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raúl toro

Mar 10 Ene 2017

2017: Fátima y Lutero

Escrito por: P. Raúl Ortiz Toro - Nos ha llegado el año 2017 y con él dos acontecimientos que ocuparán gran parte de nuestra atención, uno en cada semestre. En primer lugar, durante este año, pero especialmente el 13 de mayo, se celebrará el centenario de las visiones de los pastorcitos en Fátima. El Papa Francisco ha declarado el Año Santo Jubilar, no de carácter universal sino particular, para la celebración de este acontecimiento, que va desde el pasado 27 de noviembre de 2016 hasta el 26 de noviembre de 2017. Está contemplado que durante el año, los peregrinos al Santuario de Nuestra Señora de Fátima, en Portugal, puedan ganar la indulgencia plenaria pero que, además, en cualquier lugar del mundo, los fieles devotos ganen la indulgencia plenaria en seis ocasiones: el día 13 de los meses entre mayo y octubre, pues en estos meses fueron constatadas las visiones de los pastorcitos hace cien años. Además de los acostumbrados requisitos: confesión, comunión, oración por el Santo Padre, debe hacerse una visita a algún templo o capilla donde se tenga expuesta la imagen de Nuestra Señora de Fátima y se haga un momento de oración. La devoción a Nuestra Señora de Fátima adquirió gran relieve, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, y se hizo aún más fuerte en el pontificado de Juan Pablo II pues recordemos que el 13 de mayo de 1981 sufrió aquel aterrador atentado en la Plaza de San Pedro y al año siguiente peregrinó a Fátima y dejó allí en la base de la corona de la imagen, la bala que fue extraída de su cuerpo. Recordemos que también adquirió popularidad esta advocación a causa de los famosos “secretos de Fátima” cuya tercera parte fue revelada el 13 de mayo del año 2000 por San Juan Pablo II a través de su Secretario de Estado, Angelo Sodano, donde se hablaba de la muerte cruenta de un obispo vestido de blanco. El Papa Wojtyla asumió con seguridad que se trataba de él pues el 13 de mayo de 1994 afirmó: “fue una mano materna la que guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se detuvo en el umbral de la muerte”. Es ya famosa la interpretación que de ese secreto hizo el entonces Cardenal Ratzinger, poniendo muy bien en su contexto lo que representa una profecía, quitándole el significado de inmutabilidad: “Que 'una mano materna' haya desviado la bala mortal muestra sólo una vez más que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la historia y, que al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las divisiones". Ya tendremos ocasión de hablar de ese tema. En el segundo semestre de 2017 habrá un tema controvertido: la conmemoración del quinto centenario de la Reforma luterana, el 31 de octubre, cuando el Papa viaje a Suecia para una ceremonia conjunta. Desde el año pasado, cuando se supo que el Papa Francisco está interesado en no desaprovechar este acontecimiento para manifestar una ocasión ecuménica, no pocos se han ido lanza en ristre por lo que han considerado una provocación descabellada. Seguramente desearían aquellos que el Papa conmemore estos quinientos años anatematizando la Reforma pero lo que va a suceder es que se van a presentar varios encuentros académicos y ejercicios de acercamiento con la Federación Luterana Mundial y el Consejo Mundial de Iglesias. Recordemos que, como abre bocas, se celebró en el Vaticano en el 2016 el simposio internacional e interreligioso: “Señales de perdón – Caminos de Conversión – Practica de Penitencia: una Reforma que llama a todos”. Hemos de tener en cuenta, además, que según la declaración conjunta entre el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Mundial, el evento destacará “los sólidos progresos ecuménicos entre católicos y luteranos y los dones conjuntos recibidos a través del diálogo”. No faltarán los del grito en el cielo, pero ya tendremos tiempo, también, de sentar nuestra opinión. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán rotoro30@gmail.com

Vie 2 Dic 2016

La parábola de Fidel

Por: P. Raúl Ortiz Toro - De los muertos no se habla, dice la cultura popular, porque, al final, todos los muertos resultan buenos. Sin embargo, con la muerte de Fidel Castro nos hemos dado cuenta de cómo una misma persona puede encerrar amantes y detractores de una manera tan exacerbada, incluso – y sobre todo - después de su deceso. Algunos en Miami aplauden, otros en Cuba lloran. La izquierda política de América Latina lo percibe como un gran líder mientras la derecha lo considera un nefasto dictador. Unos ven sus logros en salud, educación y seguridad para el pueblo, mientras otros destacan el fracaso en la libertad de expresión, los sistemas de represión y el despotismo. Otros contrastan la riqueza del gobernante con la pobreza de los súbditos. Parece que no hay punto medio en esta serie de percepciones desde diferentes ángulos y el mundo no se pondrá de acuerdo porque son percepciones diametralmente opuestas. Lo cierto es que la Iglesia cubana en el régimen castrista, sobre todo en los años que siguieron a 1959, sufrió una fuerte represión que vio salir de la Isla a muchos sacerdotes y religiosas, sobre todo extranjeros; era la lógica comunista que veía a la Iglesia como enemiga, idea que adquirió Castro por su contacto con la ideología marxista-comunista, olvidando su formación católica pues el mismo Fidel había sido educado en colegios cristianos: tuvo como primera maestra a una monja vicentina, luego entró a un colegio lasallista y a otro jesuítico. Unas dos décadas después de iniciado el régimen, desde 1980 se fue aliviando el tema religioso para la Iglesia Católica en Cuba, gracias a la intervención de la diplomacia vaticana. Hubo un primer encuentro cuando el Papa Juan Pablo II recibió en el Vaticano a Fidel Castro en 1996 y de allí se subsiguieron las visitas del mismo Papa Wojtyla, y luego de Benedicto XVI y Francisco quienes más que “amigos” de Fidel, como algunos han querido presentarlos, se mostraron “amigos del pueblo cubano” ya que sus intervenciones favorecieron el posterior levantamiento del embargo de EEUU a la isla. No falta quién se ha ocupado del destino de Fidel después de su muerte. Y es apenas lógico que nuestra curiosidad ilustrada nos lleve a ponerlo en uno u otro lugar en el más allá. Pienso que ese tema no nos corresponde: Algunos lo han puesto en el infierno, otros en el cielo directamente, otros – por la vía media - en el purgatorio, suponiendo que se haya arrepentido en el momento final y haya pedido a Dios su misericordia. Se me hace muy prudente que la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba en su comunicado del 28 de noviembre pasado haya escrito: “Desde nuestra fe encomendamos al Dr. Fidel Castro a Jesucristo, rostro Misericordioso de Dios Padre, el Señor de la Vida y de la Historia y, a la vez, pedimos al Señor Jesús que nada enturbie la convivencia entre nosotros los cubanos”. Creo que esta es una muestra de sensatez y más tratándose de los Obispos que junto con sus comunidades han vivido en primera persona la realidad cubana. Esto quede claro: Si la Iglesia declara a alguien como santo cuando afirma como verdad de fe que esa persona está en el cielo (lo que llamamos “canonización”), no puede en el caso contrario declarar que una persona está en el infierno. Lo que hace la Iglesia es anunciar durante nuestra existencia terrestre que hay acciones que ponen en riesgo la salvación; la Iglesia anuncia que existe el riesgo de condenarse un hombre si se cierra completamente a la bondad y a la Misericordia de Dios, pero nunca podrá declarar con certeza el destino final de un hombre a la condenación pues eso es competencia de Dios. Me llega a la mente una anécdota que solía contarnos un profesor en el Seminario: Estaba Santa Teresa en una de sus conversaciones con Jesús y le preguntó: “Señor, finalmente, ¿Judas se salvó?”. El Señor miró por la ventana, hacia el patio que ya florecía por primavera, y respondió: “Qué hermosa tarde está haciendo, Teresa”. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán rotoro30@gmail.com