Mar 16 Feb 2016
"Profeta y mártir de la paz"
Estamos iniciando la celebración del año centenario del nacimiento de Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, primer Obispo de Arauca. Mons. Jesús Emilio nació en Santo Domingo (Antioquia) el 14 de febrero 1916; fue ordenado presbítero para el Instituto de Misiones de Yarumal, donde se formó, el 1 de septiembre de 1940; luego, se doctoró en Teología en la Universidad Javeriana de Bogotá; recibió la consagración episcopal el 10 de enero de 1971; fue secuestrado, torturado y asesinado, en nombre de la “justicia”, por un comando del ELN, el 2 de octubre de 1989.
Prestó varios servicios dentro de su Instituto; primero, como formador de los futuros misioneros y después en el gobierno, llegando a ocupar el cargo de Superior General. Se desempeñó como celoso pastor de Arauca durante casi 19 años, hasta su muerte. Estuvo dotado de una clara inteligencia y de una rica sensibilidad, que le permitieron ser un gran intelectual, literato y teólogo. Llegó a adquirir fama como escritor y como orador sagrado, por la profundidad de sus conceptos y la belleza de su estilo, en la línea de los Padres de la Iglesia.
Se caracterizó por la sencillez de su vida entregada toda al servicio de su vocación misionera y por su honda espiritualidad que le daba una luminosa visión de la realidad y una fuerza apasionante para hablar de Cristo y su Evangelio. En su diócesis, se esforzó en promover diversos programas de catequesis, de educación y de salud, buscando el bienestar de los indios Tunebos y de los campesinos. Se presentó siempre como un apóstol de la paz ante la violencia de los colonizadores, la violencia de las guerrillas y la violencia de la represión militar, que azotaban su diócesis.
La figura de Jesús Emilio Jaramillo nos resulta actual y digna de especial relieve por diversos motivos. Fundamentalmente, porque ante la presencia del mal y la violencia, hizo las mismas opciones de Jesús, que infortunadamente no han hecho otros eclesiásticos. Supo que la única arma que podía usar para cambiar una sociedad violenta e injusta era el Evangelio. Cuando, ante las amenazas de que era objeto, se le ofreció la posibilidad de ejercer su ministerio en otra diócesis respondió resueltamente que prefería acompañar a la grey más bien que huir ante el peligro, como un mercenario. Quiso continuar la obra de Jesús, como él, dejándose matar más bien que matando a otros.
Mons. Jesús Emilio nos esclarece hoy el camino, cuando meditando sobre la misión de la Iglesia ante la difícil situación de violencia de nuestro país escribe: “Ella tiene que ser imparcial como una madre cuyos hijos están peleando entre sí. Ella no puede ser testigo de un hijo contra el otro. Esta imparcialidad de la Iglesia no significa cobardía, no compromiso. Al contrario, es una posición heroica, es un sacrificio cruento en favor del hombre. Es posición difícil el no dejarse parcializar, cuando todos los bandos en conflicto halan de sus vestidos en sentido contrario. Esta imparcialidad es el mejor servicio de la Iglesia a la comunidad”.
Su vida fue Cristo. Él mismo, desde su juventud, confesó: “Me siento forzosamente apóstol, mensajero. Llevo una Buena Nueva a mi pueblo sentado en sombras de muerte… Diré a los ciegos: llegó la luz; diré a los muertos: llegó la resurrección; a los equivocados: la verdad; a los cautivos: la libertad; a los combatientes: la paz. Porque todo eso es Cristo, y el mundo moderno, mi mundo, él también es todo eso: el ciego, el muerto, el extraviado, el cautivo y el sin paz. Pero quiero asimilar el mensaje, identificarme con él. El mensaje no irá en mi boca sino en mi vida. Yo mismo seré el mensaje, identificado con Jesús”. Por eso, puede leerse sobre su tumba: “Profeta y mártir de la paz”; y por eso también, San Juan Pablo II lo propuso como uno de los “testigos de la fe” en el siglo XX.
+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín