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màrtir

Jue 5 Oct 2017

Acción de gracias por Beatificación de Monseñor Jesús Emilio Jaramillo

Con una eucaristía presidida por el Arzobispo de Villavicencio y Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, Monseñor Oscar Urbina Ortega, la Iglesia de Arauca dio un acción de gracias por la beatificación de Monseñor Jesús Emilio Jaramillo, primer pastor de esta Jurisdicción. Durante su homilía el arzobispo calificó al nuevo Beato como el apóstol de la Paz y habló de la fuerza de su amor y entrega a Dios y a esta tierra. “En la Cruz hay dos caras: la cara oscura está detrás, donde está escondida la violencia, la maldad que sobre aquel mártir del Gólgota se dio en la tarde del viernes santo. (…) Pero en la otra cara, la que para nosotros cada día siempre es más visible, está el signo poderoso que no podrá ni siquiera la muerte destruir, la fuerza del amor que se hace entrega, servicio, compañía, ternura, acompañamiento, escucha, dialogo, solidaridad, perdón, NO violencia y Paz”, afirmó el prelado. Recordó que esta nación no está condenada a la violencia, ni a vivir con miedo, más bien, a vivir con esperanza “porque Dios la enriqueció como ninguna otra, con una riqueza natural maravillosa que se inicia aquí, en esta tierra – continuó - Dios la enriqueció con nosotros, una raza capaz de poder construir una nación fraterna, justa, amable, como esta tierra y llena de paz". Monseñor Urbina Ortega finalizó su homilía afirmando que no hay paz plena sin reconciliación y pidió la intercesión de Monseñor Jesús Emilio Jaramillo, de quien dijo “vivió con amor generoso y silencioso, para que llegue la paz a esta tierra y a nuestra nación”. El acto litúrgico se realizó en Santa Isabel, vereda donde hace 28 años fue el martirio de Monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve. Asistieron 25 obispos, sacerdotes y religiosas de varias zonas del país, fieles laicos. Además hicieron presencia los misioneros Javerianos del Yarumal y una delegación del Municipio de Santo Domingo, Antioquia, lugar de nacimiento del Beato. Por su parte el Nuncio Apostólico, monseñor Ettore Balestero, estuvo presente el día 02 de octubre donde celebró una eucarística en la Catedral Santa Barbara, durante su homilía se refirió al Beato Jesús Emilio Jaramillo, como un mártir que dio su vida por el mensaje de Jesucristo. “Su fortaleza radicó en la perseverancia por llevar el mensaje del Hijos de Dios a lo más recóndito de estas tierras araucanas”, aseveró. La acción de gracias se realizó por primera vez en Arauca, el pasado 03 de octubre fecha litúrgica que fue instituida por la Santa Sede para conmemorar la fiesta del Beato Jesús Emilio Jaramillo.

Vie 4 Ago 2017

Jesús Emilio, mártir

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Nos ha sorprendido, por la gracia que entraña y por el momento en que ha llegado, la doble noticia de que el Papa Francisco ha reconocido el martirio de Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y que él mismo presidirá su beatificación en Villavicencio el próximo 8 de septiembre. Como sabemos, Mons. Jesús Emilio fue torturado y asesinado por el ELN, mientras realizaba una misión pastoral en varias poblaciones de su diócesis, el 2 de octubre de 1989. El proceso que ha concluido con el reciente decreto del Santo Padre garantiza que no ha sido sólo una muerte más, dentro de la absurda violencia que padecemos, sino una muerte especialmente configurada con la de Cristo. La Carta a los Hebreos nos explica que la novedad de la muerte de Cristo consiste en que no es la de un incauto que cae en manos de sus enemigos, sino la de un sacerdote que, en lugar de ofrecer animales como sacrificio, se ofrece a sí mismo por la salvación de todos (cf Heb 9,11-14). De esta manera, destruyó la violencia que se vino contra él, mediante el amor. Desarmó y rompió la dinámica interna de la violencia haciéndose víctima por la causa que lo hizo vivir. La maldad de los que lo mataron quedó sepultada en la finalidad y en el amor con que él se entregó. No se dejó quitar la vida, la ofreció (cf Jn 10,18). La muerte de Cristo entraña un anuncio impresionante para la humanidad. Grita a cada persona humana que la violencia es un instinto arcaico, un regreso a comportamientos primitivos, una incapacidad lamentable de entrar en la libertad y la plenitud de vida que Dios quiere para cada ser humano. En realidad, la violencia nunca triunfa. En ciertos relatos el verdugo es el vencedor, pero Jesús trastocó las cosas; venció al dar la vida. San Agustín lo sintetizó: “Victor quia victima” (Conf.10,43). Sin la victoria sobre el mal, a fuerza de bien, no dejamos de ser una tribu primitiva También la muerte de Mons. Jesús Emilio trasciende en la grandeza de una ofrenda sacerdotal. Ha destruido el sinsentido de la violencia al tomar su vida y su muerte y hacer de ellas una experiencia y una continuación de la Pascua de Cristo, entregándose por su pueblo al permanecer con él y correr todos los riesgos de la misión. Con lucidez anotaba en su Diario el 16 de junio de 1975: “Por tanto, acepto mi muerte no en la claridad de la mente sino en el claroscuro de mi fe… La muerte es la encrucijada de todos los misterios. ¡Ya estoy muy cerca de desatar el nudo gordiano! Muy pronto, así lo espero en mis noches, yo veré”. Más aún, veintisiete años antes de su martirio había escrito: “Yo quiero expresar aquí, en la presencia del Dios que me ha de juzgar muy pronto, los sentimientos de mi alma: Quiero que la muerte realice, por fin, mi incorporación con Cristo y sea una reproducción de su dolor y una expiación de mis pecados y de los ajenos. Quiero, a pesar de mi naturaleza frágil, divinizar mi agonía, mi miedo, uniéndome al terror del Cristo de la agonía. Sobre todo, dejo constancia de mi fe en la resurrección de Cristo, que me será participada por su misericordia. En mi pecho tengo la certeza que me incorporaré de nuevo un día, después del tiempo y de la historia, después del olvido, la soledad y la podredumbre. Entonces la inmortalidad vestirá mi mortalidad y la Vida se absorberá mi propia muerte. El grano de trigo, podrido, surgirá hecho colino de perenne verdor, y el cuerpo tendrá la luz de las estrellas” (He ahí al Hombre, 1962, p. 172-173). Así, en el martirio de Mons. Jesús Emilio, preparado a lo largo de su vida de místico y de apóstol, ha resplandecido de nuevo la santidad de Dios y la dignidad de la persona humana. Su muerte fue el anuncio misionero más solemne, la prueba hasta la sangre de su entrega total por la grey y la mejor presentación de su ser realmente transfigurado por el Evangelio. Con su martirio nos dice, en este momento de la historia, que la vida se gana dándola, que la última palabra la tiene el amor, que no podemos entrar en la desgracia de claudicar ante el bien y la verdad y que la Iglesia, si es necesario, debe seguir siendo víctima para que continúe en el mundo el dinamismo de la resurrección del Señor. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín