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Mar adentro - blog

Vie 6 Sep 2024

Sacerdote, Eucaristía, Iglesia

Por P. José Antonio Díaz - “Desde hace más de medio siglo, cada día, a partir de aquel 2 de noviembre de 1946 en que celebré mi primera Misa en la cripta de San Leonardo de la catedral del Wawel en Cracovia, mis ojos se han fijado en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han «concentrado» y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa «contemporaneidad». Cada día, mi fe ha podido reconocer en el pan y en el vino consagrados al divino Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a la luz y el corazón a la esperanza (cf. Lc 24, 3.35)”.Estas eran las palabras escritas por Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía Ecclesia de Eucharistia, n° 59, dando testimonio del misterio que vivía cada día en la celebración eucarística. Este testimonio, tan personal y cautivante, demuestra, mucho mejor que cualquier razonamiento abstracto, el carácter esencial de la Eucaristía para la vida y la identidad del presbítero, cumbre y fuente verdadera de todo lo que éste es y hace. No entendería un sacerdote que no viviera a plenitud el misterio que celebra.Precisamente, este ejemplo me alienta a reflexionar sobre la relación que existe entre el sacerdote y el sacramento eucarístico, memorial de la pascua del Señor, dirigiéndome como hermano a mis hermanos presbíteros, pero también, para que los fieles en general conozcan la relación profunda, la verdadera espiritualidad, que debe existir entre el sacerdote, la Eucaristía y la Iglesia.Particularmente, a mis hermanos sacerdotes, los invito a reflexionar sobre el mayor don colocado en nuestras manos y sobre las razones que hacen de la Eucaristía el acontecimiento que da sentido, fuerza y belleza a cada uno de nuestros días. Pensar en el momento sublime en el que celebraremos, junto al pueblo de Dios, o incluso, solos, el Santo Sacrificio.Me permito comenzar con la pregunta que me han planteado muchas veces algunas personas: ¿por qué celebrar la Eucaristía cada día? ¿No será suficiente con el encuentro dominical en el que está reunida toda la comunidad cristiana? ¿Y por qué celebrar la Eucaristía estando solo o ante dos personas? ¿No se vacía así del sentido comunitario que tiene la celebración?Se podría responder a estas preguntas sólo con argumentos teológicos, pero quiero hacerlo también bajo la luz de la vivencia espiritual contenida en las palabras del Papa Polaco, y citadas al comienzo de este escrito, pues son un testimonio profundo y convincente. Las preguntas mencionadas no se podrían responder sin plantearse otras igualmente importantes: ¿por qué somos sacerdotes? ¿Quién nos ha llamado para dar nuestra vida por el servicio de la reconciliación, la Eucaristía y la caridad? Solo hay una respuesta posible: Jesús. Somos sacerdotes porque así lo ha querido Él, porque para ello nos ha llamado y nos ha amado, y aún sigue queriéndonos y amándonos por ello, Él que es siempre fiel en el amor.Decimos, entonces, el sentido de nuestra vida, la razón verdadera de nuestra vocación sacerdotal, no está en algo, aunque fuera lo más hermoso del mundo, sino en Alguien. Es decir, ese Alguien es Cristo el Señor. Somos sacerdotes porque un día Él nos llamó desde nuestra realidad histórica. Cada uno sabe cómo: en la palabra de un testigo, en el ejemplo de alguna persona, en un gesto de caridad que nos ha tocado el corazón, en el silencio de un camino de escucha y oración, tal vez en el dolor de una vida que de repente nos pareció desperdiciada sin Él.A la correspondiente invitación a seguirle le dijimos que sí. En realidad, no hubiéramos podido ser sacerdotes, y serlo, a pesar de todo, en la fidelidad, si no hubiéramos recibido de Él una invitación. Es precisamente este amor el que nos ha inspirado a todas las obras que hemos hecho por los demás: desde la acogida hasta la escucha perseverante y paciente de los demás y el esfuerzo transmitirles el sentido y la belleza de la vida vivida por Dios y su Evangelio, hasta las obras de caridad y el compromiso de trabajar por la justicia, compartiendo en especial la realidad del pobre y tratando de ser la voz de quien no tiene voz. Un sacerdote no lo es por sí mismo, ni por capricho, ni persiguiendo un interés personal, es sacerdote porque Jesús lo ha llamado para esa vocación. No podemos olvidar que nuestro sacerdocio está para el servicio de la comunidad de los creyentes, es decir, la Iglesia; tenemos la función de servir en el nombre de Cristo al Pueblo de Dios. Por eso, un sacerdote no podría ejercer la misión para la que ha sido llamado por Jesús, si niega la comunión con la Iglesia.Todo este testimonio me ayuda a explicar la razón por la que considero necesario celebrar cada día la Eucaristía: aquí no se trata de un precepto, sino de una real necesidad, no sólo emotiva sino profunda e ineludible. Se trata de la necesidad urgente que debe tener todo sacerdote de colmar su vida cada día con la de Jesús. ¿Dónde podríamos encontrarlo sino allí en donde Él nos ha prometido y garantizado el don de Su presencia? «Éste es mi cuerpo, éste es el cáliz de la nueva y eterna alianza, derramado por vosotros y por todos para remisión de los pecados» (Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,19-20) (cf. Bruno Forte, Sacerdote y Eucaristía). Las diferentes versiones del Nuevo Testamento sobre la institución de la Eucaristía permiten suponer que la tradición de la Última Cena de Jesús con sus discípulos fue tomando forma literaria en las distintas comunidades, que, fieles al mandato del Maestro, celebraron desde el principio el memorial del Señor (cf. 1 Co 11,23-25).Cada sacerdote hace posible, por mandato de Jesús, y en comunión con el Obispo, ese memorial. Los sacerdotes en primer lugar somos calurosamente invitados a descubrir nuestra identidad sacerdotal, que se vive, especialmente, en la celebración de la Eucaristía. Por eso, la importancia de la relación sacramental que debe existir entre el presbítero y el Obispo, que forman el corazón palpitante de la entera comunidad diocesana. No se entendería nunca un presbítero que rompa la unidad, la armonía y la obediencia que debe existir con su Obispo. Como recordaba en un artículo anterior: del Obispo, se recibe la potestad sacramental y la autorización jerárquica para tal ministerio. La Exhortación Apostólica Post-sinodal Pastores Dabo Vobis, afirma: «En verdad no se da ministerio sacerdotal sino en la comunión con el Sumo Pontífice y con el Colegio episcopal, particularmente con el proprio Obispo, hacia los cuales debe observarse obediencia y respeto» (PDV 28).El amor a la Iglesia, como misterio de comunión para la misión, se aprende del amor del mismo Cristo, que "amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,25). Citando a Juan Pablo II, cuando afirmaba que "la santa Misa es absolutamente el centro de mi vida y de cada jornada" (Discurso del 27 de octubre de 1995, a los treinta años del Decreto Presbyterorum Ordinis), el Papa Benedicto XVI comenta: "Del mismo modo, la obediencia a Cristo, que corrige la desobediencia de Adán, se concretiza en la obediencia eclesial, que para el sacerdote es, en la práctica cotidiana, en primer lugar, su propio Obispo" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo).La celebración eucarística nos une a Cristo, dejándonos transformar por él, también en su obediencia a los designios del Padre. Por esto, nuestra obediencia "personifica a Cristo obediente" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo) (cf. Tema para la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes: 3 junio 2005); siendo desobedientes atentamos contra esta unidad querida por el Señor.No se puede olvidar, que la comunión de los sacerdotes con el Obispo redunda en bien de la gente, de los fieles. De unas buenas relaciones los mayores beneficiarios son los fieles, las comunidades. En cualquier circunstancia, pensemos en el bien de la gente. Si uno de nosotros decide romper con esta comunión, rompe con Cristo y con la Iglesia.Para terminar, permítanme formular una última pregunta: ¿Es válida la Eucaristía de un sacerdote que está suspendido o en desobediencia? La situación de un sacerdote suspendido presenta un serio problema teológico - sacramental: Por una parte, la Iglesia le prohíbe el ejercicio del sagrado ministerio; por otra el sacramento del Orden imprime carácter; por consiguiente, quien lo recibió seguirá siendo siempre sacerdote. ¿Se lesiona de alguna manera la coherencia y comunión de la Iglesia?No olvidemos que la función estrictamente sacerdotal es la celebración de la Eucaristía. Todo sacerdote y solamente el sacerdote es ministro de la Eucaristía. Juan Pablo II recuerda: "Debéis celebrar la Eucaristía que es la raíz y la razón de ser de vuestro sacerdocio. Seréis sacerdotes, ante todo, para celebrar y actualizar el sacerdocio de Cristo..." "La Eucaristía se convierte así en el misterio, que debe plasmar interiormente vuestra existencia". (Ordenación sacerdotal de Valencia – España 8 noviembre 1982).Pero volvamos a la pregunta anterior, ¿la Eucaristía celebrada por un sacerdote suspendido o desobediente es válida? La comunión ¿es un sacramento real? Sobre el tema de la validez de la Eucaristía la Iglesia ya ha dado criterios bastante claros. Una Eucaristía es “válida” si en ella realmente sucede la consagración del Cuerpo y Sangre de Cristo. Por tanto, la consagración realmente sucede si y sólo el sacerdote que preside tiene intención de hacer lo que hace la Iglesia con este sacramento. Esto quiere decir, que la validez simplemente significa que Cristo se hace realmente presente por ministerio del sacerdote.Según la enseñanza anterior, una misa puede ser plenamente válida en circunstancias dignas o indignas. En alguna parte leía: como Cristo en su Pasión, así también Cristo en la Eucaristía está literalmente “en nuestras manos” para ser honrado y adorado, como Él realmente merece, o para ser ofendido y calumniado, como a veces sucede, o como cuando un sacerdote está en estado permanente, sin ningún tipo de contrición, en desobediencia. Por eso, en un clima de oración y penitencia, se tiene que decir: nadie está obligado a asistir, es más, no se debería asistir a una celebración eucarística que, aunque sea válida con un sacerdote suspendido o desobediente, pues termina por volverse en un espectáculo que ofende a Nuestro Señor.“Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros:aliméntanos y defiéndenos, condúcenos a los bienes eternos en la tierra de los vivos.Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra,guía a tus hermanos al banquete del cieloen el gozo de tus santos. Amén”»(Ecclesia de Eucharistia, n° 62).P. José Antonio Díaz HernándezCanciller Diócesis de Santa Marta

Lun 15 Jul 2024

Francisco en Trieste: ¡Una fe encarnada y profética!

Por Pbro. Rafael Castillo Torres - El pasado 7 de julio, el Papa Francisco visitó la ciudad italiana de Trieste, en el marco de la 50 Semana Social. Iniciativa que nació en el año 1907, y que, desde entonces, la Conferencia Episcopal de esta nación celebra, inspirada en el legado de un laico, el sociólogo y Economista, el Beato Giuseppe Toniolo. Estas semanas sociales son un foro abierto para la participación y deliberación de amplios sectores sobre las problemáticas que interpelan la acción pastoral de la Iglesia en su desafío por rescatar la democracia, procurar la participación de todos en el cuerpo social y poner de presente un compromiso colectivo, con la ética del bien común.Tanto su visita, como el contenido de su mensaje, dirigido al corazón de la democracia, han abierto un foro más allá de Trieste. Los temas tratados por el Papa Francisco hablan a la Iglesia, a los gobiernos de las naciones, a los partidos, a los empresarios, a la sociedad civil, a los académicos y a toda la humanidad. Francisco, como ya nos acostumbró en su visita a Colombia en el año 2017, volvió nuevamente a condenar las prácticas corruptas, la marginalidad, el descarte y el despilfarro, e hizo a todos, un llamado a tener un compromiso activo en la vida pública, por ser lo que es de todos y a tener una fe encarnada y profética. Subrayó, igualmente, la importancia de pasar de la mera asistencia a las urnas a una participación más auténtica, alimentada por la creatividad y la solidaridad, para construir una sociedad más justa y fraterna, porque de lo que se trata es de organizar la esperanza en estas horas no fáciles. Nuestra fe, afirmó el Papa Francisco, debe entrar en la historia y curar las heridas de la sociedad, convirtiéndose así en fermento de esperanza y de justicia.Su voz profética ha realizado un llamado a restaurar el corazón de la democracia, mediante la creatividad y la solidaridad: “mientras nuestro sistema económico y social siga produciendo una sola víctima y haya un solo descartado, no podrá celebrarse la fraternidad universal”. Es como si nos dijera que vivir el Evangelio, es participar conscientemente en la política. La pregunta que viene bien formularnos, en el contexto de la realidad de Colombia es: ¿Qué implicaciones tiene para nosotros el mensaje de Trieste? 1.Debemos tomar conciencia, en el orden de la participación, que no pocas veces, por falta de formación y buen criterio, nos hemos sentido impotentes y utilizados. No se nos toma en serio y otros deciden por nosotros, quedando sin capacidad de reacción. Se nos impide pensar, porque pensar resulta ser muy peligroso. Se nos aparta sutilmente cuando buscamos hacer control democrático para que nos rindan cuentas públicamente; como si no supiéramos que cuando le roban al Estado nos roban a cada uno.2.Estamos llamados a enfrentar el acostumbramiento que nos ha llevado a vivir, en este tipo de relacionamientos, determinados por el avispamiento y el aprovechamiento de los sin escrúpulos que hacen de la democracia la promiscuidad mercantil de la política. Son las mafias enquistadas en los juegos de poder. Aquí es donde constatamos que el bien es sumamente frágil. Y lo es mucho más si se trata del bien común de la nación. Pero la tarea es vencer el mal a fuerza de bien ante el cerco tendido por las ambiciones clientelistas. Es un sacrificio tan legítimo como agónico, dado que las voces que pretenden el rescatar la democracia profunda y deliberativa, como lo ha pedido el Papa Francisco, son un referente residual.3.Debemos poner las cosas en el oren que nos pide el Papa en su mensaje de esta Semana Social, reconociendo que, en las campañas electorales, tanto en lo nacional como en lo regional y lo municipal, es vergonzosa la escasez de contenidos y la multiplicación de las ofensas. A todo lo anterior se le suma el flaco servicio a la democracia de algunos medios de comunicación. Ni informan ni forman la opinión pública; hábilmente se distancian de la obediencia debida a la verdad y poco les importa la utilidad social de la información. 4.Estamos llamados a reconocer que, en el quehacer de la política, solemos valorar mucho más la posibilidad de poder expulsar un mal gobierno, que la perentoriedad de elegir uno bueno; nos ponemos de acuerdo sobre lo que no queremos antes de realizar propuestas y conseguir objetivos; se determina el mal -en el extremo hipotético de consentir desvelarlo-, pero se sospecha de quien intenta ofrecer el bien y caminar hacia él. Ni se aspira a él, ni se procura el ideal.El Papa Francisco lo ha repetido de muchas formas y en diferentes contextos: “La sensatez tiene como idea matriz unir la ética y la política”. Lamentablemente esto es, por lo general, despreciado por la voluntad de poder. El deber ser de la moral no juega contra el gobernante. Abandonar la moral es ir a la ruina. Ya hemos aprendido, por tantos dolores en nuestra historia, que no es ingenuo guiarnos por el bien y la defensa de la vida. Recordemos las palabras del Papa Benedicto XVI quien, refiriéndose a estos temas tocados por el Papa Francisco, también nos dijo: “Hagan la síntesis entre realismo político e idealismo moral”.Pbro. Rafael Castillo TorresDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social / Cáritas Colombiana

Jue 11 Jul 2024

Hacia un diálogo maduro, capaz de gestar consensos

Por Pbro. Rafael Castillo Torres - La Semana por la Paz de este año 2024 tiene como lema “Uniendo voces construimos país”. Es un lema, creado colectivamente, en consenso con muchos, y que nos coloca sobre el horizonte de la palabra como el puente más civilizado para celebrar, entre nosotros, la cultura del encuentro. Será la oportunidad que nos daremos, como nación que anhela la paz integral, para examinarnos a fondo y preguntarnos: ¿Hasta cuándo las relaciones de los colombianos y colombianas han de seguir marcadas por una confrontación de intereses? ¿Hasta cuándo la vida de la nación estará condenada a la fragmentación y signada por los enfrentamientos? ¿Seremos capaces, como pueblo, de fundamentar nuestros vínculos en un diálogo sincero y constructivo? ¿Cuáles son las razones que nos han llevado a olvidar nuestra historia?Esta Semana por la Paz, que pone en el centro nuestra capacidad de dialogar, deberá hacer crecer nuestra conciencia en algo muy concreto: la ausencia de un diálogo sincero y fundamentado en la buena voluntad, nos menoscaba y nos aísla del entorno regional y mundial. En definitiva perjudica, especialmente, a los excluidos, marginados y empobrecidos de nuestra nación.Las jornadas, encuentros culturales, acciones pedagógicas, momentos de oración y celebraciones que tendremos durante todo el mes de septiembre, nos han de ayudar, también, en el reconocimiento de aquellas falencias profundas que tenemos los colombianos. La obstinación de algunos y la persistencia en confrontaciones de intereses sin saber cómo resolverlos, han sido un signo de nuestra debilidad para concertar y conciliar, lo cual refleja no solo la precariedad de nuestras instituciones, sino también la fragilidad de una cultura del encuentro que posibilite un gran acuerdo de nación. Todo ello es un reflejo del escaso aprecio que, como sociedad, otorgamos a la importancia y la dignidad que tiene la acción política como ese ámbito propio para la superación de las diferencias y el afianzamiento de nuestros grandes ideales. Colombia hoy, como nunca antes, está urgida de gestos de grandeza que generen confianza y credibilidad. Queremos que esta Semana por la Paz nos permita descubrir, en cada uno de sus momentos celebrativos, no solo el valor de los conflictos que hemos de transformar creativamente, sino también, el sentirnos abocados a la búsqueda de sus soluciones, como responsables todos, de la paz, de la convivencia y de la reconciliación nacional.Estamos necesitados de generosidad y cooperación, pero también de diálogo y comunicación libre. En una expresión, de aquellos valores que construyen la felicidad social. Nuestro balance será siempre bastante deficitario sino logramos superar la paradoja de una sociedad corrupta que busca elegir gobernantes honestos. Entre nosotros no puede seguir primando la competencia sobre la cooperación, ni el bien individual sobre el bien común, tampoco el “Estado mínimo” sobre el “Estado de bienestar social”.Colombia es una nación en permanente movilización y reclamos de justicia, lo sabemos. Por ello es bueno precisar desde el diálogo, que es el puente más civilizado que acerca todas las orillas que son posibles, que no es en las calles donde solucionaremos nuestros problemas sino a través de un diálogo transparente y constructivo que revisa permanentemente las estrategias de reclamo. Ni la moderación en las demandas, ni la magnanimidad en el ejercicio del poder, son signos de debilidad.A los colombianos, en la búsqueda de la paz, muchos hechos nos han dejado perplejos, pero no estamos desesperados ni desesperanzados. Por ello, siempre será necesario precisar que la firma de un acuerdo para poner fin a un conflicto armado siempre será una condición necesaria, más no suficiente. Ante las mesas de diálogo para la paz con distintos actores, se deben abrir muchas otras mesas locales, municipales y regionales, para hacer las paces territoriales, resolviendo creativamente los conflictos.Vamos a tener presente, en esta Semana por la Paz, que Colombia, en esta hora, no va a crecer por los buenos negocios de su economía, sino por la madurez que tenga su capacidad para dialogar y su habilidad para gestar consensos que se traduzcan en políticas que orienten un proyecto común nación.Nosotros sabemos que Dios es fiel y no abandona a sus hijos. La esperanza en la que creemos los colombianos es aquella que se funda en el amor gratuito de Dios. Justo, desde aquí, creemos que el diálogo, que celebra la cultura del encuentro, es nuestra gran oportunidad.Pbro. Rafael Castillo TorresDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social / Cáritas Colombiana

Jue 16 Mayo 2024

Defensa de los líderes sociales en Colombia: un compromiso ecuménico e interreligioso

Por Carlos Daniel Franco Ramírez - Históricamente, religiones e iglesias han debatido sobre doctrinas y dogmas, creando divisiones y diferencias que las separan. Sin embargo, el momento actual requiere dejar de lado esas diferencias y unir fuerzas en la defensa de la vida y la justicia social. Como actores y promotores de la vida en la construcción del tejido social en el país, en el contexto del diálogo ecuménico e interreligioso, la defensa de los líderes sociales en Colombia se convierte en un punto de encuentro y una oportunidad para favorecer la unidad.Líderes sociales en ColombiaNumerosos líderes sociales de diversas comunidades, tanto hombres como mujeres, enfrentan amenazas, silenciamiento y, en última instancia, se convierten en víctimas de asesinato. Estos líderes asumen compromisos concretos en sus comunidades y territorios, trabajando en pro de la justicia, la paz, el medio ambiente y la defensa de los derechos colectivos. El Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ) ha actualizado su registro de víctimas de líderes sociales, el cual asciende a 1729 personas - aunque se presume que la cifra real es mayor -, entre el 24 de noviembre de 2016 hasta el informe del 14 de mayo del presente año.Es importante recordar que el asesinato de líderes sociales se ha intensificado en Colombia desde la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las extintas Farc en 2016. Las cifras son elocuentes: 21 casos en 2016, 207 en 2017, 298 en 2018, 279 en 2019, 310 en 2020, 171 en 2021, 189 en 2022, 188 en 2023 y 66 hasta la fecha. Se observa, entonces, que aunque los homicidios han disminuido, lamentablemente aún persisten; muchos de estos casos quedan impunes y, tristemente, en la indiferencia de la mayoría de la población. En vista de estas cifras alarmantes y esta cruel realidad, desde el diálogo ecuménico e interreligioso surge de manera imperante la necesidad de ofrecer una reflexión sobre el asesinato de los líderes sociales en Colombia, con el propósito contribuir a la construcción del bien común y a la defensa de sus vidas.Compromiso ecuménico e interreligiosoEl ecumenismo es una invitación a todos los cristianos para construir el reino de Dios, y exige la participación comprometida de cada uno para colaborar en orden al bien común. Desde este contexto del diálogo ecuménico, todos los cristianos podemos interpretar la muerte de los líderes sociales desde la recuperación de la memoria del Jesús histórico y las causas de su muerte, derivadas de su compromiso social y su ministerio profético.Esta perspectiva demanda que todos los cristianos tomen conciencia de la vida y obra de Jesús, asuman los desafíos del compromiso evangélico y encarnen su mensaje en la realidad histórica actual; en otras palabras, quien hoy no se compromete, dista del cristianismo de Jesús. La fe en Cristo debe trascender los límites personales y abarcar dimensiones más amplias para contribuir al bienestar de todos.Desde esta óptica, el compromiso social y el diálogo ecuménico se convierte en un pilar fundamental del cristianismo, intrínseco en la vivencia y manifestación de la fe. “En nombre de Cristo se adopta conjuntamente posiciones de solidaridad al servicio de la humanidad; así se enfrentan problemas de justicia, libertad, paz, y se atiende mejor a los pobres, marginados y a los indefensos.”Sin embargo, este esfuerzo no se limita al diálogo entre cristianos, sino que involucra a todas las personas, independientemente de sus convicciones religiosas, incluso aquellas que no son cristianas. Todos debemos responder al llamado de enfrentar el asesinato de los líderes sociales mediante la promoción de un diálogo interreligioso que también inspire un compromiso social para abordar esta realidad y contribuir colectivamente a la construcción de una mejor sociedad. Este llamado trasciende barreras religiosas, se convierte en un terreno compartido y es claro para todos: un mayor compromiso social, así como el apoyo y defensa de aquellos que sí se comprometen socialmente.Por tanto, el diálogo interreligioso, como bien lo asegura el papa Francisco, “antes incluso de ser una discusión sobre los grandes temas de la fe, es una conversación sobre la vida humana.” Este diálogo se presenta como el espacio propicio para asumir responsabilidades comunes frente a la problemática de nuestro país, la cual nos apremia y nos interpela profundamente.ConclusiónEn definitiva, los seres humanos, independientemente de la religión que profesen, cuentan con elementos suficientes para ejercer un liderazgo fundamentado en los valores de la fraternidad/sororidad universal, desde su vocación, profesión y ocupación, en su ámbito laboral, académico, sociocultural, parroquial, en diversos movimientos y asociaciones en los cuales participa.Para que esta aspiración no quede reducida a una mera utopía, es fundamental que todos reconozcan la importancia de los líderes sociales y apoyen su lucha. No se puede ser indiferente ante el esfuerzo y el sufrimiento de estos compatriotas que luchan por la reconstrucción del bienestar social en sus respectivos territorios; de esta manera, cada persona está llamada a contribuir de alguna manera a la labor de estos líderes que desempeñan un papel crucial en el país.Resulta crucial visibilizar esta realidad, respaldarlos y acompañarlos en su encomienda. Es de vital importancia emplear esfuerzos para que se sigan denunciando los ataques contra ellos, fomentar la educación en la creación de una conciencia colectiva, y la sensibilización desde estos ambientes religiosos en torno a la importancia del liderazgo social y su impacto en la construcción de sociedades más equitativas y justas. Esto implica promover formación y enseñanzas que reconozcan la labor y el valor de quienes se alzan como voces de cambio y justicia en nuestra sociedad.En resumen, la fuerza transformadora de los líderes sociales es un llamado a la acción para cada individuo, independientemente de sus creencias o afiliaciones. Contribuir al respaldo y protección de estos líderes es un paso significativo hacia la realización de sociedades más fraternas, más justas, más presencia del reino de Dios anunciado por Jesús en el aquí y ahora de nuestra historia.Carlos Daniel Franco Ramírez, C.Ss.R.Seminarista Redentorista

Mié 15 Mayo 2024

El Espíritu Santo: un faro de esperanza para nuestros pueblos

Por Pbro. Gerardo Andrés Guayacán Cruz - En Pentecostés celebramos la venida del Espíritu Santo dado a los apóstoles y luego a toda la Iglesia, cincuenta días después de la Resurrección del Señor. Con este acontecimiento Dios infunde valor, sabiduría y fortaleza para proclamar el Evangelio por todo el mundo.El Espíritu Santo nunca abandona su obra, Él está presente en la creación, para que el hombre busque la renovación interior a través de la oración, la adoración y la intimidad con Dios. El mundo en que vivimos no existe por sí mismo; es obra del Espíritu creador, que pone orden y armonía al mundo.En el contexto de la acción pastoral de la Iglesia en Colombia, Pentecostés tiene un significado personal, profundo y práctico. Significa renovación espiritual, fortaleza para enfrentar desafíos y sabiduría para guiar a los fieles en un entorno diverso y a menudo desafiante. Es el Espíritu Santo quien revitaliza y fortalece las comunidades cristianas, para abordar las necesidades sociales, económicas y espirituales de nuestros pueblos.En un país como el nuestro, la Iglesia desempeña un papel importante en la vida de las personas, inspirándoles a permanecer fieles al amor de Dios, aun en las pruebas difíciles, sin perder nunca la esperanza.Pentecostés impulsa a la Iglesia a trabajar por la justicia social, la paz y la reconciliación en una nación que ha experimentado conflictos prolongados. Enfrentar los problemas sociales en nuestros territorios puede ser desafiante y agotador. El Santo Espíritu de Dios puede proporcionar fortaleza espiritual y perseverancia a los que trabajan por la justicia, permitiéndoles seguir adelante incluso en la adversidad.Muchas personas se ven afectadas por los problemas sociales de manera directa o indirecta, lo que puede generar sufrimiento y desesperanza. En este panorama, solo el Señor puede consolar y lo hace a través de su Espíritu, recordándonos el amor infinito incluso en los momentos más oscuros. Es la esperanza en el amor de Dios que nos recuerda el Papa Francisco: “La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz”. [Bula de Convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025. n°3].La acción del Espíritu Santo es fundamental para la vida y la misión de la Iglesia. A través de su influencia y poder, Él capacita a los líderes y fieles para enfrentar los desafíos sociales y llevar el amor de Dios a quienes más lo necesitan.En un contexto marcado por la pobreza, la violencia, la desigualdad y otros problemas que aquejan a nuestras familias, la presencia del Espíritu Santo es fuente de Luz. Es Él, quien inspira a la Iglesia a ser una fuerza transformadora en la sociedad, trabajando incansablemente por el bien común y el Reino de Dios. En última instancia, la presencia soberana del Espíritu Santo en Colombia es un recordatorio del amor incondicional de Dios y su deseo de restaurar y renovar todas las cosas en sí mismo.Es la Iglesia quien responde a la llamada del Espíritu Santo y se convierte en un faro de esperanza y transformación en medio de la oscuridad, llevando la luz del Evangelio a los más pobres y construyendo un camino hacia un futuro más justo y pacífico para todos.A medida que la Iglesia abraza plenamente el camino de Pentecostés, se convierte en un testimonio vivo del amor de Dios en el mundo, manifestando la unidad y proclamando la buena nueva de Jesús Resucitado a toda la creación.Pbro. Gerardo Andrés Guayacán CruzSacerdote de la Diócesis de Duitama-Sogamoso

Jue 2 Mayo 2024

Tiempo de reconciliación, la opción por los hermanos

Por Carlos Ignacio Agudelo Betancur - Los Obispos de Colombia nos invitan a celebrar el 3 de mayo el día nacional por la Reconciliación y la Paz de Colombia que se celebra, desde la visita del Papa Francisco en el 2017, el día de la Exaltación de la Santa Cruz. En su mensaje, el cardenal Luis José Rueda Aparicio nos recuerda que “la reconciliación requiere la capacidad de ver al otro como hermano”, que “la barca colombiana requiere que usted abra su corazón a la reconciliación y al perdón, al mirar al otro no como enemigo”, que “Colombia reconciliada es una esperanza” y que “Colombia merece ser un país reconciliado y en paz”.El Papa Francisco en Villavicencio ante un Cristo mutilado, que representa los sufrimientos y dolores de todas y todos los habitantes de nuestro país, oró:“Oh Cristo negro de Bojayá,haz que nos comprometamosa restaurar tu cuerpo.Que seamos tus pies para salir al encuentrodel hermano necesitado;tus brazos para abrazaral que ha perdido su dignidad;tus manos para bendecir y consolaral que llora en soledad.Haz que seamos testigosde tu amor y de tu infinita misericordia”.(Fragmento de la Oración al Cristo negro de Bojayá, Papa Francisco, 2017)Para reconciliarnos necesitamos restaurar nuestro cuerpo, nuestro corazón y también nuestra psiquis. Son muchos los dolores que necesitan ser curados y esto debe ser lo primero que debemos reconocer, que necesitamos ser sanados. “Jesús estaba dispuesto a escuchar y sanar a sus contemporáneos…A nivel físico, psicológico y espiritual”, como nos compartió Cristian David Ortiz en anterior publicación del Blog de la CEC. Para nuestra reconciliación de cuerpo, corazón y alma, necesitamos también aliviar y sanear nuestra psiquis, si es necesario debemos acudir a la ayuda de nuestros pastores, de los profesionales en la salud, de las buenas amistades que nos ayuden a superar heridas y ataduras sicológicas, debemos purificar nuestra mente, nuestra memoria, nuestro lenguaje.Para conseguir un verdadero estado de reconciliación debemos purificarnos de todos los odios y rencores de cualquier tipo. Lo repetimos a diario en el Padrenuestro. Todas y todos sufrimos de las fragilidades propias y ajenas. “El que esté sin pecado que tire la primera piedra” quiere decir que todos nos hemos equivocado por acción, omisión o indiferencia:Hemos pagado salarios injustos; hemos diseñado o apoyado leyes inequitativas; hemos confabulado ilícitamente para mantener y acrecentar el poder y la riqueza; hemos aprovechado influencias para nuestro beneficio egocéntrico; le hemos quitado el puesto a otros valiéndonos de engaños y artimañas; hemos conquistado el poder con engaños electoreros y publicidad engañosa; hemos robado sigilosamente o a mano armada; hemos atentado contra la dignidad de las y los compatriotas en su cuerpo, en su corazón, en su psiquis; hemos dado muerte a una o a un hermano; hemos infringido daños contra poblaciones y agrupaciones; a plena conciencia o por nuestra indiferencia o por nuestra falta de interés hemos permitido que se instauren estructuras de injusticia en nuestro país; no hemos sabido implementar programas de plena cobertura para resocializar a los que cometieron errores y pagan castigos en cárceles insalubres; hemos favorecido en los juicios a los que pagan por ser librados de sus condenas y hemos dejado en cárcel a muchos inocentes; no hemos sido capaces de brindar una adecuada alimentación y escuelas dignas a nuestra niñez y juventud; no hemos sabido proteger a nuestros menores de edad, a las mujeres y a los indefensos de la explotación y el abuso en todas sus formas; hemos quemado bosques, hemos desviado corrientes de agua, hemos afectado o dañado permanentemente los ecosistemas; no hemos valorado lo que han hecho los anteriores gobernantes, no hemos sabido construir sobre lo construido y preferimos el borrón y la contratación nueva; hemos diseñado y pactado contrataciones amañadas buscando el beneficio propio y de cercanos; no hemos avanzado efectivamente en la lucha contra la corrupción; no hemos sabido generar nuevos empleos dignos, nuevas industrias, nuevas oportunidades para todas y todos; no hemos sabido desapegarnos del poder o del puesto de trabajo para darle oportunidad a las nuevas generaciones que buscan empleo.Y todo lo anterior se multiplica si nos vamos a la historia, desde la conquista o mucho antes. Todas las sociedades y culturas tienen mucho qué purificar. La purificación comienza por el reconocimiento de nuestras históricas condiciones y fragilidades, y las de los otros, pero no se trata de quedarnos allí, recriminándonos unos a otros ad infinitum en discusiones bizantinas. Necesitamos dar un primer paso, como nos lo propuso el Papa Francisco, un paso en dirección de la reconciliación que implica vernos como hermanas y hermanos, hijos de un mismo Padre, habitantes de un mismo y amado territorio; necesitamos una verdadera amnistía del corazón y de la psiquis, necesitamos purificarnos de nuestros prejuicios, de nuestros odios, de nuestros deseos de venganza, inclusive de nuestros deseos de hacer justicia a toda costa.Jesucristo en la Cruz asumió todos nuestros errores, nuestros odios; Él vivió personalmente los implacables castigos de la flagelación y la crucifixión romanas, y al hacerlo nos Redimió y nos mostró el camino de la Resurrección, nos propuso una vida nueva, una vida de fraternidad, donde sepamos vivir juntos como hermanos, practicando las obras de misericordia unos con otros.La reconciliación implica que demos un salto de caridad y de calidad como personas y purifiquemos nuestra mente, nuestra memoria, nuestro corazón y nuestro lenguaje. La purificación del lenguaje implica que salgamos del pantano de seguir repitiendo frases, estereotipos, juicios, condenas, etiquetas y muletillas insultantes, y toda palabra que nos aleje del respeto por la dignidad de cada ser humano.La reconciliación no se consigue de la noche a la mañana; necesitamos un proceso; no es sólo poner en evidencia la verdad histórica, sino también abrazar los dolores históricos y superarlos con ayuda profesional de ser necesario. Quizás necesitemos una generación o más, quizás un gobierno que dedique años a sólo este proceso, o menos si todas y todos los colombianos nos proponemos esta meta como la primera; para que luego de habernos reconciliado avancemos en los consensos de mejoramiento de nuestras instituciones y de nuestras leyes, que nos permitan seguir construyendo el amado país que todas y todos los colombianos merecemos.En la homilía del Papa Francisco en Villavicencio titulada «Reconciliarse en Dios, con los colombianos y con la creación» afirmó que reconciliarse “como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de cada individuo y los valores propios de cada sociedad civil». Y concluyó Francisco: “La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer esa esperanza”.Nos unimos en oración especialmente este 3 de mayo y todo el mes, juntos como familia colombiana, con el propósito de comprometernos con la reconciliación fraterna que nos permita avanzar en la concordia. Así sea.Carlos Ignacio Agudelo BetancurLaico, padre de familia e ingeniero.

Jue 2 Mayo 2024

Obediencia sacerdotal

Por P. José Antonio Díaz - El día de la ordenación sacerdotal se promete al obispo obediencia. Se trata de una comunión jerárquica querida por Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, en la relación del presbítero con el propio Obispo. De este modo se hace partícipe ontológicamente del sacerdocio y del ministerio de Cristo.Del Obispo, en efecto, se recibe la potestad sacramental y la autorización jerárquica para tal ministerio. La Exhortación Apostólica Post-sinodal Pastores Dabo Vobis, afirma: «En verdad no se da ministerio sacerdotal sino en la comunión con el Sumo Pontífice y con el Colegio episcopal, particularmente con el proprio Obispo, hacia los cuales debe observarse obediencia y respeto» (PDV 28).Es por esta unión en la comunión sacramental que el presbítero es ayuda e instrumento del orden episcopal. En su ministerio prolonga la acción del Obispo, del cual se hace presente su figura de Padre y Pastor. Un presbítero no puede actuar sin comunión con su Obispo.A propósito de esto, el Concilio sugiere una vía: «las relaciones entre los Obispos y los Sacerdotes deben fundarse principalmente en los vínculos de la caridad sobrenatural» (ChD 28), caridad que mira a evidenciar una relación que supera la relación funcional radicándose en la realidad de la familia presbiteral de la que el Obispo es el Padre y el Pastor. Es esta caridad sobrenatural la que favorece y consolida la colaboración con el Obispo, haciendo más fructuosa la común acción pastoral al servicio de las almas (cf. El Sacerdote y el Obispo. «¿Prometes a mi y a mis sucesores reverencia y obediencia? ¡Prometo!»: Del Rito de la Ordenación).Obediencia por amor a la IglesiaEl amor a la Iglesia, como misterio de comunión para la misión, se aprende del amor del mismo Cristo, que "amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,25). Citando a San Juan Pablo II, cuando afirmaba que "la Eucaristía es absolutamente el centro de mi vida y de cada jornada" (Discurso del 27 de octubre de 1995, a los treinta años del Decreto Presbyterorum Ordinis), el Papa Benedicto XVI comenta: "Del mismo modo, la obediencia a Cristo, que corrige la desobediencia de Adán, se concretiza en la obediencia eclesial, que para el sacerdote es, en la práctica cotidiana, en primer lugar, su propio Obispo" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo).La comunidad primitiva era "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32), porque, al celebrar la "fracción del pan" (la Eucaristía), sabían "escuchar" con fidelidad y con actitud de oración la predicación apostólica: "Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). Esta comunión expresa la unión interna de corazones que se debe manifestar en la unidad, y nace del amor a Cristo y a su Iglesia. Ese amor que sólo se puede aprender en intimidad con el mismo Cristo, presente en la Eucaristía y escondido en la palabra predicada por los Apóstoles. Es, pues, "comunión" y escucha-obediencia amada y vivida afectiva y efectivamente.La pregunta de Jesús a Pedro: “¿Me amas?” (cf. Jn 21,15-19) para comunicarle el "Primado" en pastoreo, nos debe interpelar a nosotros mismos, como pastores del mismo rebaño. La respuesta de Pedro, "tú sabes que te amo", es también la nuestra. De esta manera, es que vivimos en comunión con quien "preside la caridad" universal, es decir con Pedro y sus sucesores. Nuestra "obediencia", vivida con amor, es parte esencial de nuestra espiritualidad sacerdotal. La comunión con el propio Obispo forma parte de esta misma vivencia eucarística y sacerdotal, para construir la "fraternidad sacramental" en el Presbiterio (Presbyterorum Ordinis, n. 8).La celebración eucarística nos une a Cristo, dejándonos transformar por él, también en su obediencia a los designios del Padre. Por esto, nuestra obediencia "personifica a Cristo obediente" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo) (cf. Tema para la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes: 3 junio 2005)Presbíteros, colaboradores del obispoLos presbíteros son los más cercanos colaboradores del Obispo, los próvidos colaboradores, dice el Concilio, digamos que son los más prójimos, los hijos mayores, los hermanos más cercanos. Por esta razón, debe existir el deseo de conformar una familia presbiteral, cuya cabeza y paternidad radican en el Obispo, en quien detenta el carisma episcopal.No se puede olvidar, que la comunión de los sacerdotes con el Obispo redunda en bien de la gente, de los fieles. De unas buenas relaciones los mayores beneficiarios son los fieles, las comunidades. En cualquier circunstancia, pensemos en el bien de la gente. Si uno de nosotros decide romper con esta comunión, rompe con Cristo y con la Iglesia.P. José Antonio DíazSacerdote de la Diócesis de Santa Marta

Jue 2 Mayo 2024

Contemplando la cruz, ¡Vamos a reconciliarnos!

Por P. Rafael Castillo Torres - El próximo 3 de mayo, día en que el mundo católico celebra la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz; nosotros, en Colombia, acogiendo el llamado del Papa Francisco en Villavicencio, en su visita apostólica de hace siete años, así como la exhortación de nuestros pastores, celebraremos esta jornada de oración, reflexiones y compromisos con el propósito de abrir caminos nuevos de reconciliación y de esperanza en la búsqueda constante de la unidad y de la paz que hoy reclama la nación colombiana. Búsqueda en la que la Iglesia está firmemente empeñada y comprometida.Una pregunta que nos hicieron recientemente fue la siguiente: ¿Por qué la Iglesia ha escogido esta fiesta para celebrar el día nacional de la reconciliación?En primer lugar, porque nuestra Nación, así quieran sacar la imagen del Crucificado de los espacios públicos, se sigue santiguando, signando y persignando. Y lo hace porque estamos llenos de personas que sufren. Personas también ellas crucificadas por la desgracia, las injusticias y el olvido; porque hay muchos hermanos hundidos en el hambre y la miseria; y también porque, entre nosotros, se conserva aún la piedad sincera.En segundo lugar, porque es difícil imaginar un símbolo más cargado de esperanza que la cruz que nuestro pueblo planta por los caminos en subida: esas cruces son memoria conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente de su identificación con todos los inocentes que sufren de manera injusta.En tercer lugar, porque la cruz, como el Cristo roto de Bojayá, levantada entre nuestras cruces, nos recuerda que Dios sufre con nosotros. A Dios le duele el hambre de los niños y llora con las mujeres maltratadas día a día en su hogar y sufre también con todas las víctimas. No sabemos explicamos la raíz última de tanto mal. Y, aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho. Sólo sabemos que Dios sufre con nosotros y esto lo cambia todo.La Iglesia quiere en esta celebración, que como nación colombiana podamos redescubrir el verdadero contenido de la cruz. ¿Qué significa la imagen del Crucificado, tan presente entre nosotros, si no sabemos ver marcados en su rostro el sufrimiento, la soledad, el dolor, la tortura y desolación de tantos hijos de Dios? ¿Qué sentido tiene llevar una cruz sobre nuestro pecho, si no sabemos cargar con la más pequeña cruz de tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué significan nuestros besos al Crucificado, si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el acercamiento a quienes viven crucificados? ¿Qué sentido tienen venerar la cruz del Señor si no somos conscientes que en el altar de la cruz se ha dado el mayor gesto de amor que reconcilia a toda a la humanidad?Es justamente en el altar de la cruz donde quedan al descubierto nuestras cobardías. Desde el silencio de la cruz, Nuestro Señor nos invita a revisarnos. Para adorar el misterio de un «Dios crucificado», es necesario acercamos un poco más a los crucificados y de eso se trata en esta jornada. Ante el altar de la cruz vamos a estar en silencio, aquietando el espíritu y recuperando la paz interior. Este, en definitiva, es el buen comienzo de la reconciliación. Llevar la cruz no es buscar «cruces», sino aceptar la «crucifixión» que nos viene de la fidelidad al Evangelio.Nuestra esperanza como Iglesia es que esta celebración nos pueda llevar a seis tareas concretas en el ámbito de la reconciliación: • A reconocer que la verdad sin justicia es mentira y que la justicia sin verdad es engaño; establecida la verdad, restaurada la justicia, se inaugura el tiempo de la misericordia frente al arrepentimiento y el diálogo.• A comprender que una auténtica reconciliación implica cambios reales para crear una nueva situación. Esto se realiza en el reconocimiento de la verdad (la rehabilitación del ofendido) y la búsqueda de la justicia (la rehabilitación del ofensor).• A tener muy claro que una actitud de silencio resulta ser una falsa reconciliación, porque hiere aún más al ofendido y justifica al ofensor en su maldad. Necesitamos que los ofensores reconozcan el daño causado, se arrepientan y emprendan un nuevo camino.• A trabajar pedagógicamente estas tres instancias, la verdad, la justicia y la misericordia, que se requieren mutuamente, para ir consolidando la reconciliación como una experiencia de autenticidad que nos encamina hacia la paz.• A procurar ayudar a armar lo que está desbaratado. Ha de ser una tarea, permanente y continua, por restituir dignidad a las víctimas; contribuir a la humanización de los victimarios; y animar la recomposición de un tejido social y comunitario donde la vida ha de ser lo primero y lo más importante. • A orar insistentemente para que crezca en cada uno de nosotros la grandeza human del perdón como la paz del corazón y la reconciliación como la paz en nuestras relaciones.P. Rafael Castillo TorresDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social – Cáritas colombiana