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Opinión

Jue 22 Oct 2020

El matrimonio y la familia en clave de comunión de amor

Por: Edgar de Jesús García Gil - La pandemia del covid 19 que estamos sufriendo en todo el mundo ha sacado a flote la riqueza y la belleza de las familias que han podido pasar esta emergencia sanitaria, gracias a la fortaleza de su comunión de amor; pero también ha sacado a flote las debilidades y fracasos de muchos matrimonios y familias, que por no tener la convicción de una fuerte comunión de amor han tenido que separarse o renunciar lamentablemente a su máscara de amor por que nunca fue lo que ellos creyeron vivir con los criterios superficiales de una sociedad de consumo, materialista, hedonista, de usar y botar, como dice Papa Francisco. Iluminemos este hecho con las palabras de la exhortación apostólica post sinodal “La alegría del amor” del papa Francisco: “La Biblia está poblada de familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares, desde la primera página, donde entra en escena la familia de Adán y Eva con su peso de violencia, pero también con la fuerza de la vida que continúa (cf. Gn 4), hasta la última página donde aparecen las bodas de la Esposa y del Cordero” (cf. Ap 21,2.9). A.L. 8. Leer la historia de la salvación en clave de familia nos permite descubrir una evidente intención de Dios, o también podemos decir, su sueño de salvación, que, siendo Dios Trinidad, es decir, comunión de amor, envía a su Hijo, el Verbo, como primer misionero de la comunión de amor para la humanidad. “Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” Jn. 1,14. Jesús, Dios hecho hombre, sale de su comunión de amor original para hacer su primera misión en medio de su familia humana de Nazaret y mostrarnos con esta evidencia que durante treinta años vivió la experiencia de comunión de amor en la realidad histórica, social y política de su hogar de Nazaret. Cuando observamos la misión de Jesús en medio de su realidad geográfica de Galilea, de Samaría y de Judea descubrimos que todo su ministerio apostólico está enmarcado en medio de dos banquetes nupciales. Las bodas de Caná en Galilea y la última cena en Jerusalén. El evangelista San Juan tiene el cuidado de mostrarnos que la primera manifestación de Jesús como Dios se realizó en las bodas de Caná de Galilea en medio de un banquete nupcial. El vino nuevo de Jesús embriaga el amor de los esposos y hace alegrar el corazón de los invitados. Juan 2, 11 “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”. Y al final de su ministerio público, antes de sufrir la muerte y resurrección, Jesús vive con los apóstoles, en la última cena de la tarde del jueves santo otro banquete nupcial. Jesús, el novio, el esposo, se entrega en amor sacrificando a su novia, la esposa, la Iglesia. 1Cor 11, 23 “Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, 24 y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes; hagan esto en recuerdo mío». 25 Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en recuerdo mío»” Tanto en las bodas de Caná como en la última cena Jesús nos enseña que el fundamento de su propuesta de salvación está en vivir a plenitud la comunión de amor que Él vive en el seno de la Trinidad. Y para confirmar lo dicho anteriormente, antes de ascender a los cielos, Jesús reunió a sus apóstoles y discípulos en Galilea y les dijo: Mateo 28, 18 «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.19 Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo». La misión que Jesús les encomendó a todos sus discípulos está marcada evidentemente por la enseñanza y vivencia de la comunión de amor, presente desde el bautismo en nombre de la Trinidad, que a lo largo de nuestras vidas se realiza en la vida del matrimonio, de la familia y de la nueva comunidad, Pueblo de Dios, llamada Iglesia. En medio de las fragilidades que sufren nuestros matrimonios y familias, rescatemos con la verdad de Dios que Jesucristo ha venido a restaurar entre nosotros, la comunión de amor que debemos restaurar, sembrar y enseñar en todas las parejas que le apuntan a vivir en profundidad su amor y su comunión de amor. + Edgar de Jesús García Gil Obispo de Palmira Presidente de la comisión episcopal de matrimonio y familia

Mar 20 Oct 2020

Santa Laura Montoya, Maestra de misioneros

Por: P. Javier Alexis Gil Henao - Agradecemos a Dios el celebrar hoy 21 de octubre, con el gozo de la fe, la Fiesta litúrgica de nuestra querida Santa Laura Montoya Upegui. Ella nació en Jericó, Antioquia el 26 de mayo de 1.874, ese mismo día fue bautizada, ya que su madre, Dolores Upegui, mujer de fe fuerte, pidió a su esposo, Juan de la Cruz Montoya, que fuera a hacerla bautizar enseguida, y le dijo: “Pues antes de ser hija nuestra, primero tiene que ser hija de Dios”. En el contexto de la celebración que Dios nos permitió realizar el pasado Domingo Mundial de las Misiones, DOMUND, Santa Laura nos anima a afrontar con fe los sufrimientos y desafíos de esta pandemia, ella nos invita en su Autobiografía a “ver la acción de Dios en todos los acontecimientos de la vida”. Recordemos que desde muy niña quedó huérfana de padre y que su madre le inculcó orar y perdonar a los que les han hecho el mal, entre ellos perdonar al asesino del papá; por eso santa Laura recibió la gracia del Señor de no guardar rencor a nadie, de perdonar a todos y de ofrecer con fe a Dios todos los sufrimientos que el Señor le permitió en su vida. Tenía la siguiente convicción de fe: Para ganar los corazones humanos para Cristo es necesario ofrecer muchos sufrimientos, a ejemplo del Señor que padeció y murió en la Cruz por amor a nosotros y por nuestra salvación. Santa Laura tuvo el don divino de recibir a los siete años su famoso “golpe del hormiguero”, esa maravillosa, profunda y decisiva experiencia de la Paternidad de Dios en su alma, de allí su gran amor al bautismo y el llorar ante la pila bautismal en el templo de Jericó por el desborde infinito de amor de nuestro Padre Dios que la hizo su hija en Cristo el día de su bautismo. San Pablo VI también nos anima a darle toda la importancia al hecho de haber recibido el santo bautismo. Y el Papa Francisco nos ha recordado que todos somos misioneros en razón de nuestro bautismo. Es una verdad de fe, que lamentablemente no fructifica en la práctica de muchos de nosotros, los cristianos. De allí la necesidad de suplicar al Señor y a La Virgen para que nos despierte nuestra conciencia cristiana y al mismo tiempo poner todo lo que está de nuestra parte para dejarnos salvar cada día por el Señor en su Iglesia. Este es uno de los sentidos del lema escogido el Domund, tomado del mensaje del Santo Padre para el Domund de este año: “Todos llamados a remar juntos”, es decir todos necesitados de ayudarnos a caminar juntos en la Iglesia en el camino de la santidad y de la misión en medio de esta pandemia y siempre. En esta bella Fiesta de Santa Laura Montoya, Maestra de misioneros, pidamos su intercesión para que el Señor también a cada uno de nosotros nos regale la determinada opción por Cristo, por darle gloria ayudando a que muchos hermanos y hermanas lo conozcan, lo amen y lo sirvan, eso es ser misioneros. Pero en primer lugar, cada día démosle nuestro propio corazón, tomándonos en serio nuestro camino de santidad en lo sencillo de las cosas ordinarias de cada día, pues así nos anima el Papa Francisco: “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (Gaudete et Exsultate 15). Agradecemos a todos los que, con fe y gratitud por la fe recibida en la Iglesia y desde su condición en estos tiempos de pandemia, han ofrecido con generosidad sus oraciones, sufrimientos y ofrenda económica para las misiones en el Domund, Dios les pague su caridad misionera para con los 1.106 territorios misioneros que nuestra Iglesia tiene en el mundo entero, allí están incluidos nuestros 10 vicariatos apostólicos y las diócesis de Buenaventura y San Vicente del Caguán. Invitamos a los que todavía no han dado su ofrenda misionera a darla con fe en su parroquia durante este mes de octubre misionero o a través de nuestros medios digitales disponibles en nuestra página web: www.ompdecolombia.org Finalizamos esta reflexión con una frase presente en la Autobiografía, que fue muy arraigada en la en la vida y misión de santa Laura Montoya: “Piense en que mi paz es hija de la confianza en Dios”. P. Javier Alexis Gil Henao Director Nacional Obras Misionales Pontificias OMP

Lun 19 Oct 2020

La propuesta educativa del Papa nos toca a todos

Por: P.Francisco Niño Súa -El jueves 15 de octubre, el Papa Francisco dirigió un video-mensaje en el que nos invitó a todos a comprometernos con un nuevo Pacto Educativo Global. En dicha propuesta se recuerda que la educación no se restringe a las paredes del aula, no se limita a los contextos de las instituciones educativas, no es sólo responsabilidad de los maestros, sino que vincula a todos los componentes de la sociedad, a los políticos, a los responsables de los medios de comunicación, a los padres de familia, a los cuidadores y a todos los que formamos parte de este sistema social que nos hace interdependientes y co-responsables los unos de los otros. Evocando el mensaje de la bendición extraordinaria que nos regaló el Papa el pasado 27 de marzo, si no estamos en la misma barca, estamos en el mismo mar, compartimos la casa común y afrontamos la historia que nos vincula, el presente que nos desafía y el futuro que estamos llamados a forjar. Ahora lo importante es concretar este pacto, este compromiso, en los distintos niveles en los que nos movemos: en las veredas, localidades, municipios, departamentos y a nivel nacional; en nuestras parroquias, en cada una de las jurisdicciones eclesiásticas y en la misma Conferencia Episcopal. El planteamiento es sencillo y consiste en la convicción de que un futuro distinto de lo que vivimos en el presente es posible si todos nos comprometemos, porque la educación es sembrar la semilla de la esperanza en el corazón de las nuevas generaciones: “una esperanza de paz y de justicia; una esperanza de belleza, de bondad; una esperanza de armonía social”. En efecto, “la educación es sobre todo una cuestión de amor y responsabilidad que se transmite de generación en generación. La educación, por lo tanto, se propone como el antídoto natural a la cultura individualista, que a veces degenera en un verdadero culto al yo y a la primacía de la indiferencia. Nuestro futuro no puede ser la división, el empobrecimiento de las facultades de pensamiento y de imaginación, de escucha, de diálogo y de comprensión mutua. Nuestro futuro no puede ser este. Hoy en día se necesita una etapa renovada de compromiso educativo, que involucre a todos los componentes de la sociedad”. Ya en la Encíclica Laudato Si’, el Papa Francisco había afirmado que “la educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza” (LS 215). Por eso, el 12 de septiembre del año pasado formalizó la convocatoria para realizar este Pacto Global y lo reforzó en el saludo al Cuerpo Diplomático acreditado en el Vaticano el 9 de enero del presente año cuando afirmó: “Todo cambio, como el de época que estamos viviendo, pide un camino educativo, la constitución deuna aldea de la educación que cree una red de relaciones humanas y abiertas. Dichaaldeadebe poner a la persona en el centro, favorecer la creatividad y la responsabilidad para unos proyectos de larga duración y formar personas disponibles para ponerse al servicio de la comunidad” En tal sentido, el mensaje del Papa del pasado 15 de octubre es como el broche de oro que articula todo su Magisterio con su última Encíclica, Fratelli Tutti, pues sólo un nuevo camino educativo, fruto del compromiso personal y conjunto, centrado en la familia y articulado en la capacidad de escuchar y de dialogar, puede vencer la cultura inhumana del descarte, superar la actitud individualista del derroche, enfrentar el desastre generado por la pandemia del Covid 19 y reconstruir la fraternidad originaria que hace visible el proyecto de Dios para la humanidad. Francisco Niño Súa, Pbro. Director del Departamento de Educación y Culturas Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano

Sáb 17 Oct 2020

“Aquí estoy, mándame” (Is. 6,8)

Por: Mons. Oscar José Vélez Isaza - El próximo 18 de octubre celebraremos, Dios mediante la jornada universal de las misiones. Con tal motivo, y como es costumbre, el Papa Francisco nos ha hecho llegar su mensaje para animar el compromiso misionero de la Iglesia entera. En este tiempo marcado por los sufrimientos y desafíos ocasionados por la pandemia del covid 19, el Santo Padre renueva para toda la Iglesia la llamada a la misión, a salir de nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo, a confortarnos mutuamente, pues no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos, para llevar vida y esperanza a un mundo inmerso en la muerte y el miedo. “Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal… La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo”. El documento lleva por título “Aquí estoy, mándame” (Is. 6, 8), como respuesta a la pregunta que el Señor vuelve a dirigirnos hoy: “A quién enviaré?”. La misión es una respuesta libre y consciente a una llamada de Dios para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Él pueda seguir manifestando su amor al mundo de hoy. “La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo”. En la misión “es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma”. “la misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla sólo cuando vivimos una relación personal con Jesús vivo en la Iglesia”. El Papa nos dirige una serie de interrogantes y desafíos: “¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de la salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, a ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones?”. El Santo Padre nos recuerda que, en estos momentos, quizás más que nunca, Dios continúa buscando a quien enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y de la muerte, su liberación del mal: “Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios. Lejos de aumentar la desconfianza y la indiferencia, esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás”. El Papa Francisco concluye su mensaje invitándonos a todos los fieles a participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia también a través de la oración, la reflexión y la ayuda material por medio de las ofrendas para hacer frente a las necesidades espirituales y materiales de los pueblos y la Iglesia misionera. + Oscar José Vélez Isaza. c.m.f. Obispo de Valledupar

Jue 15 Oct 2020

¿Un santo de jean y camiseta?

Por: Sor Arelis Gaviria Montoya - Es una pregunta que muchos se pueden estar haciendo hoy. Y es que ser santo, para el cristiano, es una de las conquistas más preciadas y, a la vez, la más imposible de alcanzar. Pareciera que la santidad fuera algo del pasado, un don otorgado a unas personas que vestían hábitos y ropas raras y antiguas. Tal vez, por eso, cause tanta sensación que en pleno siglo XXI, un joven, “millennials”, de esos que visten de jean y camiseta, sea declarado beato. ¿Quién es Carlo Acutis? El joven que nace en Londres el 3 de mayo de 1991, en el seno de una familia católica poco practicante. Aquel sencillo niño que se va a vivir a Milán Italia y, desde pequeño, encontró un amor que lo desbordó totalmente; se encontró con Jesús Eucaristía, se enamoró de Él, y desde ese instante, su pasión fue anunciarlo por las redes, publicando su investigación sobre los milagros eucarísticos y ayudando a muchos hermanos a conocer ese amor que nos transforma, el amor de Jesús. Carlo muere el 12 de octubre de 2006, en Monza Italia, a causa de una leucemia, con la convicción de que Jesús le esperaba en el cielo. Cinco cualidades que nos enseña este santo de jean y camiseta: 1. Un hijo ejemplar, que impactó a sus padres y hoy ellos conmueven a muchos cuando hablan sobre la personalidad de Carlo, un joven alegre, amigable, obediente, tierno y cariñoso. 2. Un amigo incondicional, dispuesto a escuchar, aconsejar y decir la verdad con ternura, recordando que un verdadero amigo no es el que te hace reír con la mentira, sino el que te hace llorar con la verdad. Sabía salir de sí para llegar a las periferias existenciales de los hermanos, en actos como llevar comida al que pasaba hambre en la calle. 3. Un apasionado por la informática, la cual aprovechó para comunicar el mensaje de nuestro Señor Jesucristo a través de las diferentes redes sociales, buscando llevar consuelo y salvación a los más alejados. 4. Un joven 100% eucarístico. Ha sido famosa su frase: “La Eucaristía es mi autopista para el cielo”, por eso a cada lugar que llegaba, lo primero que hacía, no era preguntar por la clave del Wifi, como muchos de nosotros, sino buscar un templo donde pudiera escuchar la Santa Misa y comulgar. 5. Un joven listo para morir. Es estremecedor ver el vídeo grabado pocos días antes de su muerte en el que dice: “Sono destinato a morire”, “Soy un destinado a morir”, lo dice con calma, paz en su mirada y tranquilidad en su corazón, pues como dijo él mismo: “No tengo miedo a morir porque he vivido a plenitud”. Así, el llamado a la santidad es aquí y ahora, así nos lo recordó el papa en la “Christus Vivit”. Somos el ahora de Dios. Se tú… “¡No mueras como fotocopia!” Sor Arelis Gaviria Montoya Directora (e) de Estado Laical y Lugares Eclesiales Conferencia Episcopal de Colombia

Mar 13 Oct 2020

¿Nueva normalidad?

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Avanza este 2020. Entre luces y sombras pasan los días y las noches. Certezas e incertidumbres nos embargan. Hasta comienzan a pasar por las mentes de todos preguntas tales como: ¿se tendrán las novenas del Niño Dios? ¿Cómo será la navidad? ¿Cómo se vivirán las fiestas de año nuevo?, etc. Por eso, a manera de anticipo, porque es bueno hacer unas consideraciones que nos ayuden a todos a “irnos preparando” para la nueva normalidad que ocasionó el COVID-19, planteo esta reflexión desde la visión que nos toca a nosotros como Iglesia. Es posible que algunos hubieran padecido el coronavirus o un familiar o un amigo cercano o un conocido. Otros de pronto habrán perdido, por este virus, una persona cercana. Otros, en su inmensa mayoría posiblemente, no han sido tocados por esta pandemia y han sorteado con éxito las “amenazas” de contagio. En todos los casos, movidos por la fe, es necesario dar gracias a Dios, porque este tiempo no puede pasar en vano. Es tiempo de Dios, es tiempo de salvación. Gracias al Todopoderoso porque se pudo superar la pandemia o al menos se aprendió a convivir con ella, porque se superó la enfermedad, porque no nos hemos contagiado, o porque nos regaló seres queridos que ahora no nos acompañan. Por todo, es necesario dar gracias a Dios. La gratitud es clave para generar un antídoto frente a la adversidad, pues es el ingrediente número uno de la esperanza. Los tiempos que vienen no serán iguales. Realidades socio - económicas complejas se avecinan. Habrá más pobreza, la recuperación de los empleos perdidos será lenta, las relaciones humanas cambiarán. Conceptos como felicidad, fe, fortaleza tendrán una nueva dimensión. ¿La felicidad que teníamos o la que creíamos tener desapareció?, ¿dónde se hallará la felicidad?, y ¿la fe en Dios?, ¿será que Dios nos olvidó? ¿Y la fe en las instituciones y en los demás, debilitada por las limitaciones de tantos, se esfumó? ¿Dónde se puede encontrar la fuerza para seguir el camino, cuando la fragilidad ha hecho su aparición? Ante todas estas inquietudes y otras que seguramente se tienen, la confianza en Dios es la clave para vacunarnos ante el virus de la indolencia, la desesperanza, el egoísmo y la soberbia. No sobra recordar lo que se ha repetido tantas veces, y en lo que la Iglesia insiste basada en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Las renuncias, los pequeños sacrificios, la disciplina, serán asumidas con amor y alegría. Tapabocas, lavada de manos, distancia preventiva, limpieza de las suelas de los zapatos, etc, hacen parte de la “nueva normalidad”. Por eso, en la nueva normalidad, la disciplina será clave para que podamos vivir tranquilos. ¡Ánimo!, ¡todo va a salir bien! + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Jue 8 Oct 2020

Un adelanto a la nueva Encíclica del Papa Francisco

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Para los días que este artículo sea publicado, el Papa habrá ya firmado su nueva Encíclica (en Asís el 3 de octubre). Como es obvio, es adentrarse en un terreno que no conocemos, al no tener todavía el texto, aun así, intentemos sintonizar con el corazón del magisterio pontificio de Francisco. Por ello quisiera contextualizar la publicación de este documento pontificio. Tres Encíclicas A Fratelli tutti (Hermanos todos), la han antecedido la Encíclica Lumen fidei (La luz de la fe) que podemos considerar el enlace entre el pontificado de Benedicto XVI y su sucesor Francisco; y Laudato Si (Alabado seas), en la que Francisco, inspirado en aquel de quien tomó el nombre, presenta su apremiante llamado al cuidado de la Casa Común. Ahora, en el contexto de la crisis global que vivimos por causa de la pandemia del COVID-19, ve la luz su tercera Encíclica. En estos tiempos tan duros, el Papa ha sido un líder que ha elevado su voz para traer esperanza a la humanidad, para recordarnos que estamos juntos en esto y que sólo juntos podremos superar la tormenta. Pero el Santo Padre también ha llamado al mundo a la solidaridad, a superar los ánimos de dominación que a veces generan en muchos lugares del planeta tantas injusticias y sufrimientos, para propiciar las condiciones que hagan posible salir de la pandemia no pensando en volver atrás ni peores sino mejores en humanidad. Fe, Ecología integral y Fraternidad se vuelven un importante trípode para el magisterio del Papa Francisco que desde el primer momento no solo nos ha llamado, sino que nos ha dado ejemplo de ser una Iglesia que, movida por la fe, se pone en salida, misericordiosa y cercana especialmente con aquellas periferias existenciales a donde hemos de llegar para curar heridas. Fraternidad y amistad social Se ha informado que esta nueva encíclica desarrollará su argumentación sobre la amistad social. Vale la pena que recordemos los valores que sustentan esta vocación por la amistad social. El primero de ellos, por su puesto, es el de la fraternidad. El Papa ha venido recordando, inspirado entre otras cosas en el Pobrecillo de Asís, que todo está interconectado. Si bien la humanidad aparece como un prisma con tantas diferencias y matices, que muchas veces son justificación para tantas exclusiones y arbitrariedades, es evidente que hay algo ineludible que todos tenemos en común: la humanidad. Podemos distinguirnos por nuestra etnia, nuestra cultura, nuestras creencias, pero podemos reconocernos por nuestra humanidad. Es la fraternidad humana por la cual tenemos el imperativo moral de respetarnos, protegernos y acompañarnos, más allá de nuestras diferencias. Entendiendo que todos somos hermanos, se abren paso otros valores importantes: entre ellos, dos que hoy más que nunca nos convocan para superar juntos esta crisis. Uno de ellos es la solidaridad. Esta es definida por el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia como «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» (DSI, n. 193). Porque somos hermanos, no podemos estar moralmente tranquilos cuando hay otros seres humanos que sufren. Seguramente el Papa nos convocará una vez más a dejar de lado la autorreferencialidad para salir hacia el hermano y “tocar la carne herida de Cristo” en nuestro prójimo. Otro de ellos es la subsidiariedad. De este, el Compendio nos dice que «toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos» (DSI, n. 186). La comunidad humana debe ver la diferencia como una riqueza que embellece nuestra condición. Por este motivo, aquellos que tienen mayores recursos tienen el deber moral de “subsidiar” a quienes tienen menos, sin por ello creerse con el derecho de eliminar, subyugar o subestimar sus culturas, creencias, territorios. Esperemos con atención esta Encíclica y leámosla sintiendo en ella un llamado particular a asumir la responsabilidad que a cada uno le corresponde frente al otro y a los otros para que juntos sigamos construyendo la que san Juan Pablo II llamara “civilización del amor”. +Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo electo de Pasto Secretario General del CELAM

Mar 6 Oct 2020

Asís: paz, fraternidad y creación

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Este octubre 2020 será testigo de un nuevo “encuentro de los dos Franciscos” en Asís. El Papa de la “Laudato Si”, (Cántico de la creación), será ahora, junto al Santo de su onomástico pontificio, “el Papa de la “Fratelli Tutti”: “Hermanos Todos”. Ambas expresiones, título de dos encíclicas del Papa Francisco, pertenecen al seráfico santo, el pobrecillo de Asís. Nada más oportuno que unir el cuidado de la casa común a la construcción de la fraternidad universal entre pueblos, culturas, familias y personas. La pandemia y el grave daño al equilibrio ecológico y ambiental, piso de la salud en la esfera global de la vida, desde la capa de ozono en la atmósfera, hasta la capa de hielo en lo profundo del subsuelo (permafrost), hacen pensar en la relación efecto-causa, y en la urgente decisión entre responsables del poder económico y político del mundo, para detener el daño, corregir el rumbo y asumir solidariamente la agenda del cambio apremiante. La salud y la vida humana se hacen gravemente vulnerables por el impacto del gigantesco modelo económico consumista, que debilitó la correlación naturaleza-animal-hombre, haciéndola vehículo de transmisión viral. El “cántico de las criaturas”, compuesto por San Francisco de Asís, en dialecto umbro, poco antes de su muerte (3 de octubre de 1226), inspiró la primera encíclica del Papa Francisco sobre “el cuidado de la casa común” (24 de mayo de 2015). Fue la segunda encíclica de su pontificado, inaugurado, en esta materia de cartas, con la “Lumen fidei” (La luz de la Fe, 29 de junio de 2013), escrita juntamente con Benedicto XVI. Ahora se inspira, nuevamente, en “Las Admoniciones” de San Francisco, consideradas como la Carta Magna de la hermandad cristiana, citando su expresión, incluyente de toda la humanidad: “omnes fratres”, en latín, o “Fratelli Tutti”, en italiano. En ella el Papa escribe “sobre la fraternidad y la amistad social”, que debe unir, sin exclusiones, a todas las personas en un mundo solidario. La visión fraterna de la humanidad del Papa Francisco hunde sus raíces, tanto en la savia del Evangelio y de la Iglesia Primitiva del Nuevo Testamento, como en la ampliación de la Regla (1221), de los “frailes” a los “fratres”, que hace San Francisco, después de llegar a Egipto en la quinta cruzada y haber experimentado, de manera impresionante, a través del encuentro con el Islam, que es posible encontrar el amor y la sabiduría espiritual de Dios, también fuera de la propia religión. Entonces el místico de Asís amplía sus propios horizontes a toda la familia humana, “a los hermanos y hermanas carnales o espirituales”. También esta carta encíclica del Papa va precedida del documento común cristiano- islámico, de Abu Dabi, firmado por el Papa Francisco y el Gran Iman de Al Azhar, Ahamad Al-Tayyib, que convoca a la fraternidad universal, por la paz mundial y la convivencia común, situándolas, más allá de la propia Iglesia, en la humanidad misma. Este marco de realidad mundial que vive “la casa común” y que ha tomado el rumbo de pestes y pandemias sucesivas y cada vez más globalizadas, vuelve apremiante la superación de las guerras internas y la conversión de todos al diálogo, a la solidaridad y a disciplinar la economía, la sociedad, la política y la religión, a la protección indiscutida de toda vida humana y de toda la vida humana. No se trata de políticas demográficas para eliminar sectores costosos a los estados, los pobres y los ancianos. Mucho menos de una “guerra entre potencias” mundiales, o la oportunidad, para estados totalitarios o para sus contrarios, de controlar y manipular al cien por ciento a la población, a través de la información y redes, para asegurarse como gobiernos y ganar batallas ideológicas y electorales. Ni proselitismos religiosos ni sistemas o modelos sociales y políticos están en juego: solo la lealtad con la vida humana como derecho actual y deber de futuro, deberá regir la consciencia mundial de cambio. ¿Y nosotros, qué hacemos? Las tres realidades que sobresalen en la vida evangélica de Francisco de Asís, creación, fraternidad y paz, se conviertan en la base de nuestros proyectos y planes de vida, de trabajo y convivencia. Por Dios, pobreza y miseria no tiene porqué volverse abandono de quienes la viven ni indiferencia de quienes debemos ampliar a todos las garantías de vida con dignidad e integración social. Desde la dirección del Estado y de los gremios, desde la academia y las instituciones sociales, hasta las etnias y poblaciones urbanas y rurales, busquemos generar dinámicas fuertes de solidaridad, de tierras, recursos, servicios, oportunidades, consensos, para generar esperanza y paz. Como país necesitamos deponer dogmas de partido y torpeza de oposiciones sistemáticas, abrir sendas amplias de perdón y reintegración, de garantías de vida y protección desde el que está por nacer hasta el migrante y el enfermo terminal o anciano sin autosuficiencia. Eso es posible si Dios, las personas y la casa común se convierten en “potencia obediencial” de todo ser humano, relativizando egos, fortunas, emporios e imperios, lucro incesante, depredación prepotente. Empecemos ya a hacer parte de esta “nueva creación” con nuevo futuro. Dios Creador, Redentor y Unificador en Cristo Jesús, nos conceda de su Misericordia la restauración del daño al ecosistema de la vida, la liberación de las almas atadas a ídolos de poder, tener, saber y placer. Nuestros egos humanos cedan paso a la fraternidad o hermandad universal. Amén. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali