Jue 12 Jul 2018
Cristianos santos y alegres (I)
Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Deseo con Ustedes, queridos lectores, repasar un precioso regalo que nos ha hecho el Papa FRANCISCO, con la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos) publicada el 19 de marzo 2018. En este texto el Papa afronta el tema de la llamada a la Santidad en el mundo actual.
El Santo Padre con un lenguaje muy sencillo y personal quiere mostrarnos la posibilidad de ser santos, como fuente de amor y del seguimiento del evangelio con gran alegría. Parecería un tema para élites teológicas, pero el Pontífice quiere hablarnos al corazón, a todo el pueblo de Dios y deseo llevar a ustedes estos argumentos para el crecimiento en la fe. Su Santidad pone de frente a nuestra reflexión una gran llamada a la santidad, en la expresión de la voluntad de Dios, el Todopoderoso que quiere que seamos santos, nos presenta una sencilla premisa que, para todos nosotros, debe ser de gran aliento. “Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada” (Cf. n. 1).
El Santo Padre desea entrar en los medios de santificación, como llamada que es actual y posible para todos los hijos de la Iglesia. Nos presenta, cómo en el tiempo actual, con todos los riesgos y desafíos, las muchas oportunidades de ser santos (Cf. n. 2), algo que es alcanzable por todos y cada uno de nosotros.
La santidad surge de Cristo, que nos manifiesta la voluntad de Dios Este es un “camino” que nos muestra la voluntad de Dios, la santidad es también una “misión”, un proyecto de vida que todos debemos emprender como discípulos de Cristo. Esta forma de vida surge del Evangelio y está vinculada a Él de forma insuperable (cf. n. 19).
Esta forma de vida, la santidad, es una actitud que tiene de reflejarse en la vida ordinaria, en cada uno de los gestos y hechos de vida que nos tocan. El Papa FRANCISCO pone el ejemplo de pequeñas acciones que nos permiten experimentar ese camino de santidad: una señora que va al mercado y no acepta hablar allí mal de nadie; la madre que escucha con atención a su hijo, acerca de sus fantasías –con paciencia y afecto- con toda la atención; viviendo pruebas, orando con devoción a la Virgen; viviendo la caridad. Gestos, ofrendas, signos completos de santidad (Cf. n. 16).
En la vida diaria, en sus desafíos, en el devenir de la vida diaria, es dónde Dios nos invita a “nuevas conversiones” para que la gracia de Dios se “manifieste mejor en nuestra existencia ‘para que participemos de la santidad (Hb. 12,10)’ “. La Santidad no es una forma de vida para unos pocos que pueden como aislarse del mundo, de las cosas de la vida, o que viven una vida lejana de los problemas de hoy. ¡No!, es una vida cercana, posible, en la cual cada persona, cada uno de nosotros en nuestras vidas experimenta al Señor. Hace una cita del Concilio Vaticano II, “Cada uno por su camino” (Lumen gentium, 11) para que pueda tocar a cada uno de nosotros y nuestra reflexión: la santidad es posible para todos en el camino de la propia historia, de los propios hechos y de la concreta realidad que vive (Cf. n. 11).
Este don de la santidad es un don del Espíritu Santo a toda la Iglesia “El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios” (Cf. n. 6). El Pueblo de Dios, cada uno de nosotros, tiene que vivir la santidad, como forma concreta de seguimiento del Señor y de su Evangelio. La comunidad humana está llamada a la santidad, en una dinámica del pueblo.
Nos dice el Papa FRANCISCO: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de “la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad” (n. 7).
Con estas reflexiones, el Santo Padre quiere que seamos conscientes de esta llamada de Dios, en la posibilidad de caminar respondiendo a Dios. Esta santidad se construye en la propia historia (cf. n. 8).
La santidad de los hijos de la Iglesia ayuda y estimula a otros a ser santos, a vivir en este estilo de vida y comportamientos que son signo claro de la opción por Jesús. “La santidad es el rostro más bello de la Iglesia” Es habitual que al entrar en los templos o en nuestra devoción personal tengamos la imagen de los santos. Desde hace algún tiempo, podemos tener fotografías de hombres y mujeres que con su vida siguieron y sirvieron a Dios (En Cúcuta, el Beato Luis Variara, salesiano -llamado el Santo de Cúcuta- que sirvió a los leprosos y murió en Cúcuta el 1 de febrero de 1923 y fue beatificado por San Juan Pablo II el 14 de abril de 2002; el Beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Misionero Javeriano de Yarumal, muerto el 2 de octubre 1989 y beatificado por el Papa Francisco el 8 de septiembre 2017). Santos con rostro personal, humano.
Esta llamada a la santidad es personal, directa, que exige de nosotros una respuesta y un compromiso concreto. Una respuesta y un compromiso en toda la acción pastoral de la Diócesis de Cúcuta, ella tiene un objetivo concreto, encontrar a Jesucristo, vivir el Evangelio y con nuestros comportamientos alcanzar una forma de vida, la santidad que es la llamada de Cristo. Esta llamada te toca a ti querido lector, toca tu vida, tu respuesta a Cristo.
Termino con una profunda reflexión que nos hace el Papa: la santidad está profundamente unida a la humanidad. La santidad no entra en contradicción con la humanidad, la asume y la acoge en toda su profundidad. Con la santidad, la humanidad se hace fecunda (Cf. n. 33).
En otro momento seguiremos repasando las enseñanzas del Papa FRANCISCO, sobre la santidad, dejémonos interpelar por esta invitación a la santidad, que no es otra que seguir a Cristo, entrar a la ESCUELA DE JESÚS.
+ Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Obispo de Cúcuta