Pasar al contenido principal

promesa

Mar 15 Jul 2025

Somos una gota en el océano de amor: Cuando un amigo se va con Dios

Por Pbro. Mauricio Rey - Hay pérdidas que no se entienden con la razón. Se sienten en el pecho, en la piel, en la memoria. Y cuando un amigo parte, no solo se va una persona. Se va un mundo que solo existía cuando él o ella estaba. Se va una forma única de mirar, de decir las cosas, de reír, de estar, de interpretar el mundo, los sonidos armónicos y la realidad. Uno quisiera que la fe nos ahorrara este dolor. Que decir “ha partido con Dios” bastara para no llorar. Pero no es así. La fe no anestesia el sufrimiento. No elimina el duelo. La fe lo sostiene con la fuerza del amor. Nos ayuda a llorar con sentido, a doler con esperanza, a mirar la ausencia con ojos que también saben ver eternidad, porque miran más allá del dolor, la esperanza cierta que la plenitud nos da.Porque cuando un amigo se va con Dios, lo que sentimos no es solamente vacío. Sentimos vértigo. Sentimos que algo dentro de nosotros se reordena, porque ya no está ese alguien que nos acompañaba sin condiciones, que conocía nuestras sombras y también nuestras luces. Ese alguien que fue testigo de nuestra historia y partícipe de nuestra vida. Ese ser único que supo ser y estar sin siquiera hablar. Una amistad verdadera no se improvisa. Se cultiva, se cuida, se riega con risas, con silencios, con desacuerdos que no rompen y con lealtades que no se anuncian; con canciones y palabras, que brotan del alma y armonizan en el amor. Y cuando se va alguien con quien uno ha vivido todo eso, uno no puede simplemente seguir igual. Algo cambia para siempre.Y sin embargo... en medio de esa herida abierta, se asoma un consuelo que no es menor: el amor no muere. Lo que hemos vivido permanece, porque el amor lo hace eterno. El cariño no se esfuma. La presencia no se apaga, solo cambia de forma. Ya no nos acompaña al lado, sino desde dentro. Ya no toma el café con nosotros, pero sigue en la forma en que lo preparamos. Ya no manda un mensaje, pero nos acompaña cada vez que pronunciamos su nombre con ternura. Somos una gota en el océano de amor, que es Dios. Y cuando alguien amado vuelve a ese océano, no se pierde. Se funde con la plenitud. Deja de ser solo nuestro para volverse de todos. Deja de estar limitado por la enfermedad, el cansancio o la edad. Y desde allí, desde la eternidad, lo que ha sido siempre amor verdadero, se vuelve intercesión.No necesitamos entender del todo para creer. No necesitamos respuestas para mantener viva la esperanza. Lo que sí necesitamos es recordar. Hacer memoria con gratitud. Decir su nombre en voz alta. Contar y cantar las historias que duelen y al mismo tiempo sanan. Llorar sin miedo, porque las lágrimas también son oración. No lo despedimos con fórmulas vacías ni con frases apuradas. Lo despedimos con el corazón en la mano. Con ese silencio que no necesita explicarse. Con la ternura de quien sabe que amar también es dejar partir. Y con la certeza de que la amistad no se entierra, solo cambia de casa, alcanza la casa de Dios.La partida de un amigo deja una herida. Pero también deja una promesa. Que algún día nos volveremos a encontrar. Que lo que aquí vivimos no fue en vano. Que el amor que sembramos no se pierde. Que hay una casa preparada para todos, donde no hay más despedidas, sino encuentro pleno en quien es el Amor. Por eso, aunque caminamos con tristeza, no lo hacemos con las manos vacías. Nos queda su risa, su voz, su canción, su historia compartida y entonada con amor. Nos queda lo vivido. Y eso, en el fondo, es lo que sigue doliendo... y lo que sigue sosteniéndonos. Descansa en Dios, amigo. Nosotros seguimos. Heridos, pero agradecidos. Con menos palabras, tal vez, pero con más amor.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana