Lun 18 Abr 2016
El arte de ser arquitectos
Por. P. Wilinton Torres Pulido. Hace algunos días nos visitó la Universidad de la Sabana, compartiendo algunos estudios de investigación muy interesantes y entre otros puntos concluían que una familia sólida fomenta el desarrollo positivo de los niños.
Hemos entrado en el mes de los niños, buena oportunidad para hablar de la arquitectura, pero no de una arquitectura quizá de edificios o demás estructuras físicas, sino de la arquitectura humana, como arte de acompañar a nuestros niños y niñas en procesos que le enseñen a vivir de acuerdo a la verdad la bondad y belleza de su ser, en una comunidad que lo acoge y le enseña los valores y virtudes propios de una herencia cultural milenaria.
Somos fecundados fruto de la donación de un hombre y una mujer, quienes deciden entregar sus vidas, dando cumplimiento a las palabras del Génesis: “Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo”. (Gen. 2,24).
Es allí donde el hombre deja su egoísmo natural y comienza a formar comunidad. “Una sola carne” significa, que fruto de su entrega total, nacen los niños, amor esponsal y eterno. Quienes se entregan para toda la vida, reciben la gracia divina para acompañar a la nueva vida que se recibe en calor de hogar . Allí cuando la mamá le da leche materna a su hijo le está trasmitiendo fe, esperanza y caridad.
Es allí donde aprendimos que existen momentos sagrados para encontrarnos, éstos no se discuten simplemente se acogen. Cómo no recordar los días en que con mis cuatro hermanos, papá y mamá rezábamos el rosario y nos encontrábamos para orar y descubrir el momento sagrado de la comunión y el encuentro con Dios. Cómo olvidar cuando visitaba a mis abuelitos y veía en su habitación un Cristo, la Biblia, la imagen de la virgen del Carmen, en un altar que para ellos era muy sagrado.
En la escuela el domingo, las profesoras nos llevaban a misa y aprendíamos que Dios ocupa en nuestra vida un lugar importante, cantábamos los villancicos en diciembre con nuestra catequista, aunque nos motivara un obsequio sencillo para el último día de novena, también, el regalo que nos dejaban nuestros padres la noche del 24, y el veinticinco amanecíamos felices porque el Niño Dios nos lo había traído. Podríamos seguir con la lista interminable de celebración de la comunión.
Así aprendimos que aunque había también momentos difíciles en casa, Dios nos mantenía unidos, que éstos eran muy cortos y que vendrían otros muy especiales. Aprenderíamos que la vida no es color de rosa, pero sí color esperanza.
Nuestros padre nos entregaron la herencia de los valores que harían de nosotros seres humanos, y con la gracia de Dios, más que humanos, para ser protagonistas de nuestra historia y sembradores de valores que nos ayudarían a descubrir lo esencial de la existencia para descubrir en ella el gozo de vivir, de ser hijos de Dios, en la artesanía de un mundo mejor.
Por último, como olvidar la relación y el significado que tiene nuestra vida, también gracias a que nuestros padres, profesores, y aun en las escuelas deportivas en las que compartimos, estaban en sintonía de formar seres humanos capaces de vivir con esperanza en la donación de nuestra vida a una misión de humanidad.
En este mes damos gracias a Dios por nuestros padres y todos aquellos que hicieron posible la mejor arquitectura de nuestras vidas con los valores y virtudes que nos enseñaron para ser hombres y mujeres de bien. Es entonces nuestra tarea, ser arquitectos de humanidad y continuar con la herencia que nos han dejado nuestros antepasados y hacer que este mundo sea mejor y crezca cada vez más en fe, esperanza y caridad, también en el corazón de nuestros niños y niñas.
Ésta es una tarea no sólo de este mes, sino de toda nuestra vida. Dios siga regalando los dones necesarios para que juntos, con los carismas que hemos recibido, los compartamos a las nuevas generaciones, haciendo de esta tierra una oportunidad de justicia y caridad para todos.
P. Wilinton Torres Pulido
Director del Departamento de Estado Laical