Mar 10 Mayo 2022
Santuarios marianos y espacios naturales
Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El mes de mayo es el mes mariano por excelencia. Todo él se ubica plenamente en la primavera y en el tiempo de Pascua. No puede extrañar, por ello, que la piedad popular haya unido la devoción mariana a las ofrendas florales. “Venid y vamos todos, con flores a porfía, con flores a María, que Madre nuestra es”, dice la canción. En estos párrafos quiero detenerme en esta conexión, concretamente desde la óptica del cuidado maternal de la casa común.
El teólogo Jaime Tatay Nieto, sj, que también es ingeniero de montes, lleva algunos años investigando acerca de las interacciones entre los sitios naturales sagrados y los espacios naturales protegidos. En lo que sigue me apoyo en varios de sus artículos y en las sugerentes reflexiones que suscita su aportación.
A menudo encontramos que, en un mismo espacio, conviven un santuario religioso y un paraje ecológicamente sensible y, como tal, protegido por la ley. Pensando en España y por mencionar solo los Parques Nacionales, encontramos la Ermita de la Virgen del Rocío en Doñana (Huelva); el Santuario de la Virgen de Covadonga en los Picos de Europa (Asturias). En las Islas Canarias hay cuatro casos: la Ermita de Nuestra Señora de los Dolores en Timanfaya (Lanzarote), el Santuario de la Virgen de las Nieves en el Teide (Tenerife), la Ermita de la Virgen de Lourdes en Garajonay (La Gomera) y la Ermita de la Virgen del Pino en la Caldera de Taburiente (La Palma).
Este listado inicial es solo un botón de muestra de algunos de los lugares más conocidos, pero la realidad es mucho más amplia. El padre Tatay ha identificado un total de 420 títulos marianos en España que se refieren directamente a plantas o especies vegetales. Concretamente, hay 374 municipios no urbanos que albergan santuarios marianos con nombre “verde” o con referencias vegetales; de ellos, 233 (es decir, el 62,3%) se encuentran ubicados en el territorio de “Natura 2000”, la red europea de áreas protegidas para conservar la biodiversidad. De estas 420 localizaciones, 372 se refieren a 50 especies vegetales definidas. Esto supone el 88,6% del total, mientras que el 11,4% restante (es decir, 48 advocaciones) reciben el nombre de una planta o una realidad vegetal genérica, como flor, bosque, árbol o prado.
Un primer grupo incluye la familia Rosaceae, tanto en la forma de las rosas (en La Yedra, pedanía de la ciudad de Baeza, la Virgen tiene la hermosa advocación del Rosel) como en las diversas variedades de espinos, que aparecen con nombres como Nuestra Señora del Espino, de la Zarza o de Arantzatzu. Los orígenes bíblicos se remontan a la teofanía de Moisés ante la zarza ardiente (Cfr. Ex 3,1-6). El género Quercus incluye variedades como el olmo, la encina, el roble o el alcornoque. Nombres marianos como la Virgen de la Encina (muy venerada en la localidad giennense de Baños de la Encina) o del Encinar, Nuestra Señora de la Carrasca o la Virgen de Lluc, están conectados con estas plantas. También reconocemos especies vegetales propias de la Península Ibérica en advocaciones marianas como la Virgen de la Oliva, del Olmo, de la Vid o la Viña, de Atocha (que hace referencia a una gramínea, el esparto, con nombre científico Stipa tenacissima) o Nuestra Señora del Pino (en este caso, el santuario más conocido está en la isla de Gran Canaria). La castaña y el haya son mucho menos frecuentes, de modo que sus advocaciones aparecen únicamente en el Atlántico Norte (Virgen del Hayedo) o en enclaves especialmente húmedos de la zona mediterránea (Nuestra Señora del Castañar).
Dejando ya el elemento vegetal, podemos detenernos en los títulos marianos relacionados con elementos geomorfológicos. Así, encontramos referencias a las rocas o las piedras (por ejemplo, la Virgen de la Peña, invocada con amor en la hermosa población de Segura de la Sierra), a las montañas (Montserrat, Monfragüe, Moncayo), al valle (Roncesvalles, Valvanera) o a las cuevas (Covadonga). Y a este respecto, me viene a la memoria Nuestra Señora de Tíscar, patrona de Quesada y muy querida en toda la comarca. Este apelativo de la Virgen, al decir de algunos estudiosos, podría hacer referencia a un «lugar donde hay agua». Parece ser que, en un principio, a esta representación de la Madre de Dios se le llamaba como la Virgen de la Cueva del Agua, pero como el río que suministra agua a esta gruta es el de Tíscar, finalmente el nombre que se impuso fue el de Virgen de Tíscar. También hallamos el nombre de María Santísima en relación con las colinas (Pueyo, Puy, Puig) o los prados (Prado, Vega, Soto). En este contexto, en tierras del Santo Reino contamos con la Virgen del Collado (patrona de Santisteban del Puerto). Y en pleno paraje del Parque Natural de la Sierra de Andújar, en las alturas de Sierra Morena, en la cumbre del Cabezo, brilla con esplendor propio la celestial patrona de la diócesis de Jaén, Nuestra Señora de la Cabeza, que, según una secular tradición, se apareció a un pastor llamado Juan Alonso de Rivas, entre la noche del 11 al 12 de agosto de 1227, mientras se encontraba en aquellos lares apacentando su ganado de ovejas y cabras. En cuanto a la luz y los cuerpos celestes, aparecen santuarios marianos con nombres como Luz, la Estrella, Luna o Sonsoles.
El elenco podría continuar y, muy posiblemente, cada lector lo podrá enriquecer y matizar con las advocaciones locales de su zona y con sus propias devociones particulares. Puede ser un buen ejercicio para realizar a lo largo de este mes de mayo. Más allá de recopilar esos nombres o de saborear sus evocaciones, puede ser interesante compartir algunas reflexiones que nos animen a crecer en una espiritualidad que eleve nuestra alma a Dios a partir de la contemplación de la creación. Termino, pues, con tres sugerencias concretas.
Primero, es bueno bucear en nuestra propia tradición espiritual y descubrir toda su riqueza. Haremos bien en conocer, valorar y ahondar en todo lo que la religiosidad popular tiene que enseñar en este camino de conversión hacia una verdadera ecología integral. Antes de buscar en otras fuentes seculares o en otras tradiciones religiosas, conviene profundizar en nuestro propio camino católico. Segundo, podemos ensanchar nuestra devoción mariana para que incluya, de un modo más explícito, el cuidado maternal por la casa común. En la encíclica Laudato Si’, el papa Francisco se refiere a la Virgen María como “Reina de todo lo creado” y recuerda: “Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. […] Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios” (LS, n. 241). Por ejemplo, cuando participemos en una romería hacia algún santuario mariano, podemos estar especialmente atentos al paraje natural en el que se encuentra, darle gracias al Señor que creó todo con amor, y ser particularmente cuidadosos con la naturaleza circundante. Y, en tercer lugar, conviene captar “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta” (LS, n. 16), para “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS, n. 49), sabiendo que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS, n. 139).
La Bienaventurada Virgen María, la Doncella de Nazaret, la Madre de los tristes y afligidos, de los pequeños y necesitados, es también la Madre de todo lo creado, coronada como Reina y Señora de cielos y tierra. No dejemos de invocarla con serena confianza, con filial devoción, especialmente en esta hora de la historia, tan ardua y compleja, tan sedienta de paz y justicia.
Mons. Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA