Pasar al contenido principal

Opinión

Mié 8 Mar 2017

La ludopatía, una esclavitud silenciosa

Por Monseñor Ricardo Tobón Restrepo: Está creciendo aceleradamente en nuestra sociedad la adicción a los juegos de azar. Es cierto que desde la más remota antigüedad tenemos noticias del juego como un fenómeno presente en todas las culturas. Más aún, una de las dimensiones bellas de la vida es el aspecto lúdico. Por eso, el deporte y la diversión hacen parte de la expresión y la realización del ser humano. Sin embargo, es fatal la afición a los juegos de azar que crea en la persona una verdadera dependencia sicológica, con un comportamiento compulsivo como el que producen el alcoholismo y las toxicomanías. La ludopatía es un desorden emocional, progresivo y destructivo que lleva a la persona a la incapacidad de controlar su deseo de jugar y apostar. Todo comienza por la ambición de encontrar un camino fácil y rápido para hacer fortuna, sobre todo en ciertas situaciones de penuria económica. En un primer momento, se percibe el juego como una oportunidad para resolver, sin trabajo y sin esfuerzo, situaciones difíciles y, después, se practica como un refugio o evasión para escapar de las frustraciones de la vida. Así se entra en un mal con graves consecuencias en la vida personal, familiar, laboral y social. La inversión de tiempo, energía y dinero en el juego va llevando a la persona a ser cada vez más dependiente, pues empieza a vivir de fantasías creyendo que se va a enriquecer rápidamente o de presiones sociales y económicas pensando que tiene que jugar más para recuperar lo que ha perdido y para saldar las deudas que con el mismo juego ha acumulado. En el fondo, se trata de una ilusión, de un espejismo, de una esclavitud sin fondo porque esta “magia” casi nunca da el resultado esperado. El juego compulsivo va llevando al descontrol progresivo y, por consiguiente, a caer en circuitos de usura, en endeudamientos desmesurados, en problemas económicos y financieros, en severos desajustes familiares y en graves trastornos psicológicos. Es así como se va entrando en la intolerancia a la frustración, la incapacidad para manejar las emociones, los sentimientos de baja autoestima y la mitomanía fruto de la doble vida que desarrolla el adicto. Todo abre la puerta a la depresión y a la desesperación, que muchas veces conducen incluso al suicidio. La persona que se entrega a esta dependencia entra en un circuito obsesivo del que es difícil salir: juega para ganar más si está ganando y juega para recuperarse si está perdiendo. Las manifestaciones de la ludopatía son siempre coincidentes y muestran que no podemos admitir que el juego sea una actividad creciente en la vida humana y que sea el azote de las familias y de las personas más pobres y desfavorecidas. Debemos hacernos conscientes de cómo la industria del juego está introduciendo enfermedades mentales, crimen organizado y altos niveles de corrupción en la sociedad. Es necesario promover en las familias, en los centros educativos, en las parroquias, en diversos ámbitos de la sociedad diferentes iniciativas para proteger a las nuevas generaciones de esta ilusión seductora que arruina la vida personal, la sana relación con los demás, la debida administración de los bienes y el bienestar de la comunidad. Habría que exigir igualmente el debido control de los centros de juegos de azar y ofrecer terapias adecuadas a quienes ya padecen esta enfermedad silenciosa. Como en todas las pasiones desordenadas se sabe dónde se empieza pero no hasta dónde va a llevar, a nivel personal y social, el peso de una esclavitud que se hace cada vez más aplastante. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 27 Feb 2017

Siete consignas del Papa Francisco para la Cuaresma

Por: Monseñor Elkin Fernando Álvarez Botero: Como es ya usual, el Santo Padre ha entregado a la Iglesia un mensaje para la Cuaresma. El del papa Francisco para este 2017 se titula: “La palabra es un don, el otro es un don”; en él nos propone una reflexión en torno a la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). Conviene que todos leamos y meditemos este mensaje del Papa. Entretanto, quiero compartir las que, a mi modo de ver, son las principales consignas que Su Santidad Francisco nos ha entregado para vivir esta Cuaresma. Vivamos la Cuaresma como un camino que nos lleva a un destino seguro: Este tiempo penitencial es, en primer lugar, un itinerario que nos conduce hacia la noche pascual, esto es, hacia el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor, con el que nos ha sido dada la verdadera libertad y la vida. No nos contentemos con una vida mediocre: ¡Cuán fácil es mantenerse en lo que hoy suele llamarse “zona de confort”! La Cuaresma nos invita, en cambio, a avanzar, a ir más allá, a crecer en la amistad con Jesús, en una palabra, a la conversión. Intensifiquemos la vida espiritual: Lo haremos si nos tomamos en serio las prácticas que la Iglesia tradicionalmente nos recomienda para este tiempo; ellas se resumen en el ayuno, la oración y la limosna. Hay que vivirlas no por apariencia sino con sinceridad, desde el corazón. Reconozcamos en el otro un don de Dios: Es la invitación central, puesto que la Cuaresma nos ha de llevar a abrir nuestro corazón a los hermanos y a darnos cuenta del regalo que Dios nos hace en ellos; se trata de ver en los demás el rostro de Cristo. El Papa se refiere concretamente a la oportunidad de cambiar de vida que se suscita en nosotros por medio del encuentro con el prójimo: Cada vida que encontramos en el camino, particularmente la de los más pobres y débiles, merece acogida, respeto y amor. No nos dejemos cegar por el pecado: Cuando nos apartamos de Dios realmente estamos ciegos. Nos enceguecen la soberbia, la vanidad, la codicia, el egoísmo; también la ira, la división y la violencia. Estas cegueras nos impiden ver el regalo de Dios en el otro y nos llevan a una vida sin consistencia, vacía y sin rumbo. Abramos los oídos y prestemos atención a la Palabra: También la Palabra es un don, nos dice el Papa. Y es necesario dejarnos conducir por ella, ya que es lámpara para nuestros pasos y luz en el sendero. En esta escucha y práctica de los mandamientos divinos tenemos la vía segura para alcanzar las promesas eternas del Señor. En síntesis, “la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo”: Ésta es la senda de la auténtica renovación. No echemos en saco roto la gracia que Dios, Padre bueno y misericordioso, nos ofrece en este tiempo cuaresmal. Compartamos lo que tenemos, sea poco o mucho, como expresión de reconocemos el don que nuestro prójimo significa. Que la indiferencia o insensibilidad no nos hagan frente a las necesidad de quien está a nuestro lado. + Elkin Fernando Álvarez Botero Obispo auxiliar de Medellín