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padre Mauricio Rey Sepúlveda

Mar 18 Mar 2025

El Pensamiento Social Cristiano: claves para una transformación social integral

Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - El tejido social contemporáneo se encuentra en una encrucijada. La incertidumbre, la fragmentación y la instrumentalización del ser humano han erosionado los valores fundamentales que sostienen la convivencia y la justicia. Frente a este panorama, el Pensamiento Social Cristiano (PSC) se posiciona como una brújula ética capaz de orientar procesos de cambio, no desde la imposición de modelos cerrados, sino desde una propuesta que articula reflexión, acción y compromiso.Más que un cuerpo doctrinal rígido, el PSC es una dinámica de discernimiento en la que la realidad es interpelada a la luz de principios que permiten desentrañar sus causas profundas y proponer alternativas viables. Este análisis no solo busca exponer su relevancia teórica, sino evidenciar su impacto en la reconfiguración de los sistemas económicos, políticos y culturales.De la fragmentación a la reconstrucción del sentidoUno de los signos más evidentes de la crisis actual es la disolución de referentes compartidos. La sobrevaloración del individualismo, la relativización de la verdad y la pérdida de vínculos comunitarios han generado un vacío que se traduce en ansiedad social, polarización y crisis del compromiso cívico.Desde el PSC, la reconstrucción del sentido no pasa por un retorno nostálgico a modelos del pasado, sino por la capacidad de generar espacios de diálogo auténtico, donde la verdad y la libertad no sean vistas como opuestas, sino como dimensiones complementarias de la misma realidad.La educación juega aquí un papel central, pero no como mero mecanismo de transmisión de datos, sino como un proceso que debe formar criterios de juicio, estimulando el pensamiento crítico y la capacidad de reconocer en el otro a un interlocutor legítimo.Economía y ética: hacia una visión integral del trabajo y la producciónEl modelo económico dominante ha reducido el trabajo a una variable de ajuste, precarizando la existencia de millones de personas. La lógica de la rentabilidad inmediata ha dejado en segundo plano la pregunta por el significado del trabajo y su impacto en la construcción del bien común.El PSC invita a replantear el sentido de la actividad productiva, reivindicando el trabajo como una dimensión esencial de la realización humana. Esto implica:• Superar la dicotomía entre eficiencia y justicia social.• Impulsar modelos de producción que pongan en el centro la dignidad de la persona y el equilibrio ecológico.• Fomentar estructuras económicas basadas en la reciprocidad y la cooperación, en contraste con la competencia destructiva.La emergencia de iniciativas de economía solidaria, empresas con propósito social y modelos de comercio justo muestran que no se trata de una utopía, sino de un horizonte posible cuando la acción política y empresarial asume su responsabilidad ética.Poder y participación: reconstrucción de la esfera públicaLa democracia enfrenta una paradoja: mientras se multiplican los mecanismos formales de participación, crece el desencanto ciudadano y el escepticismo sobre la capacidad de las instituciones para generar cambios reales. El PSC aporta una perspectiva que va más allá de las estructuras políticas, entendiendo la participación como un proceso que se juega tanto en el ámbito institucional como en la vida cotidiana.Es necesario reconfigurar el concepto de ciudadanía, pasando de una visión pasiva centrada en el ejercicio del voto a una lógica de corresponsabilidad, donde cada persona se asuma como actor en la construcción del bien común. Esto implica:• Revitalizar el tejido asociativo y fortalecer los espacios de deliberación pública.• Combatir la corrupción no solo como fenómeno legal, sino como expresión de una cultura del privilegio.• Promover liderazgos basados en el servicio y no en la acumulación de poder.La regeneración del ámbito político no será el resultado de reformas aisladas, sino de un cambio de mentalidad que redescubra la dimensión comunitaria de la vida social.El desafío ecológico: una cuestión de justicia intergeneracionalEl deterioro del planeta no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de una cosmovisión que ha instrumentalizado la naturaleza y la ha reducido a un mero recurso explotable. El PSC introduce un cambio de perspectiva al situar la crisis ecológica dentro de una visión integral, donde el respeto por la creación es inseparable de la justicia social.El concepto de ecología integral, desarrollado en Laudato Si’, enfatiza que la degradación del medio ambiente y la exclusión de los más vulnerables son dos caras de la misma moneda. Esto nos lleva a repensar:• El modelo energético y el impacto de la extracción indiscriminada de recursos.• La cultura del descarte, que normaliza el desperdicio y la obsolescencia programada.• La ética del consumo, promoviendo estilos de vida sostenibles que no respondan solo a criterios de mercado.No basta con llamados genéricos a la responsabilidad ambiental. Es necesario impulsar estructuras normativas y económicas que hagan viable una transición hacia modelos productivos sostenibles sin que esto se convierta en una carga para las poblaciones más vulnerables.Espiritualidad y acción: la mística del compromisoUno de los riesgos en la aplicación del PSC es reducirlo a un catálogo de principios abstractos, desconectados de la vida real. Sin embargo, su verdadera fuerza radica en que no es solo un cuerpo de ideas, sino una forma de estar en el mundo.El compromiso con la justicia no puede ser sostenido solo por la indignación moral, sino que necesita una raíz profunda, una espiritualidad que lo nutra y le dé dirección. Esto se traduce en:• La capacidad de mantener la esperanza en medio de contextos adversos.• La disposición a asumir riesgos en la defensa de los más vulnerables.• La apertura al discernimiento, entendiendo que la acción social no es mera ejecución de planes, sino respuesta a una interpelación constante.El PSC, lejos de ser un esquema fijo, es una invitación a vivir la fe desde la historia concreta, reconociendo que el Evangelio tiene implicaciones radicales en la manera en que configuramos nuestras relaciones, nuestras instituciones y nuestras estructuras económicas.ConclusiónLa transformación social no ocurre por inercia ni por decretos. Requiere un cambio de mentalidad, una reorientación profunda de los valores que guían la convivencia y la organización de la sociedad. El Pensamiento Social Cristiano, en este sentido, no es un conjunto de respuestas prefabricadas, sino una herramienta crítica que permite interpretar los signos de los tiempos y generar respuestas creativas.Más que nunca, se necesita una inteligencia social capaz de articular análisis, acción y espiritualidad en un proyecto común que restituya la centralidad de la persona, impulse estructuras justas y fomente una cultura del encuentro. El desafío no es menor, pero la historia ha demostrado que las grandes transformaciones comienzan con comunidades convencidas de que otra realidad es posible.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Mar 11 Mar 2025

De mínimos humanitarios a máximos en humanidad: Evangelio en operatividad

Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - En el devenir histórico del mundo, la humanidad ha transitado entre la supervivencia y la aspiración a una existencia plena. En este recorrido vital, la ética y el derecho han desempeñado un papel central en la configuración de las condiciones mínimas de dignidad que deben ser garantizadas a todas las personas humanas, especialmente en contextos de crisis y vulnerabilidad. Sin embargo, el horizonte del desarrollo humano no puede reducirse a la mera subsistencia; existe un llamado ético y teológico que nos interpela a trascender la respuesta inmediata y caritativa para construir una sociedad basada en el ejercicio de la justicia estructural y la solidaridad radical.Este llamado no es ajeno a la doctrina cristiana, la cual ha puesto en el centro de su contenido la primacía de la persona y su dignidad inherente e inviolable. En palabras del profeta Isaías:“Aprended a hacer el bien; buscad la justicia, socorred al oprimido; defended al huérfano, abogad por la viuda” (Isaías 1,17).Desde esta perspectiva, podemos identificar dos niveles de responsabilidad ética y social: los Mínimos Humanitarios, que constituyen el umbral innegociable de dignidad de toda persona humana en situaciones de emergencia, y los Máximos en Humanidad, que representan la plenitud del compromiso cristiano con la transformación del mundo. En este contexto buscamos analizar ambos niveles, integrando la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y el pensamiento social cristiano, con el fin de proponer una evangelización que no solo predique la fe, sino que la haga, con el ejercicio existencial, praxis de vida en la esfera social y política.1. Mínimos Humanitarios: La Ética de la Emergencia y la Supervivencia1.1 Fundamentos Ético-Jurídicos de los Mínimos HumanitariosEl concepto de mínimos humanitarios surge del derecho internacional humanitario y de la doctrina de los derechos humanos. Se trata de un conjunto de principios que garantizan la protección de la vida y la dignidad de las personas en situaciones de guerra, desastres naturales, crisis humanitarias y pobreza extrema.Estos principios se articulan en torno a cuatro ejes fundamentales:• Protección de la vida y la integridad personal ante cualquier tipo de amenaza o violencia.• Acceso a los bienes esenciales para la supervivencia, como agua potable, alimentos, salud y refugio.• No discriminación en la asistencia humanitaria, garantizando la atención sin distinción de raza, religión, género o condición social.• Neutralidad e imparcialidad en la ayuda, evitando su uso con fines políticos o estratégicos.Desde la perspectiva cristiana, estos mínimos no son solo exigencias jurídicas o humanitarias, sino una manifestación concreta de la misericordia de Dios en la historia, a favor de toda y cada persona humana. La enseñanza de Jesús es clara en este sentido“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis” (Mateo 25, 35).Garantizar estos mínimos es un imperativo moral ineludible. No obstante, la verdadera transformación social no puede reducirse a la contención de la emergencia pasajera o temporal. Es aquí donde la reflexión sobre los máximos en humanidad cobra relevancia en nuestro quehacer social.2. Máximos en Humanidad: Hacia una Civilización del Amor y la Justicia Social2.1 Más Allá de la Asistencia: La Promoción de una Sociedad Justa y SolidariaSi los mínimos humanitarios nos permiten garantizar la supervivencia, los máximos en humanidad nos invitan a repensar el sentido de la existencia humana en clave de justicia, fraternidad, solidaridad y desarrollo integral de la persona humana. Se trata de una propuesta que no solo responde a la urgencia inmediata, sino que busca transformar las estructuras sociales que generan exclusión y desigualdad.En este sentido, los máximos en humanidad incluyen:• Una economía basada en la solidaridad y la equidad social: No basta con paliar la pobreza, es necesario erradicar sus causas estructurales.• El acceso universal a la educación y la cultura: La ignorancia y la falta de oportunidades perpetúan la marginalidad.• El trabajo digno y con sentido: El empleo debe ser fuente de realización personal y contribución al bien común.• El fortalecimiento del tejido social y comunitario: La construcción de paz requiere comunidades organizadas y participativas.• La custodia de la Casa Común: El desarrollo humano no puede desligarse del respeto por el medio ambiente y la sostenibilidad ambiental.Estos elementos encuentran su fundamento en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente en la encíclica Fratelli Tutti, donde el Papa Francisco señala:“La caridad política es también la expresión de un amor social, capaz de construir fraternidad y justicia” (Fratelli Tutti, 180).Los máximos en humanidad no son una utopía inalcanzable, sino la encarnación y manifestación concreta del Reino de Dios en la historia humana.2.2 Evangelizar la Sociedad: Una Tarea Urgente e InaplazableEl mandato evangélico no se limita a la conversión individual; implica también la transformación de las estructuras sociales injustas. En este sentido, la evangelización de lo social debe ser asumida como una tarea ineludible de la Iglesia en medio de las realidades humanas.Para ello, se requiere:1. Una educación en la doctrina social cristiana, que forme ciudadanos comprometidos con la justicia y el bien común.2. El fomento de políticas públicas basadas en los principios de solidaridad y subsidiariedad bien comprendida y asumida.3. La creación de modelos económicos alternativos, que privilegien la cooperación sobre la competencia desmedida (economía social y sólida).4. Una Iglesia en salida, cercana a los excluidos y comprometida con su causa.La evangelización no puede quedar reducida exclusivamente a los templos; debe hacerse presente en los espacios de decisión política, en la economía, en la educación y en la cultura. Como señala la carta de Santiago: “La fe sin obras está muerta” (Santiago 2, 26).La Iglesia no puede ser neutral ante la injusticia, pues su misión es anunciar un Reino donde los pobres sean bienaventurados y los últimos sean los primeros.Amar es Comprometerse con la Justicia y la SolidaridadLos mínimos humanitarios son un deber moral irrenunciable, pero no pueden ser el punto final de nuestra responsabilidad cristiana.La verdadera evangelización no se conforma con garantizar la mera subsistencia, sino que busca transformar el mundo según los valores del Reino de Dios.El desafío que se nos presenta es claro: ¿nos quedaremos en la asistencia puntual o trabajaremos por una justicia estructural? ¿Nos conformaremos con lo mínimo o buscaremos lo máximo en humanidad?La fe auténtica no se mide tan solo por la oración, sino por su impacto en la historia. La Iglesia está llamada a ser luz y fermento en el mundo, construyendo una sociedad donde el amor, la justicia y la solidaridad no sean la excepción, sino la norma de vida.“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5, 6).Es tiempo de encarnar el Evangelio en la acción social. Porque donde hay hambre, debe haber pan y formación para cocer el mismo; donde hay injusticia, debe haber denuncia ante la vulneración y defensa de los derechos humanos; y donde hay sufrimiento, debe haber desbordamiento de la esperanza. Esta es la vocación cristiana: transformar la historia desde el amor que Dios ha puesto en cada corazón humano.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Lun 17 Feb 2025

Catatumbo: entre el dolor y la esperanza. Un llamado a la paz y a la reconciliación.

Por. Pbro. Mauricio Alejandro Rey Sepúlveda - El Catatumbo es una región colombiana que ha sido testigo de una impresionante diversidad natural y cultural, pero también de una prolongada historia de conflicto y violencia. A pesar del sufrimiento que ha marcado su historia, el Catatumbo es un territorio de esperanza, donde las comunidades, a través de su resiliencia, han logrado mantener la fe en un futuro distinto. Desde una perspectiva cristiana, no podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de las víctimas ni ante la urgente necesidad de justicia y reconciliación. El Evangelio nos llama a ser constructores de paz, a reconocer la dignidad intrínseca de cada ser humano y a trabajar incansablemente por una sociedad basada en el amor, la solidaridad y el perdón.1. UNA HISTORIA DE DOLOR Y RESISTENCIASituado en el noreste de Colombia, en el departamento de Norte de Santander, el Catatumbo es una región donde conviven contrastes profundos: una naturaleza prodigiosa, una cultura campesina ancestral y, lamentablemente, una historia de violencia que ha dejado huellas indelebles. Su posición estratégica en la frontera con Venezuela, sumada a su abundancia de recursos naturales, ha convertido a este territorio en un espacio disputado por diversos actores armados y económicos.A pesar de la violencia persistente, el Catatumbo también es un símbolo de resistencia y esperanza, donde las comunidades han demostrado que es posible luchar por la vida, la dignidad y la paz, incluso en las circunstancias más adversas.1.1. El conflicto y sus raíces estructuralesLa región ha sido un epicentro del conflicto armado colombiano. Su localización geoestratégica, la riqueza en recursos naturales y la ausencia de un Estado fuerte han propiciado que el Catatumbo se convierta en un escenario en disputa entre grupos armados, narcotráfico y economías ilícitas.Durante años, las comunidades han sufrido desplazamientos forzados, desapariciones, masacres y otras violaciones a los derechos humanos. La falta de oportunidades económicas y la exclusión social han perpetuado un ciclo de violencia que parece interminable. El Papa Francisco, en Fratelli Tutti, nos recuerda que “la guerra es el fracaso de la política y de la humanidad” (§261). Este conflicto refleja una crisis social profunda que solo podrá resolverse con justicia, equidad y un auténtico compromiso con el bien común.1.2. Las víctimas: rostros concretos del dolorDetrás de las cifras y los informes estadísticos se encuentran los rostros concretos del sufrimiento: niños y niñas que han crecido en medio del miedo, campesinos desplazados de sus tierras, familias destruidas por la violencia. Jesús nos enseña que “lo que hicieron con uno de estos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40), invitándonos a reconocer el rostro de Cristo en aquellos golpeados por la guerra.La Iglesia ha acompañado a estas víctimas, brindando consuelo, promoviendo la memoria histórica y ofreciendo espacios para la sanación. Sin embargo, el camino hacia la paz exige mucho más que asistencia; requiere justicia, reparación y transformación estructural.2. MÁS ALLÁ DEL DOLOR: LA ESPERANZA COMO PROYECTO DE VIDALa esperanza no es una emoción pasajera ni un simple deseo de que las cosas mejoren. Para la tradición cristiana, la esperanza es una virtud teologal que impulsa a la acción, a la construcción de un futuro distinto, fundamentado en la confianza en Dios y en el compromiso con el prójimo. San Pablo nos recuerda: “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5).En el Catatumbo, la esperanza se convierte en un verdadero proyecto de vida cuando las comunidades, a pesar de la adversidad, deciden resistir con dignidad, reconstruir sus vidas y trabajar por una paz duradera. Esta esperanza cristiana no es ingenua ni pasiva; es una fuerza transformadora que se traduce en iniciativas concretas de reconciliación, justicia y desarrollo integral.2.1. Iniciativas de paz y reconciliaciónDesde las mismas comunidades han emergido valientes esfuerzos para reconstruir el tejido social. Algunas de estas iniciativas incluyen:Proyectos de economía solidaria: Diversas organizaciones campesinas han impulsado alternativas productivas como el café orgánico y el cacao, demostrando que es posible generar desarrollo sin recurrir a economías ilícitas.Espacios de diálogo y reconciliación: Líderes comunitarios, excombatientes y víctimas han participado en procesos de encuentro donde, desde la verdad y el reconocimiento del daño causado, han dado pasos hacia el perdón.Educación para la paz: Escuelas, parroquias y grupos juveniles han desarrollado programas de formación en resolución de conflictos y derechos humanos, inspirados en el Evangelio.Estos esfuerzos reflejan el mandato de Cristo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). La paz no es solo un anhelo, sino una tarea concreta que exige compromiso y valentía.2.2. La esperanza que se construye en lo cotidianoEl Evangelio nos enseña que la esperanza no surge de grandes discursos, sino de acciones concretas. Jesús, en su ministerio, ofreció signos de esperanza a los marginados, sanando a los enfermos, devolviendo la dignidad a los excluidos y proclamando el Reino de Dios. Siguiendo su ejemplo, en el Catatumbo la esperanza se traduce en:Familias que reconstruyen sus vidas tras el desplazamiento: Muchas familias regresan a sus tierras con la firme convicción de que pueden empezar de nuevo, confiando en la providencia de Dios y el apoyo de la comunidad.Mujeres que transforman su dolor en liderazgo social: Víctimas de la guerra, muchas mujeres han decidido organizarse en asociaciones para defender los derechos humanos y promover iniciativas de paz.Jóvenes que apuestan por la educación y el servicio: En medio de la violencia, los jóvenes son luz de esperanza cuando eligen la educación, el arte, el deporte y el servicio social como herramientas para cambiar su entorno.Estas pequeñas acciones nos recuerdan la parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32): la esperanza cristiana, aunque nace en la fragilidad, puede crecer y convertirse en un motor de transformación.2.3. El Papel de la Iglesia como Constructora de PazLa Iglesia ha jugado un papel fundamental en la construcción de paz en Colombia. En el Catatumbo, sacerdotes, religiosas y agentes pastorales han acompañado a las comunidades, ofreciendo refugio, esperanza y orientación espiritual.Desde la Doctrina Social de la Iglesia, se destacan tres pilares esenciales para la paz:1. La dignidad humana como base de toda acción social.2. El destino universal de los bienes y la justicia social.3. El diálogo como camino ineludible para la paz.El Papa Francisco ha señalado que la paz no se logra solo con acuerdos políticos, sino con un proceso profundo de reconciliación que transforme las estructuras de pecado.3. UN LLAMADO A LA CONVERSIÓN Y EL COMPROMISOEl Catatumbo refleja la crisis moral y social que atraviesa Colombia. Su transformación no depende únicamente de cambios políticos, sino de una conversión profunda en nuestra manera de entender la vida en sociedad.3.1. La conversión del corazón como primer pasoLa paz comienza en el interior de cada persona. Jesús nos llama a revisar nuestras actitudes y a vivir centrados en el amor y el servicio: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34). La violencia se manifiesta no solo en las armas, sino también en la indiferencia, la corrupción y la falta de solidaridad. Cada cristiano está llamado a ser un instrumento de reconciliación.3.2. La responsabilidad de la sociedad y el EstadoLa paz requiere también compromisos estructurales. No podemos ignorar la responsabilidad del Estado en la protección de los derechos de las comunidades del Catatumbo, exigiendo políticas públicas que garanticen el acceso a la tierra, la educación, el empleo digno y la protección de los líderes sociales.CONCLUSIÓN: LA ESPERANZA QUE NACE DEL EVANGELIOEl Catatumbo nos interpela a no rendirnos ante la violencia. Como cristianos, estamos llamados a ser constructores de paz, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien con su entrega en la cruz venció el odio y nos enseñó el poder del amor y el perdón. Que María, Reina de la Paz, acompañe a las comunidades del Catatumbo y nos inspire a comprometernos con una Colombia reconciliada y fraterna.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Mar 14 Ene 2025

“El corazón de nuestro servicio está en la solidaridad”: Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda, nuevo director de Cáritas Colombiana

Con la llegada del 2025, la Comunidad de Presidencia de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) designó al padre Mauricio Alejandro Rey Sepúlveda como nuevo director del Secretariado Nacional de Pastoral SocialCáritas Colombiana (SNPS-CC). Tras haber liderado la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Barranquilla, el sacerdote de 46 años de edad, asume este importante rol con una visión que prioriza las realidades territoriales, la articulación y la proyección desde la acción transformadora del Evangelio y la doctrina de la Iglesia.El padre Rey Sepúlveda sucede en esta misión al sacerdote cartagenero Rafael Castillo Torres, quien dirigió el SNPS-CC desde febrero del año 2022, tras ser elegido por los obispos del país durante la CXII Asamblea Plenaria.Un líder con sólida formación y experienciaOrdenado sacerdote en 1999, en la Arquidiócesis de Barranquilla, el padre Mauricio Rey cuenta con una sólida formación académica que incluye dos estudios de postgrado en Roma: un doctorado en ciencias sociales y una maestría en teología fundamental. Su experiencia pastoral ha sido transversalizada por casi dos décadas de trabajo pastoral en diversas comunidades de Colombia, desde pequeños municipios hasta barrios vulnerables de la capital del Atlántico.El padre Mauricio Rey es autor de varios libros, entre ellos: Acuerdo de paz en Colombia y su impacto en el desarrollo económico y social en la subregión de los Montes de María; El testimonio en la exhortación apostólica Evangeli Gaudium; Contribución de las Arquidiócesis de Barranquilla y Cartagena al proceso de paz en Colombia; y La Sábana Santa: El quinto Evangelio.“Servir es transformar contextos”En entrevista con el Departamento de Comunicaciones de la CEC, el padre Rey se refirió a su interés de servir con esperanza a la Iglesia y al país dándole continuidad a la importante labor realizada por el padre Castillo, pero también, enfrentando nuevos retos que permitan que esa misión se sienta, cada vez con más fuerza en los territorios. Para ello, destacó su compromiso de articular, proyectar y visibilizar la dimensión social de la evangelización de la Iglesia Católica.“La Pastoral Social no se limita a hacer cosas, busca transformar realidades y acompañar comunidades. Debemos construir puentes que acerquen a las personas y generar procesos de paz y reconciliación”, afirmó.Priorizar la solidaridadEl nuevo director subrayó que la solidaridad mensaje, estilo de vida y valor cristiano, será uno de los ejes centrales de su gestión en la Pastoral Nacional: “Es la caridad puesta al servicio. En un país dividido, la solidaridad nos une como hermanos, más allá de diferencias culturales, políticas o económicas”, anotó.Precisamente sobre este tema, el padre Mauricio escribió su primer artículo para ‘Mar Adentro’, el blog web de la Conferencia Episcopal de Colombia, titulado ‘De la caridad esporádica a la solidaridad transformadora’. Evocando diferencias entre la acción de “dar” y la solidaridad, el presbítero explicó allí que “solidarizar implica un compromiso que va más allá de la acción momentánea, pues busca entender, acompañar y transformar las condiciones que generan injusticia”.Retos y oportunidades en un año decisivo para ColombiaEn un 2025 marcado por desafíos sociales, económicos y políticos en el país, el padre Rey señaló que la labor de Cáritas Colombiana será clave para animar el diálogo, la fraternidad y la paz: “La Iglesia debe armonizar diferencias y construir comunidad. No se trata de evitar los conflictos, sino de transformarlos desde la esperanza y la luz del Evangelio”.Refiriéndose a su experiencia en la Pastoral Social de Barranquilla, el sacerdote enfatizó la importancia de aprovechar el capital humano local para el desarrollo efectivo de la misión: “Cada persona tiene algo valioso que aportar. La construcción de una sociedad más justa y solidaria empieza desde lo que somos y tenemos como comunidad”.Un mensaje para los colombianosEl nuevo Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social recordó a los colombianos la necesidad de ser agentes de cambio y trabajar juntos, en clave sinodal, por un país reconciliado. “Solo acercándonos al otro, construyendo juntos y poniendo en práctica los valores del Reino lograremos un futuro de paz, solidaridad y esperanza”, concluyó.En contexto:El Secretariado Nacional de Pastoral SocialCáritas Colombiana SNPS-CC es un organismo eclesial, sin ánimo de lucro, dependiente de la Conferencia Episcopal de Colombia que tiene como misión principal aportar a la búsqueda de la verdad, la reconciliación, la justicia y la caridad en las relaciones y estructuras básicas de la sociedad, a la luz del Evangelio y desde la doctrina de la Iglesia Católica.En la actualidad, el SNPS-CC desarrolla su acción bajo cuatro grandes dimensiones: paz y reconciliación, tierra y territorio, protección, fortalecimiento institucional y la Red Eclesial Panamazónica (REPAM).Vea la entrevista a continuación:

Mar 14 Ene 2025

De la caridad esporádica a la solidaridad transformadora

Por. Pbro. Mauricio Alejandro Rey Sepúlveda - En el mundo actual, donde las desigualdades sociales, económicas y culturales son cada vez más evidentes, el acto de dar es un gesto valorado y necesario para aliviar el sufrimiento inmediato. Sin embargo, muchas veces este acto se queda en la superficie, reduciendo al receptor a una posición de dependencia y al donante a un rol de benefactor pasajero.La acción de dar puede ser vista como una respuesta instintiva ante la necesidad, pero no siempre es suficiente para transformar la realidad de fondo. Este es el desafío que enfrentamos como Iglesia y como sociedad: pasar del dar asistencialista a una solidaridad que construya puentes, dignifique a las personas y transforme las estructuras que perpetúan la exclusión. Este artículo busca reflexionar sobre esta transición y ofrecer claves para promover una verdadera solidaridad transformadora, inspirada en los valores del Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia.1. Diferencias clave entre “Dar” y “Solidarizar”El acto de dar responde generalmente a un impulso noble de aliviar el dolor o la carencia inmediata del otro. Aunque necesario, suele quedarse en el plano de lo transitorio: se da un alimento, un recurso o una ayuda concreta sin profundizar en las causas estructurales de esa necesidad. En contraste, solidarizar implica un compromiso que va más allá de la acción momentánea, pues busca entender, acompañar y transformar las condiciones que generan injusticia.Dar:•Resuelve necesidades inmediatas.•A menudo implica una relación vertical entre quien da y quien recibe.•Puede generar dependencia si no se complementa con acciones de promoción humana.Solidarizar:•Supone una relación horizontal de igualdad y reciprocidad.•Se basa en el reconocimiento del otro como hermano, no como alguien “menos afortunado”.•Busca soluciones duraderas, atacando las raíces del problema y promoviendo la autonomía.Por tanto, la solidaridad no es solo un acto, sino un estilo de vida que implica justicia, empatía y compromiso constante.2. Solidaridad como principio cristianoLa Doctrina Social de la Iglesia presenta la solidaridad como un principio fundamental que conecta el Evangelio con la acción social. En palabras de San Juan Pablo II, la solidaridad es “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común”. Esto significa reconocer que no vivimos aislados, sino que estamos profundamente interconectados como miembros de una misma familia humana.Jesús mismo nos muestra un modelo de solidaridad en su vida y ministerio:•Reconocer la dignidad del otro: Al tocar a los enfermos, dialogar con los marginados y ofrecer consuelo a los pobres, Jesús no solo daba, sino que solidarizaba.•Promover la inclusión: Jesús desafiaba las estructuras de su tiempo al incluir a los excluidos y al llamar a sus discípulos a vivir en comunión fraterna.Como cristianos, estamos llamados a seguir este ejemplo. La solidaridad no es opcional, es un mandato evangélico que nos invita a construir un mundo más justo y humano.3. Ejemplos prácticosLa transición del “dar” al “solidarizar” requiere acciones concretas que fomenten un cambio sostenible. Algunos ejemplos incluyen:•Proyectos de desarrollo comunitario: Iniciativas que empoderen a las comunidades para que sean protagonistas de su propio progreso, como cooperativas agrícolas, microcréditos o programas de educación.•Pastorales transformadoras: Cambiar las dinámicas de las pastorales sociales para que no se limiten a entregar ayuda, sino que promuevan el encuentro, la formación y la organización comunitaria.•Testimonios de vida: Relatar historias de personas o comunidades que, a través de la solidaridad, han superado situaciones de exclusión o pobreza. Estos ejemplos inspiran y muestran que el cambio es posible.4. Propuestas para el cambioTransformar el dar en solidarizar implica educar a las personas y comunidades sobre el valor de la solidaridad. Algunas propuestas incluyen:•Formación en valores: Diseñar programas educativos en parroquias y escuelas que promuevan la empatía, la justicia y la fraternidad.•Espacios de diálogo y reflexión: Generar encuentros entre quienes dan y quienes reciben para fomentar el entendimiento mutuo y la corresponsabilidad.•Abordaje integral: En lugar de centrarse solo en las necesidades materiales, incluir aspectos espirituales, emocionales y sociales para una promoción humana integral.Este cambio también exige replantear nuestras estructuras pastorales, alineándolas con una visión más humanizadora y participativa.5. ConclusiónEl paso del dar al solidarizar no es solo un cambio de acción, sino de mentalidad. Requiere una conversión personal y comunitaria que nos lleve a ver al otro como un igual y a comprometernos en la construcción de un mundo más fraterno.En palabras del Papa Francisco: “La solidaridad no es un sentimiento superficial, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común”. Como Iglesia, estamos llamados a ser signos de esta solidaridad, promoviendo no solo la asistencia, sino también la justicia, la dignidad y la comunión entre los pueblos.Este es el desafío y la misión que tenemos ante nosotros: transformar las dinámicas del dar para que sean verdaderos actos de amor y solidaridad transformadora.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana