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Mar adentro - blog

Vie 12 Sep 2025

¿Un Santo de jean y camiseta?

Por Sor Arelis Gaviria Montoya - Es una pregunta que muchos se pueden estar haciendo hoy. Y es que ser santo, para el cristiano, es una de las conquistas más preciadas y, a la vez, la más imposible de alcanzar. Pareciera que la santidad fuera algo del pasado, un don otorgado a unas personas que vestían hábitos y ropas raras y antiguas. Tal vez, por eso, cause tanta sensación que en pleno siglo XXI, un joven, “millennial”, de esos que visten de jean y camiseta, haya sido declarado santo.¿Quién es Carlo Acutis?El joven nació en Londres el 3 de mayo de 1991, en el seno de una familia católica poco practicante. Fue aquel sencillo niño que se fue a vivir a Milán, Italia y, desde pequeño, encontró un amor que lo desbordó totalmente: se encontró con Jesús Eucaristía, se enamoró de Él, y desde ese instante, su pasión fue anunciarlo por redes sociales, publicando su investigación sobre los milagros eucarísticos y ayudando a muchos hermanos a conocer ese amor que nos transforma. Carlo murió el 12 de octubre de 2006 en Monza, Italia, a causa de una leucemia, con la convicción de que Jesús le esperaba en el cielo.Beatificación y canonizaciónEl 10 de octubre de 2020 fue beatificado en Asís, Italia, ocasión en la que su cuerpo fue presentado con atuendo juvenil —jeans, zapatillas y camiseta— como símbolo visible de la cercanía de su santidad. Posteriormente, en el primer Consistorio Público Ordinario del pontificado de León XIV, celebrado el 13 de junio de 2025, se anunció que Carlo Acutis sería canonizado junto con Pier Giorgio Frassati el domingo 7 de septiembre de 2025. Y así fue: en esa fecha, en una ceremonia multitudinaria en la Plaza de San Pedro, presidida por el Papa León XIV, Carlo Acutis fue oficialmente declarado santo, el primer santo de la generación “millennial”, ante una multitud estimada en más de 80.000 fieles. En esa misma celebración también fue canonizado Pier Giorgio Frassati.Durante la ceremonia, su madre Antonia Salzano llevó al altar un relicario con un fragmento del corazón de Carlo, signo de la devoción viva que le guardan muchos fieles, especialmente los jóvenes.Cinco cualidades que nos enseña este santo de jean y camiseta:1.Un hijo ejemplar, que impactó a sus padres y hoy ellos conmueven a muchos cuando hablan sobre la personalidad de Carlo: alegre, amigable, obediente, tierno y cariñoso.2.Un amigo incondicional, dispuesto a escuchar, aconsejar y decir la verdad con ternura… salió de sí para llegar a las periferias existenciales de los hermanos, como cuando llevaba comida al que padecía hambre.3.Un apasionado por la informática, aprovechando su talento para comunicar el mensaje de Jesús a través de redes: investigaba milagros eucarísticos, ofrecía catequesis digital, fue ciberapóstol.4.Un joven 100 % eucarístico, famosa su frase: “La Eucaristía es mi autopista para el cielo”. No le interesaba tanto la señal de WiFi… lo primero era encontrar iglesia, Misa, comulgar.5.Un joven listo para morir. En sus últimos días, dijo: “Sono destinato a morire” “Estoy destinado a morir”, con serenidad, con paz porque vivió a plenitud, sin miedo a la muerte.La canonización de Carlo Acutis nos recuerda algo muy bonito: la santidad no está reservada para los lejanos héroes del pasado, ni para los consagrados en monasterios. Está ahí, en lo cotidiano, en los jóvenes de hoy, en quienes visten jean, camiseta, tenis, y viven con fe en medio de la tecnología y el servicio.Así, el llamado a la santidad es aquí y ahora, como nos lo recordó el Papa en Christus Vivit: “somos el ahora de Dios”. No te conformes con poco: “¡No mueras como fotocopia!”Sor Arelis Gaviria MontoyaDirectora Departamento de Estado LaicalConferencia Episcopal de Colombia

Mar 9 Sep 2025

El don de la Palabra de Dios

Por Pbro. Francisco León Oquendo Góez - Septiembre es el mes de la Biblia, ya que el 30 de dicho mes se celebra la memoria de San Jerónimo (muerto el 30 de septiembre del 420) quien, mediante su vida y sus obras, dejó a la Iglesia como herencia “una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita”, como escribió el Papa Francisco, en Scripturae sacrae affectus (SSA).La Palabra de Dios es “don del Padre, para el encuentro con Jesucristo vivo” (Aparecida 248). Existe la Biblia, porque existe la Palabra de Dios, la revelación de Dios, pues “quiso Dios revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad” (DV 2). En Cristo, la Palabra hecha carne, Dios se revela mediante obras y palabras intrínsecamente ligadas (VD 2), puesto que Cristo “lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino” (DV 4).La revelación salvadora, la salvación revelada es para todos. Es voluntad de Dios que lo revelado “se conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades” (DV 7), de manera que la “predicación apostólica se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin del tiempo” (DV 8). La revelación fue transmitida de dos maneras: oralmente y por escrito (CEC 76). La transmisión oral es la Tradición viva, la cual “recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles y la transmite íntegra a los sucesores” (DV 9), pues “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (DV 8), Tradición que es atestiguada por las palabras de los Santos Padres (DV 8) y es “la que nos hace comprender de modo adecuado la Sagrada Escritura como Palabra de Dios” (VD 17).La transmisión por escrito es la Sagrada Escritura que es “Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo” (DV 9). En efecto, “los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo” (DV 7). Por ello, “en la Iglesia se venera la Sagrada Escritura, aunque la fe cristiana no es una ‘religión del libro’, pues el cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo” (VD 7).Así pues, “la Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin” (DV 9) y “constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia” (DV 10). Dios no sólo dona su Palabra, sino también el carisma para interpretarla, pues la interpretación por cuenta propia está excluida por la Escritura misma (2Pe 1,20). Por ello, “el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (DV 10), es decir, “a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma” (CEC 85). En consecuencia, “la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10).El mes de la Biblia renueve el amor ardoroso y el ardor amoroso a la Sagrada Escritura, pues “la Escritura ha de ser proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la Tradición apostólica, de la que no se puede separar” (VD 7). La sinodalidad enfatiza que la Escritura se ha de leer en la comunión eclesial. En efecto, “san Jerónimo recuerda que nunca podemos leer solos la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos fácilmente en el error. La Biblia ha sido escrita por el pueblo de Dios y para el pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el pueblo de Dios podemos entrar realmente, con el ‘nosotros’, en el núcleo de la verdad que Dios mismo quiere comunicarnos” (VD 30).En síntesis, la revelación de Dios contenida en su Palabra ha sido transmitida de dos modos: la Tradición viva y la Sagrada Escritura que constituyen el depósito sagrado de la fe. El Magisterio vivo de la Iglesia ha recibido el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, pues la Iglesia “se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella” y también hoy la comunidad eclesial crece “en la escucha, la celebración y el estudio de la Palabra de Dios” (VD 3). Por tanto, “Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada” (EG 175), pues “toda Escritura nos ha sido dada por Dios” (San Ireneo, AH II,28,3). Pbro. Francisco León Oquendo GóezDirector de los Departamentos de Catequesis y Animaciòn BíblicaConferencia Episcopal de Colombia

Lun 8 Sep 2025

De la acogida al discipulado: itinerario de la iniciación cristiana de adultos

Por Pbro. Jairo de Jesús Ramírez Ramírez - La iniciación cristiana no es simplemente la celebración de tres sacramentos, sino un camino vital que conduce a la persona desde el primer despertar de la fe hasta su plena integración en la comunidad eclesial. El Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA) ofrece un itinerario orgánico y bien estructurado, inspirado en la práctica más antigua de la Iglesia, que integra la dimensión teológica, litúrgica, catequética y pastoral.0.Origen y sentido del RICAPromulgado el 6 de enero de 1972, el RICA responde al impulso renovador del Concilio Vaticano II, que en la Constitución Sacrosanctum Concilium (n. 64) recuperó el catecumenado de adultos para la Iglesia latina. No se limita únicamente a los no bautizados; contempla también a quienes, habiendo recibido el bautismo en la infancia, no han completado su iniciación, y a adultos bautizados sin suficiente formación catequética.1.Una estructura integralLa Iniciación Cristiana se articula en tres grados —Entrada, Elección y Sacramentos— y cuatro tiempos: Precatecumenado, Catecumenado, Purificación e Iluminación, y Mistagogía. Cada etapa es un eslabón necesario que une anuncio, formación, discernimiento y celebración.1.1.PrecatecumenadoEs la etapa misionera y de primer anuncio (kerigma). Busca despertar la fe y suscitar una conversión inicial, fruto del encuentro con Cristo y de un conocimiento mutuo con la comunidad. El fruto esperado es la decisión libre y consciente de iniciar el camino hacia la plena iniciación cristiana. Aunque no cuenta con un rito obligatorio, se recomienda un acto fraterno de acogida.Primer grado: Entrada en el CatecumenadoMarca el paso a un tiempo prolongado de formación y purificación. El rito incluye la acogida oficial por parte de la comunidad, la signación con la cruz, la entrada al templo, la entrega del Evangelio y la oración comunitaria. Solo se admite a quienes muestran signos claros de conversión, un conocimiento básico del Evangelio, motivación libre, testimonio favorable de padrinos y cierta integración en la comunidad.1.2.CatecumenadoEs un periodo de catequesis gradual e integral, no solo doctrinal, sino también litúrgica, moral y espiritual. Está profundamente vinculado a la liturgia mediante celebraciones de la Palabra, exorcismos, bendiciones, entregas y unciones. Se desarrolla en un ambiente comunitario, cristocéntrico y bíblico, orientado a una conversión de toda la vida.Segundo grado: Elección e Inscripción del NombreSe celebra ordinariamente el primer domingo de Cuaresma. Es el reconocimiento oficial de que el catecúmeno está preparado para recibir los sacramentos de iniciación. Incluye la presentación de los candidatos, la petición formal, la inscripción de su nombre en el Libro de los Elegidos, la aceptación por parte de la Iglesia y la oración sobre ellos.1.3.Purificación e IluminaciónEs un tiempo fuerte, que normalmente coincide con la Cuaresma, marcado por celebraciones penitenciales, escrutinios, exorcismos, bendiciones y entregas del Credo y del Padre Nuestro. Busca purificar el corazón y fortalecer la fe, iluminando la mente para acoger la gracia de los sacramentos.Tercer grado: Sacramentos de la IniciaciónEn la Vigilia Pascual —momento culminante del año litúrgico— se celebran el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, incorporando plenamente a los elegidos a Cristo y a su Iglesia, y comunicándoles la vida nueva en el Espíritu.1.4.MistagogíaEs el tiempo de profundización posterior a la recepción de los sacramentos. Los neófitos participan en misas especiales y reciben catequesis mistagógicas para comprender mejor los ritos celebrados e integrarse plenamente en la vida ordinaria de la comunidad.2.Ministerios y oficios en el itinerarioEl RICA contempla la acción de diversos ministerios:-El Pueblo de Dios, sujeto principal de la iniciación, que acoge, acompaña y ora.-El candidato, que responde con fe y compromiso.-Los sponsores/padrinos, que avalan, acompañan y ayudan en el crecimiento espiritual.-El obispo, moderador de la iniciación en la diócesis.-Presbíteros y diáconos, que celebran, acompañan y enseñan.-Catequistas, que instruyen, testifican y, en algunos casos, presiden exorcismos y bendiciones.3.Tiempos y lugaresEl RICA vincula las etapas al año litúrgico: Entrada en domingo, Elección el primer domingo de Cuaresma, Escrutinios en los domingos III, IV y V, y sacramentos en la Vigilia Pascual. También permite adaptaciones cuando las circunstancias lo requieren, manteniendo la secuencia y el sentido de cada etapa. El lugar preferente es el templo parroquial, aunque pueden emplearse otros espacios comunitarios adecuados.ConclusiónEl itinerario de la iniciación cristiana según el RICA es una verdadera escuela de discipulado. Combina fidelidad a la tradición apostólica y atención a las necesidades pastorales actuales. Es la expresión concreta del abrazo de la Iglesia a quienes el Espíritu llama, para que, nacidos del agua y del Espíritu, vivan en la esperanza y en la comunión plena con Cristo.Pbro. Jairo de Jesús Ramírez RamírezDirector del Dpto. de Liturgia - Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano

Mar 19 Ago 2025

Monseñor Nel Beltrán: ¡Audaz y temerario!

Por Pbro. Rafael Castillo - La ciudad de Sincelejo, la provincia eclesiástica de Cartagena, la Región Caribe y Colombia, dan gracias por la vida y el testimonio de monseñor Nel Beltrán Santamaría, recientemente fallecido en la ciudad de Bucaramanga y llevado a Sincelejo donde descansa en la Catedral San Francisco de Asís.Cuando monseñor Nel llegó a Sincelejo, corría el año 1992 y casi toda la acción pastoral de la Iglesia estaba centrada en la celebración del V centenario de la Evangelización. Las Iglesias del Caribe, dábamos gracias a Dios por el don de la fe recibida; nos deteníamos con mirada pastoral sobre el mundo que debíamos evangelizar y emprendíamos, escuchando a San Juan Pablo II, el llamado a un nuevo impulso evangelizador, que fuera novedoso en sus métodos, en sus expresiones y en su ardor.De monseñor Nel solo sabíamos que era santandereano; que había sido director nacional de la Pastoral Social y que era un hombre de Iglesia que generaba confianza, tanto para el Gobierno como para la coordinadora guerrillera Simón Bolívar, en la mesa de diálogos de Tlaxcala. Entrar a Sincelejo con un sombrero vueltiao significó un buen comienzo. ¿De su servicio pastoral en Sincelejo y la Región Caribe, qué podemos reconocer y debemos preservar con memoria agradecida?Su solicitud por su diócesis de Sincelejo, por la provincia eclesiástica de Cartagena y por la Región Caribe. Era un obispo con tino y con tacto, pero sobre todo con olfato pastoral. Un signo de ello fue el acompañamiento que daba a las distintas áreas de la pastoral; el dinamismo que le imprimía a las asambleas provinciales de pastoral; su voz profética y sus pronunciamientos frente al sufrimiento y el dolor de las comunidades y víctimas de la confrontación armada, su paciencia, que fue perseverancia, a la hora de acompañar esos diálogos, no fáciles, que propiciaran mejores tiempos de convivencia y de paz. Igualmente, su acierto para crear instancias y mecanismos que respondieran a los grandes desafíos de la provincia y la región. Todo ello gracias a su capacidad para articular la institucionalidad y la academia; el sector privado y la sociedad civil, la Iglesia y la cooperación internacional en función del Bien Común y la Vida Digna.Pero monseñor Nel no solo fue un hombre de provincia eclesiástica y de Región Caribe. También fue un hombre de Nación en su servicio a la reconciliación. Siempre abordó la reconciliación desde una perspectiva centrada en el perdón, la justicia social y la transformación de las personas. Siempre supo poner el énfasis en el reconocimiento del daño causado, tanto a nivel individual como colectivo, sin dejar de invitar a trabajar en la sanación de las heridas a través de la misericordia y la aceptación de unos y de otros. Como pastor no tuvo miedo a correr riesgos, a ser incomprendido y difamado. Fue audaz para iniciar y temerario al avanzar.La pesada cruz que le tocó cargar no logró paralizarlo. Su pastoreo fue un pastoreo consciente de que había que correr riesgos y de que había que actuar con audacia si se quería una renovación creativa y unos cambios que generaran nuevos relacionamientos. Como hombre del concilio vaticano II, nunca tuvo miedo a la novedad. Precisamente porque el Concilio Vaticano II afirmó, de manera rotunda, que en la Iglesia tenía que haber una constante reforma, porque, como institución humana, la necesita permanentemente.Por eso fueron muy bien acogidas sus palabras aquel 18 de octubre de 2012 cuando la provincia eclesiástica de Cartagena celebró los 50 años del Concilio: “Un legado del Vaticano II ha sido el valor del dialogo en una sociedad polarizada, pluralista y con miedo, así como la debida valoración de las riquezas culturales para humanizar el mundo. El seguimiento a Cristo en nuestra Provincia Eclesiástica lo haremos no solo con los que son hermanos y compañeros de camino, sino con todos, valorando y recuperando nuestras identidades y tradiciones e incorporando nuestros lenguajes en la liturgia. Este será el camino para garantizar la vigencia de una fe que, en el mandato misionero del Señor, está pensada para llegar ‘hasta los confines de la tierra’” (Hechos 1,8).La complejidad de su diócesis, como la exigencia de los encargos pastorales y su interés por la evangelización de las relaciones sociales y políticas, lo llevaron a asumir las tensiones y conflictos que son propios de la fidelidad al evangelio. En su sala de juntas cabía todo el mapa de actores de la diócesis; de Montes de María; actores desmovilizados; la institucionalidad publica y esa permanente mesa humanitaria con todas las agencias de cooperación presentes en el territorio y que tanto bien hizo. Esa mesa humanitaria, en casa del obispo, hoy, bien podría llamarse el buen signo de una muy buena praxis sinodal. También su tiempo y dedicación a la red montemariana como a las distintas organizaciones de la sociedad civil marcaron un hito de su actitud de escucha y acogida frente a aquellas voces que gritaban y tocaban las puertas del obispo.Estos espacios, transformadores de relaciones y que hicieron de la confianza un valor social, fueron los que le permitieron a monseñor Nel, en su trabajo por la paz y en su facilitación de muchos diálogos, no callar porque era necesario hablar; no cohibirse, porque era necesario intervenir sin perder la prudencia; no rehuir a los debates sobre cuestiones complicadas, para evitar planteamientos que pudieran inquietar; y a no preferir, ni la adhesión rutinaria, ni las complacencias, para no tener problemas ni disgustos.Fue un pastor que supo anteponer la misericordia por encima de todo, consciente de que la Iglesia no ha recibido el ministerio del juicio y la condena, sino el ministerio de la reconciliación. Por eso en su casa y en la curia de Sincelejo cabían todos. Por eso no faltó quien también dijera de monseñor Nel, al ver que excombatientes de uno y otro bando lo buscaban, que el obispo de Sincelejo andaba en malas compañías, cuando solo buscaba restaurar vidas y relaciones.Retomo las palabras que me dijo Manuel Medrano, hombre de radio y cultura, veterano periodista sucreño: “de monseñor Nel también hay que decir que era un hombre profundamente espiritual. Quienes pudimos encontrarnos con Dios, allí en Corozal, en el seminario, bajo el liderazgo y orientación de nuestro obispo, sabemos que es lo mejor que nos ha pasado en la vida”.Pbro. Rafael Castillo Torres Sacerdote Arquidiócesis de Cartagena - Rector de la Catedral Basílica Menor Santa Catalina de Alejandría.

Mar 15 Jul 2025

Somos una gota en el océano de amor: Cuando un amigo se va con Dios

Por Pbro. Mauricio Rey - Hay pérdidas que no se entienden con la razón. Se sienten en el pecho, en la piel, en la memoria. Y cuando un amigo parte, no solo se va una persona. Se va un mundo que solo existía cuando él o ella estaba. Se va una forma única de mirar, de decir las cosas, de reír, de estar, de interpretar el mundo, los sonidos armónicos y la realidad. Uno quisiera que la fe nos ahorrara este dolor. Que decir “ha partido con Dios” bastara para no llorar. Pero no es así. La fe no anestesia el sufrimiento. No elimina el duelo. La fe lo sostiene con la fuerza del amor. Nos ayuda a llorar con sentido, a doler con esperanza, a mirar la ausencia con ojos que también saben ver eternidad, porque miran más allá del dolor, la esperanza cierta que la plenitud nos da.Porque cuando un amigo se va con Dios, lo que sentimos no es solamente vacío. Sentimos vértigo. Sentimos que algo dentro de nosotros se reordena, porque ya no está ese alguien que nos acompañaba sin condiciones, que conocía nuestras sombras y también nuestras luces. Ese alguien que fue testigo de nuestra historia y partícipe de nuestra vida. Ese ser único que supo ser y estar sin siquiera hablar. Una amistad verdadera no se improvisa. Se cultiva, se cuida, se riega con risas, con silencios, con desacuerdos que no rompen y con lealtades que no se anuncian; con canciones y palabras, que brotan del alma y armonizan en el amor. Y cuando se va alguien con quien uno ha vivido todo eso, uno no puede simplemente seguir igual. Algo cambia para siempre.Y sin embargo... en medio de esa herida abierta, se asoma un consuelo que no es menor: el amor no muere. Lo que hemos vivido permanece, porque el amor lo hace eterno. El cariño no se esfuma. La presencia no se apaga, solo cambia de forma. Ya no nos acompaña al lado, sino desde dentro. Ya no toma el café con nosotros, pero sigue en la forma en que lo preparamos. Ya no manda un mensaje, pero nos acompaña cada vez que pronunciamos su nombre con ternura. Somos una gota en el océano de amor, que es Dios. Y cuando alguien amado vuelve a ese océano, no se pierde. Se funde con la plenitud. Deja de ser solo nuestro para volverse de todos. Deja de estar limitado por la enfermedad, el cansancio o la edad. Y desde allí, desde la eternidad, lo que ha sido siempre amor verdadero, se vuelve intercesión.No necesitamos entender del todo para creer. No necesitamos respuestas para mantener viva la esperanza. Lo que sí necesitamos es recordar. Hacer memoria con gratitud. Decir su nombre en voz alta. Contar y cantar las historias que duelen y al mismo tiempo sanan. Llorar sin miedo, porque las lágrimas también son oración. No lo despedimos con fórmulas vacías ni con frases apuradas. Lo despedimos con el corazón en la mano. Con ese silencio que no necesita explicarse. Con la ternura de quien sabe que amar también es dejar partir. Y con la certeza de que la amistad no se entierra, solo cambia de casa, alcanza la casa de Dios.La partida de un amigo deja una herida. Pero también deja una promesa. Que algún día nos volveremos a encontrar. Que lo que aquí vivimos no fue en vano. Que el amor que sembramos no se pierde. Que hay una casa preparada para todos, donde no hay más despedidas, sino encuentro pleno en quien es el Amor. Por eso, aunque caminamos con tristeza, no lo hacemos con las manos vacías. Nos queda su risa, su voz, su canción, su historia compartida y entonada con amor. Nos queda lo vivido. Y eso, en el fondo, es lo que sigue doliendo... y lo que sigue sosteniéndonos. Descansa en Dios, amigo. Nosotros seguimos. Heridos, pero agradecidos. Con menos palabras, tal vez, pero con más amor.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Lun 7 Jul 2025

Descubrir a Dios en los detalles: Lectura Orante en medio de la sencillez

Por Pbro. Mauricio Rey - Dios habita también en los silencios del hogar. Hay momentos en la vida familiar en los que todo parece desbordarse. Las prisas del día, el ruido de la ciudad, las tareas acumuladas, las emociones enredadas. Hay días en los que no se llega a rezar ni un Padrenuestro, en los que el alma se siente seca, sin palabras para elevar a Dios. Y sin embargo, ahí mismo, en medio del caos aparente de la cotidianidad, la oración acontece.No siempre oramos de rodillas. No siempre oramos con las manos juntas, ni con los labios en movimiento. Hay oraciones que no se pronuncian externamente, pero que suben como incienso invisible al corazón de Dios. Hay plegarias escondidas en la mirada cansada de una madre, en las manos callosas de un padre, en la ternura espontánea de un niño, en el perdón ofrecido sin condiciones. Oramos sin darnos cuenta, porque el amor verdadero siempre termina acercándonos a la oración. Quizá no recordamos completamente el último salmo que leímos, pero sí recordamos cómo abrazamos al que estaba triste. Quizá no logramos mantener una perfecta rutina devocional, pero sí seguimos poniendo el corazón entero en cada comida compartida, en cada ropa lavada, en cada noche sin dormir por atender al ser querido. Y eso, aunque a veces no lo entendamos así, es oración pura. Una oración hecha de carne, de tiempo, de renuncia, de presencia. Una oración que no se escucha con los oídos, pero que el cielo acoge con gran ternura.Hay un santuario que no necesita paredes ni vitrales: el hogar. Ese espacio imperfecto donde convivimos con nuestras luces y sombras, donde reímos y lloramos, donde tropezamos y nos volvemos a levantar. Allí, en ese lugar sagrado sin cúpula, la fe se vuelve vida. No es la fe que se exhibe, sino la fe que se entrega. No es la que se grita, sino la que se sirve. Es la fe que acompaña al enfermo, que abraza al que se equivoca, que cocina con amor aun cuando el alma esté cansada, o la comida escaseada. Es esa fe que se pronuncia en pequeños gestos, que se encarna en el silencio de quienes aman sin medida, pues esa es la única medida.Oramos cuando decidimos escuchar sin interrumpir. Cuando, a pesar de estar agotados, preguntamos al otro cómo está. Cuando perdonamos sin esperar que el otro lo entienda todo. Cuando hacemos espacio en nuestra agenda para acompañar al que nos necesita, sin anunciarlo. Cuando seguimos amando aunque no recibamos respuestas, aunque duela, aunque nos sintamos invisibles. Todo eso, aunque no lo nombremos oración, es oración auténtica, porque nace del mismo Espíritu que animó a Jesús de Nazareth en su entrega cotidiana.Y es que muchas veces hemos reducido la oración a un ejercicio verbal, olvidando que Jesús mismo pasó buena parte de su vida orando con su existencia, trabajando con sus manos, escuchando con paciencia, caminando con los suyos, cuidando las heridas de los pobres, llorando con los que lloraban, acercando y sirviendo a todos en la mesa. Su vida ha sido una liturgia viviente, una eucaristía permanente, una oración encarnada. Lo mismo puede suceder d si en nuestras familias, cuando vivimos cada día con un amor que no se agota.¿Cómo no va a ser oración la ternura de una abuela que acaricia la cabeza de su nieto mientras duerme? ¿Cómo no va a ser sagrada la risa compartida en medio de un almuerzo sencillo en familia? ¿Cómo no será una plegaria esa mano que limpia una herida, que recoge el desorden sin reproches, que consuela con su sola presencia?Dios está allí, sin duda. Presente, activo, silencioso, pero profundamente conmovido. Porque Dios no necesita grandes palabras para escuchar. Él escucha el amor. Lo reconoce. Lo celebra. Comúnmente hemos creído que para orar hay que tener tiempo, técnicas y hasta fórmulas. Pero el amor y por tanto la oración ocurre también en lo simple y sencillo, en lo inesperado, en lo que no siempre es reconocido por los demás. Las familias que aman, que se esfuerzan, que cuidan, que perseveran, a pesar de todo, están haciendo teología sin saberlo. Están pronunciando el nombre de Dios sin articularlo. Están edificando el Reino sin necesidad de grandes discursos.Están orando. Cuántas madres oran sin saberlo, mientras preparan el uniforme del hijo que se resiste para ir al colegio. Cuántos padres oran cuando se privan personalmente de algo para que no falte lo necesario en casa. Cuántos hijos oran cuando escuchan, cuando sirven, cuando devuelven una caricia sin pedir nada a cambio. Cuántos abuelos oran al seguir esperando una visita, al seguir creyendo en sus hijos aunque no lleguen. La oración verdadera está hecha de humo, de entrega cotidiana, de amor silencioso.Por tanto, si hoy no has podido rezar como quisieras, no te sientas mal. No pienses que tu fe se ha apagado. Tal vez has orado, de manera distinta, más de lo que imaginas. Tal vez, sin darte cuenta, has dicho a Dios con tus actos lo que otros no han logrado decir con palabras. Tal vez tu cansancio es también una súplica, tu perseverancia un salmo, tu fidelidad una ofrenda. Porque cuando el amor guía tus gestos, tu vida entera se vuelve oración viviente.Y en ese tipo de oración, Dios se complace. No porque sea perfecta, sino porque es real. Porque nace del corazón y se convierte en entrega verdadera. Porque no busca aplausos, ni respuestas inmediatas, ni méritos espirituales. Porque simplemente ama. Y donde hay amor, allí está Dios. Y donde está Dios, allí todo se vuelve sagrado. Así que sigue amando. Sigue sirviendo. Sigue acompañando. Sigue levantándote cada día con la esperanza entre las manos. Aunque no lo sepas, aunque no lo digas, aunque no lo sientas, con tu mayor entrega sigue orando. Y allí, en profunda calma, Dios, silencioso, te escucha. Y sonríe.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Vie 20 Jun 2025

El oído del discípulo: Cuando escuchar se convierte en misión

Por Pbro. Mauricio Rey - En algunos momentos muy particulares de la vida no todos sabemos escuchar. No todos queremos escuchar. No todos podemos escuchar.En una época donde se premia al que más habla, al que más publica, al que más grita... escuchar parece cosa de ingenuos, de débiles, de los que se quedan en segundo plano. Pero no. Escuchar no es rendirse. Escuchar no es callar por miedo. Escuchar, cuando se hace desde lo profundo del corazón, es un acto de valentía espiritual. Escuchar puede ser una de las formas más poderosas de amar. Y cuando se escucha con el corazón dispuesto, se entra en el terreno sagrado, donde el otro, puede ser realmente quien es, sin ser juzgado. El oído del discípulo no se forma en la teoría, se forma en la vida. Se forma cuando alguien se atreve a quedarse junto al que llora sin entender por qué. Se forma cuando el otro habla desordenado, repite cosas, se contradice... y uno sigue ahí. Sin corregir, sin huir, sin poner reloj. Se forma cuando un joven dice que ya no cree, y quien lo escucha no lo juzga ni sermonea, sino que lo abraza con el alma. Se forma cuando una madre, un líder, un amigo, deja de pensar en lo que va a decir después, y simplemente escucha con el cuerpo entero.¿Cuántas veces nos han escuchado de verdad? ¿Cuántas veces hemos sentido que alguien nos prestaba su alma, no solo su tiempo? ¿Cuántas veces nos hemos sentido acompañados sin palabras? Ese tipo de escucha que no interrumpe, que no da consejos forzados, que no minimiza lo que uno siente. Esa escucha que se vuelve casa, pozo, refugio, y sobre todo, silencio habitado de sentido en plenitud. Jesús escuchaba así. A los suyos, a los marginados, a los excluidos, a los niños, a los que no tenían voz. No solo les respondía; los dejaba ser. No corregía de inmediato, ni se apresuraba a enseñar. Escuchaba hasta el fondo. Y cuando hablaba, sus palabras caían como semillas bien sembradas. Jesús no interrumpía el dolor, lo acogía. Por eso transformaba desde lo más profundo del corazón. Y entonces el oído del discípulo no es solo un sentido; es una actitud, una decisión, una forma de ser y estar en el mundo. Porque cuando un discípulo aprende a escuchar, deja de buscar solamente tener razón. Y empieza a buscar la verdad del otro. Deja de mirar para responder, y empieza a mirar para comprender. Y eso, desde la potencia del Evangelio, es capaz de sanar y transformar.Muchas heridas no se curan con palabras. Muchas búsquedas no necesitan una doctrina, sino una presencia que diga: “Te escucho, estoy aquí, no tienes que explicarlo todo”. Y eso vale más que mil palabras. Hay personas que nunca olvidan a quien les escuchó, cuando nadie más lo hizo. Hay niños que florecen cuando alguien les escucha de verdad. Hay comunidades que sanan cuando la Iglesia deja de solo dar respuestas, y empieza a escuchar sus procesos. Escuchar, entonces, no es pasividad, es misión, es comunión, es discernimiento. No todo se trata de ir lejos, de predicar en multitudes, de dar conceptos. A veces la misión más concreta es detenerse, mirar, hacer silencio, contemplar y prestar el oído con el alma limpia. Ahí se siembra el Reino de Dios, desde el silencio, sin escándalo, sin micrófono, sin espectáculo ni rumor.La escucha del discípulo también es incómoda. Porque no todo lo que se oye es bonito, ni fácil de procesar. A veces se escucha el dolor crudo, el odio no resuelto, la tristeza acumulada, el grito ahogado... y no se sabe qué hacer. Pero está. Y en ese estar, Dios actúa. Porque no se trata de solucionar todo, sino de mantenerse en pie y no huir. De no callar lo ajeno. De no reducir al otro a una frase corta o a una conclusión final. Hay que quedarse. Aunque duela. Aunque no sepamos qué decir. El oído del discípulo no es indiferente. Tampoco impaciente. No busca aprovecharse de lo que escucha, y mucho menos, usarlo para controlar. El verdadero discípulo guarda lo que escucha como quien cuida un tesoro. No repite, no expone, no traiciona la confianza. Escucha y ora. Escucha y ama. Escucha y se deja tocar.Y aquí viene lo más fuerte, no se puede escuchar de verdad si uno no se ha dejado escuchar primero. Por Dios, por alguien, por uno mismo. El que nunca fue acogido, el que nunca fue escuchado con amor, difícilmente sabrá cómo hacerlo con otros. Por eso, a veces, el primer paso es reconocer cuánto necesitamos ser escuchados nosotros también. Reconocer que hay un clamor en nuestro interior que pide lo mismo que los demás: espacio, compasión, acogida. Solo cuando nos dejamos escuchar por Dios en la oración desnuda, en el silencio verdadero, podemos empezar a escuchar a los demás, como Él lo haría.Por eso, la escucha del discípulo no es estrategia, es espiritualidad, es encarnación, es entrega, es dejar que la vida del otro entre en la nuestra sin condiciones. Es hacer de nuestro corazón una tierra buena, donde el otro pueda reposar, aunque sea solo por un rato, nada más. La Iglesia necesita más oídos abiertos y menos respuestas automáticas. Necesita menos prisas y más presencia. Necesita discípulos que no teman sentarse en el suelo con los que lloran, ni escuchar en silencio a los que dudan. Porque el Reino de Dios no se impone. Se escucha. Y si aún dudamos de cuánto bien puede hacer una escucha verdadera, pensemos en aquella vez que alguien nos escuchó en verdad. Sin señalar, sin juzgar, sin apurar. Solo estuvo. ¿No fue eso una forma cercana de salvación? Tal vez la pregunta hoy no sea: ¿qué vamos a decir al mundo?, sino ¿qué estamos dispuestos a escuchar de él?Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Mié 4 Jun 2025

Sinodalidad: El Evangelio hecho camino compartido

Por Pbro. Mauricio Rey - En muchos momentos de la vida, las personas sienten que caminan solas, que cargan responsabilidades sin ser tenidas en cuenta, que sus palabras no cambian nada. Esa misma experiencia, con sus heridas y silencios, también se ha vivido dentro de la Iglesia. Quienes aman profundamente su fe muchas veces han sentido que no tienen lugar para hablar desde su experiencia, ni espacio para participar en las decisiones que también les afectan. Ante esta realidad, el Papa Francisco ha hecho una convocatoria clara y necesaria, pues nos llama a volver al modo de Jesús, es decir, recuperar el estilo original del Evangelio. Esa forma concreta de ser Iglesia tiene un nombre exigente y contundente: Sinodalidad.La sinodalidad no es un modelo organizativo; es el retorno a una forma de vida eclesial en coherencia con el Evangelio, es una respuesta madura y consciente ante los desafíos de nuestro tiempo actual. Supone comprender que la Iglesia no se edifica desde las cúpulas, sino desde el encuentro, desde la escucha, desde la comunión. Que todos, laicos, consagrados, pastores, somos responsables de la vida de la Iglesia, porque todos hemos recibido el Espíritu en el Bautismo y la Confirmación. Esto se plantea como una convicción vivida, todos tenemos una palabra que ofrecer, una historia que contar, una luz que aportar al discernimiento común. El Concilio Vaticano II ya nos recordó que la Iglesia es el Pueblo de Dios en camino, no una minoría iluminada que decide por el resto, sino una comunidad donde cada persona tiene un lugar, una dignidad y una misión. La sinodalidad recoge ese llamado y lo actualiza para nuestro tiempo, quiere formar una Iglesia que no tema escucharse, que no tema dialogar, que no tema caminar juntos, incluso cuando el camino sea incierto, difícil o complejo.Sin embargo, esta llamada toca nuestras resistencias, pues nos exige una conversión integral. Porque caminar juntos implica renunciar al control, requiere humildad, paciencia, abrirse a la escucha, aceptar el tiempo del otro; implica aceptar que el Espíritu Santo actúa más allá de nuestros esquemas, permitiendo que pueda hablar por medio de quien menos imaginamos, y que de esta manera, ninguna vocación cristiana puede vivirse aislada del resto del Cuerpo de Cristo. Implica crear espacios reales de diálogo, donde no se decida todo desde los escritorios, sino desde el encuentro con la vida cotidiana de las personas en contextos concretos. Por eso, la sinodalidad también es una conversión espiritual, pues conlleva pasar de la autorreferencialidad al discernimiento comunitario, del individualismo eclesial al nosotros eclesial, de la comodidad de lo establecido al dinamismo del Espíritu.Todo esto se concreta en lo cotidiano. Una comunidad sinodal es aquella donde las decisiones no se imponen desde arriba sin diálogo, sino que se toman a la luz de la Palabra y la experiencia del pueblo fiel. Una parroquia sinodal es aquella que escucha activamente a sus agentes pastorales, a los jóvenes, a las mujeres, a los adultos mayores, a los pobres, y no los deja fuera del proceso pastoral. Una Iglesia sinodal es aquella que reconoce que su credibilidad se juega no sólo en lo que anuncia, sino en cómo vive internamente la comunión, la participación y la corresponsabilidad en su misión. Muchos están cansados de instituciones que excluyen o que solo hablan desde la distancia. La sinodalidad responde a ese cansancio con una firme propuesta, que caminemos juntos como hermanos, no como competidores; escuchar para transformar, no solo para cumplir; construir juntos una Iglesia que nos acerque mucho más al Reino que Jesús anunció.Esto no significa que todo se decida por mayoría ni que todo se relativice. No se trata de diluir la verdad, sino de buscarla juntos, sabiendo que el Espíritu Santo guía a toda la Iglesia, no solo a unos pocos. La sinodalidad no reemplaza el Magisterio, lo enriquece desde la escucha del sensus fidei del pueblo fiel. No debilita la autoridad, la purifica y la humaniza. No es desorden, es comunión vivida con plena madurez. Nos invita a preguntarnos con honestidad cómo vivimos nuestra fe cristiana eclesialmente, cómo la transmitimos, y si nuestras estructuras ayudan o dificultan su testimonio.Y cuando se vive con autenticidad, la sinodalidad no solo transforma la Iglesia, sana también las heridas del alma. Porque todos hemos sentido alguna vez lo que significa no ser escuchados. Por eso, una Iglesia sinodal no es solo más evangélica, sino también más humana, más fraterna, más cercana. Más parecida a esa comunidad que anhelamos en nuestras propias familias, en nuestros barrios, en nuestras relaciones. Una Iglesia que no juzga de entrada, que no impone, que no margina; sino que acoge, acompaña, discierne y camina al ritmo del pueblo.Así entendida, la sinodalidad no es simplemente “hacer juntos”. Es discernir juntos, orar juntos, decidir desde una misma fe, pero con todas las voces en la mesa, porque no hay Evangelio sin comunidad; no hay comunidad sin escucha; no hay escucha sin humildad; y no hay humildad sin amor por la verdad. Por eso, la sinodalidad es hoy uno de los rostros más necesarios de la Iglesia. Es el modo concreto de vivir el Evangelio con otros, no como una carga, sino como una gracia compartida. Es una manera de decirle al mundo que sí es posible caminar juntos, decidir sin imponer, vivir la fe sin excluir, buscar la verdad sin miedo, y servir sin dominar.Si la Iglesia quiere responder con verdad a los desafíos del presente, debe ser una Iglesia que escucha, que discierne y que camina con su pueblo. Ese es el llamado. Ese es el camino. Y ese es el Evangelio que nos acompaña siempre, el mismo que hoy estamos llamados a vivir.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana