Vie 2 Ago 2019
Bicentenario
Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - El siete de agosto se conmemoran los 200 años de la Batalla de Boyacá, según la historia, fecha de culminación del proceso de emancipación de Colombia del imperio español e inicio de su vida como nación soberana. Por tal razón en este tiempo se realizan diversos actos conmemorativos. Pero igualmente, es una ocasión para discernir lo que ha significado para la vida de los ciudadanos y para la configuración de la identidad de nuestra patria, estas dos centurias de historia. Luces y sombras, como en todos los eventos humanos, se pueden descubrir y su reconocimiento honesto y objetivo, como también crítico, debe ayudarnos en esta hora, a interpretar lo que pudiéramos llamar “indicadores de logro” o de “frustración” en el camino recorrido.
Por definición, poder vivir en libertad, con autodeterminación, es un valor, sobre todo si se reconocía entonces, el menoscabo a la dignidad humana y al real bien común y equidad de los habitantes originarios de Colombia, condición de la que se querían liberar, para sembrar un orden nuevo, un proyecto de Nación y de Estado justo para todos. Pero el valor de la libertad, si no va acompañado de la justicia, la equidad y solidaridad y del propósito genuino y trasparente para construir la paz, queda trunco. Es lo que continúa como agenda retrasada en los intentos de darle la condición estable y sostenible a la construcción de un nuevo país.
El Papa Francisco con su Encíclica programática “La Alegría del Evangelio” (Evangelli Gaudium”), nos puede ayudar indudablemente en el discernimiento sobre la patria real de hoy que compartimos, aplicando los cuatro criterios o principios que identifica en la búsqueda del bien común y la paz social, “para avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad” (221) a saber:
“El tiempo es superior al espacio”, lo cual nos permite reconocer las tensiones coyunturales del momento presente pero sin perder el horizonte futuro para realizar el proyecto de nación que deseamos; ojalá las polarizaciones, por ejemplo, puedan ceder sensatamente, para caminar hacia la unidad deseada por todos, que no es uniformidad. Y aquí se enlaza el segundo principio: “la unidad prevalece sobre el conflicto”, lo cual significa, no ignorar el conflicto, pues debe ser asumido, sin dejarnos atrapar por él, como pareciera que está sucediendo actualmente en nuestro país, sino “aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso” (227). La tercera dimensión es “la realidad es más importante que la idea”; la realidad es, la idea se elabora, pero debe haber un diálogo constante entre las dos, de lo contrario se puede caer en idealismo que ocultar la realidad.
Es muy frecuente escuchar discursos y programas políticos elaborados sin compromiso con la situación concreta de nuestro pueblo. Y finalmente, el cuarto criterio “el todo es superior a la parte”. Se produce una tensión entre lo global y lo local. Es necesario mirar el bosque para encontrar el árbol; pero es preciso también reconocer que el árbol forma parte del bosque juntamente con otros árboles. Gran tarea construir una Colombia con autenticidad, identidad propia e independencia pero sin desconocer las condiciones y la trama de la compleja marea de un mundo globalizado. Pidamos a nuestro Dios y Padre que podamos construir un país en reconciliación, unidad y paz. Con mi fraterno saludo.
+ Ismael Rueda Sierra
Arzobispo de Bucaramanga