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Opinión

Lun 8 Sep 2025

Trabajar por la paz es la misión prioritaria de la Iglesia

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- El Plan Evangelizador de nuestra Diócesis de Cúcuta para este mes de septiembre tiene como lema: “sean mis testigos, trabajen por la paz”, con el momento significativo de vivir la jornada de oración y reflexión por la paz, que se celebra en esta semana que comienza y que tiene como propósito que cada uno siga afianzando el fervor y celo pastoral en un trabajo comprometido por la paz, siendo testigos de este don precioso que recibimos de Dios y que tenemos la misión de transmitir a los demás. Así lo expresaba el Papa Francisco: “dar la paz está en el centro de la misión de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana” (Mensaje por la paz, 2019).Desde el bautismo todos somos discípulos misioneros del Señor y esto conlleva la tarea de trabajar por la paz en todos los ambientes donde vivimos. Trabajar por la paz presupone que reine en nuestro corazón la unidad, que no haya división interna, que el corazón esté limpio, para poder transmitir la paz que viene de Dios como un don. No es la paz como la que busca el mundo, que en muchos casos es más un negocio que pide beneficios para quienes la proporcionan; sino que es un maravilloso regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre y que nos quiere dejar para vivir en unidad y comunión. “La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), que implica trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo príncipe de la paz.Cuando nuestra vida personal y familiar tiene a Jesucristo en el centro, brota del interior el deseo de trabajar y construir la paz. Esto se logra, resolviendo las dificultades y conflictos desde lo que nos enseña el mismo Jesús en el Evangelio, que es lo opuesto a toda violencia y división: “han oído que se dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 43 - 45). Esta es la tarea de todo cristiano y la misión prioritaria de la Iglesia en el anuncio gozoso del evangelio de Cristo.Jesucristo ha puesto su morada entre nosotros para devolvernos la paz perdida por el pecado y conducirnos a la paz verdadera, llamando a todos los que están dispersos y divididos para que lleguen a la comunión como don de Dios. Su misión la ha cumplido desde la cruz, clavado en el madero nos devolvió la paz con Dios, cuando nos otorgó el perdón misericordioso, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), que implica dejarnos limpios de todo pecado y libres de toda división que nos separa de Dios y liberados de odios, resentimientos, rencores, venganzas que destruyen nuestras relaciones familiares y comunitarias y hacen que la paz comience a debilitarse y morir.Un bautizado que tiene un corazón libre de odios y rencores, que está limpio en su interior, es capaz de dejar entrar a su vida las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, que ponen al creyente en perfecta comunión con Dios; cosechando en su corazón como fruto maduro las demás virtudes que rigen la vida del creyente y lo ponen en actitud de acogida del hermano, incluso del enemigo y del que causa ofensas permanentemente.La limpieza de corazón permite el acercamiento al otro como el buen samaritano que limpia las heridas de odio, resentimiento, rencor y venganza que hay en el corazón del prójimo para llevarlo hasta Dios a que cuide de Él y sane sus heridas. Esa es la esperanza del discípulo de Cristo, quien en su nombre anuncia el Evangelio de la paz en todos los ambientes donde vive.Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla, pero tenemos que tener conciencia que no es posible recibir la paz si estamos de espaldas a Dios. El Papa Francisco así lo mencionaba: “debemos buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto” (Mensaje por la paz, 2020). En este trabajo intenso y desde el corazón, tenemos la certeza de un premio: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Cf. Mt 5, 9), sabiendo que el Padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia, si no vivimos en paz entre todos por medio de la caridad fraterna, trabajando por crear armonía y unidad en nuestro entorno.Este año estamos viviendo el jubileo de la esperanza, pidamos a Jesucristo príncipe de la paz que no se apague en nosotros los creyentes el deseo por conseguir la paz, en este sentido “la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables” (Mensaje por la paz, 2020). De nuestra parte tengamos la disposición de trabajar por la paz con limpieza de corazón, esta es la clave para vivir perdonados, reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad, para que hoy y siempre cumplamos con el mandato del Señor: sean mis testigos, trabajen por la paz, que nos conduce a participar de la gloria del Señor, porque seremos llamados sus hijos (Cf. Mt 5, 9).En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 25 Ago 2025

Peregrinos de la Esperanza: “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19)

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Hemos vivido en nuestra Diócesis de Cúcuta el segundo congreso del PEIP (Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular) con el lema: Peregrinos de la Esperanza “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19), que ha tenido como tema: la acción catequética en el Proceso Evangelizador de la Iglesia, donde hemos reflexionado sobre la evangelización desde una nueva mentalidad, respondiendo al llamado constante que la Iglesia nos hace a la conversión y en este caso a la conversión pastoral, reconociendo que “evangelizar no es, en primer lugar, llevar una doctrina; es, ante todo, hacer presente y anunciar a Jesucristo” (DC, 29).El llamado permanente que nos hizo el Papa Francisco a ser Iglesia en salida misionera es nuestro compromiso en la Diócesis de Cúcuta, que se ha abierto a ir por todas partes, cumpliendo con el mandato del Señor “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19), convirtiéndonos en evangelizadores con impulso misionero y pasión por la evangelización; esto brota de un corazón con espiritualidad misionera, impulsado a transmitir el Evangelio de Jesucristo. Así lo afirma el Directorio para la Catequesis: “la espiritualidad de la nueva evangelización se realiza hoy por una conversión pastoral, mediante la cual la Iglesia es invitada a realizarse en salida, siguiendo un dinamismo que atraviesa la Revelación y situándose en un estado permanente de misión” (DC, 40).Este mandato del Señor “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19) es para todos los bautizados, que hemos experimentado el amor de Dios en Jesucristo que nos ha salvado desde la cruz y que nos invita como Resucitado a comunicar esa verdad por todas partes. “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos discípulos y misioneros, sino que somos siempre ‘discípulos misioneros’” (EG 120). Tenemos la tarea de anunciar a otros la alegría del Evangelio.Esta misión la cumple cada uno de los bautizados en el ambiente y lugar en el que se encuentra; su presencia y testimonio de vida se convierten en una acción misionera, que habla de Jesús a quienes se encuentran en su entorno. El Papa Francisco hizo este llamado con insistencia cuando afirmó: “la nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones” (EG 120).De tal manera, que la tarea es prioritaria y comienza en este hoy de nuestra historia diocesana, que celebra sus 69 años de evangelización por todos los lugares de nuestra Iglesia Particular.El segundo congreso del PEIP nos ha dejado el llamado a vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como pensamos y realizamos la pastoral (Cf. DA 368), que tiene que fundamentarse en la acción catequética, que rompa los esquemas de catequesis que traemos hasta el momento. Esto necesita de la conversión pastoral, que nos permita mirar la catequesis como un proceso. En este sentido “la conversión pastoral exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370).Nuestro punto de partida tiene que ser una sincera conversión personal, pastoral y de las estructuras, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Iglesia, para avivar el espíritu misionero: “este impulso misionero debe llevar a una reforma de las estructuras y dinámicas eclesiásticas, para que todas se vuelvan más misioneras, es decir, capaces de vivir con audacia y creatividad tanto en el panorama cultural y religioso como en el ámbito de toda persona. Cada bautizado, como ‘discípulo misionero’ es sujeto activo de esta misión eclesial” (DC 40), que significa “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).Nuestra misión está en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha dicho “vayan y hagan discípulos” (Mt 28,19), conscientes que la fuerza interna para evangelizar proviene del Espíritu Santo a quien reconocemos como primer protagonista en la tarea del anuncio del Evangelio (Cfr. EN 75) y que el mismo Jesús nos lo ha prometido: “ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y en Samaría hasta los extremos de la tierra” (Hch 1, 8).Recibamos este mandato misionero que el segundo congreso del PEIP nos ha reforzado con el lema: Peregrinos de la Esperanza “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19) y dispongámonos a transmitir el Evangelio de Jesucristo con mucho fervor pastoral. Que la intercesión de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor la gracia para cada uno de nosotros, de una auténtica conversión pastoral, para ir en salida misionera a anunciar el mensaje de la salvación por todas partes, cumpliendo con el mandato del Señor: Sean mis testigos.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 29 Jul 2025

Vamos caminando hacia el Congreso del PEIP

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El plan pastoral de 25 jurisdicciones eclesiásticas en Colombia está inspirado en el PEIP (Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular). Aparte de las reuniones dos veces al año de los obispos que tenemos este proyecto pastoral en las Iglesias Particulares, se ha comenzado a realizar el Congreso del PEIP que está organizado para reunirse cada tres años. El primero fue en Barranquilla y el segundo será en nuestra Diócesis de Cúcuta, que tiene como lema: Peregrinos de la Esperanza “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19). Desde ya los invito a orar por el éxito de este acontecimiento eclesial, para que traiga muchos frutos en bien del trabajo misionero en nuestra Diócesis. En este editorial y en los próximos vamos a dar los avances del desarrollo del II Congreso, para que vivamos esta experiencia como gracia que el Señor nos regala.Para aprovechar esta bendición que vamos a vivir en bien del trabajo pastoral de nuestra Diócesis, enmarcamos este acontecimiento en el mandato misionero del Señor “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 16 - 20). También, recibiendo este mandato como la vocación esencial de la Iglesia, porque “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y Resurrección gloriosa” (Evangelii Nuntiandi 14).La Iglesia ha recibido del Señor el mandato de llevar a todos la gran noticia del Evangelio y una vez que se recibe el anuncio de la Palabra de Dios, brota del corazón del creyente el fervor por ser testigos; que iluminados por el Espíritu Santo, van por todas partes a comunicar la experiencia del encuentro con Jesucristo que transforma nuestras vidas. “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Hch 1, 8); de tal manera, que el creyente recibe con docilidad el Espíritu Santo y se deja iluminar por Él, para cumplir con el mandato evangelizador, pues “no habrá nunca Evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).La Iglesia siempre actúa con el poder del Espíritu Santo y se ha dejado renovar por Él. Toda la acción pastoral debe ser dócil a la moción y luz del Espíritu Santo, ya que es Él quien orienta y renueva la misión evangelizadora en la Iglesia. Para dejar obrar el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia es necesario asumir en serio el llamado a la conversión “conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15), que significa el retorno a Dios, el cambio de mentalidad, es decir transformación de la vida en Cristo; hasta llegar a decir con san Pablo: “ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), dando testimonio de su proceso de conversión, afirmando “para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21).En nuestra Diócesis de Cúcuta queremos dejarnos iluminar por el Espíritu Santo, siguiendo el Proceso Evangelizador que la Iglesia ha aplicado desde siempre para evangelizar. Somos conscientes del mandato de Jesús, de ir por todas partes a anunciar el Evangelio y por eso queremos poner en práctica con la mayor fidelidad posible ese mandato misionero de Jesús. Con la certeza que todo tiene que brotar de una oración constate de rodillas frente al Santísimo Sacramento, para poder tener el discernimiento suficiente que nos impulse al acompañamiento de todas las personas, para que puedan crecer en la fe, la esperanza y la caridad y perseveren en la gracia de Dios.Siguiendo la enseñanza de la Iglesia en su Magisterio vamos a continuar con el desarrollo del Plan de Evangelización de la Diócesis, inspirado en el proceso por el que la Iglesia movida por el Espíritu Santo, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo. De tal manera, que impulsada por la caridad, impregna y transforma a toda la sociedad, dando testimonio entre las gentes de la nueva manera de vivir en Cristo, proclamando explícitamente el Evangelio mediante el primer anuncio que llama a la conversión; iniciando en la fe y la vida cristiana mediante la catequesis a los que se convierten a Jesucristo, alimentando la fe de los fieles mediante la eucaristía y la caridad y suscitando permanentemente a la misión, anunciando a Jesucristo con palabras y obras (Cf. DGC 48).De esa manera, en fidelidad a Jesucristo y la Iglesia, con renovado fervor pastoral y en salida misionera, nos disponemos a fortalecer el proceso evangelizador, que según lo sintetiza el Directorio General para la Catequesis del año 1997, “está estructurado en etapas o momentos esenciales: La acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequética para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos no son etapas cerradas, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad” (DGC 49, 31-35).El Congreso del PEIP en Barranquilla tuvo como tema la acción misionera. Para este segundo congreso, la temática elegida es la segunda etapa del proceso evangelizador y que tendrá como título: la acción catequética en el proceso evangelizador de la Iglesia. Desde ya nos ponemos en las manos de Dios, encomendando a la Santísima Virgen María y al Glorioso Patriarca San José el éxito de esta experiencia eclesial, que nos permita crecer en el fervor misionero, para cumplir con el mandato del Señor: sean mis testigos.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 28 Jul 2025

Vivamos la revolución de la ternura y el cuidado con nuestros adultos mayores

Por Mons. Félix Ramírez Barajas - “La sabiduría de los ancianos es su riqueza, y su experiencia es su coronación” (Job 32,7). Nuestros adultos mayores son un signo vivo de fidelidad a sus valores, baluartes y pilares de la fe, de la resiliencia y del deber ser. Van marcando la pauta, dejando huellas por el cumplimento de sus compromisos y la valentía para enfrentar los desafíos y retos en tiempos difíciles, pero también en su dinamismo y participación en el desarrollo de los pueblos, demostrando que siempre hay esperanza.En nuestra Iglesia, no solo han sido buenos cristianos, sino también ciudadanos ejemplares, mostrando un temple humano y espiritual para “resistir, persistir y nunca desistir” en sus propósitos de vida y en el cumplimiento de sus deberes. Para ellos, la palabra sigue siendo un compromiso cargado de responsabilidad y honestidad. El adulto mayor confía en esa palabra empeñada, enseñando la importancia de la integridad personal, familiar y comunitaria.En cada pueblo hay adultos mayores a quienes por su edad y experiencia se les llama “Patricios”; aquellas personas que, por sus años vividos, tienen un sentido de pertenencia con pueblo natal, sus conocimientos adquiridos por tradición y por su liderazgo en todo el sentido de la palabra.Su mirada diáfana no se oculta ni con las arrugas que producen los años, que son la impronta y reflejo de su entrega y trabajo, mira su prójimo y al mundo con confianza, con humildad y muchas veces con el silencio que se vuelve elocuente y ejemplarizante. Entregados a construir personas, dignidad y futuro. Para muchos de ellos, no hubo descanso, vacaciones, viajes de placer, ni beneficios laborales como cesantías, primas de navidad, dotación o transporte. Mucho menos tuvieron acceso a sistemas de salud o pensiones. Sin embargo, su convicción permanece intacta: saben que han trabajado con dedicación, cumpliendo sus deberes aun cuando sus derechos no fueran reconocidos. Aunque no vieron cercanas reformas o cambios en el sistema, entregaron su vida con pasión por lo bueno, lo bello, lo noble y lo justo. Supieron amar, por encima de todo, su vida, su trabajo, su familia, su pueblo, su fe y sus tradiciones.Eso sí con la certeza del mejor seguro de vida: su fe en Dios y la satisfacción del deber cumplido a través del trabajo y la relación confiada y fecunda con el Señor y con los suyos, les ha llevado a poner toda su esperanza en Dios, como lo indica el Papa León XIV en su mensaje para la V Jornada Mundial de los Mayores (2025): “Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza”.Sin títulos académicos, pero con la sabiduría desbordante de la experiencia que no se improvisa, con la filosofía práctica y tangible de creer y celebrar la fe y el amor al trabajo y a la familia, viviendo en la esperanza de un mañana mejor para sus futuras generaciones.Solo así pueden seguir teniendo redes donde las futuras generaciones puedan saber que vale la pena vivir para servir y servir para vivir: ideal noble que prolonga la existencia y la hace trascender a través del tiempo presente en este mundo y en la eternidad como promesa cumplida por el Señor. La esperanza cierta puesta en Dios que sigue caminando con nosotros, pues en Cristo nos ha indicado que hay remedio hasta para la muerte: Pues, Él ha resucitado.Para ser signos de esperanza con los abuelos y adultos mayores, el Papa León XIV, nos propone vivir la “revolución” de la gratitud y del cuidado:“Cada parroquia, asociación, grupo eclesial está llamado a ser protagonista de la “revolución” de la gratitud y del cuidado, y esto ha de realizarse visitando frecuentemente a los ancianos, creando para ellos y con ellos redes de apoyo y de oración, entretejiendo relaciones que puedan dar esperanza y dignidad al que se siente olvidado. La esperanza cristiana nos impulsa siempre a arriesgar más, a pensar en grande, a no contentarnos con el statu quo. En concreto, a trabajar por un cambio que restituya a los ancianos estima y afecto.Convocamos a todas las Instituciones a exaltar y agradecer a los adultos mayores en cada uno de los pueblos, a través de actos religiosos, culturales y eventos donde los niños y los jóvenes valoren a sus adultos mayores. Estos encuentros intergeneracionales facilitan rescatar los valores, las tradiciones, incentivar en la búsqueda de lo esencial y el deseo de cuidar, escuchar y agradecer al adulto mayor por todo lo que siguen haciendo, en el esfuerzo de construir un mundo donde sea posible el perdón, la reconciliación, la unidad y la paz.Como peregrinos de esperanza, aprendemos de ellos que la vida, como don de Dios da fruto solo en la medida en que se valora la persona y su dignidad a la luz de la fe y el compromiso en la caridad afectiva y efectiva.Dios bendiga a nuestros adultos mayores y que a través ellos sigamos construyendo lo mejor con el compromiso y participación de las nuevas generaciones.+ Félix Ramírez BarajasObispo de Málaga – SoataMiembro Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia

Lun 14 Jul 2025

María, Estrella de la Evangelización

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - En el mes de julio celebramos con alegría dos advocaciones de la Virgen muy queridas por todos: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y Nuestra Señora del Carmen. En nuestra Diócesis de Cúcuta veneramos con fervor a Nuestra Señora de Chiquinquirá, la Kacica de Cúcuta, con un cuadro muy antiguo y valioso que se encuentra en la Basílica Menor y este año es de gran importancia; dado que, ha sido concedido desde el 9 de julio pasado, un año jubilar con motivo de los 100 años de la primera coronación del cuadro de la Virgen.La devoción a María en todas sus advocaciones nos invita a renovar el compromiso evangelizador en nuestra Iglesia Particular, haciendo y amando la voluntad de Dios como María: “aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38) y en las bodas de Caná: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Hacer lo que el Señor nos dice, es cumplir cada día la voluntad del Padre Celestial, tal como lo oramos en el Padre Nuestro: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), en actitud de oración contemplativa, de rodillas frente al Santísimo, en una vida dedicada completamente a la búsqueda de Dios.Así lo afirma el Concilio Vaticano II: “la máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de ‘hijos en el Hijo’ nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (Cf Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (Cf Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra de Dios y de las acciones de Jesús (Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor” (Lumen Gentium 53). En María se cumple esa dimensión de discípula misionera del salvador, ya que desde el momento en que le dice Sí a Dios, se pone en camino para visitar a su prima santa Isabel, con la intención de llevar caridad a través de su presencia física; la cual, Isabel reconoció de inmediato como presencia de Dios y recibió con fe y esperanza el anuncio del nacimiento del Señor, “Isabel llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 42 - 45).En este momento de salida misionera en nuestra Diócesis, nos preparamos para vivir en el mes de agosto, el II Congreso del PEIP (Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular) y es preciso poner en las manos de Nuestra Señora la Kacica de Cúcuta, el éxito de este acontecimiento de Iglesia, recibiendo a María como modelo para ir en camino a transmitir la fe a los alejados. Así lo expresaba el Papa Francisco cuando afirma: “con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch 1, 14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización” (EG 284).María, Estrella de la Evangelización nos anima a continuar con el anuncio gozoso de Jesucristo, por las periferias físicas y existenciales de nuestra Iglesia Particular. Estamos llamados a peregrinar en este año jubilar a la Basílica Menor de nuestra Diócesis, para encontrar allí la fortaleza que nos da el Espíritu Santo, para ir en salida misionera. La peregrinación a la Basílica que emprendemos este año, tiene que darnos fervor para la evangelización, allí iremos a llenar nuestras fuentes para salir a anunciar a Jesucristo y dar esperanza a tantas personas que se encuentran alejadas de Dios, en cansancio físico y espiritual. Al respecto el Papa Francisco nos decía: “es en los santuarios marianos, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida” (EG 286).La Santísima Virgen María nos quiere cristianos semejantes a Ella en la vida de oración, de recogimiento interior, de contacto continuo y unión íntima con el Señor, con entrega permanente a la voluntad de Dios. El corazón de María siempre fue un santuario reservado solo a Dios, donde ninguna criatura humana le robó el corazón, reinando solo el amor y el fervor por la gloria de Dios y colaborando con la entrega de su vida a la salvación de toda la humanidad, en total unión con su Hijo Jesucristo y en comunión con los Apóstoles animándolos a la misión, “ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio y entra a formar parte de su identidad histórica” (EG 286).Los convoco a poner la vida personal y familiar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, tal como nos lo ha enseñado el Papa León XIV: “nuestra madre María, siempre quiere caminar a nuestro lado, permanecer cerca de nosotros, ayudarnos con su intercesión y su amor”, esa madre que en todas las circunstancias de la vida, aún en los momentos de cruz, nos dice: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5), fortaleciendo nuestra obediencia a la voluntad de Dios, para cumplir con el mandato del Señor: sean mis testigos (Hech 1, 8). Que el Glorioso Patriarca San José, unido a María, Estrella de la Evangelización, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo muchas gracias y bendiciones para vivir el proceso evangelizador de nuestra Diócesis en salida misionera.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 27 Jun 2025

¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos Confío!

Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El mes de junio está consagrado en la Iglesia para contemplar el Crucificado y mirar en Él su costado traspasado y orar con corazón limpio diciendo: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos Confío! Esta oración nos pone en una actitud de pobreza evangélica, es decir, en una confianza total en el Señor; poniendo nuestra vida en sus manos, presentándole nuestras fatigas diarias y pidiendo que perdone nuestros pecados. Esta certeza la tenemos en su misma Palabra: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su vida. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30).No hay nada más agobiante que el pecado en la propia vida, que causa amargura y destruye la propia existencia, deteriorando la relación con Dios y con los demás. Por eso, hay que contemplar el Crucificado, para recibir la gracia del perdón por nuestros pecados y el alivio que brota del Corazón amoroso de Jesús, que es rico en misericordia. Que sigue teniendo compasión de nosotros y del mundo entero, para que ninguno se pierda, porque “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 33, 11), ya que Él no vino al mundo para juzgar y condenar, sino para salvar (Cf. Jn 12, 47) y ofrecer a todos, una vida nueva que brota de su amor y misericordia.Muchos seres humanos en el mundo viven llenos de odio, resentimiento, rencor, venganza que causan violencia y muerte; todos estos males se producen en el corazón humano que está dividido y enfermo. Ya desde el antiguo testamento el profeta Jeremías experimentó esta realidad cuando afirmó: “Nada más falso y enfermo que el corazón del hombre” (Jer 17, 9) y Jesús en el Evangelio nos lo afirma cuando dice: “Sin embargo lo que sale de la boca viene del corazón, y eso es lo que mancha al hombre. Porque del corazón vienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las injurias. Eso es lo que mancha al hombre” (Mt 15, 18-20). Quedando claro que al revisar nuestra vida podemos encontrar nuestro corazón lleno de odio y resentimiento que causa maldad, división y violencia en cada familia y en la sociedad.Frente a esta realidad que está en el interior de cada uno de nosotros, Jesucristo es nuestra esperanza, “una esperanza que no defrauda” (Rm 5, 5a). Él viene a ofrecernos su perdón y su misericordia, que brotan de su corazón que está lleno de amor para con cada uno de nosotros. Él viene a sanar las dolencias internas y darnos paz y sosiego en medio de tanta división, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5, 5b). Él quiere quedarse para habitar en cada corazón y en cada familia y darnos su perdón misericordioso. Hoy se hace más necesaria la súplica al Señor ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!, reconociéndolo en el sacramento de la Reconciliación cuando somos perdonados; en la Eucaristía, donde somos alimentados con su cuerpo y con su sangre; para darnos vida en abundancia y la salvación eterna. Lo vivimos con un corazón grande para amar, para llegar hasta Él y descansar en Él en los momentos más difíciles de nuestra vida.Todos necesitamos la humildad y mansedumbre del corazón traspasado de Jesucristo, para volver a tomar el rumbo personal y familiar, marcado por tanta dificultad y confusión por la que pasamos a causa de la pérdida del sentido de Dios, “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 22, 4). Todos necesitamos del perdón y la reconciliación que vienen del Corazón amoroso de Jesús para vivir reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad, “Tu bondad y tu misericordia me acompañan” (Sal 22, 6). Cuánto bien nos hace dejar que Jesús vuelva a habitar en nuestro corazón y nos lance a amarnos los unos a los otros con su Corazón lleno de amor. Por esto, tenemos que orar y pedirle al Señor que venga en nuestro auxilio, por eso le decimos con fe y esperanza, ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!La gracia que nos da la misericordia de Dios con el perdón que gratuitamente nos ofrece Jesucristo, la recibimos como Palabra de Dios que nos libera de la esclavitud del pecado que nos divide y llena el corazón de odio y resentimiento, para darnos capacidad de amar y transmitir a los demás la misericordia con el amor del Corazón de Jesús, “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. “Con cuánta más razón, pues, justificados por su sangre, seremos por Él salvados del castigo” (Rm 5, 8).Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo por el Corazón de Cristo. Dios Padre, en efecto, es quien, en el Corazón de Cristo nos perdona, no tomando en cuenta nuestros pecados. Es por esto que la Iglesia nos suplica, por las entrañas de Cristo: Dejémonos reconciliar con Dios y nos invita a confiar en el Señor, repitiendo siempre: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! Alimentados con la Eucaristía y fortalecidos con la oración, recibamos del Señor las palabras: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor la misericordia y el perdón y un corazón grande para amar.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 17 Jun 2025

Política y ética

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos viviendo un momento preocupante en nuestro país. Hay incertidumbre política, se difunde un inaceptable lenguaje de odio, se está incrementando peligrosamente la violencia en varias regiones, se percibe un debilitamiento de la Fuerza Pública, se presentan dificultades en la estabilidad fiscal, se abren puertas a la impunidad en nombre de la paz, no cesan las acciones del narcotráfico, se quiere desconocer o degradar el Estado de Derecho, se resquebraja la unidad nacional, el sistema democrático puede estar en peligro, se van acumulando el resentimiento y el miedo.Esta situación obliga a pensar en el sentido y la forma de hacer política. Toda persona humana tiene conciencia política porque necesita vivir con otros el razonamiento, el encuentro, el intercambio, la proyección al futuro y la reconciliación. Esto implica acordar un plan común y dirimir las diferencias con el diálogo y no con la violencia. Se requiere renunciar a los deseos, intereses y proyectos propios para optar por el bien común, respetando los derechos de los demás. No puede entenderse la política como un negocio o una plataforma de poder, sino como un servicio que conlleva la cooperación de todos.Cuando esto no se da, vienen la inequidad social, la corrupción, la desorientación de la juventud, el incremento de corrientes migratorias, la desintegración de las instituciones, la violencia en múltiples formas, la pobreza. A la raíz, se puede constatar siempre la arrogancia de los que se sienten superiores, los intereses mezquinos que venden la conciencia y la verdad por cualquier ventaja económica, el egoísmo que genera las desigualdades sociales, la falta de formación socio-política para ver lo mejor y lo que es posible realizar y, finalmente, la falta de compromiso de todos.Es lamentable que, frente a la realidad política, con frecuencia los ciudadanos nos marginemos o nos resignemos. Pericles decía que quien no participa en la vida de la ciudad no es una persona pacífica sino inútil. El peor analfabeto, para Bertolt Brech, es el analfabeto político: no sabe siquiera que el costo de la vida depende de decisiones políticas. Maquiavelo, por su parte, advirtió que si no hay ciudadanos capaces de vigilar, resistir e implicarse en la búsqueda del bien común, la república muere y se convierte en el lugar donde unos pocos dominan y todos los demás sirven.En efecto, se llega a un país que no sabe a dónde va ni cómo debe dirigir su camino, que depende de la veleidad del gobierno de turno siempre queriendo inventar en su período todo de nuevo. Así se puede caer en propuestas improvisadas para cambiar arbitrariamente el paradigma de la política y de la economía, para destruir la institucionalidad y aun para afectar el sistema democrático. Este inadecuado proceso puede traer también el cansancio y el agotamiento del pueblo que conduce, aunque sea un suicidio, a aceptar alternativas improvisadas sin medir realmente sus alcances y consecuencias.Es preciso cuidar una verdadera forma de hacer política sobre la base de la justicia social, los valores fundamentales y la convivencia pacífica. La comunidad, a través de partidos sólidos y de movimientos sociales bien orientados, tiene que asumir la vigilancia y la participación ciudadana a fin de defender la dignidad de las personas, la libertad, la verdad, la justicia, el bien común y conducir un comportamiento político marcado por la moral. El desprecio de la ética lleva a una relación promiscua entre los intereses públicos y privados, que siempre genera escándalos de corrupción, mentira y diversas formas de violencia.El momento que estamos viviendo en Colombia exige reflexionar a fondo y tomar decisiones con lucidez y coraje. No puede ser hora de un lenguaje incendiario y de odio o de seguir la actitud mecánica de quien se margina o de quien se irrita y mata. Es necesario buscar dónde están las equivocaciones y qué debemos hacer de un modo concreto. Hay que reforzar la construcción moral que afiance el orden social en valores fundamentales, respaldar las personas íntegras y los proyectos válidos para el país, no dejarnos llevar del miedo o la apatía. Urge cuidar la democracia, la institucionalidad y la unidad nacional. Este es un momento en que es necesario orar mucho, fomentar un serio compromiso político y mantener la cordura y la esperanza.+ Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

Mar 17 Jun 2025

“Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11, 24)

Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzando en el desarrollo del Plan de Evangelización de nuestra Diócesis, hacemos nuestro el mandato del Señor a la misión que nos dice: Sean mis testigos (Hch 1, 8) y para este mes de junio, “Compartan con el necesitado”, con el momento significativo del Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Solemnidad que celebramos el próximo domingo, recordando que Jesús se nos da como alimento que nos lleva a la vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). La eucaristía es el alimento de la vida, que en esta tierra nos da fortaleza para cumplir con nuestra misión y en la eternidad nos da la salvación.El sacramento de salvación por excelencia es el misterio pascual, que tiene su expresión sacramental en la eucaristía, del cual nace la Iglesia, ya que la Iglesia es Cuerpo de Cristo, porque Cristo ha entregado su cuerpo y su sangre para alimentarnos y llegar a ser uno con Él, “el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre; hagan esto cada vez que lo beban, en memoria mía’ (1Cor 11, 23 - 25).El don de la eucaristía ha sido entregado por Jesús en la última cena, cuando también regaló a la Iglesia el don del sacerdocio y el mandamiento del amor. El memorial de la eucaristía está en estrecha relación con el don del sacerdocio ministerial, cuya institución la Iglesia ha visto vinculada en el mandato del Señor “Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11, 25); de tal manera, que son los sacerdotes quienes actualizan ese memorial eucarístico de generación en generación, porque, “la eucaristía es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la eucaristía y a la vez que ella” (Ecclesia De Eucharistia, 31).La eucaristía es el memorial del Señor, de su pasión, muerte y resurrección, un don hecho de una vez para siempre, que se viene actualizando a lo largo de la historia, donde sucede el sacrificio del Señor que se nos da como alimento y nos entrega la salvación. Así lo expresa san Juan Pablo II: “Cuando la Iglesia celebra la eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de Salvación y se realiza la obra de nuestra redención” (Ibid, 11).Con esto entendemos que la eucaristía es el don más precioso y más sublime que recibimos cuando comulgamos, porque es el mismo Jesucristo que se nos da como alimento, es la entrega de todo su ser por la salvación de todos nosotros. Así lo enseña san Juan Pablo II: “La Iglesia ha recibido la eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos” (Ibid). De tal manera, que un cristiano no tiene que confundirse buscando apariciones, comprando aceites o llenándose de cosas superficiales. En la eucaristía encontramos lo más sublime, a Jesucristo mismo que nos salva.La Iglesia tiene como centro a Jesucristo que desde el sacrificio redentor en la cruz, nos ofrece su perdón y reconciliación, para que limpios de corazón podamos llegar hasta el Padre que espera el regreso del hijo que se ha perdido, para acogerlo en la gran fiesta del banquete celestial, que se realiza en esta tierra en cada eucaristía. San Juan Pablo II nos lo enseña cuando afirma: “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la eucaristía son un único sacrificio. La misa hace presente el sacrificio de la Cruz. La naturaleza sacrificial del misterio eucarístico no puede ser entendida, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia indirecta al sacrificio del Calvario” (Ibid, 12).Así pues, todos los creyentes entendemos que eucaristía y Crucificado forman una unidad, cuando participamos de la eucaristía adoramos a Jesucristo presente en el altar y levantamos la mirada y contemplamos el Crucificado y ahí entendemos todo el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Ahí comprendemos el sacrificio redentor, la entrega total de su vida por cada uno de nosotros.Es muy importante contemplar la unidad que se da en el presbiterio entre altar y crucificado, porque allí está un solo Señor, Jesucristo ofreciéndose por la salvación de todos. Por esto, en el presbiterio siempre se ha de tener en el centro un Crucificado y no una imagen de un santo, ni tampoco ninguna devoción, ni advocación especial. Allí se tendrá la síntesis del sacrificio redentor, que es Jesús Crucificado, que con el altar eucarístico forman una perfecta unidad, de donde brota la oración contemplativa del creyente, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, adorando la eucaristía y mirando, abrazando y contemplando el Crucificado.Oremos todos los días de rodillas frente al Santísimo Sacramento, adorando la eucaristía y contemplando el Crucificado, pidiendo que podamos dar a la eucaristía todo el relieve que merece, poniendo todo el esmero por vivir la eucaristía con la mayor dignidad posible. Que, al celebrar el Corpus Christi, podamos tomar conciencia de la grandeza del don que se nos ha dado en la eucaristía. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José que custodiaron a Nuestro Señor Jesucristo, alcancen del Señor para nosotros la gracia de contemplar y adorar la eucaristía con fervor espiritual.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta