Mié 1 Jul 2020
De las dificultades nacen oportunidades
Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Para muchos esta situación particular que estamos viviendo, no solamente en nuestro país, sino en todo el mundo, en la que el contagio de la COVID-19, ha desatado una pandemia y nos ha obligado a vivir en aislamiento social; ha sido vista como una tragedia, por el elevado número de muertes y los altos índices de contagio, sin mencionar las dificultades que social y económicamente ha dejado esta situación después de haber sido decretada la emergencia sanitaria. Deseo con ustedes, queridos lectores de LA VERDAD, reflexionar con algunos elementos que pueden enriquecer nuestra vida en estos momentos.
Desde la antigüedad, la palabra CRISIS -especialmente desde los griegos- ha tenido un profundo significado que conduce necesariamente a pensar en las oportunidades. Vivimos una situación compleja que ha sido transmitida por los modernos medios de comunicación social. Esta amenaza ha destruido muchas vidas, abriendo escenarios muy complejos en la humanidad. Además, hoy suena con mayor fuerza la palabra “crisis”, desde todos los ámbitos: crisis de la salud, crisis económica, crisis laboral, crisis mundial, etc. Pero antes de ver la realidad con desánimo y frustración, nuestra fe en Dios nos reconforta, nos alienta y nos llena de esperanza porque nosotros “esperamos anhelantes en el Señor, él es nuestra ayuda y nuestro escudo, en él nos alegramos de corazón y en su santo nombre confiamos” (Sal 33, 20-21). Tenemos que leer con fe, con seguridad y confianza en Dios todos estos acontecimientos que nos afligen.
Dicha confianza es una certeza espiritual que nos fortalece en estos momentos de tantas limitaciones (humanas y materiales) en los que somos más conscientes de nuestra fragilidad humana, ante la cual, todos estamos en el mismo nivel de vulnerables, pero con una “esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).
San Pablo vivió situaciones en las cuales sintió de cerca su fragilidad, pero pudo entender que en esa fragilidad era donde se hacía más fuerte porque solo le bastaba la Gracia de Dios: “Pero el Señor me dijo: «mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 9-10).
Seguramente esta pandemia deber ser una oportunidad para reflexionar en muchos aspectos de la vida y la manera como la estamos asumiendo, nos debe llevar a entablar relaciones más fraternas sin distinción de raza, ideología, sino como lo quiere el Señor “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17, 21). Y por eso en este punto de la reflexión, quiero compartirles cuatro elementos que como enseñanza nos debe dejar esta pandemia:
1. Oración: Antes que nada, debemos intensificar nuestra vida de oración en los diferentes ámbitos: personal, familiar y comunitaria. Se nos ha dado el tiempo necesario para crecer en lo espiritual, para interiorizar, reflexionar, pero sobre todo para no perder nuestra relación íntima con Dios. Aunque los templos estén cerrados la Iglesia como Madre y Maestra no ha cesado de orar y se nos han abierto otras posibilidades de encuentro comunitario para vivir unidos en las parroquias. Muchos de nuestros sacerdotes se han esforzado por llegar a cada uno de sus hogares a través de las redes sociales, haciéndoles partícipes de la Santa Misa diaria, de manera que podamos siempre “orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1b).
2. Caridad: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14). Esta situación que vivimos es una oportunidad para sentirnos más hermanos, reconociendo el dolor del que sufre y no cuenta con lo necesario para vivir, ni con condiciones de vida elementales. Por ello es un tiempo para actuar desde la bondad y la generosidad de nuestro corazón con el fin de ayudar a aquel que más lo necesita e incluso ayudar a la Iglesia en sus acciones de caridad y en su labor social. Cuando pase esta emergencia, tendremos que incrementar la caridad, el servicio, la ayuda a los hermanos, para estar más cerca de los que sufren.
3. Responsabilidad: Es un tiempo donde debemos acatar y respetar todas las medidas de bioseguridad que las autoridades competentes nos han indicado, ya que el amor al prójimo también se concretiza en acciones puntales de protección y cuidado. El gesto más grande de amor al prójimo que podemos realizar es prevenir, acatando indicaciones de las autoridades para salvaguardar la vida y la integridad del otro. Este fenómeno, por ahora, no se superará fácilmente, tendremos que cuidarnos todos, ayudarnos y evitar su mayor difusión.
4. Servicio: Esta actitud por muy sencilla o simple que parezca aporta un gran dinamismo al desarrollo de nuestra región: Salud, comercio, transporte, educación, etc. A todos les invito a seguir el mandato del Señor que no vino para ser servido sino a servir (Cf. Mc 9, 35). En la comunidad, en nuestro entorno social, todos tenemos que dar nuestro aporte, con gran disponibilidad y constancia, pensando siempre en los altos valores y dimensiones que nos superan en la fragilidad humana.
La Iglesia tiene que seguir dando su aporte, generoso, constante, virtuoso en esta gran necesidad que atravesamos como humanidad. No desfallezcamos en nuestro propósito. Esta situación grave es una gran oportunidad para ser más Iglesia, para vivir profundamente en esperanza, mirando a Jesucristo, Evangelio viviente del Padre.
Que Nuestra Señora de Cúcuta interceda por cada uno de nosotros y San José, nuestro celeste patrono nos ayuden a crecer en el amor a Dios y al prójimo.
+ Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Obispo Diócesis de Cúcuta