Lun 9 Mayo 2016
La comunicación
Por Monseñor Fabio Suescún Mutis: La comunicación entre los humanos está al servicio de la convivencia. Es el lazo que establece la comunión entre iguales y pue¬de, mediante el dialogo, superar los conflictos. La comunicación nos permite entrar en rela¬ción con todo lo que nos rodea: el cosmos, los semejantes. Dios.
Queremos y necesitamos encontramos con el otro. El contacto físico fortalece la rela¬ción. Vamos al encuentro de los familiares y amigos. El corazón necesita de la presencia de los seres amados. Los medios de transporte fa¬cilitan el deseo de quienes quieren estar juntos pero están lejos. Un abrazo muestra cercanía en el afecto, da apoyo y compañía. Una bofeta¬da es desprecio, castigo, rechazo.
El estafeta corría grandes distancias para levar noticias. Las señales de humo y los tam¬bores llevaban mensajes a través de valles y montañas.
El hombre ha puesto la tecnología al ser¬vicio de la comunicación humana hasta llegar a la red que nos permite ser ciudadanos del mundo y testigos directos de los acontecimientos.
Dos no vive en un mundo solitario. Nos ha creado para compartir con nosotros y, ante el desprecio de la criatura se ha acercado por medio de su hijo Jesús para restablecer los vínculos de amor. Ha establecido su casa entre nosotros, y más allá de la obra creadora, se ha dado a conocer plenamente por medio de su Verba fe Palabra de Dios (Cí Jn 1.148X).
De la persona sale la palabra para dar a co¬nocer (as Ideas y tos sentimientos más profun¬dos El lenguaje humano permite el encuentro de dos mundos interiores. Es pobre aquel que no tiene con quién hablar.
Para que sea posible la comunicación hay que recorrer un camino de doble vía: transmitir y reatar, hablar y escuchar. La sabiduría dice que “No hay peor sordo que el que no quie¬re escuchar”.
Podemos agregar que “No hay peor mudo que el que no quiere hablar”. Quien no puede oír ni puede transmitir lo que siente está fuera de la realidad, se queda encerrado en sí mismo, lo que constituye un dolor, una en¬fermedad, una soledad. Jesús liberó a un sor¬do que apenas podía hablar y lo integró a la vida de su familia y de su sociedad.
El poder del Mesías le permitió a aquel pobre hombre abrirse a la alegría de la convivencia (Ct Me 7.31-37). El sordomudo del Evangelio es un hombre-símbolo. Es sordo aquel que no oye nada más que a s mismo. Quien escucha la voz de Dios y contempla sus maravillas puede des¬atar su lengua para cantar alabanzas al Buen Dios.
Pero no basta el buen funcionamiento de los sentidos varios obstáculos impiden una buena sintonía con el interlocutor. Nada en¬tiende quien no conoce el idioma de aquel con quien dialoga. Más aún podemos hablar la mis¬ma lengua más no comprender muchos térmi¬nos y desconocer significados de una misma palabra. Pero ante todo bloquean la comuni¬cación los prejuicios que tenemos hacia aquel que intenta darse a conocer. Oímos muchas cosas y necesitamos sabiduría para discernir qué es Importante y qué mera palabrería.
Podemos decir muchas cosas, pero necesitamos la prudencia para saber qué palabra es conveniente pronunciar y cuál debemos calar.
El Dios vivo antes de la posesión de la tie¬rra prometida, hace con tos hebreos un pacto de exclusividad (Cf. Ex 24,8). Dios garantiza su protección y el pueblo será feliz en el cumpli¬miento de sus mandatos: “yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”. Las primeras palabras de la Ley de la Alianza son éstas 'escucha Israel' IDt 6.4X . "Escucha”, shemá en hebreo, exige varias actitudes: el interés por la persona y por las cosas que dice, la intención para entender lo que se transmite y la respuesta en acción a la palabra recibida.
+ Monseñor Fabio Suescún Mutis
Obispo Castrense de Colombia