Lun 6 Jul 2020
Por un mundo mejor
Por: Mons. Luis Adriano Piedrahita Sandoval - El día veinte del mes de julio estamos conmemorando un nuevo aniversario del acontecimiento que marcó los inicios de nuestra vida libre como nación.
Una fecha que debe suscitar en el corazón del creyente una plegaria de bendición y acción de gracias al Señor Dios nuestro, en quien, a pesar de las dificultades grandes o pequeñas que hemos podido encontrar en el camino de nuestra historia común, siempre nos hemos de sentir llamados a reconocer su favor hacia nosotros. El que es Dios eterno y de cuya gloria están llenos el cielo y la tierra, con su admirable providencia gobierna el mundo, y en su Hijo Jesucristo, Señor de la historia, nos ha revelado su designio de salvación para todos los pueblos de la tierra.
A la manera del pueblo de Israel, llamado a mantenerse en vela por todas las generaciones como aquella noche de su liberación de Egipto, en un recuerdo vivo, como aquella noche Dios había permanecido en vela, vigilante, protegiéndole el camino de la libertad, también nosotros hemos de estar en vela, despiertos, a la escucha, dispuestos a seguirle. Con la misma mirada de fe y de confianza en Dios que nos invita al agradecimiento hemos también de dirigirnos, como peregrinos que somos, para pedirle su mirada favorable para el camino que hemos de seguir recorriendo.
Pero también una plegaria de súplica frente a nuestras actuales realidades. Hoy son nuevas las esclavitudes de las que necesitamos ser liberados, no menos opresoras que las cadenas rotas que celebramos en la gesta de la independencia: Necesitamos ser liberados de los sentimientos de odio, de venganza, de violencia, que nos impiden perdonarnos y recorrer el camino de la reconciliación y de la convivencia en paz; necesitamos ser curados del virus del egoísmo humano y de la corrupción, que nos impiden mirar más allá de nuestros intereses particulares y buscar el bien general de la sociedad, el bien común a todos los ciudadanos; necesitamos ser sanados de la ceguera que no nos deja reconocer en todo ser humano la imagen y semejanza de Dios, criatura de Dios, y estar atentos a respetar la dignidad de cada persona, sus derechos y sus obligaciones; necesitamos ser liberados de todo sentimiento de insolidaridad que nos conduce a la insensibilidad ante la necesidad ajena, y que es lo que, en gran parte, nos hace construir una sociedad de grandes desigualdades e inequidades, de carencias para muchos, de miseria, de hambre. Hay que pedirle al Señor nos ayude a todos a asumir el compromiso de hacer en el presente el mundo que Dios quiere.
En su visita apostólica a Colombia el Papa Francisco nos recordó algunas de las tareas pendientes que nos corresponde asumir en la construcción de nuestro país:
El santo Padre se refirió, en primer lugar, a la tarea de la paz que no da tregua, porque es un trabajo siempre abierto, y que exige el compromiso de todos.
“No hay que decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias, y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, colocar en el centro de toda acción política, social y económica a la persona humana, su altísima dignidad y el bien común. Hay que huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses solo particulares y a corto plazo. Hay que reconocer al otro, sanar las heridas, construir puentes, estrechar lazos, ayudarnos mutuamente”.
Como dice el lema que lleva nuestro escudo “Libertad y orden”, “los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado la nación por décadas. Leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad, sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Es necesario luchar contra la inequidad que es la raíz de los males sociales”.
“Les animo, nos decía el Papa, a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”.
Y a la base de dichos compromisos, el Santo Padre nos recordaba algo muy importante que tiene que ver con el alma de nuestra nación, la fe cristiana de los colombianos: “Los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del país; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa. Y no se puede desconocer la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos”.
Reciente todavía el Sínodo sobre la Amazonía, y encontrándonos viviendo el año de la “Laudato Sí”, a los cinco años de haber sido publicada dicha Exhortación apostólica, es muy oportuno que recordemos que también el Papa Francisco en su visita a Colombia nos dejó una palabra sobre el compromiso que tenemos de cuidar nuestra casa común:
“En este entrono maravilloso, decía en Villavicencio, nos toca nosotros decir sí a la reconciliación concreta; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes”.
No podemos, pues, cesar de pedir al Señor para que dé sabiduría a nuestras autoridades, honestidad a los ciudadanos, amor de patria a todos los Colombianos, y así, entre todos, poder direccionar rectamente el camino que transitamos, buscando el bien común por encima de los bienes particulares, trabajando por una cultura que dignifique a la persona y que sea respetuosa con los valores morales y las creencias religiosas, atendiendo las necesidades de los más débiles, esforzándonos por conseguir una vida digna para todos, construyendo el progreso de nuestro país sobre las bases sólidas de la solidaridad, el amor a la verdad, la justicia, el perdón, la fe en Dios, llevando todo con una acción política limpia, honesta, transparente.
Así, en medio de la pandemia, entre carencias, sufrimientos e incertidumbres, caminamos acompañados de los anhelos, las esperanzas, las visiones de un mundo mejor.
+ Luis Adriano Piedrahita Sandoval
Obispo de santa Marta