresponde, ahora, sólo al Papa hacer una reflexión más, sino a toda la comunidad eclesial seguir caminando con las familias, desafiadas por muchas pruebas y a la vez sostenidas por la fuerza de Dios, para ayudarlas a vivir su profunda identidad y a realizar su indispensable misión en la Iglesia y en el mundo.
La primera conclusión que podemos sacar de estos dos años de reflexión de la Iglesia es la necesidad de contemplar y agradecer el don de Dios que es la familia. Tenemos que hacer hincapié en la belleza de la familia: iglesia doméstica basada en el matrimonio entre varón y mujer, célula fundamental de la sociedad, puerto seguro de los sentimientos más profundos, único punto de conexión en una época fragmentada, parte integral de la ecología humana. Debemos incluso hacer más significativo el lenguaje de la Iglesia, para que el anuncio del Evangelio de la familia responda realmente a las aspiraciones más grandes del ser humano.
Luego, urge sentir el deber de acompañar las situaciones familiares complejas y la realidad de las familias heridas o en situación irregular. Esto requiere un especial discernimiento de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia y con la experiencia de la gracia de Dios. Entre las ''sombras'' que se proyectan hoy sobre la familia el Sínodo cita el fanatismo político-religioso hostil al cristianismo, el creciente individualismo, la ideología de género, los conflictos, la pobreza, la inseguridad laboral, la coerción económica que excluye a la familia de la educación y la cultura, la globalización de la indiferencia que pone al dinero y no al ser humano en el centro de la sociedad, la pornografía y el descenso de la natalidad.
Tiene en cuenta a los inmigrantes, a los refugiados, a los perseguidos, cuyas familias se disgregan y son víctimas que debemos acoger. No se olvida de las viudas y los viudos, de los discapacitados, de los ancianos y de los célibes por su compromiso en la Iglesia y la sociedad. Habla de la necesidad de valorizar la identidad y el papel del varón y de la mujer. De otra parte, dice que las personas con tendencia homosexual no pueden ser discriminadas. Frente a las dificultades de la familia no se trata solamente de decir que todo está bien o presentar una normativa, sino de tener el coraje de escuchar, acoger con ternura y buscar maneras de curar las heridas.
La reflexión sinodal insiste en la necesidad de reforzar la preparación para el matrimonio, que no puede quedarse en cuatro o cinco clases antes de la boda. Es necesario formar la personalidad y la afectividad de los jóvenes para que aprendan a ser felices entregándose mutuamente. Hace un llamamiento a las instituciones, a las autoridades y a los católicos que participan en la política para que promuevan y protejan la familia y la vida, porque una sociedad que las descuida pierde su apertura al futuro. Es difícil sintetizar tantos temas; lo fundamental es acoger la invitación del Sínodo a trabajar seriamente porque cada familia sienta el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.
+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín