Lun 12 Dic 2022
Vivir sin haber nacido
Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Alrededor de ocho mil millones de seres humanos poblamos el planeta en estos tiempos. La vida humana, que conquista altos niveles de desarrollo científico y tecnológico, traducidos en sorprendentes muestras de calidad y de longevidad, enfrenta, no obstante, graves riesgos de extinción como especie.
Si bien los hechos nos han acercado al nivel del tiempo real y del rompimiento de barreras y de fronteras, aún vivimos el desafío de la coexistencia respetuosa y de la convivencia entre pluralidades, diversidades y contrariedades.
Más agudo aún, es el reto de superar las graves desigualdades y de transformar los conflictos en respuestas civilizadas y racionales, en caminos de integración y de fraternidad global.
Aún alegorías tan colectivizantes como el deporte olímpico o el mundial de fútbol, entre otras expresiones, se dan en contextos dramáticos de contrastes, injusticias, violencias y dictaduras fabulosas y deslumbrantes del dinero, como Qatar.
La vida humana, entre estos parámetros socio globales, se ve en calzas prietas ante la amenaza de guerra nuclear y de luchas por el control absoluto de sociedades, economías, territorios, subsuelo y espacio sideral, así como del espectro electromagnético y digital, que controla personas y sistemas de gobierno y que acumula y concentra poderes.
Como si fuese poco, la humanidad, esta de la que hacemos parte, se ve urgida por el calentamiento global y sus dramáticos efectos, por el tránsito rápido a nuevas fuentes de energía, por controlar las relaciones entre los seres humanos y el equilibrio ambiental, por ponerle freno a la voracidad consumista que arriesga el futuro humano, en fin, por regular la transmisión de virosis entre animales y humanos, entre muchos otros pendientes.
La vida humana, que hace la parte decisoria del rumbo que le demos a lo que está a nuestro conocimiento y alcance, requiere volver sobre su conservación, más allá del instinto y del conflicto, y sobre la restauración del ecosistema o biosfera.
En nuestro pequeño mundo local y nacional, todos podríamos describir los fenómenos que amenazan este don maravilloso del vivir humano y de nuestro hábitat propio. Son muy dolorosas las cifras de asesinatos, desapariciones, desplazados, damnificados por la ola invernal, víctimas de accidentes y hasta de suicidios.
Las imágenes de “volquetadas de muertos” en Putumayo, o de masacres por doquiera, dejan una mezcla entre el luto, el desconcierto y la expectativa de cambio, de paz y de una nueva oportunidad para toda vida humana, desde su inicio hasta su fin temporal.
En medio de tanta violencia, conflicto armado y tragedias, entre las expectativas de la población más sufrida y las calculadas maniobras de quienes luchan por su poder y hegemonía, nos llega la Navidad 2022. Llega con toda la carga decembrina de vivir de otro modo la tragedia, de maquillar con ferias, luces, encuentros y regalos la resbalosa cotidianidad.
Con el panorama anterior, no pretendo desconocer todo el esfuerzo humano para que la vida de todos sea mejor. Por fortuna, hay mucha reserva y capacidad de bondad, de amor y de servicio denodado para que la humanidad y el mundo encontremos cómo avanzar unidos en favor de la vida, del bienestar, del conocimiento y de la paz.
En medio de todo, ustedes y yo nos movemos como personas en el mundo y en esta historia de cada vida y de nuestros entornos, con algo más que lo meramente humano: Dios se hizo hombre, El Verbo se hizo carne, habitando entre nosotros, y su Espíritu de Amor habita hoy en nuestros corazones, ilumina nuestras mentes, sostiene el vivir humano sobre el ser de Dios, sobre los hombros de Cristo Jesús y de su Iglesia.
Navidad es decir que, dentro de nuestro mundo y universo, dentro de nuestra naturaleza y condición humana, hay una semilla en gestación, una cosecha de personas que no solo vivimos, sino que somos vividos por Dios en Jesús, vividos hasta desvivirse en la cruz con cada quien, para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Navidad es más que recordar y que celebrar un nuevo aniversario de Jesús: es vivir porque nacemos de nuevo y como nuevos, penetrados completamente por la Luz, el Amor y la respetuosa Solidaridad de Jesús, de Dios, de María y José, de este glorioso intercambio de Dios hecho hombre para hacer de cada ser humano un “hijo adoptivo” de Dios, un “hermano universal” como Jesús, una familia en la Casa Común que es el Amor de Dios, la Casa del Padre, la Nueva Creación.
Belén, Nazaret, Palestina, Jerusalén, más de dos mil años después de Cristo, tantas generaciones de creyentes y de santos y santas de Dios, la Iglesia que busca su unidad de Cuerpo Místico y de comunidad sinodal y ecuménica en medio de la humanidad: todo ello revive con la Navidad.
Hoy somos nosotros. Hoy nos toca a nosotros. Hoy nosotros pregonamos la Navidad y la Pascua, pregonamos la Cruz y la Resurrección, proclamamos y aclamamos al Emmanuel de los profetas, al “Dios-con-nosotros”.
Para vivir, ahora tenemos que haber nacido como La Palabra hecha carne, “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”, “la cual no nació de sangre, ni deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios”, “y a todos los que la recibieron les dió poder de hacerse hijos de Dios” (del Prólogo del Evangelio de San Juan).
La Navidad no es ya solo que “nació Jesús”. Esta podría ser una celebración que no requiere la fe en Él. Un reconocimiento universal e histórico, cultural y de festejo.
Ahora, Navidad es para todo creyente y bautizado mi nacimiento en Jesús, que también hoy nos dice como a Nicodemo: “el que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: tienen qué nacer de lo alto” (Jn 3,3-7).
La Navidad 2022 nos llega entre las grandezas y ambigüedades de la humanidad que somos hoy estos ocho mil millones de habitantes.
Quizás nunca antes como hoy estemos más cerca de acoger y recibir a Cristo Jesús, cuando estamos más lejos de sentirnos seguros en nuestras falsas trincheras.
Para vivir es necesario nacer, sí. Pero hoy, más que nacer, vivir, morir, necesitamos volver a nacer, “nacer siendo ya viejo”, como pregunta Nicodemo en su diálogo con Jesús.
Navidad 2022 nos convoca a esta era de renacimiento humano en Jesús.
Veamos a Jesús, Evangelio de Vida y de la Soberanía del Amor o Reino de Dios, muy cercano a nuestro tiempo, muy luminoso en nuestras noches e incertezas, muy pleno de Amor y de Paz en medio de nuestros miedos.
Animemos a la humanidad desde esta Colombia, esquina prodigiosa de América y para el mundo, desde este “encanto” y tragedia que somos a la vez, a abrirle las conciencias de cada individuo y hogar, de cada nación y continente, de la humanidad de estas épocas, a “la Gran Alegría que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”.
Así lo anuncia el Ángel de Navidad, dando como señal: “encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2, 10ss).
Mi abrazo más fraterno, más estrecho y lleno de amor, de gratitud, de paz y esperanza. Mi bendición que sea la que les da con su manita el Niño Jesús. Nacer para que vivamos y la vida tenga siempre un mañana.
+ Darío de Jesús Monsalve Mejía
Arzobispo de Cali