Mar 10 Mar 2020
La vida, sí
Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Hemos sido testigos de otro “round” legislativo del empeño recurrente de avanzar en la despenalización del aborto. Desafortunadamente, además de las presiones internas de parte de algunos sectores sociales e ideológicos, sabemos que corresponde también a una agenda internacional que presiona a los Estados en tal sentido. En este momento, por ejemplo, especialmente en la Argentina, como en otros países de la región, se libran debates en relación con el tema de la adopción del aborto como “derecho”, aplicado especialmente a la mujer, por definición y sublime identidad, protectora y defensora de la vida humana.
La inevitable insistencia en el tema, nos da también la oportunidad de ratificar, en favor de la vida, lo que, desde la ley natural, el Evangelio y el discernimiento de hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo, se evidencia como fundamento para el cuidado y protección de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.
Necesario es, por ejemplo, retomar las ponderadas consideraciones de San Juan Pablo II en su carta encíclica “El Evangelio de la Vida”, tan luminosa, sin duda, para ubicar los fundamentos éticos sobre todo del tema, sin omitir los contextos culturales y presiones políticas que explican, entre otras razones, la recurrencia del mismo y las contradicciones internas de quienes lo plantean. Simplemente tomo algunas afirmaciones suyas referidas a nuevas y diversas formas de atentar contra la vida: “...Está también en el plano cultural, social y político… la tendencia, cada vez más frecuente, a interpretar estos delitos contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos” (EV.18). No es difícil notar que los atentados contra la vida van exactamente en dirección contraria a los de su respeto fundamental y en tal sentido, constituyen una “amenaza frontal a toda la cultura de los derechos del hombre” (Ibidem). Y en las raíces de estas concepciones, a no dudar, está el concepto subjetivo de libertad y la separación de ésta con la verdad.
A propósito, afirma el Papa: “hay un aspecto aún más profundo que acentuar: la libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad” (#19). Sorprende la cantidad de argumentos que se esgrimen para justificar el aborto, como, por ejemplo, que el nuevo ser humano engendrado, sería una “extensión”, o un “apéndice” del cuerpo de la mujer, sobre el que ella tiene derecho, y no una vida humana en desarrollo, con su propia identidad genética, peculiar y distinta de quienes la han engendrado, no obstante recibir el ADN de ambos. Esta realidad, si lo vemos fenomenológicamente y nos miramos a cada uno de nosotros, fue el origen de nuestro propio ser, existente, visible y verdadero ser humano con una vocación, misión y un proyecto de vida personal, aún en desarrollo. Por fortuna no truncado en sus inicios. Una realidad y verdad que no se puede separar de una presunta libertad para ir en contra.
Sin ambages, ante la terminología ambigua que se suele usar para definir el aborto, como por ejemplo “interrupción voluntaria del embarazo” (IVE), para atenuar su gravedad ante la opinión pública, San Juan Pablo la define: “el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento” (EV,58).
Verdad objetiva y libertad no son separables desde el punto de vista ético. El relativismo moral, entre otras razones, ha llevado a este divorcio. Advertir proféticamente y llamar la atención sobre las consecuencias para el presente y futuro de la humanidad sobre la defensa y protección del niño por nacer, paradójicamente y con pertinencia hoy tan preocupada por el medio ambiente, donde la vida en todas sus formas ocupa el primer lugar, ha de ser una convicción profunda, expresada con respeto y paciencia, pensando siempre en el bien de la familia humana que en los planes de Dios nos mira con amor y misericordia. ¡La vida sí! Con mi fraterno saludo.
+ Ismael Rueda Sierra
Arzobispo de Bucaramanga