Lun 27 Mar 2017
¡Alerta!
Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Vivimos en el mundo cambios profundos. Puede decirse que esto es lo normal en una comunidad humana que va haciendo su camino histórico, que va conquistando su futuro, que va respondiendo a su dinamismo interior de vivir en permanente creación. Sin embargo, cuando el proceso de cambio no se orienta, no se conduce y no se aplica debidamente puede traer grandes traumas para la sociedad y puede llevar aun al colapso de una civilización. Es necesario, entonces, que estemos atentos y que prevengamos situaciones graves que pueden derivarse de ciertas realidades que empiezan a aparecer como verdaderas amenazas.
1. La destrucción del medio ambiente. Se dice que en diez años tendremos el 20% menos de la biodiversidad que hoy existe. Abusamos de los recursos naturales como si pudiéramos reponerlos. Nos estamos gastando el planeta y lo estamos haciendo invivible como si tuviéramos un repuesto. La destrucción de la tierra con la minería, la tala abusiva de los árboles, la contaminación del agua y del aire y tantos otros atropellos a la naturaleza están causando males crecientes e irreparables.
2. Los avances de la tecnología, junto a grandes logros, están generando también serios problemas en la estabilidad sicológica y en la convivencia humana. Se enumeran: la adición, el empobrecimiento de la comunicación, la alteración de la concentración, la reducción de la libertad y la creatividad, los desajustes sociales. Sin darnos cuenta nos están programando; las nuevas tecnologías facilitan procesos, pero todavía no crean pensamiento, no dan sentido ni orientación a la vida. Sin saberse si nos movemos en la ciencia o en la ficción, se anuncian las posibilidades y los riesgos de la inteligencia artificial. Stephen Hawking llega a decir que éste podría ser el peor y el último error de la humanidad.
3. La estabilidad institucional no siempre tiene garantías. La forma de vivir no puede ni improvisarse ni inventarse cada día. Necesitamos apoyarnos en estructuras que surgen de la misma naturaleza o de construcciones en las que la humanidad ha gastado miles de años. Ensayar irreflexiva e irresponsablemente modificaciones en temas fundamentales para la sociedad puede resultar funesto. Por ejemplo, entregar la familia a las pasiones, la educación a la tecnología, la política a fuerzas foráneas, los valores culturales a procesos inconscientes, la felicidad al placer, la vida a la superficialidad.
4. La crisis ética que es, a la vez y en buena parte, el origen y la causa de todo lo anterior. Se produce cuando no sabemos o no queremos aceptar unos criterios y valores de comportamiento indispensables en la convivencia humana. Con frecuencia la motivan ciertas ideologías, es decir, ideas que se vuelven acción al quedar recortadas y dirigidas a un determinado propósito. Luego, cuando nos circunda la confusión y los comportamientos individuales nos vuelven enemigos, queremos controlarlo todo con la represión a partir de las instituciones que también hemos dejado entrar en decadencia. Ningún control es plenamente efectivo para la libertad humana. En definitiva, estamos en un tiempo en el que disponemos de muchos medios sin saber para qué fines.
5. La ausencia de espiritualidad. Finalmente, la última causa de los grandes desequilibrios a nivel personal y social es la falta de una vida interior a partir de unas convicciones y unos comportamientos asumidos desde la dimensión transcendente de la persona humana que se relaciona con Dios. Sin Dios no hay iluminación y motivación que pongan en marcha un proyecto común, el respeto profundo a la libertad de los otros, la razón decisiva para actuar en la verdad y el bien, la esperanza para perseverar en el ser. Sin Dios, generalmente, el egoísmo corrompe todo: las ideas, las relaciones, los proyectos y la administración de los recursos. Sin Dios nos degradamos y creamos el potencial para degradarlo todo.
+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín