Mar 12 Abr 2022
¿A quién buscan? A Jesús el Nazareno
VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Abril 15 de 2022
Primera lectura: Isaías 52, 13 - 53,12
Salmo: 31(30), 2 y 6.12-13.15-16.17+25 (R. 6a)
Segunda lectura: Hebreos 4, 14-16; 5,7-9
Evangelio: Juan 18, 1 - 19,42
I. Orientaciones para la Predicación
Introducción
• El siervo sufriente, que es figura profética en la cual la tradición cristiana y el mismo Nuevo Testamento han reconocido a Cristo.
• Cristo sacerdote que reconcilia a los hombres con Dios por el sacrificio de su vida.
• Jesús aparece en una triple función: como rey, como juez y como salvador.
1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura?
Las lecturas apuntan claramente a la muerte salvadora de Cristo. Empezando por el cuarto cantico del Siervo (el domingo de Ramos leímos el 3: Is 50: la misión que le ha encomendado Dios comporta la negación de sí mismo (yo no me resistí… ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban): pero todo sin desfallecer en la confianza que siente ante Dios; y entre semana también los otros dos: Is 42: El primer canto del Siervo de Yahvé: elegido por Dios, lleno de su Espíritu, es enviado a proclamar la ley de Dios: pero lo hace con suavidad y delicadeza. Jesús, Ungido como Mesías, y lleno del Espíritu cumplirá a la perfección esta empresa: «pasó haciendo el bien» … Is 49: el segundo canto del Siervo: su misión, ya desde el seno materno, es hablar en nombre de Dios, reunir a los dispersos, iluminar a todos los pueblos. Es la profecía que se cumple perfectamente en Jesús, sobre todo con la entrega de su vida por todos. En general el poema se centra en la actitud de entrega del Siervo hasta la muerte.
La descripción del Siervo que carga con los males de la humanidad es en verdad dramática: "despreciado y desestimado... él soportó nuestros sufrimientos... leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones".
El salmo que acompaña a esta lectura parece como un eco del cantico de Isaías, expresando el dolor del justo -"soy la burla de mis enemigos"- y, a la vez, su confianza: "pero yo confío en ti, Señor, haz brillar tu rostro sobre tu siervo". Repetimos como antífona las palabras que los evangelistas ponen en labios de Cristo en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu".
El autor de la Carta a los Hebreos anima a sus lectores a la perseverancia en su seguimiento de Cristo, que en su Pasión realiza la misión anunciada del Siervo. Para ello les propone el ejemplo de Jesús en su hora más crítica.
El Viernes Santo leemos cada año la Pasión según Juan, mientras que el domingo de Ramos se van alternando los otros tres evangelistas. De nuevo, hoy, una lectura pausada, expresiva, de la Pasión es el momento culminante de la celebración de la Palabra. La comunidad cristiana queda siempre impresionada por este relato del camino de Cristo a la cruz.
Las lecturas nos presentan la teología del dolor de Cristo, como el Siervo que ha cargado sobre sus hombros el mal de toda la humanidad, como el que, enviado por Dios para salvarnos, aunque con gritos y lágrimas deseara ser librado de la muerte, obedeció́ hasta el final, experimentando en sí mismo todo el dolor que puede sufrir una persona. Dios nos salva asumiendo él con su propio dolor el desfase que se da entre su plan salvador y nuestra debilidad.
2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad?
Las lecturas y textos del día de hoy apuntan al dolor de toda la humanidad y a descubrir el amor sin límites. En la cruz de Cristo se puede decir que están representados todos los que han sufrido antes y después de él: los que son tratados injustamente, los enfermos y desvalidos, los que no han tenido suerte en la vida, los que sufren los horrores de la guerra, del hambre o de la soledad, los crucificados de mil maneras.
También en nuestro caso el dolor, como en el de Cristo, puede tener valor salvífico, aunque no acabemos de entender todo el sentido del plan salvador de Dios.
Dios no está ajeno a nuestra historia. No es un Dios inaccesible, impasible. Por medio de su Hijo ha querido experimentar lo que es sufrir, llorar y morir. Nos ha salvado desde dentro. Cristo no solo ha sufrido por nosotros, sino con nosotros y como nosotros. No nos ha salvado desde la altura, sino que ha asumido nuestro dolor y nos ha mostrado la capacidad de amar hasta el extremo. Es un ejemplo, como quiere el autor de la carta a los Hebreos, para todos los que se sienten cansados en su camino de fe y tentados de dimitir. Nos propone el ejemplo palpitante de este Cristo que camina hacia la cruz y que es "capaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado".
El salmo de hoy, al final, nos invitaba a todos los que experimentamos alguna vez el dolor y el desánimo: "sean fuertes y valientes de corazón, los que esperan en el Señor". Con el ejemplo de la pasión y muerte de Cristo, tenemos más motivos todavía para aceptar en nuestras vidas el misterio del dolor y del mal.
3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo?
La Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit nos acompaña hoy en este momento de la oración y la contemplación, destaquemos algunos de sus apartes y convirtámoslos en una súplica confiada al Señor y en un compromiso con toda la humanidad para que cada día experimentemos desde la teología de la cruz el amor sin límites.
El Señor «entregó su espíritu» (Mt 27,50) en una cruz cuando tenía poco más de 30 años de edad (cf. Lc 3,23). Es importante tomar conciencia de que Jesús fue un joven. Dio su vida en una etapa que hoy se define como la de un adulto joven. En la plenitud de su juventud comenzó su misión pública y así «brilló una gran luz» (Mt 4,16), sobre todo cuando dio su vida hasta el fin. Este final no era improvisado, sino que toda su juventud fue una preciosa preparación, en cada uno de sus momentos, porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio» y «toda la vida de Cristo es misterio de Redención».
“118. …Cristo, por amor, se entregó hasta el final para salvarte. Sus brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el extremo: «Él, que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). San Pablo decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó todo: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).
119. Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento». Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría».
121. Su perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que adquirir con nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
183. Queridos jóvenes, no acepten que usen su juventud para fomentar una vida superficial, que confunde la belleza con la apariencia. Mejor sepan descubrir que hay hermosura en el trabajador que vuelve a su casa sucio y desarreglado, pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay una belleza extraordinaria en la comunión de la familia junto a la mesa y en el pan compartido con generosidad, aunque la mesa sea muy pobre. Hay hermosura en la esposa despeinada y casi anciana, que permanece cuidando a su esposo enfermo más allá de sus fuerzas y de su propia salud. Aunque haya pasado la primavera del noviazgo, hay hermosura en la fidelidad de las parejas que se aman en el otoño de la vida, en esos viejitos que caminan de la mano. Hay hermosura, más allá de la apariencia o de la estética de moda, en cada hombre y en cada mujer que viven con amor su vocación personal, en el servicio desinteresado por la comunidad, por la patria, en el trabajo generoso por la felicidad de la familia, comprometidos en el arduo trabajo anónimo y gratuito de restaurar la amistad social. Descubrir, mostrar y resaltar esta belleza, que se parece a la de Cristo en la cruz, es poner los cimientos de la verdadera solidaridad social y de la cultura del encuentro.”
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Recomendaciones prácticas:
• Resaltar el sentido del silencio de la procesión de entrada.
• La Palabra de Dios se ha de introducir con un brevísimo comentario. Es una bellísima síntesis del Misterio de la Pasión del Señor y de su Muerte Gloriosa. No deben omitirse las lecturas. La lectura de la Pasión (según San Juan) es el centro de la liturgia de la Palabra de este día.
• La homilía debe ser breve y concreta
• Hoy es el día en que la oración Universal tiene un carácter especial, es muy distinta a la forma cotidiana. Es la ocasión en la que, como dice el Misal, los fieles al responder ejercen su oficio sacerdotal, al implorar por la humanidad entera.
• Respecto a las formas de la presentación de la Cruz escójase con tiempo la que va a usarse y ensáyese incluso, para que sea realizada de modo digno, solemne y sobrio.
• Como es un día de silencio y de oración, los cantos deben apropiarse de este espíritu. Hoy no se acompaña el canto con ningún instrumento, ni guitarras ni órgano, el canto llano es el más indicado.
• La distribución de la comunión debe tener un carácter de sobriedad, es en silencio, o con un canto muy sobrio, o preferiblemente en oración.
II. Moniciones
Monición inicial
Esta tarde estamos reunidos para celebrar la muerte victoriosa de Cristo en la cruz. Contemplemos y meditemos en Jesús: el Cordero sacrificado por nuestra liberación. La muerte de Cristo fue la causa de que nuestra muerte fuera vencida. La celebración de hoy no es la Eucaristía, la Iglesia no celebra la misa en este día. La liturgia de hoy tiene cuatro partes: lectura de la Palabra de Dios, oración de los fieles, la adoración de la Cruz y la distribución de la Sagrada Eucaristía reservada anoche.
Comencemos hoy nuestra celebración en silencio.
Monición a la postración
El sacerdote, haciendo presente el abajamiento de Cristo, se postra ante el altar, nosotros nos pondremos de rodillas orando ante Jesús desde lo más profundo de nuestro corazón.
Monición a la Liturgia de la Palabra
Dispongámonos a escuchar las lecturas de hoy. La profecía de Isaías, el salmo, el texto de la carta a los Hebreos, y sobre todo la Pasión según san Juan, nos ayudarán a introducirnos en el misterio que hoy celebramos. Escuchemos, más todavía, contemplemos, con atención y con el corazón bien abierto, la Palabra de Dios.
Monición a la Oración Universal
La Cruz de Cristo, como proclama la liturgia de hoy, ha traído la alegría y la salvación al mundo entero. Los cristianos, que hemos conocido esa alegría, no podemos guardar para nosotros ese tesoro de la salvación de Dios. Por eso, como respuesta a esta Palabra que hoy hemos escuchado, vamos a hacer la oración de los fieles, que es siempre oración universal, pidiendo por todos, para que a todos alcance la luz de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Lo haremos de forma solemne: un lector proclamará la intención, por la que todos oramos en un momento de silencio, y luego el sacerdote recoge la oración de todos en una oración que todos elevamos al Padre diciendo “Amén”.
Oración universal, Misal Romano pp.173
Monición a la Adoración de la Santa Cruz
La cruz del Señor es el símbolo de nuestra salvación. Nuestra fe en el Crucificado es el fundamento de nuestra esperanza. Al acercarnos procesionalmente a la cruz, reconozcamos a Jesús como nuestro único Salvador y Redentor, y adorémoslo.
Monición a la Sagrada Comunión
Hoy no celebramos la Eucaristía. Ahora se trae el Pan que fue consagrado en la celebración de ayer y con Él comulgaremos. Al comulgar expresemos y vivamos la unión con Aquel que se entregó por nosotros en la cruz.
Monición final
Después de haber sido testigos del amor del Padre por nosotros, al entregarnos a su propio Hijo, con la gracia del Espíritu Santo y en compañía de María Santísima, prolonguemos en el silencio de hoy y de mañana la contemplación del Misterio de la Pasión, y preparémonos al gozo de la Resurrección.