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Opinión

Jue 27 Nov 2025

El adviento y navidad 2025: En la recta final del Jubileo de la Esperanza

Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - En la Bula de convocación del Jubileo ordinario del año 2025 con el título Spes non confundit, “la esperanza no defrauda” (Rom. 5,5), al final de la misma, el Papa Francisco dice “que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva (cf. 2P 3,13), donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, orientados hacia el cumplimiento de la promesa del Señor” (SNC, 25).Estas palabras del Papa resuenan como uno de los grandes objetivos del Jubileo que vale la pena evaluar si fueron o no alcanzados. A primera vista se podría decir que no. El 2025 ha sido un año probado por las guerras, por los conflictos políticos, sociales y económicos en buena parte del mundo. Creció la percepción de inseguridad y miedo en muchos. El Papa no se cansó de hacer el llamado a la cordura de los líderes y gobernantes y al cese bilateral del uso de las armas. Los desplazamientos forzados y el creciente número de migrantes, ocuparon un lugar notable en las preocupaciones de muchos.Y en esta desafiante realidad, Colombia no estuvo ausente. También entre nosotros, en el Valle del Cauca y Cali, la ola de atentados y muertes selectivas fue grande. Y qué no decir de las numerosas personas que se han inscrito entre quienes no tienen comida ni un lugar donde vivir. También las tensiones y polarizaciones políticas, que están al orden del día, son ingredientes que tienden a recrudecerse.Retomando las palabras del Papa Francisco con las que inicio, nos podemos preguntar ¿hasta qué punto el testimonio de tantos que hemos participado en las celebraciones jubilares han sido “levadura de genuina esperanza” para el mundo?Sin embargo, una cosa sí es cierta, la participación masiva en los actos y celebraciones del jubileo, tanto en Roma como en nuestra arquidiócesis fue masiva. Por ello aprovecho para agradecer al Delegado y Coordinador del Jubileo en Cali y a todos y cada uno de los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, que con entusiasmo se vincularon a las convocatorias del Año Santo, dando testimonio de su fe y de la esperanza que no defrauda para reflexionar juntos en el lema del jubileo “peregrinos de esperanza”.Hay realidades que no están en nuestras manos solucionar. Solo nos toca apelar al sentido común, a la responsabilidad ética y moral en la toma de decisiones de los gobernantes y líderes del mundo y unirnos, como efectivamente se hizo, en una oración colmada de la fuerza que trae la fe para que un día pueda habitar “la justicia y la concordia entre los pueblos”.El tiempo litúrgico de Adviento que viviremos en estos días, hasta la gran solemnidad del nacimiento del Hijo de Dios en la Navidad, nos sirva para seguir anunciando los “cielos nuevos y tierra nueva” (cf. 2P 3,13) que inaugura Jesús en el portal de Belén, por lo que los ángeles cantan: “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama” (Lc., 2, 14).Es sabido cómo Adviento es el tiempo de la esperanza. Que animados por los encuentros y celebraciones jubilares, seamos auténticos testigos de la esperanza, y más cuando muchos puedan pensar que no hay futuro. Ánimo, lo dice el Señor, no tengamos miedo, pues él “ha vencido al mundo” (Jn. 16, 33).Por otra parte, en estos tiempos de Adviento y Navidad la Virgen María ocupa un lugar especial. En efecto, ella es la Virgen Inmaculada de la dulce espera, que con su sí generoso acogió en su seno al Hijo de Dios. Ella no desesperó en la tribulación. Creyó y esperó confiada en la acción de Dios. Guardaba en su corazón lo que de su Hijo se decía y nos enseña a ser valientes para dar testimonio de la Buena nueva a todos, especialmente a los pobres y humildes de corazón.Termino, con un texto de la Bula del jubileo en una bella referencia a la Madre de Dios: “Confío en que todos, especialmente los que sufren y están atribulados, puedan experimentar la cercanía de la más afectuosa de las madres que nunca abandona a sus hijos: ella que para el santo Pueblo de Dios es “signo de esperanza cierta y de consuelo” (SNC, 24).Desde ya les deseo un tiempo de Adviento vivido en la oración familiar junto al pesebre; una Navidad en la que dispongan sus corazones para recibir al Hijo de Dios y el inicio de un año 2026 animados por la esperanza.A todos los bendigo, afectísimo en el Señor.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali

Vie 17 Oct 2025

El presbítero, ministro de la Esperanza

Por Monseñor Gabriel Ángel Villa Vahos - El año jubilar de la Esperanza que estamos viviendo, debe ser para nosotros, los ministros del Evangelio, esto es, del amor, del perdón, de la misericordia, de la paz y la reconciliación, una gran oportunidad para recordar que somos ministros de esperanza.El Papa Francisco, al convocar el Año Santo jubilar, ha puesto como texto bíblico de base, Rm. 5,5: “La esperanza no defrauda”. Sí, para nosotros cristianos, el Señor Jesús es nuestra esperanza, en Él confiamos y a Él anunciamos. La esperanza nace del amor y se funda en al amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida (Rm. 5,10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo, se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo .Para el ser humano no basta vivir, se requiere tener sentido. Hoy muchos sectores humanos, muchos jóvenes, buscan sentido a su existencia, piden razones para vivir. Cuando hemos optado por seguir a Cristo en el ministerio sacerdotal, la razón última ha sido porque en Él hemos encontrado el verdadero sentido de nuestra vida, porque reconocemos que “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” . Si esto es realidad en nosotros, la consecuencia es que estamos en capacidad de ser generadores de sentido, de ser portadores de esperanza, en un mundo con déficit de esperanza.La modernidad prometió que la luz de la razón superaría todo, hasta Dios, pero sus promesas se convirtieron en decepción. Por algo, algunos de los pensadores posmodernos hablan de la sociedad del cansancio, de la sociedad del miedo, de la sociedad líquida. Según san Agustín, nadie vive cualquier género de vida sin estas 3 disposiciones: creer, amar y esperar . La sola razón es insuficiente, y la esperanza está en la perspectiva del ser humano, pues su cerebro está hecho para mirar lejos, y la esperanza apunta a esto, a mirar lejos, más allá de lo meramente material. Es la esperanza la que nos hace propiamente cristianos.La promesa del Señor para nosotros ministros es donar la vida, dar la vida por las ovejas, por lo que debemos tener cuidado para no cimentar nuestra vida ministerial sobre vanas expectativas (puestos, promociones, títulos…) y en cambio sí sobre promesas ciertas.Como insistió el recordado Papa Francisco en diversos escenarios, no nos dejemos robar la esperanza. Somos, con nuestro pueblo santo fiel, peregrinos de esperanza. Mantengamos firme nuestra esperanza, cimentada en las promesas de Dios, y seamos para todos los que nos han sido confiados, para las comunidades con las que compartimos nuestra fe, signos visibles de esperanza.+Gabriel Ángel Villa VahosArzobispo de Tunja y vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Colombia

Lun 6 Oct 2025

Misioneros de la esperanza

Por Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Como es bien conocido, octubre es por tradición el mes de las misiones. Este año, coincide con el año santo cuyo tema es “Peregrinos de la esperanza”.Este es un tema muy importante, porque ¿cuáles son las motivaciones que subyacen para hacer misión en la Iglesia?Por un lado, está el mandato del Señor de ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio, la Buena nueva de la salvación, que es su misma persona. Pero por otro, está el deseo de que la Iglesia crezca y que el Reino de Dios pueda expandirse por todos los rincones de la tierra.A esto debe agregarse que hacer misión significa sembrar en las personas las semillas de la esperanza, de la fe y del amor.Es necesario recordar que es deber de los bautizados ser testigos de la buena nueva que nos hace miembros de la Iglesia, Hijos de un mismo Padre y hermanos en Cristo. Nos hace también pregoneros de la paz, haciendo posible, como auténticos discípulos del Maestro, Cristo Jesús, que con nuestro aporte se consolide en todas partes la civilización del amor.Por esto mismo, hacer misión va más allá que enseñar rezos y ritos. El misionero anima al encuentro con el Señor, a la conversión y a asumir una vida nueva.Es una misión que tiene como destinarios a los que no conocen a Cristo, que entre nosotros son ya numerosos; a los que se preparan en el catecumenado para recibir los sacramentos de iniciación; a animar a los que, habiendo sido bautizados en la Iglesia, se han enfriado en la práctica de su fe; y a acompañar a los que viven con entusiasmo sus compromisos bautismales.No se puede negar que la Iglesia de ayer y de hoy ha pasado y pasa por momentos difíciles, y que está siendo siempre sometida a las insidias del maligno manifestadas de múltiples maneras. Pero una cosa es cierta, lo dice el Señor, que ni el poder del infierno prevalecerá contra ella (cfr. Mt. 16, 18).De esta manera, el llamado es hacer misión y que lo hagamos movidos por la esperanza. La Iglesia tiene futuro. Y nuestra responsabilidad es hacer que los creyentes de hoy sigan sembrando en las familias y en la sociedad la semilla de la fe en Cristo, y que la Iglesia siga creciendo con nuevos miembros.Cali y los otros municipios que conforman la Arquidiócesis: Jamundí, Yumbo, La Cumbre, y Dagua, son territorios de misión. Es necesario recordar que hay que salir sin miedo y con creatividad a buscar a los alejados, a los que se han enfriado, a los no creyentes en Dios y a los que se han distanciado de la Iglesia. Aquí está la urgencia de ser tomar conciencia de que nuestra tarea es la misión, y con ella, sembrar en todos la semilla de la esperanza.Los invito para que este mes sea dedicado a la oración por las misiones, pero también, para que estemos dispuestos a colaborar con la Colecta del Domingo de las Misiones, que se puede comenzar a preparar desde ya haciendo cada uno una renuncia como ofrenda agradable a Dios.Que haya mucha disposición para la oración por las misiones y los misioneros del mundo, y mucha generosidad para la colecta de las Obras Pontificias Misioneras, con las que el Papa León XIV apoya las actividades de las misiones del mundo, y también en Colombia.Misioneros de la esperanza sea nuestra principal tarea.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali

Lun 6 Oct 2025

Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos

Por Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Sigue resonando en nuestra Diócesis de Cúcuta la tarea que ha dejado el II Congreso Nacional de Evangelización PEIP, que tuvo como lema: peregrinos de la esperanza “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19). En este mes de octubre la Iglesia invita a reflexionar haciendo propio el mandato misionero que Jesús nos ha dejado: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 - 20).Con el mandato de Jesús “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28, 19), renovamos el compromiso que tenemos como evangelizadores de transmitir la fe a los demás, haciendo nuestra la misión esencial de la Iglesia que es evangelizar, tal como lo ha enseñado San Pablo VI: “evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Evangelii Nuntiandi 14), conscientes que en esta tarea que asumimos con gozo, el Espíritu Santo es el protagonista principal de la evangelización: “ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Hch 1, 8).En nuestra Diócesis como bautizados, discípulos misioneros, tenemos la certeza que hemos recibido el mandato del Señor de ser auténticos misioneros, para anunciar a Jesucristo en todos los ambientes y sectores, aún en los más difíciles; abiertos a la gracia del Espíritu Santo que nos da la fortaleza necesaria para dar testimonio de Él por todas partes, porque “el Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (Cf. Hch 4,13) y Pablo (Cf. Hch 13,9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo (Cf. Hch 13,2)” (Documento de Aparecida 150). Cumpliéndose así, el mandato misionero de ir por todas partes a transmitir la persona, el mensaje y la Palabra de nuestro Señor Jesucristo.Esta tarea que es mandato del Señor no es para unos pocos en la Iglesia, sino para todos los bautizados, pues con el bautismo somos elegidos por Dios como discípulos misioneros y a la vez llamados y enviados por la Iglesia a la acción misionera en el mundo que debe ser iluminado por la Palabra de Dios. Así lo enseñó el Papa Francisco: “en todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (Evangelii Gaudium 119); de tal manera, que cada día debemos tomar mayor conciencia de esta misión que es para todos, no importando el lugar y el estado de vida en que se encuentra cada uno, “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en un discípulo misionero (Cf. Mt 28, 19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (EG 120), basta simplemente tener a Dios en el corazón y estar lleno de su gracia y presencia para salir con alegría a dar testimonio de Él.Por esto, entendemos que la evangelización no se hace con mucha ciencia humana, sino con la sabiduría que viene de Dios, que es un don del Espíritu Santo, que hace que habite en nuestro corazón la gracia y que tengamos fervor interior para transmitirla, porque “si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).La tarea misionera de todos los bautizados es mucho más urgente en el mundo actual que está sin Dios, para llevar a todos la Esperanza en el Señor y afrontar las dificultades y conflictos desde el Crucificado, porque la humanidad sin Jesucristo, pierde toda esperanza. Así lo expresó el Papa Benedicto XVI: “el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza” (Spe Salvi 23), cayendo en el abismo más sombrío y tenebroso, de donde puede sacarlo solamente el amor de Dios manifestado a través de nuestra presencia misionera. Se trata de no perder la pasión y el fervor por la evangelización, recordando que la “primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más” (EG 264).Como bautizados sigamos fortaleciendo nuestra condición de discípulos misioneros del Señor, comenzando por el anuncio de Jesucristo en el propio hogar y en el entorno en el que vivimos. Que este mes misionero que estamos viviendo juntos, sea un momento especial de gracia para conocer y amar más a Jesucristo y darlo a conocer a nuestros hermanos, incluyendo a aquellos que no lo conocen, lo rechazan abiertamente o se han alejado de su rebaño (Cf. EG 14). Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen de nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28, 19).En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 23 Sep 2025

Lámpara es tu Palabra para mis pasos

Por Monseñor José Libardo Garcés Monsalve- Caminamos en este mes de septiembre al ritmo del proceso evangelizador de la Iglesia en nuestra Diócesis de Cúcuta, pidiendo el don de la paz para nuestras familias y comunidades, con el lema del Plan Pastoral que dice: sean mis testigos, trabajen por la paz. Lo hacemos iluminados por la Palabra de Dios que nos permite renovar cada día nuestro caminar centrados en Cristo, “lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mis caminos” (Sal 119, 105), reconociendo en la Sagrada Escritura a Jesucristo luz del mundo que nos confronta y nos ayuda a discernir la voluntad de Dios.Nuestra tarea evangelizadora consiste en compartir la Palabra de Dios con quienes no conocen a Jesucristo y también con aquellos que conociéndolo se encuentran tibios en su fe. Para cumplir con esta misión el Señor siempre nos renueva ese mandato para ir por todas partes, iluminados por el Espíritu Santo a comunicar el mensaje de salvación: “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Hch 1, 8).Santo que viene sobre nosotros por mandato del Señor, nos llenamos de fervor misionero para evangelizar que es la tarea prioritaria de la Iglesia; como nos lo enseñó el Papa Francisco: “quiero recordar ahora la tarea que nos apremia en cualquier época y lugar, porque no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor, y sin que exista un primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización” (Evangelii Gaudium 110), que está contenido en la Palabra de Dios y por esta razón la fuente de la predicación y la evangelización se encuentra en las Sagradas Escrituras, que contienen a Jesucristo que ilumina nuestros pasos.El llamado insistente que el Papa Francisco nos hizo es el fortalecimiento en la Iglesia de la conciencia misionera, que es el mandato de Jesucristo desde los orígenes “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 - 20), como una invitación a compartir la fe, la esperanza y la caridad con los hermanos, en todos los ámbitos y circunstancias en las que se encuentran las personas. A todos tenemos que llegarles con la Palabra de Dios (Cf. EG 14).Con esto, todos los cristianos entendemos que la misión de la Iglesia de transmitir la Palabra de Dios, no puede ser algo opcional, ni un agregado a nuestra vida de fe, esperanza y caridad, sino que es el núcleo de nuestro ser cristianos; estamos llamados a comunicar como prioridad en nuestra vida. Se trata de participar en la vida y misión de la Iglesia, escuchando la voz del Espíritu Santo que nos ilumina la manera como debemos comunicar hoy a nuestro Señor Jesucristo. Así nos lo enseñó el Papa Benedicto XVI: “no podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita de este anuncio. El Señor mismo, suscita entre los hombres nueva hambre y sed de las palabras del Señor. Nos corresponde a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia” (Verbum Domini 91).Con este llamado que hizo Benedicto XVI a todos a participar en la misión de la Iglesia de trasmitir la Palabra de Dios por todas partes, invito a todos los bautizados, familias, parroquias, comunidades cristianas, asociaciones y movimientos apostólicos de nuestra Diócesis de Cúcuta a redoblar los esfuerzos por la evangelización y cada uno desde su carisma y don que ha recibido del Espíritu Santo se ponga en salida misionera, para transmitir la fe a otros que no conocen a Jesús, porque “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15). Sabemos que en esta tarea no estamos solos, pues el Señor mismo nos ha dicho que nos acompaña siempre en la misión: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20), por lo que no hay que temer ir a todas partes, aún donde podríamos ser rechazados por llevar a Jesucristo.Se hace necesario para todos nosotros redescubrir la urgencia de anunciar la Palabra de Dios, para que el Reino de Jesucristo llegue y crezca en todos los corazones y familias de nuestras comunidades cristianas. Así lo enseñó el Papa Benedicto XVI cuando dijo que “la misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada uno en su propio estado de vida, está llamado a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano” (VD 94).Como creyentes en Cristo sigamos anunciando la Palabra de Dios por todos los confines de la tierra. Que este tiempo dedicado a la reflexión sobre la Palabra de Dios, fortalezca en nosotros la experiencia de Jesucristo, para salir a comunicar lo que hemos visto, oído y sentido por gracia de Dios. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen de nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor: “sean mis testigos por todos los extremos de la tierra” (Hch 1, 8).En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 12 Sep 2025

Salvar la familia

Por Mons. Ramón Alberto Rolón Güepsa - La familia hoy ha perdido su identidad; se ha desvirtuado su misión, ahora se hace necesario escuchar de nuevo la palabra iluminadora para volver a valorar el plan de Dios sobre la familia.Hechos 16, 25-33“Hacia la medianoche, Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios, los presos le escuchaban. De repente, se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron.Al momento, quedaron abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos.El carcelero despertó y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido.Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.»El carcelero pidió luz, entró de un salto y, tembloroso, se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?»Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús, y te salvarás tú y tu casa.»Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa.En aquella misma hora de la noche, el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas. Inmediatamente, recibió el bautismo él y todos los suyos. Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios”.El carcelero que custodiaba al apóstol Pablo al ver las puertas abiertas de la cárcel intenta quitarse la vida porque supone que no ha cumplido su misión de cuidar los presos que estaban bajo su responsabilidad. Entonces escucha una voz salvadora, el apóstol Pablo, también liberado por Dios, libera ahora al carcelero de la disciplina y pensamiento humano, salvándole la vida y otorgándole la verdadera libertad del espíritu que viene de Dios.Pide una luz y le fue concedida la Palabra divina de boca de Pablo y Silas. Ante este suceso, solo queda abrir el corazón a la acción divina.“¿Señores qué tengo que hacer para salvarme?” El carcelero comprende que la libertad está en Dios. Hace la pregunta fundamental. Dios ha actuado y ahora le corresponde a él; no puede dejar pasar esta oportunidad. Pidió una luz y le fue concedida la luz con la que se puede ver la realidad trascendente que supera toda verdad y pensamiento humano.«Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tu y toda tu casa» La luz que se irradia de la Palabra divina no solo ilumina su vida sino la de toda su familia. El Padre, cabeza de familia, ahora hace participe del don de Dios a toda su familia, que escucha la Palabra de Dios y se convierte.Este llamado continúa hoy, y tiene que llegar a todas nuestras familias. Hoy nuestra familia se encuentra en la oscuridad de pensamientos e ideologías que no nos dejan ver el valor y la dignidad de la familia, se rechaza a los enviados de Dios, a su Palabra y al anuncio de la Iglesia. Por eso, es indispensable volver a escuchar la Palabra Divina y dejar actuar a Dios en nuestras vidas, escucharle y seguir la luz que hacer ver la verdad que salva.Como miembros de nuestra familia, tenemos la responsabilidad de hacer llegar el mensaje de salvación a nuestro hogar, y convertimos a Dios, para salvar a los nuestros, a aquellos que forman parte de nuestro hogar. Esta responsabilidad es retadora porque me implica de manera personal: conocer el camino de salvación ante el llamado de Dios,El testimonio de la familia cristiana es hoy fundamental para la evangelización, porque:• Es responsabilidad y compromiso de todas las familias enseñar, trabajar y defender la verdadera cultura del amor, desde nuestra propia familia.• Es el lugar primordial para la educación en valores y principios evangélicos.• Allí se cultiva diariamente nuestra coherencia de vida familiar para que nuestro testimonio sea más fuerte que nuestras palabras.• Dios necesita de la familia para continuar realizando su obra su obra salvadora.Valoramos nuestro bautismo, en el que nos hacemos hijos de Dios y hermanos los unos con los otros. El Bautismo y los sacramentos santifican nuestra familia, que se ha de convertir en lugar sagrado del encuentro con el Señor.Dios Padre ha querido santificar la familia humana con la presencia de su amado Hijo en el hogar de Nazaret, con San José y la Santísima Virgen María. Recibamos en nuestros hogares a la familia de Nazaret y sigamos sus ejemplos para rescatar a nuestra familia colombiana, para recuperar los valores de nuestra sociedad y para lograr que nuestra familia sea un santuario donde se viva la paz, el amor y verdad. Solo así, volviendo a Dios, a escuchando su Palabra y viviéndola, las armas se silenciarán; nuestra tierra se verá regada de fertilidad en vez de sangre; los hijos podrán conocer a sus padres y crecer en el seno de sus hogares y no habrá más viudas llorando por sus esposos ni huérfanos lamentando la perdida de sus padres. Escuchemos a Dios, su palabra salvadora, antes que la voz humana que nos lleva a la oscuridad y desasosiego.Rescatemos nuestra familia, y así rescataremos nuestra sociedad, pues ella es la célula fundamental de una sociedad sana. Pero si la célula esta minada por el cáncer de la injusticia y la violencia, esta enfermedad seguirá dominado nuestra sociedad y nuestra familia. Es hora de vivir en la libertad de hijos de Dios.Escuchemos la Palabra de Luz que te salvará a ti y a tu familia.Oremos por y con nuestra familia: Que Dios bendiga y santifique a nuestras familias con el amor, la verdad y la paz que Dios nos da.Mons. Ramón Alberto Rolón Güepsa, obispo de ChiquinquiráMiembro de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia

Vie 9 Mayo 2025

Contra la violencia intrafamiliar, el amor intrafamiliar

Por Mons. Héctor Cubillos Peña - Asistimos en la actualidad a un ataque a la familia desde múltiples frentes que la alcanzan y la hieren en muchas dimensiones de su naturaleza y de su desarrollo en la vida de los seres humanos y en la sociedad. Amenazas que quieren destruir su unidad, su constitución, su vigencia, sus contribuciones al desarrollo de la sociedad, a la destrucción del amor y de la vida misma.Una de esas amenazas, no la única, es la violencia que se experimenta al interior en el campo de las relaciones entre sus miembros. Los relatos de hechos y las estadísticas indican hasta dónde se ha extendido esta situación interior que afecta profundamente la integridad de las personas. La pasada pandemia, vivida y sufrida, puso a la luz el dolor y el sufrimiento en el seno familiar. Violencia en las parejas, violencia entre padres e hijos, violencia entre hermanos debido precisamente al confinamiento en los hogares especialmente en las ciudades. En esas circunstancias los miembros de las familias tuvieron que soportar las agresiones, la intolerancia, los insultos, la incomprensión, la impaciencia y las dificultades para llegar al perdón y la reconciliación. Particularmente, se manifestó en múltiples formas la violencia contra la mujer.Esta violencia intrafamiliar, no se puede afirmar que fuera generalizada; pues hubo grupos familiares que lograron vivir con fortaleza para superar estos desafíos.En general, se puede afirmar sin ninguna discusión que la violencia es en definitiva ausencia de amor, de respeto, de paciencia, y esto se da en todos los niveles sociales, culturales y económicos de la sociedad. La violencia, es ante todo una manifestación de lo más profundo del corazón. En general, ella está presente como amenaza y como realidad en todos los lugares en donde se manifiestan las relaciones humanas. Colombia es una sociedad invadida por la violencia.En sí misma la violencia busca la destrucción y el mal; es la enemiga de la vida y el amor. Su máxima expresión es la muerte. Todos los días se asiste a noticias de asesinatos que hieren el corazón de todos. La violencia intrafamiliar no está exenta de esta realidad; la muerte de Abel por Caín es una prueba de ello (Gn 3). La violencia mata las relaciones más profundas del ser humano. Ella destruye la vida, destroza el corazón, causa heridas que no se pueden borrar; incentiva el odio y la venganza; hace más difíciles el perdón y la reconciliación; hace de los hogares escenarios de guerra; la violencia en la familia es manifestación del ansia de poder y dominio. El machismo del hombre amenaza el reconocimiento de la dignidad y los derechos de la mujer. La violencia en el ejercicio de la autoridad hace que se llegue a los enfrentamientos intergeneracionales. La violencia intrafamiliar fomenta la drogadicción y el madresolterismo como búsqueda de salida y huida a las dificultades intrafamiliares. La violencia crea grandes desequilibrios en el desarrollo de la madurez de los hijos. A causa de estas situaciones se pierden los valores fundamentales de la vida humana, individuales y sociales. Además, las legislaciones de los Estados amenazan los grandes pilares y principios de la familia: la fidelidad y la generación y cuidado de la vida.Ciertamente hoy se vive en ambiente de violencia en la vida social: la inseguridad, las diferentes formas de agresión, el irrespeto a la dignidad de los demás. Los diferentes medios de comunicación y las redes sociales no solo dan cuenta de la violencia, sino que también llegan a alimentarla como las redes sociales, el cine, la televisión o el internet.Hay una atención especial a la defensa de los derechos, pero no tanto a la práctica de los deberes para con los demás. La violencia no solo se da en el seno familiar sino también en las instituciones educativas, la intolerancia se experimenta con gran facilidad. Los esfuerzos que se realizan en la búsqueda del respeto y la convivencia pacífica no obtienen los resultados deseados.En este contexto es necesario atender con una mayor aplicación y atención a lo que debe ser la vida familiar y a su puesto y servicio a la sociedad, pues está el principio conocido que afirma que “la familia es la cédula de la sociedad”.El Papa Juan Pablo II presentaba una descripción de lo que es lo esencial de la familia como institución humana: “la familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Su primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas…sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas…sin el amor del hombre no puede vivir…si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente” (FC 18)La violencia al interior de la familia es por tanto falta de amor. El que no ha tenido la oportunidad de recibir y experimentar el amor no lo puede tener para hacer de su familia un verdadero hogar de perdón, respeto y paz; tampoco puede aportar a la construcción de una sociedad verdaderamente humana. La familia es la casa y la escuela del amor porque el amor es el que posibilita la práctica de los valores esenciales de la convivencia. Una sociedad será por tanto lo que sean sus familias. Está científicamente probado que es en los primeros años de vida cuando se siembran las disposiciones y principios que comprenden el amor en su sentido amplio; después ya será más difícil. Es triste ver como las instituciones educativas buscan sembrar lo que no fue sembrado en la vida familiar.El amor implica su educación su formación en las personas; la familia es por tanto escuela de amor. Hay que formar en el amor y para el amor; y, esta es la tarea y responsabilidad de los padres de familia, es un derecho y un deber que son inalienables, que necesariamente pide la colaboración de la misma sociedad mediante sus instituciones públicas y privadas. El amor es educado para la convivencia en el seno de la familia y para la construcción de la sociedad. Si hay tanta violencia en la sociedad, es porque falta el amor desde la familia.Dice el Concilio Vaticano II: “puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos” No hay nada ni nadie que pueda apropiarse de esta responsabilidad de los padres. El Estado nunca podrá usurpar este derecho, pero sí ayudar a que los padres lo cumplan. La educación en el amor ha de formar personas humanas integras, como ciudadanos y forjadores de sociedad, de justicia y de convivencia social digna, honesta, de justicia y libertad. Es a partir de la familia como una sociedad podrá salir de la destrucción que produce la violencia para encaminarse por las sendas de la paz y el desarrollo.De acuerdo con los planes de Dios manifestados y propuestos a los discípulos de su Hijo y que conforman su familia, en la Iglesia que es familia, la familia tiene una importancia suprema por cuanto ella está llamada a reflejar en su vida del amor de Dios y a contribuir en la misión que recibió de su divino Fundador.Dice el Papa Juan Pablo II: la familia cristiana es “comunidad íntima de vida y de amor” (FC 50) y ha de seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesús sobre la unidad y la comunión. La violencia es un pecado contra el amor y este mal puede ser expulsado por la fuerza de la gracia divina. Todos los miembros de la familia cristiana, fieles al amor de Dios pueden, en sus relaciones inspiradas por la caridad cristiana, realizar la vida familiar como escuela y hogar de vida, diálogo, cariño, respeto y solidaridad para la formación de sus miembros según el ejemplo de vida de Jesús y de acuerdo con los valores del Evangelio.La familia es también llamada “Iglesia doméstica” es decir, una realidad humana social en donde se vive el amor a Dios y el amor a los demás; por esto la familia está llamada a contribuir al desarrollo de la sociedad y a la construcción de la familia de Dios, la Iglesia. Donde hay amor no hay violencia y por tanto allí está Dios, porque Dios es amor.Ante tanto ataque y destrucción que las familias están sufriendo, es necesario que aquellas que Dios ha bendecido con la unidad y el amor, creyentes o no creyentes, se acerquen al dolor para que puedan volver llegar a reinar la convivencia y la paz mediante la solidaridad y la atracción del testimonio. El daño está siendo muy grande y el dolor ha alcanzado a miles de seres humanos niños, jóvenes, adultos y ancianos. Es necesario manifestar la oposición a todas las leyes y propuestas que matan el amor y a la vez, proponer el verdadero camino del amor y de la paz para la consecución del bien, el amor y la felicidad de las personas, familias y sociedades. Las familias cristianas tienen una luz y un camino seguro en el mandato del Señor de la caridad, que es enseñanza y fuerza para implantar el Reino del Amor. Todos son llamados a actuar para vencer la violencia intrafamiliar para que reine el amor intrafamiliar.Mons. Héctor Cubillos PeñaObispo de ZipaquiráMiembro de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia

Vie 8 Nov 2024

Matrimonio y familia: don de Dios

Por Mons. Héctor Cubillos Peña - La vida de pareja, como la de familia, son un don de Dios a la humanidad, que Él ofrece como camino de luz, verdad y amor. La Iglesia está llamada a anunciar la buena noticia sobre el amor humano.1.“Hagamos al hombre nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26)Con estas grandiosas palabras introduce el Génesis los relatos sobre la creación del hombre como culminación de la obra creadora divina. El “hagamos” está indicando esta determinación eterna de crear al género humano. Según la tradición la Iglesia puede ser considerado como una deliberación de Dios con sus ángeles, o también como la expresión de la consideración del Dios trinitario que determina crear al ser humano en una clara referencia al Hijo encarnado como imagen del hombre.El hombre es descrito como “imagen y semejanza”, lo cual pone de relieve una especial relación con Dios, diferente y superior a la relación con las demás creaturas. “Hagamos” pone de presente que el hombre ha sido creado por Dios, y que éste es su dueño y Señor; de Él procede, en Él existe y hacia Él se orienta en su existencia. De esta verdad no es posible alejarse ni negarla. La afirmación del Génesis de Dios al concluir su obra lo dice todo: “y vio Dios que todo era bueno” (Gn 1, 31)El ser el hombre imagen, ícono y semejanza de Dios, explícita esas realidades propias de lo humano: su ser personal e individual, su capacidad para escuchar y responder, su inteligencia, libertad y voluntad. El hombre y la mujer son semejantes a Dios, pero no iguales. El ser humano es por tanto la obra más perfecta y maravillosa de Dios; colocada por él como centro y señor de la creación; único ser capaz de acoger y corresponder al don de la vida y el amor que el Creador ha establecido conceder a su creatura. De esta condición se desprende su obligación, su valía y su condición sociable.2.“Hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27)Otra de las grandes afirmaciones de la Palabra de Dios es la de que los creó diferenciados hombre y mujer. Esta realidad también ha de verse bajo el principio de la imagen y semejanza; juntos reflejan a Dios. La belleza, las propiedades y características de cada uno de los sexos, son obra del Creador. Lo masculino y lo femenino se expresan y se comunican en todas las dimensiones del ser humano: lo físico, lo intelectual, lo afectivo y lo social. Allí se encuentra por tanto la perfección y belleza de lo humano. Ambos son complementarios y están destinados a la unión. Todo intento de querer modificar o destruir esta condición es un atentado contra el ser humano y contra su Creador. Ambos, pues, han de reflejar en su unión la obra divina, bella y completa de Dios. En el hombre y la mujer unidos se hace presente Dios, porque Él es amor. “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt 19,6)3.“Y se unirá a su esposa y los dos serán una sola carne, de manera que ya no son dos, sino uno solo” (Gn 2,24; Mc 10,8)Hombre y mujer destinados a ser una sola carne. El término carne como también el de cuerpo designan la persona humana en su totalidad desde la perspectiva de su ser relacional y de presencia en la realidad y la historia. La vocación terrena de hombre y mujer, por tanto, es la de ser pareja y en el matrimonio; que es por tanto unidad y comunión. El amor tiende a la unidad sin que se pierda la diferencia; y, Dios es amor (1 Jn 4; 8). La vida matrimonial conlleva la mutua donación por amor hasta la muerte. El verdadero amor excluye toda forma de violencia, opresión, aniquilamiento o separación. En estos tiempos de sinodalidad, del “caminar juntos” se puede contemplar la vida de pareja y también de familia como ser – “caminar en el amor”. La unidad que una pareja está llamada a alcanzar siempre estará sostenida y alimentada por la gracia el Sacramento del matrimonio. La infidelidad y la separación, de otra parte, lamentablemente siempre estarán al acecho para destruir la relación matrimonial. 4.“Gran misterio es este y yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia” (Ef 5,32)Estas palabras paulinas tocan lo más profundo del diseño de Dios sobre el matrimonio. El término “misterio” designa el querer de Dios que se orienta al bien y la plenitud de la humanidad.La vida de pareja por tanto se puede contemplar a la luz de la súplica de Jesús a su Padre: “Que todos sean uno como tú Padre y yo somos uno” (Jn 17,21). Es el misterio del amor divino en el amor humano. La vida matrimonial y de familia también han de reflejar el amor entre el Padre y el Hijo; por eso es que en concreto la familia es llamada “iglesia doméstica”. Cristo es la cabeza y la Iglesia la familia, son su cuerpo. Cristo entrega su amor y la pareja responde con amor a Él y esto lo testimonia la familia en el amor de esposos y de padres e hijos.ConclusiónLa vida matrimonial como la familiar son un don maravilloso del amor de Dios. Urge en la actualidad anunciar y testimoniar la belleza del amor en pareja para traer a tantos que se encuentran desorientados o engañados por falsas propuestas. El camino del Sacramento del matrimonio es verdadero camino de amor, de felicidad y también de santidad.+HÉCTOR CUBILLOS PEÑAObispo de ZipaquiráMiembro Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia