Pasar al contenido principal

Fieles

Vie 16 Abr 2021

Mirar con atención para tomar conciencia

Por: Omar de Jesús Mejía Giraldo - En nombre de la Iglesia, “pueblo de Dios”, doy un saludo cordial y fraterno a ustedes estimados sacerdotes. Gracias por su entrega generosa en bien de los fieles de esta cada Iglesia particular. Gracias por su amor y servicio a Dios y a la Iglesia. Dios recompense sus esfuerzos, fatigas y desgaste cotidiano en bien del Reino de Dios. Permítanme, estimados padres, comenzar mi reflexión haciendo referencia a San Ignacio de Loyola, quien sintetiza la vida del cristiano en dos palabras: Amar y servir. Esta, por antonomasia, es la vida de un sacerdote: amar y servir. Esta es nuestra tarea, nuestra misión, nuestro énfasis: amar y servir. Cuando a un sacerdote le dan un cargo “importante”, según el mundo, nos preguntan, ¿y cuáles son sus pergaminos?, nuestra única respuesta es: “Mis pergaminos son: amar y servir”. Estimados padres, nuestra tarea no es fácil, pero tampoco es tarea del otro mundo. Para cumplir con decisión y fidelidad nuestra bonita misión, necesitamos sí, del poder y de la gracia de Dios. Si no es de la mano de Dios, nuestro “oficio”, se vuelve tedioso, aburrido y aburridor. Recordemos aquella bonita sentencia que el arcángel le dice a María: “Porque para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Mis queridos sacerdotes, con Dios todo ha sido posible. Con Dios todo podrá seguir siendo posible. Eso sí, por favor, les pido que no aflojemos, que estemos pegados de la mano de Él. “Creamos en la gracia de estado”. Todos por el bautismo, la confirmación y el Sacramento del Orden hemos recibido la luz y el poder del Espíritu Santo. En este saludo y encuentro de Pascua sacerdotal, estimados padres, permítanme compartir con ustedes una bonita frase que me encontré de San Agustín en el Oficio de lectura del miércoles Santo y que me ha servido como punto de partida en mi oración personal y para la siguiente reflexión, dice el santo: “Mirar con atención lo que nos ponen delate, equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don”. Mis queridos padres, seguramente que todos hemos predicado muchísimo diciendo que “todo es un don”, ¿creemos de verdad esta preciosa sentencia? La vida es precisamente un don, el don por excelencia, la vida nos es dada. La vida es un regalo. Es pura misericordia divina. ¿Qué es aquello que tenemos qué no hayamos recibido? Todo nos ha sido dado. Dios, la vida, la naturaleza, los amigos, los maestros…, todo nos ha sido dado. Todos los días, si los vivimos anclados en el presente, descubrimos que somos sorprendidos por regalos maravillosos que se dan en cada instante vital de nuestro ser sacerdotal. Uno de los grandes pecados de la modernidad es la falta de atención. Hoy somos muy desatentos, descuidados y despreocupados… Mirar la vida con atención es descubrir que todo es un don, aun el mismo sufrimiento; pensemos por ejemplo en la pandemia. Esta nos ha enseñado que debemos mirar con mayor atención la vida, la salud, la familia, los amigos, la muerte, todo… La pandemia nos ha servido como una gran pedagoga que nos grita a los oídos: “Miren con mayor atención su propia grandeza, la grandeza del otro y la grandeza de la creación”. Y cómo me estoy dirigiendo a sacerdotes, estimados padres, los invito a mirar con atención la grandeza de nuestro sacerdocio. ¿Quién de nosotros se inventó a sí mismo como sacerdote? Somos lo que somos por gracia de Dios y por confianza de la Iglesia. Soy lo que soy, sacerdote, por pura y absoluta gratuidad divina. El sacerdocio se me ha dado por mediación de la Iglesia. Soy lo que soy, por la oración de mi familia y la intercesión de mi comunidad. Mi estimado sacerdote, cuando tengo delante de mí una hostia y un poco de vino para ser consagrados, y por gracia, convertirlos en cuerpo y sangre de Cristo, debo admirar el don que Dios me ha regalado. Cuando absuelvo a un penitente o soy absuelto de mis pecados, debo mirar con atención lo que hago, para caer de rodillas admirado por el don que Dios me ha concedido. Hago lo que hago con su poder y en su nombre… Mirar con atención crea gratitud, admiración, luminosidad… Mirar con atención crea respeto y responsabilidad. Otro de los pecados graves de la modernidad es la superficialidad y nosotros no somos inmunes a este flagelo. Este pecado nos hace ser rutinarios y autómatas; además, nos pone en el mundo de la velocidad vertiginosa y desesperada por adquirir cosas y esto no nos permite mirar con atención los detalles más simples y sencillos de la vida. La plenitud del amor está en saber poner atención. Mirar con atención lo que nos ponen frente es un gran gesto de amor. Sin amor no hay atención, sin atención no hay amor. “Quien vive movido por la fuerza interior del amor, atiende a todo el mundo, pero también, atiende a cada uno según sus necesidades y posibilidades” (Frances Torralba). Quien vive movido por el amor, mira con atención lo que hace en el momento que lo hace. El amor centra. Como sacerdotes, debemos mirar con atención lo que somos y hacemos. Mirar con atención nuestra parroquia, nuestros fieles, la familia, la comida, el espacio en el cual vivimos… Padres, para mirar con atención debemos ser más reflexivos y para ser más reflexivos, es urgente incrementar la cultura del silencio. Si no hay silencio no hay atención, y si no hay atención, no hay contemplación del don. Sin atención no se toma conciencia del don que somos para sí mismos y para los demás. La cultura del silencio es un gran antídoto contra la superficialidad. Otra de las grandes fragilidades del momento histórico que vivimos es el de la velocidad. La prisa, los afanes por producir y dar resultados no nos permiten tener tiempo para la meditación y el silencio. Démonos como tarea, entre nosotros como presbiterio, incrementar la cultura del silencio e impulsarla en nuestros fieles. Esto nos ayudará a mirar con mayor atención nuestra fe y tomar conciencia de la grandeza de este gran don. Señor, ¡Tú en mí y yo en ti, somos una sola cosa! + Omar de Jesús Mejía Giraldo Arzobispo de Florencia

Lun 10 Sep 2018

Y Ahora, ¿qué?

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Indudablemente el viaje apostólico del Papa a Colombia fue un torrente de bendición y de gracia que millones de connacionales experimentamos. «El Señor no es selectivo, no excluye a nadie, el Señor abraza a todos; y todos somos importantes para Dios». Para el pueblo fue redescubrir la fuerza y vitalidad de la fe que se renueva en el encuentro con Dios por medio del sucesor de Pedro. Cada celebración y encuentro con el Papa fue una fiesta de fe; se podía casi que tocar la identidad cristiana de la nación. «Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz… ¡Basta una persona buena para que haya esperanza!». Para las víctimas y los que han sufrido por décadas el impacto de la violencia y las injusticias, la presencia del Sucesor de Pedro, sus gestos, sus palabras, su cercanía, fueron un impulso a la esperanza, a no dejar de creer que es posible caminar en la construcción de un futuro mejor. «Dios no nos quiere sumidos en la tristeza… Nuestra alegría tiene que es el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios». Para Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, la visita representó poder encontrar al hermano mayor que confirma en la fe y afianza la opción de servicio auténtico, creíble y valiente. Un modelo para asumir Así mismo, poder ver y escuchar al Papa fue una lección que deja mucho por interiorizar e incorporar en la acción eclesial. «…deseo vivir estos momentos de encuentro con alegría dando gracias a Dios por todo el bien que ha hecho en esta nación y en cada una de sus vidas». Vimos la pastoral de la cercanía, del respeto, del actuar desde los sentimientos y necesidades del otro. «Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica». Escuchamos al profeta valiente, pero no agresivo que tuvo la palabra clara y oportuna para todos e invitó a construir, a superar, a unir. Y finalmente, en las agotadoras jornadas por Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, acompañamos al misionero infatigable, que lo dejó todo y lo puso todo para sembrar en cada colombiano le buena semilla del Evangelio. Seguramente son muchas cosas más, pero a un año de este acontecimiento histórico, se encuentran estos dos sentimientos: Gracias, Señor, por los pies del mensajero que nos trajo palabras de bendición y paz; y ¡Cuánta tarea nos dejó! que se nos va el tiempo y hay que apurarse para ponerla en práctica. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali

Jue 26 Jul 2018

El valor de la misa

Por: Mons.Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Siempre ha habido la necesidad de dar a conocer las disposiciones de la Iglesia en relación con la forma como los fieles la ayudan en el cumplimiento de su misión. A este respecto, el Código de Derecho Canónico afirma que “los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que dispongan de lo necesario para el culto divino, las obras apostólicas y de caridad y el conveniente sustento de los ministros” (c. 222 &1). Cuando el Código se refiere a los estipendios u ofrendas para la Santa misa, dice que “los fieles que ofrecen un estipendio para que se aplique la misa por su intención contribuyen al bien de la Iglesia, y con su ofrenda, participan de su solicitud por sustentar a sus ministros y actividades” (c. 946). Es desde esta óptica que deben ser entendidas las palabras del Papa Francisco, que con sobrada razón, con el ánimo de formar también a los fieles, dijo respecto de las intenciones de la misa en la Audiencia General del 7 de marzo de 2018 lo siguiente: “Y si tengo alguna persona, parientes, amigos, que están en necesidad o han pasado de este mundo al otro, puedo nominarlos en ese momento, interiormente y en silencio o hacer escribir que el nombre sea dicho. «Padre, ¿cuánto debo pagar para que mi nombre se diga ahí?» — «Nada». ¿Entendido esto? ¡Nada! La misa no se paga. La misa es el sacrificio de Cristo, que es gratuito. La redención es gratuita. Si tú quieres hacer una ofrenda, hazla, pero no se paga. Esto es importante entenderlo”. El Papa, que es el Supremo legislador, en nada se opone a la normativa canónica, antes la refuerza. Tiene razón cuando dice que por la misa “no se paga”, porque la misa no es un objeto que se compra o se vende, es tan grande su valor, que es imposible cuantificar su valor real, y tampoco se va a misa como a un supermercado. De hecho, es claro también el Código de Derecho Canónico al afirmar que “en materia de estipendios, evítese hasta la más pequeña apariencia de negociación o comercio” (c. 947). Por eso mismo el Papa hace la diferencia entre pagar por la misa y dar una ofrenda por la misa. Hay quienes se enojan y hacen el reclamo, cuando dan su ofrenda para la misa y su nombre no es leído o no lo escucha, como si para que tenga valor y fuerza, la intención deba ser proclamada. En conciencia, dice el Código de Derecho Canónico, “se ha de aplicar una misa distinta por cada intención para la que ha sido ofrecido y se ha aceptado un estipendio, aunque sea pequeño” (c. 948). De igual manera, las misas colectivas tienen su reglamentación particular que se encuentran plasmadas en el decreto de aranceles de cada año. Y todo esto lo saben muy bien los presbíteros. Es necesario que se tome conciencia de esta dimensión espiritual del sacramento de la Eucaristía y se entienda que no se puede reducir a un simple objeto. La ofrenda y oración, aun en el silencio, llegan siempre a Dios, cuando es la fe la que motiva el encuentro y participación con Jesús que pasa, nos habla y se hace alimento de salvación en cada misa. En síntesis, el Papa Francisco NO derogó los estipendios de la misa, nos recordó su auténtico significado. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Jue 15 Mar 2018

Participemos en la oración oficial de la Iglesia: Liturgia de las Horas para los fieles

El Departamento de Liturgia de la Conferencia Episcopal de Colombia pone a disposición del Pueblo de Dios la Liturgia de las Horas para los Fieles, versión popular. [tabs class="horizontal"][tab title="PRESENTACIÓN" icon="Icon name 1"] La Comisión Episcopal de Liturgia de Colombia presenta con gozo, la Liturgia de las Horas para los Fieles, versión popular. Esperamos y deseamos que este libro les ayude a los fieles, por una parte, a incorporarse progresivamente a la oración común de la Iglesia y, por otra, a penetrar y gozar del contenido con una inteligencia cada vez más plena. [/tab][tab title="DETALLE" icon="icon name 2"] Autor(a):Conferencia Episcopal de Colombia Catálogo: Libro Idioma: Español Número de Páginas:1271 Editora: Conferencia Episcopal de Colombia Año de publicación:2017 Dimensiones:11.5 x 16.5 [/tab][tab title="COMENTARIOS" icon="Icon name 1"] (function(d, s, id) { var js, fjs = d.getElementsByTagName(s)[0]; if (d.getElementById(id)) return; js = d.createElement(s); js.id = id; js.src = "//connect.facebook.net/es_LA/sdk.js#xfbml=1&version=v2.5"; fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs); }(document, 'script', 'facebook-jssdk')); [/tab][/tabs] Mayores informes: PBX: 437 55 40 Ext. 264 Celular: 3138808447 Correo electrónico: libreria@cec.org.co