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Vie 30 Sep 2022

Ecología integral: «Los arcángeles y el desperdicio de alimentos»

Mons. Fernando Chica Arellano - Las casualidades del calendario han unido, en el mismo día 29 de septiembre, la Fiesta de los Santos Arcángeles y el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, declarado por las Naciones Unidas. ¿Podemos ver alguna conexión entre ambos eventos, aparentemente tan distantes entre sí? Aunque sea de un modo simbólico, me parece que así es. Y, en todo caso, este hecho nos ofrece una sencilla ocasión para vincular lo más grandioso a lo más cotidiano de la realidad. De entrada, recordemos que los arcángeles son seres espirituales cuyo conocimiento se fue afianzando en los fieles a medida que se subraya la infinita trascendencia de Dios. El Altísimo, el Innombrable, el Misterioso, el Señor podría quedar muy lejos de la vida cotidiana. En ese contexto, los arcángeles aparecen como mediadores de la presencia divina y expresión de su amoroso cuidado por los hombres. De manera análoga, cuando hablamos del hambre, la injusticia o la desigualdad en el mundo, podemos sentir que se trata de palabras muy grandes, inabarcables, desmesuradas. Tomar conciencia de la pérdida y del desperdicio de alimentos puede ayudar a tender un puente entre esas grandes palabras y nuestra vida diaria. Se estima que en la Unión Europea se desperdician 80 millones de toneladas de alimentos cada año, unos 180 kilos por persona. Es decir, unos 3 kilos y medio cada semana. Es como si cada uno de nosotros (varones, mujeres, niños, niñas, ancianos, jóvenes…) tirase a la basura un melón y tres cuartos cada siete días. Otro dato importante, que no debe pasar desapercibido, es que el 42% de esos despilfarros se produce dentro de los hogares (un 39% ocurre en la industria, un 14% en la restauración y un 5% en el comercio). Se calcula que solamente con una cuarta parte de las pérdidas y del desperdicio de alimentos se podría alimentar a 870 millones de personas, equivalente casi al número total de personas subalimentadas en nuestro mundo. Aquí se ve el vínculo entre lo grande (el hambre en el mundo) y lo pequeño (nuestras acciones cotidianas en la cocina, en el comedor o en el mercado). ¿Y los ángeles, mediadores entre Dios y los hombres, qué pueden decir al respecto? “Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos”, escribe Santo Tomás de Aquino. Y, ya en el siglo IV, había afirmado San Basilio Magno: “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida”. A partir de estos textos podemos decir, por un lado, que los ángeles protegen a cada persona, y muy especialmente a aquellas que sufren hambre o viven en la miseria; y, por otro lado, que los ángeles animan el compromiso de cada persona y organización que lucha contra el despilfarro de alimentos y a favor de una mejor distribución de los recursos en nuestro mundo. “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”. Siguiendo estas observaciones de San Agustín, podemos ahora detenernos en los nombres de los tres arcángeles, sabiendo que en el nombre descubrimos su función específica. Rafael significa “medicina de Dios” o bien “Dios sana”. Por eso, ejerce su patronazgo sobre enfermeros y personal sanitario. El pasaje bíblico más relevante sobre el arcángel Rafael lo encontramos en el episodio de la curación de Tobías, que quedó completamente ciego durante cuatro años (Tob 2,10), hasta que fue enviado Rafael “para que pudiera ver con sus mismos ojos la luz de Dios” (Tob 3,17). Entre otras cosas interesantes de este relato, podemos detenernos en el modo en que se produce la curación de la ceguera, gracias a la hiel de un pescado. El ángel da instrucciones precisas: “Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado, y tira los intestinos; porque su hiel, su corazón y su hígado son remedios útiles” (Tob 6,5). Lo que parecía inútil, poco vistoso o incluso desagradable a la vista, se convierte en un remedio saludable. Lo que se pensaba desperdiciar resulta ser valioso. Quizá hay aquí una lección para nuestros hábitos de despilfarro, para nuestra cultura del descarte. Gabriel significa “fortaleza de Dios” y, en su caso, la acción benéfica de este ángel está muy especialmente asociada a la Anunciación de la Virgen María (Lc 1,26-38). Se trata de un pasaje lleno de paradojas fecundas. La fortaleza de Dios anuncia, en debilidad, la llegada del Señor de los ejércitos: “Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz” (Is 9,5). El amor desbordante de Dios se derrama, abundantemente, por toda la creación, con suma sencillez. Podemos decir que ni el arcángel Gabriel ni la Santísima Virgen María despilfarran palabras; al contrario, van a lo esencial. Quizá también nosotros podemos aprender de esta actitud: no perdernos en la palabrería hueca, por muy solidaria que parezca, sino dar pasos concretos para luchar contra el hambre y contra el desperdicio de alimentos. Miguel significa “¿quién como Dios?”, dando a entender así la grandeza de Dios, que nunca deja de sorprendernos y desbordarnos en su infinita misericordia. Es el ángel protector que defiende al pueblo en las dificultades; así aparece tanto en el Antiguo Testamento (Dan 10,12-21) como en el Nuevo (Ap 12,7-12), en contextos de batalla contra el Mal. Como dijo el papa Francisco al bendecir la estatua de san Miguel en los Jardines Vaticanos, el 5 de julio de 2013, “Miguel lucha por restablecer la justicia divina; defiende al pueblo de Dios de sus enemigos y sobre todo del enemigo por excelencia, el diablo”. En la misma dirección, hace un año, el 2 de octubre de 2021, el Santo Padre decía en una homilía, inspirándose en la figura del arcángel San Miguel: “Que el Señor nos dé a todos la gracia de comprender bien que la vida es una lucha: cuando no hay lucha no hay vida: los muertos no luchan; los vivos siempre luchan, hay lucha. Y que nos dé la gracia de no estar solos en la lucha, que siempre haya alguien que nos acompañe”. Quizá también podamos descubrir que, en algo tan sencillo como la lucha contra el desperdicio de alimentos, estamos luchando por la vida. Termino recordando algunas palabras de Su Santidad, en su Mensaje al Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el pasado 15 de octubre de 2021, por la Jornada Mundial de la Alimentación: “La lucha contra el hambre exige superar la fría lógica del mercado, centrada ávidamente en el mero beneficio económico y en la reducción de los alimentos a una mercancía más, y afianzar la lógica de la solidaridad”. Y añadía: “Nuestros estilos de vida y prácticas de consumo cotidianas influyen en la dinámica global y medioambiental, pero si aspiramos a un cambio real, debemos instar a productores y consumidores a tomar decisiones éticas y sostenibles y concienciar a las generaciones más jóvenes del importante papel que desempeñan para hacer realidad un mundo sin hambre. Cada uno de nosotros puede brindar su aportación a esta noble causa, empezando por nuestra vida cotidiana y los gestos más sencillos”. Que los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael nos ayuden en esta misión. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA