Vie 18 Mar 2022
¿Es con el mal como se paga el bien?
Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez – Homilía del 20º Aniversario de la muerte de Mons. Isaías Duarte Cancino, arzobispo de Cali – Marzo 16 de 2022.
Mons. Isaías Duarte Cancino nació en San Gil, Santander, el 15 de febrero de 1939. Tendría 83 años de vida. Sus padres fueron Crisanto Duarte, odontólogo y Elisa Arenas. Era el menor de siete hermanos. Nace “el mismo año que estalla la Segunda Guerra Mundial… su niñez también es nutrida por el panorama de esta confrontación global … Indudablemente que las circunstancias del país durante la época de infancia y niñez de Monseñor Isaías Duarte Cancino, unido a la característica de los habitantes de Santander, forjados en la ardua lucha contra una naturaleza agreste, contribuyó a forjar su carácter fuerte y a aprender desde muy temprano que debía moverse entre las contradicciones políticas, muchas veces violentas, producto de la fuerte polarización entre los dos partidos tradicionales del país, el liberal y el conservador” (Tomado de la publicación Necrobiografía de Monseñor Isaías Duarte Cancino, de Unicatólica, p. 176).
Estudió en la Gregoriana, licenciatura en Teología. Se ordenó sacerdote en Roma, en el espléndido marco del Concilio Vaticano II, el 1º de diciembre de 1963. Fue ordenado obispo auxiliar de Bucaramanga el 10 de abril de 1985, luego fue nombrado primer Obispo de Apartadó el 18 de junio de 1988, y Arzobispo de Cali, el 19 de agosto de 1995. Es asesinado el 16 de marzo del 2002, hace 20 años, terminando la celebración eucarística y la bendición de cerca de 100 matrimonios, en la parroquia El Buen Pastor.
Después de este breve acercamiento a la biografía de Mons. Isaías, pongamos la mirada en la que fue el nutriente que iluminó el ser y actuar de este eximio pastor: en la Palabra de Dios.
La liturgia de este día nos propone unos textos estupendos para esta conmemoración. El profeta Jeremías, que, como los profetas del Antiguo Testamento, se caracterizó por su generosidad al llamado de Yavé - Dios, por su fidelidad y valentía en el cumplimiento de la misión de anunciar y de denunciar el mal, el pecado y todo lo que separaba al pueblo de Israel de Dios, padeció en carne propia las consecuencias de su actuar fiel. El profeta, en una intensa y dolorosa plegaria, hace una especie de reclamo a Dios, al recordarle lo que de él decían en Jerusalén: “Vamos a tramar un plan para deshacernos de Jeremías. No nos faltarán sacerdotes que nos instruyan, ni sabios que nos den consejos, ni profetas que nos prediquen. Vamos a acusarlo para acabar con él”.
De seguro, que en el caso de Mons. Isaías, él tenía muy presente a lo largo de su vida las palabras de Jesús, “no está el discípulo por encima de su maestro… ya le basta al discípulo ser como su maestro”, y “no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo a la Gehenna” (Mt. 10, 24 - 25.28).
El Obispo es por definición, un profeta; debe ser un auténtico profeta, pues actuando en nombre de Jesús que lo eligió y lo envió a predicar, como a los apóstoles, no puede dejar de gritar desde los terrados, lo que ha visto y oído, lo que ha motivado su fe y su respuesta de amor. El Obispo es el profeta del amor de Dios en cada tiempo y lugar. Y los obispos que ha tenido Cali, ayer y hoy, con las diferencias propias de cada uno, supieron y saben ser los profetas que el mundo necesita. Los profetas del amor, de la reconciliación, del perdón, de la paz.
Esta dimensión profética la supo encarnar radicalmente Mons. Isaías Duarte Cancino, al estilo de Jesús, donde los fariseos y herodianos buscaban la forma de tomarlo preso, hasta que lograron que lo llevaran a juicio y lo mataron. Mons. Isaías, como discípulo sobresaliente del Jesús, tuvo la fortuna de ser como él, y de padecer con él, pues tuvo sus mismos sentimientos.
Será el mismo profeta Jeremías quien ante esta actitud del pueblo que está enceguecido ante el anuncio de la buena nueva, eleve a Dios un verdadero grito de dolor: ¿Es con el mal como se paga el bien?
Leyendo varias de las intervenciones de Mons. Isaías, muchas que seguramente los fieles de Bucaramanga, Apartadó, Cali, el Valle y Colombia en general escucharon y guardan en el corazón, podemos encontrar cómo, sin ahorrarse descanso alguno, Monseñor no cejaba en su deseo de lograr un día la reconciliación de los pueblos, la paz de las comunidades, y el encuentro con Jesús. A manera de ejemplo, recordemos un aparte de lo que dijo en el marco del Tercer Congreso Eucarístico Nacional, realizado en Cali en 1999, al cual, por gracia de Dios participé cuando era párroco en Medellín y vine como peregrino a participar en el congreso y la eucaristía con un bus de feligreses de mi parroquia de El Sagrario, donde en 1935 también se había realizado el Congreso Eucarístico nacional. Decía Mons. Isaías que “Frente a un mundo alejado de Dios y con un pueblo colombiano que ha perdido el norte de su vida, la celebración de este Congreso Eucarístico Nacional es una invitación apremiante a volver a Dios, a renovar nuestra conciencia de creyentes y a asumir el compromiso de construir una patria amable para todos, sobre los fundamentos de la honestidad y la justicia, bases insustituibles de la paz”. Si Monseñor Isaías estuviera vivo, de seguro que repetiría esta misma súplica, porque el mundo y la Colombia de nuestros tiempos, en poco o en nada difieren de los tiempos del finado arzobispo.
En su homilía de la última misa crismal antes de su asesinato, en el 2001, dijo algo que leo ahora como una hermosa y elocuente premonición de su sueño para Cali, y para quienes hacemos parte hoy de esta Iglesia particular: “Acerquémonos a contemplar el rostro de Cristo; en él, Dios ha hecho brillar su rostro sobre nosotros, rostro de misericordia y de bondad, rostro de amor, porque Dios es amor; en Cristo también se revela el auténtico rostro del hombre; Jesús es el hombre nuevo que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida” (textos tomado del libro Sangre de profeta, del padre Efraín Montoya Flórez). Hermanos, en la cuaresma 2022, dejémonos reconciliar con Dios, y volvamos a su encuentro. Acojamos con renovada fe la petición de Monseñor Isaías.
Por todo esto, al final de su vida, en el rostro de Monseñor Isaías, dicen quienes compartían con él, que se veía la tristeza, como una especie de frustración. Seguro que por su cabeza pasaban una y otra vez las palabras de Jeremías: ¿Es con el mal como se paga el bien? Jesús ante el sumo sacerdote tuvo una experiencia similar: “he hablado abiertamente ante todo el mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas… Apenas dijo esto, uno de los guardias dio una bofetada a Jesús… Jesús le respondió: si he hablado mal, declara lo que está mal, pero si he hablado bien ¿por qué me pegas? (Jn. 18, 19 ss).
En el Evangelio de este día, de San Mateo, Jesús hace a los discípulos uno de los anuncios de su pasión, dirá que lo van a azotar, que se van a burlar de él, que lo van a condenar a muerte, pero que resucitará. Es la suerte del discípulo que sigue a Jesús con fidelidad. Ha sido esta la suerte de Monseñor Isaías que seguramente escuchó, ese día 16 de marzo de 2001, las palabras de su amado: ¡ven bendito de mi Padre, tú que te esforzaste por hacer siempre el bien, que trabajaste sin descanso por sembrar la semilla del Reino, que creíste en mí y te alimentaste de mi cuerpo y de sangre, ven entra, y goza ahora del premio de los justos, porque has vencido a quienes quisieron callarte, a quienes como a Jeremías, quisieron sacarte del camino. Los has vencido con tu vida y con tu muerte. ¡Entra y desde este lugar sacro, bendice el pueblo que peregrina en Cali y en Colombia!
La mejor forma de hacer un rendido homenaje a Mons. Isaías, es imitándolo. Hoy somos llamados a ser profetas valientes, sin miedos, para anunciar la persona de Jesucristo, y seguir trabajando para que el reino de Dios, hecho presente en Jesús, que es reino de justicia, de amor y de paz, crezca y triunfe en medio de un mundo que quiere imponernos todo lo contrario, el poder de la injusticia, del odio y de la guerra.
No quisiera concluir esta meditación, sin retomar y aplicar a los tiempos actuales, la frase que se hizo clásica en los días en que Monseñor Isaías tuvo a bien asumir como propio el nada fácil trabajo de mediar por la liberación de los secuestrados de La María y del kilómetro 18. La traigo ahora a colación, porque el fenómeno del secuestro hecho por grupos delincuenciales, no ha desaparecido. Hoy, también con Monseñor Isaías hacemos de nuevo la radical petición de que sean liberados todos los secuestrados de Colombia. No es este un acto de caridad ni de clemencia, es un acto de justicia y de humanidad que reclamamos para todos los privados de su libertad. Hoy también gritamos con el corazón en la mano: “Los queremos vivos, libres y en paz”.
Que seamos capaces de liberarnos del secuestro espiritual e incluso material en el que nos encontramos todos. El Señor nos quiere partícipes de su vida divina; nos quiere libres de toda esclavitud, en especial de la esclavitud del pecado; nos quiere en paz, hermanos todos, Fratelli tutti, en el lenguaje del Papa Francisco.
Estamos cerca de la Pascua 2022. Cristo nos mostró como a él no le quitaron la vida, sino que la dio. Se hizo ofrenda de amor, convencido de que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto” (Jn. 12, 24). Fue la forma como nos mostró que el mal se vence es con el bien.
En este sentido, las enseñanzas del profeta de la valentía y de la libertad, Monseñor Isaías Duarte Cancino y su ejemplo de vida, nos animen a ser también profetas del amor de Dios y nos impulsen a saber dar razón de nuestra esperanza, con la parresia o fuerza que viene del mismo Dios. Descanse en paz. Amén.
+ Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Obispo auxiliar de Cali