Jue 27 Feb 2020
Misericordia quiero y no sacrificios
Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Comenzamos la cuaresma 2020. De nuevo los católicos tenemos la oportunidad de volver la mirada a nosotros mismos para reconocer con humildad nuestro pecado. Este es un tiempo de gracia durante el cual también dispondremos el corazón, la mente y el espíritu, para celebrar dignamente la Pascua, y escucharemos el llamado hecho por San Pablo: “En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios” (2Cor. 5, 20).
Serán cuarenta días en los cuales seremos invitados a renovar los compromisos del bautismo, cuya profesión solemne de fe se hará en la noche santa de la Pascua.
Tres serán los medios pedagógicos que se proponen en estos días: la penitencia, el ayuno y la limosna.
Pero serán primero los profetas quienes, en repetidas ocasiones nos van a decir que lo más importante para Dios es la conversión del corazón: “Así dice el Señor: volved a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llantos; rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras, volved al Señor vuestro Dios, él es clemente y misericordioso, lento a la ira, rico en amor y siempre dispuesto a perdonar” (Joel, 2, 12-13). Y luego, Jesús dirá: “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Vayan, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt. 9, 12 - 13. cfr. 12, 7).
Aquí se encuentra buena parte del sentido y valor de la cuaresma como ayuda para orientar la vida por el camino correcto, para asumir una autentica vida religiosa. No se es más creyente o religioso por los muchos ritos u holocaustos que se hagan, sino por el esfuerzo de tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo… haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (1 Filp. 2,5-8).
Es la conversión del corazón, resultado de la penitencia cuaresmal, que nos tiene que llevar a todos a amar de corazón a Dios, a los hermanos y a nosotros mismos, a perdonar sinceramente a los enemigos y a quienes nos hacen o desean el mal y a orar por ellos, a cuidar la casa común, a anunciar la buena nueva de la salvación a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
La cuaresma 2020 no puede ser igual a todas las anteriores. Esta tiene que ser diferente, no tanto por lo que la Iglesia y la liturgia nos proponga, sino por el compromiso personal y comunitario para hacer de este tiempo, un auténtico tiempo de salvación.
Qué bueno fuera que, desde ya, con el rito sacramental de la imposición de la ceniza, cada uno defina un plan espiritual para estos días anteriores a la pascua, de manera que se puedan obtener verdaderos frutos de conversión, de vida nueva, y sean ofrecidos al Señor en la fiesta de su resurrección.
+ Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Obispo Auxiliar de Cali