Mié 4 Mayo 2016
La gratitud
Por: Mons. Gonzalo Restrepo - La gratitud es una de las virtudes características de las personas nobles. Quien es agradecido y alimenta sentimientos de gratitud, posee un espíritu grande y noble.
Por la gratitud se reconocen los grandes y los generosos. La ingratitud es señal de pequeñez y de mezquindad. Las personas agradecidas, con un corazón repleto por la gratitud, son aquellas que reconocen la necesidad que tienen de los otros. No son suficientes; por el contrario, son las personas de corazón simple y sencillo.
Quien es desagradecido es aquel que cree tener todos los derechos. Piensa que todo el mundo tiene la obligación de servirle y que él se lo merece todo. El desagradecido es maleducado y vulgar. Solo busca a los demás cuando los necesita, utiliza a los demás, y una vez ha alcanzado lo que desea o necesita, se aleja indiferente. Tiene memoria para todo menos para agradecer. Sabe siempre pedir y tiene la sagacidad necesaria para mostrar su necesidad, pero también, con sagacidad e indiferencia, no tiene la dignidad y la nobleza que le permitiría ser agradecido y tener un corazón repleto por la gratitud.
La gratitud da paz y permite tener siempre las puertas abiertas. Quien sabe agradecer siempre, ni siquiera necesita “pedir”. En la necesidad se le reconoce e inmediatamente le sobran quienes quieren ayudarle, acompañarle, estar solidarios con él.
Los espíritus gratos reconocen sus deberes y sus derechos. Los ingratos creen tener solo derechos, no se creen con deberes para con nadie. La ingratitud es una de las señales más claras del egoísmo. El ingrato sólo piensa en sí mismo. Nunca lo veremos en función de los demás, siempre estará pensando en sacar el mayor provecho de las circunstancias que vive y de las personas con quienes se encuentra y convive.
La persona agradecida es agradable, servicial, de corazón abierto y alegre. Siempre piensa que le dan más de lo que se merece. Mientras el ingrato está pensando siempre que le dan muy poco, que él se merece mucho más, que todo lo que le den o le sirvan es poco para lo que él es.
Y la ingratitud no está lejos de nosotros. Examinémonos. Puede ser que hayamos caído en este abismo del egoísmo. A lo mejor estamos experimentando el dolor que siente uno cuando sufre la ingratitud de un amigo, de un ser querido, de un compañero de trabajo, de un colega, etc. Pero, reflexionemos y sigamos adelante, conociendo cada días más al hombre. Con seguridad tendremos que concluir reconociendo que es verdadera y real aquella conocida manifestación de dolor frente a lo que somos los hombres: “Mientras más conozco a los hombres, más amo a mi perro”.
+ Gonzalo Restrepo Restrepo
Arzobispo de Manizales