Jue 22 Oct 2015
Más de cuarenta años al servicio de la Pastoral Penitenciaria
Desde su juventud, el padre Andrés Fernández se dedica al trabajo social en las cárceles.
El sacerdote Andrés Fernández va de negro. Ni una arruga en la sotana. Pasa los controles de los guardias, en la entrada de la cárcel. Con misal y Biblia en mano, llega para celebrar la eucaristía. Atraviesa las rejas. Se dirige al patio, la bullaranga. Y justo cuando va a acomodar su altar:
–¡Cura, tírese al suelo! –Lo empuja un interno, acto seguido de un tas tas tas de balacera que dura apenas unos minutos, aunque el religioso lo vive como un purgatorio. "Ni le cuento cómo quedó el vestido", bromea. "Me tocó la época más dura de las cárceles, que fue la década del noventa. En ese tiempo era bala va, bala viene, droga va y droga viene".
Bogotano de acento paisa, el padre Andrés reparte sus días entre las penitenciarías y la fundación Caminos de Libertad, cuyo edificio se levantó entre el 2009 y el 2011, a escasas cinco cuadras del Palacio de Nariño.
"El próximo 14 de septiembre celebro (celebró) mis primeros 45 años de preso". Suelta una carcajada, tras unas gafas que achican su mirada. Se ordenó en La Ceja (Antioquia) en 1970, el mismo pueblo en el que pasó la adolescencia y los primeros años de servicio. Era el principio de las acciones que lo llevarían a ocupar la Capellanía General del Instituto Nacional Penitenciario (Inpec), desde 1992 hasta hoy.
La Arquidiócesis de Bogotá es regente de la fundación que lidera Fernández. En la sede de su organización (creada en 1997), un edificio de dos pisos, salones, doce habitaciones, consultorios y un restaurante que vende almuerzo, se le ve en faena.
Junto a dos cocineras, llena platos con sopa y seco, según el comprador. Como un soldado más, siempre de negro, va y viene de la cocina revisando que la sazón, higiene y atención sean adecuadas. Sonríe y desea buen provecho.
"El cura de hoy debe ser todero. El lavatorio de los pies no puede ser solo para el Jueves Santo, sino una actitud de servicio 24 horas, así sea sirviendo jugo en un lugar de estos". El dinero que recaudan ayuda a mantener la edificación, pagar tres empleadas y conseguir algunos excedentes.
Allí mismo hay una oferta de servicios gratuitos para los presos (al quedar libres) y sus familias (cuando viajan de otras partes a visitarlos). En el hogar de paso pueden dormir 24 personas; en la zona de atención ofrecen consultorios odontológico, médico, psicológico y de abogados, y en la zona de capacitación les enseñan a crear productos sencillos (alimentos, bordados, artesanías) que se puedan vender fácil.
El padre advierte que la colaboración a expresidiarios es de cuidado. El hospedaje se da una o dos noches, mientras que estos se "contactan con sus seres queridos. Si no los reciben, 'paila', otra vez vuelve y juega". Esa restricción evita que se reproduzcan vicios que traen de los patios.
"En la época del Viejo Testamento me invitaron a hacer labor social en la cárcel de La Ceja, horrible y vieja. Fui con susto. Pero desde ahí me quedé, al ver las carencias y el dolor", recuerda Fernández. Luego conoció las de Rionegro, Abejorral y otras. "Fue un segundo seminario: me aterrizó y me hizo entender la fragilidad humana".
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Tomado: Diario El Tiempo (Texto y foto)