Pasar al contenido principal

obispo cúcuta

Lun 17 Jul 2023

La Virgen María: Madre en el orden de la gracia

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve -El mes de julio nos llena de gozo con la celebración de dos advocaciones de la Virgen muy queridas por todos nosotros: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y Nuestra Señora del Carmen. La devoción a la Virgen María en todas sus advocaciones, es un fuerte llamado a vivir en gracia de Dios, que es el estado en el que se mantuvo siempre María, porque es la llena de gracia, como nos la presenta el Evangelio. Una vida interior en gracia de Dios que la hizo proclamar ante el anuncio del arcángel Gabriel: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38), reconociéndose como sierva de Dios que responde auxiliada por la gracia que deja actuar en su vida. La Santísima Virgen María nos quiere cristianos semejantes a Ella en la vida de la gracia, que consiste en la limpieza de corazón y la rectitud de vida para obrar de acuerdo con la voluntad de Dios. El corazón de María siempre fue limpio, siempre se mantuvo en estado de gracia, fue permanentemente un santuario reservado solo a Dios, donde ninguna criatura humana le robó el corazón, reinando solo el amor y el fervor por la gloria de Dios y colaborando con la entrega de su vida a la salvación de toda la humanidad, en total unión con su Hijo Jesucristo. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia” (Lumen Gentium #61). Mantenerse en estado de gracia es el camino seguro para cumplir cada día con la voluntad de Dios a ejemplo de María, tal como lo oramos varias veces al día en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), en actitud de oración contemplativa, en una vida por entero dedicada a la búsqueda de Dios. En este mundo con tanto ruido y confusión exterior, donde se ha perdido el horizonte y la meta de la vida, se necesita el corazón de los creyentes fortalecido por el estado de gracia, que hace posible el contacto continuo con Dios, en actitud contemplativa, descubriendo en cada momento la voluntad de Dios, con una vida en total entrega a la misión, como María nos lo enseña permanentemente. Es esta la gracia que debemos pedir a la Virgen, cada vez que nos dirigimos a Ella y en los momentos en los que celebramos una de sus advocaciones, renovar nuestro deseo de tenerla siempre como Madre en el orden de la gracia. Cuando el discípulo de Cristo desarrolla su vida interior, a ejemplo de María, es capaz de discernir todos los momentos de la vida, aún los momentos de Cruz, a la luz del Evangelio. María precisamente enseña al creyente a mantener la fe firme al pie de la Cruz, Ella estaba allí con dolor, pero con esperanza; en ese lugar Ella estaba en total comunión de mente y de corazón con su Hijo Jesucristo, así lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica cuando dice: “La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la Fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26-27)” (LG #58) (CCE 964). De un corazón que aprende a estar en gracia de Dios, brota la capacidad para vivir los momentos difíciles y tormentosos de la vida, como una oportunidad para fortalecer la fe, mantener viva la esperanza y acrecentar la caridad cristiana. María al pie de la Cruz, da a la Iglesia y a cada uno la esperanza para iluminar cada momento de la existencia humana, aún los más dolorosos. María, Madre en el orden de la gracia está acompañando el caminar de todos. También en la Cruz y la dificultad, descubramos qué nos está pidiendo Dios y hagamos lo que Él nos vaya diciendo en el silencio del corazón. Jesús hoy nos dice que confiando en su gracia escuchemos su Palabra, recibamos los sacramentos, oremos y pongamos de nuestra parte toda la fe, toda la esperanza y toda la caridad, y Él se encargará del resto, darnos su gracia y su paz, en todos los momentos de la vida, los más fáciles y también en las tormentas que llegan a la existencia humana y todos en comunión hacernos servidores los unos de los otros. Solo poniendo al servicio de Dios y de los demás lo que somos y tenemos, todo irá mejorando a nuestro alrededor, en la familia, en el trabajo, en la comunidad parroquial y en el ambiente social. Los convoco a poner la vida personal y familiar, bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María: Madre en el orden de la gracia, que nos dé la fortaleza para vivir en estado de gracia todos los días de nuestra vida y que en gracia de Dios caminemos juntos, con nuestros niños, jóvenes y mayores. Que el glorioso Patriarca san José, unido a la Madre de todas las gracias, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo muchas gracias y bendiciones para cada uno de ustedes y sus familias. En unión de oraciones, reciban mi bendición. +​​​​​Monseñor José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 11 Mayo 2020

Bajo tu amparo, Santa Madre de Dios

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid -Con gran esperanza y fe, escribo estas palabras para el periódico diocesano LA VERDAD, que en esta ocasión llega a ustedes por medio de los modernos medios de comunicación social, en forma virtual. Para todos es bien conocida la situación en la cual nos encontramos por un gran riesgo sanitario, ocasiona­do por un agente biológico, el virus CORONAVI­RUS, que ha ocasionado más de 240.000 contagios, superando las 10.000 personas fallecidas en más de 170 países del mundo, en cantidades diversas pero que ya es una PANDEMIA declarada. Con nuestros ojos y con nuestra particular forma de comprender las cosas vamos viendo ya los signos de esta gran preocupación para toda nuestra comunidad. También en Colombia, al momento de escribir estas palabras los infectados positivos al virus, son 145 personas y esta cifra está en crecimiento. Es una triste realidad, que por las condiciones de glo­balización y de posibilidad de movimiento y viajes que tienen las personas hoy, ha permitido el avance y contagio de este virus, que amenaza la vida humana. Seguramente hay otros virus y enfermedades que glo­balmente, ocasionan más muertes entre nosotros, pero la difusión que han hecho los medios de comunica­ción social y la virulencia y agresividad de este agente biológico, hacen temer un gran número de muertes en nuestro medio, especialmente las personas ancianas, con dificultades y problemas en sus defensas o que tienen otros problemas graves de salud los amenazan grandemente. Esta situación nos ha tocado también en la fe, en la vivencia de nuestra vida cristiana, privándonos de la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, decisión dolorosa pero necesaria para no arriesgar la vida de muchos hermanos o la vida personal de quien se expone al virus, que es de muy fácil propagación. Debemos como comunidad de fe, reflexionar también en esta situación y en las enseñanzas que podemos adquirir todos en medio de esta prueba. Para muchos de nosotros la renuncia a la celebración de la Eucaristía, los sacerdotes la siguen celebrando en privado, nos hace reconocer la centralidad e im­portancia de este encuentro personal con Jesucris­to, donde le recibimos real y personalmente presente en el Pan y el Vino, que son su Cuerpo y su Sangre. También sentimos la ausencia de la comunidad de fe, de los hermanos que juntos se encuentran y viven comunitariamente su fe en la vivencia de los sacra­mentos, en la formación y catequesis que acompañan la vida cristiana. También tenemos que entender el sacrificio, la cari­dad, el dolor de muchos en este momento que están privados de lo necesario por la ausencia de trabajo o de bienes, por la dedicación inmensa que tienen que hacer de su vida y de sus acciones al servicio de los hermanos que viven la prueba. Esta gran emergencia tiene que hacernos pensar en muchos de los criterios que aplica la economía y el mercado imperante, los salarios de los jugadores son exorbitantes, como las ganancias de los artistas, que seguramente corresponden a su esfuerzo, pero se nos muestra que la compensación de los agentes sanita­rios (médicos, especialistas, investigadores, perso­nal de los hospitales, enfermeros) no corresponde a su trabajo generoso y riesgos asumidos en el servicio de los otros. La situación que enfrentamos, que ape­nas comienza, tiene que hacernos pen­sar en valores superiores, el cuidado y la dedicación a los ancianos que te­nemos que proteger y acompañar, la dolorosa realidad de los pobres y nece­sitados, la difícil situación de los que viven en condiciones precarias por la falta de trabajo, de justas oportuni­dades y remuneración. Muchos dedicarán su tiempo, su es­fuerzo, su tarea con un gran riesgo para atender la emergencia, en pri­mer lugar los Gobernantes, a nivel mundial y a nivel nacional, en nuestra región, de ellos esperamos gran decisión, claridad y precisión en sus decisiones. Para ellos pedimos a Dios las luces del Espíritu Santo. En sus decisiones está el futuro y el rumbo que tomen los volúmenes de contagio de esta enfermedad, que no perdonará a muchos. En momentos de la historia humana, donde el hom­bre consideraba que estaba a salvo y se consideraba el amo y señor de la naturaleza y del ambiente, un pequeño virus, ha tomado al descubierto a las nacio­nes más importantes de la tierra, poniéndolas de rodi­llas. Esta enfermedad nos recuerda la fragilidad de la vida humana, de su naturaleza superior por la inteligencia y capacidades decisionales, propias de su alma, pero también la fragilidad de la condición biológica de la persona humana. Un pequeño virus tiene en vilo a la humanidad entera. Se unen en el hombre su gran naturaleza y valor, pero también su gran fragilidad. De frente a esta gran pandemia, tenemos que entender que el hombre hace parte también de una realidad bio­lógica muy compleja, que no conocemos totalmente y que muestra la debilidad del hombre. Tenemos que aprender que el hombre es limitado, y no tiene las respuestas a todos los retos de la vida y existencia humana. La fragilidad y la debilidad de estos momentos nos tienen que llevar a respetar y a defender la vida humana en todas sus dimensiones, desde la concepción, desde el pri­mer instante, hasta el término na­tural de la existencia, esta es una de las grandes enseñanzas. El hombre y su inteligencia ha hecho adelantos inmensos en los últimos decenios, especialmente en la medicina, pero en esta situa­ción concreta se encuentra débil y con las manos vacías. En estas circunstancias aprende­mos muchas cosas, una de ellas la necesidad de la caridad y el servi­cio que debemos todos vivir, para ayudar a los enfermos, a los ne­cesitados, para propiciar la ayuda a quien esté en dificultades. En primer lugar los médicos, las autoridades, las fuerzas del orden -Ejercito y Policía Nacional- que están des­plegando su ingente tarea y acción. Es de valorar el esfuerzo de nuestros hospitales, clínicas, lugares de atención médica, a ellos tenemos que ayudar y prote­ger, de ellos depende nuestra vida. Gratitud para quienes nos siguen brindando la po­sibilidad del alimento, la provisión de lo necesario para la vida. Tenemos que ayudarnos y cuidarnos todos, mutuamente, en familia, permaneciendo en nuestros hogares y espacios seguros, para evi­tar ser transmisores de la enfermedad. Gran res­ponsabilidad en el aprovisionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad, caridad hacia los pobres y necesitados, donde podamos ayudar y completar lo necesario a niños y ancianos. Saludo afectuosamente a los sacerdotes, quienes viven un particular momento de prueba en estos momentos por la ausencia de sus comunidades. Los invito a cui­dar a los enfermos, a los pobres, a los necesitados en estos momentos de prueba. A los religiosos y religio­sas, también un saludo para que continúen viviendo la caridad de Cristo en sus carismas y llamadas recibidas de Dios. A los seminaristas los exhorto a continuar su proceso formativo con gran responsabilidad, con la oración y el estudio. En esta grave crisis, como Obispo diocesano de Cú­cuta, he repetido la consagración que esta ciudad hizo al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del gran terremoto y que se cumplió en la construc­ción del Monumento de Cristo Rey que preside la ciudad. A Él, con fe cierta, pedimos la protección de la ciudad y de sus hijos, de Norte de Santander y de Colombia entera, también del hermano pueblo de Venezuela en momentos bien difíciles de su histo­ria. He querido llevar con devoción y solemnidad el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad y bendecir cada uno de sus espacios, implorando la protección del Señor sobre nosotros. Los invito a que no cesemos en la oración, en la pe­tición a la protección de Dios sobre nosotros y sobre todo el mundo. Con devoción pidamos también a la Santa Madre de Dios que salvó a Roma de la peste negra en el año 590 que nos proteja. Oremos todos con devoción y fe: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, de todo peligro líbranos oh Virgen Gloriosa y Bendita. Amén.San José, nuestro celeste Patrono nos proteja como protegió a su Santa Familia, Jesús y María Santísima. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 16 Nov 2018

Gritar, Responder, Liberar; verbos activos, dinámicos, comprometedores

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El Santo Padre Francisco ha querido crear en la Iglesia la Jornada Mundial de los pobres. Desea que la Iglesia entera dirija su mirada a los pobres, a los que sufren, a los que tienen gran necesidad en sus vidas. Nosotros, en nuestra ciudad tenemos una masiva presencia de personas que tienen gran necesidad, urgencias y afugias en sus vidas. Este es el segundo año que celebramos esta Jornada. En su mensaje, a partir de tres verbos, gritar, responder, liberar, el Papa Francisco ha querido que la Segunda Jornada de los Pobres nos llame la atención y nos permita descubrir el sentido auténtico de nuestra preocupación y de nuestras acciones en favor de los pobres. Desde el mismo comienzo de la vida de la Iglesia, la opción por los pobres fue un hecho claro y evidente. Lejos de una mera expresión que muchas veces se ha usado, mirar al pobre es la forma de concretar la verdad del Evangelio celebrada y vivida en la fe. Gritar. Esta palabra revela una de las acciones más vivas del ser humano. Hoy escuchamos muchos gritos, gritos de euforia, gritos de alegría, gritos de desconsuelo. El verbo gritar implica una acción que puede y debe tener dos sentidos: Escuchar para saber que se vive, actuar para interpretar el grito como una llamada de atención que no se puede quedar en una mera conmoción sino que pasa a una acción en la que siempre se ha ofrecido la dinámica de la caridad que, como bien lo propuso el Señor, es silenciosa, eficaz y luminosa, así no la perciba el mundo. Responder. La respuesta ante el grito de los que sufren siempre ha sido generosa y clara. No se puede ignorar el raudal inmenso de acciones, de obras, de signos de misericordia, tantas veces desconocidos o ignorados a propósito porque la alegría de dar, las saludables iniciativas de servicio y de caridad no son ni deben ser meras expresiones que se vuelven ostentación de las acciones, sino modos concretos de acudir presurosos a las raíces mismas del dolor, de la pobreza, del sufrimiento humano. Nosotros sabemos de humanidad y, concretamente, esta Iglesia que peregrina en Cúcuta, ha sabido salir al encuentro de muchas realidades con unos signos evidentes y concretos que manifiestan que, aún desde las naturales limitaciones, hemos podido dar desde la pobreza con una generosidad ejemplar, activa, gozosa, que trae paz y esperanza, que es capaz de iluminar la vida de tantísimos que han recibido un servicio amoroso hecho desde la fe y la esperanza. Liberar. Esta expresión es también muy usada, ha denominado acciones y tareas que, cuando se viven desde la fe, incluyen la superación del pecado que provoca la esclavitud, el hambre, la muerte, enfrentados con valerosa alegría por acciones simples, concretas, amorosamente realizadas por los que, iluminados por el amor de Jesús, han imitado al que, con su vida, nos libera y nos fortalece. Liberar implica el conocimiento real de la persona, de la cultura, que tantas veces se ve atada, restringida, violentada por acciones humanas que destruyen la obra de Dios. La Iglesia es experta en humanidad y por ello, a pesar de que no se reconozcan con justica sus acciones, ha sabido romper cadenas, desatar el corazón de los que sufren, sanar heridas y llevar a los que necesitan “el vino del consuelo y el aceite de la alegría”, como dice un texto litúrgico que retrata la acción liberadora del Buen Samaritano que es Cristo mismo acudiendo presuroso al corazón necesitado de aliento y fortaleza. Gritar, Responder, Liberar; verbos activos, dinámicos, comprometedores, son acciones constantes entre nosotros que no podremos negar con cuanto amor se ha procedido siempre, con qué alegría espiritual hemos buscado llegar incluso desde nuestras limitaciones, al corazón del que experimenta la pobreza en sus consecuencias más dramáticas: desplazamiento, indigencia, esclavitud. Nos corresponde no solo mirar cuanto hemos hecho con amor, sino también cobrar aliento para seguir escuchando con amor, para seguir llegando al dolor del hermano, para seguirlo liberando de verdad en acciones en las que el amor a Dios se hace concreto cuando se llega al hermano con la misma fuerza del Señor que sigue tendiendo su mano y que sigue recibiendo, con una gratitud que bendice, la buena voluntad con la que seguimos ofreciendo amor y esperanza. Ayudemos a los pobres, interesémonos por sus necesidades, dediquemos a ellos esfuerzos y trabajo, vivamos la caridad de Cristo, oremos por sus necesidades. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Vie 26 Oct 2018

Digamos NO AL ABORTO

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días se nos presenta nuevamente el tema de la despenalización del aborto en Colombia, tema que suscita en todos los miembros de nuestra comunidad una gran sensibilidad y necesita también una palabra clara y precisa para orientar a los hombres y mujeres que viven la fe. Tenemos presente también que estos hechos suscitan un gran drama entre quienes tienen que enfrentarlo, poniéndonos de frente al gran tema del valor de la vida humana. En el designo amoroso de Dios, en las normas y modelo de vida que nos ha regalado, resuena claramente en la Palabra de Dios el precepto: “No matarás” en el libro del Éxodo (Ex 20, 13) y que Jesucristo en el Sermón de la montaña nos recuerda claramente (Mateo 5, 21). La vida humana es sagrada. Ella pertenece solamente a Dios, está en sus manos y en su plan, desde el momento mismo de la concepción hasta el término final de la misma. Ningún hombre o mujer puede atribuirse el derecho a matar o “interrumpir la vida humana”, se puede intentar disfrazar con otras palabras este hecho, pero siempre será el asesinato de una vida inocente, un acto realizado por un sicario. Como recientemente nos enseñó el Papa Francisco). En la cultura occidental, en el espacio jurídico y en el diario vivir de nuestro contexto social, toman cada vez más fuerza los “Derechos humanos”, algo justo y necesario, que lleva a fortalecer las condiciones de vida, los derechos y obligaciones de todos en el marco que pretende dar a cada uno lo que le corresponde. Muchos se han empeñado en este frente -de los derechos humanos-, pero con figuras de lenguaje y palabras, a veces ambiguas, se quiere destruir uno de los derechos fundamentales de la persona humana, el derecho a la vida, un derecho inalienable, que pertenece concretamente pertenece a un embrión o a un feto no nacido, o a un niño que ya es viable para una vida autónoma. Esta creatura es una persona humana, sujeto de deberes y derechos por parte de la sociedad. ¿Es justo matar un niño a pocos días de su nacimiento? ¿Es licito matar una vida inocente en los días que su nacimiento es ya viable, en los parámetros de la capacidad técnica de la medicina para mantener la vida? En una forma equivocada se van abriendo espacios para nuevos “derechos” (derecho al aborto, a nuevas formas de unión de parejas del mismo sexo, a la eutanasia, al uso de drogas) pero que no corresponden a la moral ni a la ética humana, leída en sus verdaderos fundamentos antropológicos. Podemos decir que descansan estas reflexiones sobre una antropología equivocada. El derecho a la vida humana es un derecho natural e inalienable, que también es tutelado por la Constitución de la República de Colombia (“El derecho a la vida es inviolable”, Articulo 11). No puede existir una forma de manipulación del lenguaje, que lleve a presentar el aborto, con otras palabras o con otra modalidad de expresión que lo descargue de su peso moral. El aborto es la conculcación de un derecho a la vida, es la muerte de un ser humano que tiene derecho a nacer y a recibir lo necesario para ser autónomo y cumplir el plan de Dios para el hombre. La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde su inicio, es decir desde la concepción misma (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2270). A una creatura indefensa, a un hombre en potencia, tiene que respetarse su derecho a la vida, debe protegerse y debe garantizarse. Si se invoca el respeto a los derechos humanos, debería respetarse el primero y fundamental entre todos: el derecho a la vida, el derecho a nacer. El aborto es un hecho contrario a la moral católica y a la ética, es claro que matar una vida humana está íntimamente ligado a la acción que consideramos “mala”. Este llamado se repite para la vida humana en todos los contextos y en el tiempo de su existencia. Nuestros Legisladores deben reflexionar y pensar que su tarea legislativa, tiene que defender, cuidar, garantizar la vida de todos los hombres y mujeres, también ciudadanos, incluso los no nacidos. El hombre, en su ser mismo, desde la concepción tiene que ser defendido en su integridad. De frente a la dramática realidad el aborto, se nos presentan el derecho fundamental a la vida, contrapuesto a otro presunto “derecho” a decidir el aborto, como si la vida del niño fuera propiedad de la madre (un derecho individual de la madre). En la reflexión sobre el aborto en Colombia debemos tener claro que cuanto se ha aprobado en su momento por la Corte Constitucional, la despenalización del aborto, con la sentencia C-355/2006, puede ser considerada como una ley injusta desde la moral católica. Respetuosamente, con las autoridades civiles legislativas, debemos señalar que esta decisión establece la apertura a este grave atentado a la vida humana, el aborto, sin pasar por la decisión del legislador y al ratificar su decisión se está fortaleciendo una decisión que va contra la vida humana. El uso de la expresión “interrupción del embarazo” quiere descargar de su peso moral la acción de matar a un niño que ha sido concebido (y que está condicionado por la situación de violencia-violación, posee deformidades o padece enfermedades, disturba la concepción sicológica de la madre). San Juan Pablo II, el gran apóstol de la familia y de la vida, define el aborto como el matar la vida humana –de forma deliberada y directa- en la fase inicial de su existencia, entre la concepción y el momento del nacimiento natural (San Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 58). Como ciudadanos, pero como cristianos, disentimos del pretendido “derecho al aborto” que va apareciendo en las reflexiones y sentencias judiciales. Recordemos a los lectores que este tipo de aproximación jurídica viene desde la famosa sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América (Sentencia Roe vs. Wade: Sentencia 410 US 113 / 1973). Esta decisión abrió la puerta al aborto en forma legan en USA. En esta ella se pretende defender el “derecho de la mujer al aborto” y el derecho a la privacidad en la persona que toma esta decisión. Este tipo de concepción jurídica va entrando y permeando también nuestra jurisprudencia en detrimento del valor de la vida humana. No podemos de ninguna manera defender el aborto como un derecho, más bien es el ataque y la destrucción de la vida humana. En la teología católica, no podemos hacer prevalecer el aparente “derecho personal” de la mujer sobre el derecho real y fundamental a la vida de la vida humana que tiene el derecho a nacer (derecho inviolable del “nasciturus”). El niño en el vientre de su madre no es una “cosa”, algo que puede ser desechado sin ninguna consecuencia ética o valor moral. Todos tenemos que defender la vida humana, potenciar sus derechos, fortalecer las acciones que ayuden el nacimiento de los niños y, también las acciones que ayuden a las madres -en necesidad o en condiciones de pobreza o enfermedad- para llevar a término el nacimiento de los niños. Estas interpretaciones jurídicas que van contra la persona humana, contra el derecho fundamental a la vida, abren necesariamente la puerta a una reflexión sobre el derecho que poseen las personas que viven la vocación a las tareas sanitarias (médicos, enfermeras, personal administrativo y de servicios), así como las Instituciones a invocar el derecho a la objeción de conciencia para realizar el aborto. Es necesario que encontremos el camino para la defensa de la vida humana, para procurar su respeto y su fortalecimiento en nuestra comunidad. Ello nos hace mirar con fe y responsabilidad el futuro. Del respeto de la vida humana, en todo momento de su existencia, surge el fortalecimiento de nuestra comunidad y entorno social. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 12 Oct 2018

La Santidad al servicio de los pobres y necesitados

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El Santo Padre FRANCISCO nos ha regalado un precioso y profundo documento, la Exhortación Apostólica GAUDETE ET EXSULTATE (Alegraos y regocijaos), sobre el importante tema de la Santidad. En este periódico LA VERDAD, hemos venido reflexionando ampliamente acerca de los contenidos, que pueden ayudarnos a vivir según el modelo del Evangelio en nuestro contexto humano, en estos tiempos de complejas crisis sociales. Estos son grandes retos que se presentan a la santidad. Después de la reflexión que nos ha hecho el Santo Padre en el capítulo tercero, mirando la santidad desde el Evangelio y, en concreto desde los apartados de San Mateo referidos a las bienaventuranzas (que comprende como una forma de llegar a la santidad, al cumplir la voluntad de Cristo), nos invita a reconocer a Cristo y a mirarle, fortaleciendo nuestra vida de opciones que nos llevan a la santidad, “por Fidelidad al Maestro” (N. 96). En su reflexión, el Pontífice nos llama a mirar a Cristo, que nos hace una gran invitación a la caridad, pero que al mismo tiempo se convierte en una profunda experiencia de Cristo y de su Evangelio y que también, nos hace reflexionar profundamente acerca de las consecuencias que tiene la fe, al acercarnos a “reconocerlo en los pobres y sufrientes que se revela en el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse”. La santidad es pues la configuración con Cristo, en una relación personal e individual, pero también tiene unas consecuencias y un camino que tiene que realizarse necesariamente: El servicio y la caridad con los demás, especialmente en los pobres y aquellos que viven situaciones complejas de sufrimiento. Continuando con su reflexión el Obispo de Roma, destaca la necesidad de aceptar el evangelio en su radicalidad, en su profundo contenido, sin ninguna glosa o anotación que lo desvirtúe y le quite todo el valor de su fuerza, es decir, no podemos de ninguna manera acomodar, diluir, revisar el Evangelio de Cristo y sus consecuencias. Nos dice: “El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es el corazón palpitante de la misericordia” (N. 97). En su reflexión nos invita a meditar sobre hechos y situaciones concretas, que experimentamos en la vida, en el diario caminar de nuestra existencia de cristianos, seguidores de Cristo, para encontrar al Maestro. Es un camino que nos acerca al que tiene frio en la calle, a los abandonados, a los delincuentes, reconociendo a un “ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo” (n. 98). Este mirar a Cristo es el origen y la fuente de la santidad, que no es otra cosa que configurarse con Cristo (N. 96). El Santo Padre nos invita a poner fuerza en esta dimensión de servicio y de amor a los pobres. Creo que en nuestras comunidades parroquiales, en los movimientos, en los distintos tipos de apostolado vivimos esta opción y esta gran fuerza de la evangelización y de la santidad. La búsqueda de la santidad pasa por en medio del servicio y ayuda a los pobres, mostrando el rostro fresco y alegre de la Iglesia. La santidad se ha asumido por muchos grandes santos que con grandes opciones por la oración y por la vida de amor a Dios y al Evangelio, no disminuyen la fuerza y la opción por el Evangelio vivido en los pobres. Nos pone unos grandes ejemplos concretos: San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, Santa Teresa de Calcuta (N. 100) ejemplos que son “testigos creíbles del Evangelio” con palabras del Papa Benedicto XVI. El compromiso con los hermanos pobres, tiene su fuerza en la vivencia de la caridad, que ella necesariamente nos lleva a la santidad. Una de las enseñanzas claras del Santo Padre está en que no podemos “separar estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con Él, de la gracia” (N. 100). Es decir, santidad y compromiso cristiano van íntimamente unidos, el uno exige necesariamente del otro, temas y acciones que van completamente unidos y con temas bien concretos: La defensa del no nacido, el compromiso con la vida, la defensa de la vida humana, la entrega a los pobres. Concluyo con una cita de la Exhortación Apostólica en la que el Santo Padre FRANCISCO nos habla y enseña claramente: “No podemos plantearnos el ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (N. 101). Espero que estas reflexiones, que son limitadas, y que dejan muchos elementos del documento sin una necesaria profundización, nos ayuden a entrar en estos temas tan importantes y precisos para buscar la santidad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mar 28 Ago 2018

Diócesis de Cúcuta ayuda a caminantes venezolanos

Ante la grave situación de los venezolanos que caminan en las carreteras colombianas después de pasar la frontera, la Diócesis de Cúcuta continúa realizando esfuerzos para ayudar a estos miles de migrantes que salen de su país huyendo de la crisis económica, social y la falta de servicios básicos como salud, alimentación y educación. Muchos de ellos buscan llegar a ciudades colombianas o también llegar a otras naciones. Por las principales vías del territorio nacional transitan a diario venezolanos que buscando un mejor futuro, emprenden a pie y con sus pocas cosas, a otras ciudades de Colombia, y a países como Ecuador y Perú. Durante el recorrido se ven expuestos a soportar las bajas y altas temperaturas, hambre, cansancio, fatigas, causándoles quebrantos de salud. Desde hace un mes, debido al creciente número de migrantes que transitan por las carreteras de Colombia, pasando por Cúcuta a otras ciudades, por iniciativa de Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, obispo de esta ciudad, a través de la parroquia San Rafael, la Diócesis de Cúcuta ofrece en las vías una ayuda humanitaria que contiene agua, bocadillo (DULCE DE GUAYABA) un caramelo, sándwich y un jugo, productos básicos para calmar el hambre y tener energías. El padre Nelson Rozo, vicario de la parroquia San Rafael, cuenta que se han dirigido hacía vía Bucaramanga, donde se encuentran con grupos de 5, 10 y hasta 20 personas y les entregan un kit de alimento, el cual reciben agradecidos. “La gente queda agradecida y uno se viene con tristeza de ver adultos mayores, niños pálidos; pero le pedimos misericordia a Dios y aunque no es mucho, en algo se puede contribuir”. A esta campaña de la parroquia también ha contribuido la Casa de Paso, donando panes y agua. Los fieles también han puesto su grano de arena, el padre Nelson Rozo describe que con los recursos obtenidos se pueden preparar sándwich con jamón, queso en forma generosa y mantequilla. El día de hoy, a la entrega de alimentos, en carretera, asistió Cecilia Palacio, ex cónsul de Colombia en San Cristóbal, Venezuela, quien ha observado de primera mano la crisis económica y social de ese país, agradece la labor que ha realizado el Obispo de Cúcuta y la generosidad que siempre ha demostrado con el pueblo venezolano. “Monseñor Víctor ve la necesidad y brinda una colaboración inmensa, es una persona solidaria, de gran corazón”, afirma la ex cónsul. Palacio también manifestó que espera que el gobierno colombiano otorgue mayor atención a esta situación y se establezcan mesas de trabajo para re-direccionar equitativamente los recursos internacionales que llegan para aliviar la crisis. Fuente: Of. de comunicaciones diócesis de Cúcuta

Mar 21 Ago 2018

El reto de la verdadera educación

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Amigos lectores, deseo con ustedes afrontar un tema de vital importancia en el momento actual: el valor de la educación en la formación y crecimiento de nuestros niños y jóvenes. Vivimos un tiempo complejo, sometido a profundos cambios de orden cultural y tecnológico. En los últimos decenios la humanidad ha sufrido cambios inmensos en las capacidades tecnológicas y también de la comunicación. El hombre por la ciencia va teniendo cada vez más capacidades para enfrentar el mundo y disponer de bienestar, pero también ha entrado en una profunda crisis de valores y de falta de consistencia moral en sus hechos y comportamientos. El campo de la formación de los jóvenes y de sus principios de vida ha preocupado siempre a la Iglesia y ha comprometido en su tarea a los seguidores de Jesús, para fortalecer la escuela católica. La educación de los hijos hace parte de las tareas que no se pueden delegar ni entregar a otros sin asumir la propia responsabilidad de los esposos. En la transmisión de la vida, en la formación de una comunidad de vida en la mutua colaboración y en la educación de los hijos se concretan los altos valores a los cuales están llamados los esposos. Hoy hay muchas líneas o lecturas de la realidad social que busca arrancar a los esposos esta tarea de la educación de los hijos, entregando sus ideales, sus valores y líneas al Estado o a unos principios de presunta civilidad. La educación da razones de esperanza. El aprender las letras, los conocimientos, el saber humano no es el mero fundamento de la educación, no es el mero saber, es -sobre todo- el conocer a Dios y entender su respeto y el amor y la veneración que debemos darle. Enseña el libro de los Proverbios: “El inicio de la sabiduría es el temor de Dios” (Sap 9, 10). La primera verdad a la cual se enfrenta el hombre, desde niño, es la aceptación de Dios como creador y salvador del hombre, este es el gran reto que tienen quienes aplican las modernas teorías pedagógicas para educar y transmitir las verdades. El hombre creado por Dios, a su imagen y semejanza, está dotado de capacidades intelectuales y conocimiento que le permiten conocer y entender el plan de Dios para su existencia y, especialmente, para enfrentar el mundo con su discernimiento. El conocimiento y la ciencia son la base también del bienestar que debe procurar para su existencia. El saber, el conocer la naturaleza humana exclusivamente no son la base del conocimiento, el hombre está llamado también a conocer y amar los valores, las dimensiones trascendentes de la persona humana, que pasan más allá de lo que es meramente material. La Educación es una responsabilidad de los padres: A veces olvidamos esta verdad y este principio; la formación de los niños y de los jóvenes depende de sus padres, ellos son los primeros responsables de conocer la forma, el contenido, los métodos que se apliquen para la formación de los niños. No puede entregarse a otros esta tarea, si bien tiene que respetarse el trabajo de los profesores, los contenidos, la orientación, las grandes ideas y contenidos de la formación de los jóvenes tiene que ser supervisada con mucho cuidado por los padres. La educación comienza en los hogares, con la transmisión de los valores de la autoridad, de la honestidad, de los principios que rigen la vida de los hombres. El educar a los niños y jóvenes tiene que superar lo meramente humano, el solo conocimiento de las cosas de este mundo (sea la ciencia, sean las relaciones espacio corporales del hombre, sean las relaciones sociales entre las personas). El conocimiento hoy es inmenso, el hombre conoce tanto como nunca ha podido conocer y esta sabiduría está al alcance de todos con las modernas tecnologías. Es allí donde está el gran reto para la educación, una formación para asumir con libertad y en el respeto de la voluntad de Dios la vida y sus realidades. La escuela es uno de los dones preciosos de la comunidad humana. De la educación y de su calidad, de sus principios altos de moralidad y ética, depende el futuro de la humanidad y de nuestra comunidad concreta: Esta es la razón de la presencia de muchas comunidades religiosas y de la Iglesia misma en la tarea educativa. Hacer resplandecer el alto valor y los principios de la humanidad, de la alta dignidad de la persona humana. El gran reto está en buscar que las actividades que se realicen en la educación fortalezcan valores humanos y espirituales, que lleven a que el hombre busque siempre los bienes supremos de su existencia, que de verdad asuman los grandes principios de la existencia. Preguntémonos cuales son los valores que hoy se transmiten a los jóvenes y niños: ¿De verdad prevalecen los grandes valores?, ¿Prevalece la dimensión espiritual sobre lo material y el mero bienestar humano? Es real que tenemos una gran crisis de valores, tenemos situaciones de inmoralidad y de incoherencia en nuestra sociedad en los momentos actuales, busquemos todos fortalecer la comunidad humana desde los grandes valores de la fe. ¿Cómo son formados nuestros jóvenes? En nuestra Diócesis, estamos en la ESCUELA DE JESÚS, una escuela que nos lleva a la verdad, que nos muestra el camino de Dios, un camino donde conocemos a Dios por su PALABRA y comprendemos la Buena Noticia del Evangelio. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mié 8 Ago 2018

Evangelizadores, anunciando a Jesucristo hoy

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El anuncio que realiza la Iglesia del Señor está fundamentado en Jesucristo, que es presentado al mundo entero como Salvador y Redentor. Toda la acción, la palabra, el testimonio de la Iglesia se fundamenta en el Divino Maestro, no es obra de la propia voluntad o de la propia decisión. Es Jesucristo quien está profundamente en cada una de las palabras que transmitimos a los hombres y mujeres de todos los tiempos, para que ellos libremente encuentren el camino de la verdad, que no es otro que el camino de la salvación y de la vida eterna. Este fundamento, Cristo, es el contenido al que no podemos renunciar en nuestra acción evangelizadora. (Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n25). Nuestros tiempos están cambiando profundamente gracias a los nuevos desarrollos y capacidades tecnológicas que el hombre ha creado con sus capacidades intelectuales, en apenas un siglo hemos pasado del gran desarrollo de la tipografía, a los medios hablados, escritos, televisivos, las redes sociales. Es tan fuerte el cambio de la comunicación que estamos perdiendo la interacción personal entre los hombres, muchos de los intercambios son meramente tecnológicos (El tema de las redes sociales e internet). Es allí, en esos nuevos medios y lugares donde debemos llevar a Cristo para que toque la vida de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que sea una experiencia de vida cercana y accesible a cada uno de nosotros, para que el Evangelio se convierta en vida diaria y en experiencia de una vida de fe en la comunidad, en la Iglesia de Cristo. Dice el Maestro, “he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia...” (Jn 10, 10). El anuncio de Cristo tiene que ser un anuncio claro, explícito, seguro, ordenado en sus contenidos y en sus acciones concretas y que tengan incidencia en la vida. No es un anuncio alejado de la vida y de la experiencia de la sociedad que tienen quienes lo reciben. Esta es una de las grandes contradicciones que tienen hoy los creyentes: su forma de vida esta distante de cuanto profesan y creen. El evangelio no toca la vida de comodidad, de bienestar, de desarrollo tecnológico de que disponen. El Evangelio de Cristo, es una Palabra cierta, verdadera, que toca la existencia de los hombres, los toca con la riqueza de su fuerza, como un gran fuego que hace arder de amor la existencia de muchos, este Evangelio toca dimensiones diversas y precisas de la existencia del hombre: su dimensión personal en primer lugar, las relaciones que establece con la familia y la comunidad de otros que viven el Evangelio, la interacción con otros hombres y comunidades (Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 29). No hay contradicción entre Evangelio y vida humana. En el anuncio de Jesucristo, la humanidad encuentra el camino para fortalecer su existencia y hacer resplandecer el hombre en todas sus mejores dimensiones. El hombre es el camino del Evangelio, en la predicación del mensaje del Evangelio, en la predicación de la salvación que Cristo ofrece, se encuentra el verdadero camino de la Iglesia y del hombre (San Juan Pablo II, Redemptor hominis). No hay contradicción entre fe y ciencia, entre la fe en Cristo y el desarrollo del mundo actual. Uno de los grandes retos de la humanidad en los últimos decenios, es el desarrollo de sus capacidades y conocimientos, que han hecho posible que el hombre tenga en sus manos muchas capacidades y elementos para desarrollar su bienestar. Para muchos parece una contradicción entre estas capacidades y la opción de vida que acepta a Jesucristo. Aceptar a Jesucristo, es aceptar la esperanza, el camino de una vida nueva, donde damos testimonio del amor y de la caridad en medio de la comunidad humana. El siglo pasado presentó un modelo de lectura de la comunidad humana basado solamente en los temas de la economía y de las relaciones sociales (Marxismo, comunismo, colectivización), modelos que no tienen esperanza y que destruyen la vida del hombre quitando sus derechos y sus capacidades de realización personal. El tema de la evangelización, del anuncio de Cristo es fundamental para la Iglesia, en esta novedad se encuentra su vitalidad y su dinamismo. Cada vez que es fiel a este mandato del Señor, “Id al mundo entero y predicad del evangelio” (Mc 16, 15). La Iglesia se renueva y se fortalece, hace resurgir el fuego de su vitalidad y de la novedad de su vida, que ha cautivado a los santos y a los hombres a lo largo de la historia. Abramos el corazón a la evangelización, y después de aceptar en nuestras vidas a Jesucristo, dediquemos lo mejor de nuestro ser a la evangelización para que Cristo sea conocido, amado y servido por muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. De esta riqueza vive la Iglesia y de ella se fortalecen nuestras comunidades eclesiales en este tiempo que nos ha regalado Dios para evangelizar: llevar la buena noticia de Jesucristo a todos los hombres. Esta es la invitación para nuestra Iglesia diocesana, a ser fieles a este mandato evangelizador de Cristo, llevar la buena noticia a todos, y ponerle a Él en el corazón y en la vida de cada uno de los hombres y mujeres de nuestra comunidad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta