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Opinión

Mar 24 Dic 2019

El Espíritu de la Navidad

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1, 14). Estos días nos llevan a todos a vivir el espíritu de la NAVIDAD. Es un momento particular en el cual nos encontramos en familia y compartimos momentos de especial alegría y familiaridad. No olvidemos que la Navidad es encontrar a Jesucristo, que nació para nuestra salvación. Celebrar la Navidad es permitirle al corazón la inmensa alegría de recibir la visita de la Vida, la esperanza, la alegría, la luz y la verdad que el Señor nos regala con abundancia. Es muy humano añorar tiempos de fiesta y de regocijo. En nuestra realidad cultural, este tiempo es de fiesta y, a veces de excesos. Los dolores de cada día deben encontrar, sobre todo en este tiempo, el alivio de la alegría y el ambiente gozoso que produce el encuentro de las familias, la vivencia espontánea y reconfortante de las tradiciones que en estos días nos animan y fortalecen. Compartimos muchas cosas, alimentos, regalos, momentos de encuentro, a veces con demasiado ruido que no nos permite escuchar y vivir el sentido de este tiempo de gracia. Nuestras tradiciones navideñas evidencian la fuerza y la hondura de los procesos de evangelización que han grabado en el alma de la cultura la presencia del Señor en su nacimiento, el reencuentro de los hogares, la experiencia maravillosa de orar alegremente delante del Portal de Belén, “admirable signo” como lo llama el Papa Francisco en su última Carta Apostólica, porque nos presenta la bondad de Dios y la cercanía de su amor en la persona de su Hijo, Señor nuestro y Dios de todo consuelo, que llega al corazón de quienes lo aguardan con fe. Este tiempo tiene que ser espacio de profunda vida espiritual. Debemos retornar a la identidad cristiana de estas fiestas, a la alegría que cada mañana nos proporciona acudir a la Novena de Navidad llenando la alborada de cada día con el canto de la esperanza de un pueblo que sigue diciéndole al Señor: ven, no tardes tanto. Las celebraciones de la Novena, en las primeras horas del alba, conservan ese profundo sentido espiritual de la Navidad. Volvamos a Dios, volvamos a Belén, abramos la puerta del corazón al Señor. Oremos juntos en las casas, en el trabajo, en la vida pública que, por fortuna, aún conserva la dicha de recordar con tantos signos la encarnación y el nacimiento del Salvador. Recojamos la herencia de dulzura, de esperanza, de bondad gozosa que se vuelve caridad, fraternidad, alegría iluminada por el Señor que comparte nuestra historia, que la llena de vida y de paz, justamente cuando cruzamos diariamente la mirada y la vida con tantos sufrimientos, con tantas expresiones de soledad, de desarraigo, de desesperación. Recordemos en estos días a los que sufren, a los enfermos, a los tristes, a los que están en la cárcel. No perdamos de vista el ejercicio gozoso de la misericordia que nos permite compartir con los necesitados, ayudar a los que necesitan una voz de aliento en estos días en los que se añora la patria, la familia, la paz que el mundo aguarda y que tenemos que seguir construyendo con la fuerza de la justicia y de la fraternidad. Sintamos que es preciso saber que la Navidad con sus luces, colores, alegrías, debe ser el reflejo de una comunidad que crece en humanidad, que hace suyo el camino que Jesús también recorrió al poner su vida, su amor, su tienda entre nosotros. En Belén, encontramos la LUZ de los pueblos, a Cristo que viene a iluminar a los pueblos que caminan en oscuridad. El humilde y alegre hogar de Jesús, de María y de José, nos ayude a celebrar la esperanza y a vivir estas fiestas con sinceridad, con misericordia, con generosidad. No olvidemos que no sólo debemos pedir, hay que dar gracias por tantas bondades, por ser Iglesia viva que camina con todos y que a todos anuncia el amor y la esperanza. No dejemos que empiece el año nuevo 2020 sin pedirle al Señor que nos asista con su amor, que nos regale la fe de María, la bondad de San José, la paz que irradia el Niño que, por nosotros bajó del cielo y se hizo hermano de quienes le acogen con sencillez y alegría. Feliz Navidad para todos los queridos lectores de LA VERDAD, los mejores deseos y bendiciones de Dios para el año 2020. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Sáb 21 Dic 2019

Diciembre

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - ¡Llegó diciembre con su alegría! Es el clamor de muchos cuando desde noviembre se comienzan a escuchar los villancicos. Pero, ¿qué debe significar realmente el mes de diciembre para nosotros los católicos? Con el tiempo de adviento se ofrece a todos la posibilidad de una preparación espiritual, de manera que los corazones y los espíritus se dispongan adecuadamente para recibir al Dios Niño, que de nuevo quiere nacer en todos, para ratificar el amor que nos tiene, para decirnos que renueva su presencia paternal y protectora entre nosotros, para recordarnos que sigue siendo nuestro compañero de camino. Así las cosas, diciembre, con la solemnidad de navidad, es un tiempo especial donde la alegría y la esperanza son los rasgos propios de estos días. Oración y júbilo, expresados en la caridad solidaria, más allá de los aguinaldos, son los que deben sobresalir. Pero también este debe ser el mes de la familia. En general se tiene la oportunidad de compartir juntos varios días, muchos alrededor del pesebre se reúnen para adorar el misterio de la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios y para compartir con los demás el gozo de una misma fe; otros lo hacen en su casa de descanso o en viajes, pero en general en familia. Que no se olviden de orar juntos, de dar gracias a Dios porque les ha dado la posibilidad de terminar otro año con vida, y en él les propició la dicha de haber superado las distintas situaciones alegres y difíciles que se presentaron. Pero qué bueno que este mes fuera también el de la solidaridad. Cuántas personas no tienen quien les diga ¡feliz navidad,! o les desee un ¡feliz año nuevo! Cuántos tienen que pasar estos días solos, abandonados de los seres queridos o enfermos, o en una cárcel o trabajando. Cuántos no tienen nada que comer, y muchos dilapidando el dinero en cosas suntuosas o innecesarias. El misterio de la navidad nos tiene que llevar a todos a mirar a los que sufren a los pobres, a los hambrientos, a los que no tienen un techo donde dormir. Que los que tienen alguna posibilidad, enseñen a los hijos a dar el aguinaldo del amor y la caridad, no de lo que les sobra o no les gusta, sino de lo que tienen con amor. Un desprendimiento con sentido produce un inmenso gozo, según aquello del apóstol cuando afirma que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch. 20, 35). Ese sentimiento lo tenemos que recuperar. En fin, a todos los fieles de la Arquidiócesis de Cali, a todos los que hacen parte de esta Iglesia Arquidiocesana, Obispos, clérigos, religiosos, religiosas y laicos, mis mejores deseos de una santa Navidad. Y que en el nuevo año, el Señor a todos nos regale el don maravilloso de la paz. Bendiciones a todos. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mar 17 Dic 2019

La vocación de la Navidad

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - En las últimas décadas hemos visto cómo progresivamente un tiempo de raíces eminentemente cristianas ha sido tomado por la “aplanadora” consumista. Pareciera que los códigos de la Navidad los dicta la sociedad de consumo que moviliza a todos a comprar, a veces desesperada e incluso irresponsablemente. Es tal vez el tiempo en el que las personas terminan más endeudadas. Da la impresión de que los nuevos templos son los centros de comercio que inundan sus vitrinas —con muchísima anticipación— con las decoraciones propias de la Navidad. Pero no podemos olvidar cuál es el verdadero sentido de este tiempo y el llamado que se nos hace. Lo que celebramos el 25 de diciembre, cuando verdaderamente empieza la Navidad, es lo que el ángel dice a los pastores: «No teman. Les traigo una buena noticia, que causaría gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lucas 2,10.11). El sentido de la Navidad es celebrar que en el Hijo de Dios hecho Hombre, se han abierto a la humanidad las puertas de la salvación. En Jesús, Dios ha respondido a las angustias de la humanidad sumida en las tinieblas de sus maldades. Y de este acontecimiento central, surge el llamado que se nos hace durante este tiempo, y ciertamente no es a caer víctimas del desenfreno por las compras y por todo tipo de excesos en comidas, bebidas y comportamientos. La vocación de la Navidad es honrar a Jesús “Príncipe de la paz”, exaltando en estos días con prácticas de justicia, caridad en favor de los más necesitados, llevando alegría a quienes se encuentran tristes y solitarios. Afortunadamente, son muchas las personas que durante este tiempo se movilizan para hacerse presentes en medio de comunidades alejadas y que viven en condiciones difíciles, para llevarles, en nombre del Niño Jesús, un gesto de cercanía, un detalle de ternura para con los niños y niñas, una acción de caridad en un hogar de adultos mayores. Los textos bíblicos de estos días nos llaman a vivir sobriamente, a estar alegres, pero también a compartir, a salir de nuestras zonas cómodas para salir hacia esas “periferias existenciales” que son los pobres de nuestro tiempo (y formas de pobreza hay muchas). Recuperemos el sentido más auténtico de la Navidad, pongamos en el corazón de ella a Su protagonista: Jesús y seamos para muchos como ese ángel que se apareció a los pastores, llevándoles con nuestras palabras y obras de caridad, la buena noticia de que Dios tiene para ellos una Palabra de Salvación que se hace concreta a través de nosotros, sus discípulos misioneros. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali

Lun 16 Dic 2019

Sí optimismo, no conformismo

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez -Ya llega el momento de máxima alegría humana ante el gesto grandioso del infinito amor divino al hacerse de nuestra familia el Hijo eterno de Dios, y nacer despojado de honores y ostentaciones y vanidades en el establo de Belén. Ya escribía el iniciar este diciembre que debíamos vivir todo este mes en ambiente de alegría para estar celebrando este hecho, y no superficialmente sino acogiendo, en forma consciente, la vida divina en nosotros, pues esa es la magnífica realidad que nos ofrece el Niño de Belén. Esta es la grande realidad que nos trae optimismo, y no solo conformismo, en medio de penas y dificultades que estamos seguros de superar con la fortaleza que nos ofrece ese Pequeñín del pesebre, quien, como lo anunció el Arcángel, es “Hijo de Dios” (Lc. 1,35). Alegría y optimismo es cuanto experimentamos ante ese hecho grandioso, asumido con plena fe y que alienta nuestro vivir a la luz de ella. Desde su nacimiento, luego en sus años de niñez y juventud, en años de predicación de su Buena Nueva, de su pasión, muerte y Resurrección, hasta su Ascensión al cielo, y en su ejercicio como Rey del Universo, es el camino de este Jesús que pasa a nuestro lado, y, mejor aún, se quedó en nuestro corazón. Bien lo expresa ese canto religioso que dice: “Jesús está pasando por aquí, y cuando pasa todo se transforma, se va la tristeza llega la alegría, para ti y para mí”. En medio de esta bien fundada e infinita alegría, podemos expresar con este nuevo cántico: “No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo; ni un corazón que tiene a Dios”, y, también, esta confortante voz, en la prosperidad y aún en las penas y dificultades. “¡Sonríe, Dios te ama!”. En medio de incertezas que pueden llevar al pesimismo, qué bien recordar cuanto dice el Manual de una apreciada organización apostólica, con gran espíritu de fe y confianza en Dios: “¡Nunca hay razón para desesperar”! Esta vivencia de fe, que hace vibrar la celebración de la Navidad en esa dimensión, nos lleva a un estado de ánimo no conformista, ya que nos da permanente y alegra espíritu de superación y de compromiso con nuestra misión en la tierra, sin ningún pesimismo, sino con el optimismo que nos da la fe y la exultante alegría que da el vivir según ella nos pide. Dificultades, muchas cosas sin plena respuesta, tenemos en todas las naciones, heredadas de épocas anteriores, fallas graves en gobernantes y gobernados ha habido y habrá en todas las épocas y países de la tierra. Todo lo cual es preciso afrontar pero con el alegre optimismo del cristiano, que busca y se compromete a colaborar para salir adelante, y no quedarse en solo protestas sino aceptar dialogo constructivo. Siempre de actualidad lo expresado por Jhon F. Kennedy: “No preguntes tanto qué puede hacer el País por ti, sino qué puedes hacer tú por él”. Con fe en Dios, como regalo del Niño Dios, podemos esperar con redoblado optimismo que dará luces, fuerza y voluntad a los Gobernantes para oír y decidir lo mejor para el País, y a los gobernados para no enceguecerse en solo protestas sino en optar, confiadamente, por lo mejor. No conformismo, Sí bien fundado optimismo, y saldremos adelante, comenzando así un feliz 2020. Obispo Emérito de Garzón Email: monlibardoramirez@hotmail.com

Jue 5 Dic 2019

La Novena en mi barrio

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Grande es el misterio de la piedad: Él (Cristo) ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, aparecido a los ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria” (1a.Timoteo 3,16). Este fragmento de un himno primitivo, recoge, con brochazos iluminados, la obra de Dios cumplida en Cristo Jesús. Desde su descenso de la divinidad para hacerse hombre, hasta su elevación a la gloria para “sentarnos con Él a la derecha del Padre”, todo está centrado en la persona del Señor. El tiempo litúrgico del Adviento, preparación a la solemne fiesta del Nacimiento de Jesús en Belén, trae a nuestras almas y corazones una visión de la historia de la salvación que nos da Dios, desde la experiencia de la presencia de Jesucristo: a los humanos nos será posible encontrarnos con Dios, porque Él está entre nosotros y con nosotros. Ahora el “Yo soy” del Éxodo a Moisés, se convierte plenamente en el “Yo estaré con ustedes, día tras día, hasta el final del mundo” (Mateo 28,20). En clave de presencia, el Adviento nos hace mirar en tres tiempos: 1. El Adviento del Verbo hecho hombre: La Encarnación de Dios, del Verbo que sale del Padre y entra al mundo en nuestra carne y naturaleza humana, es el acontecimiento que se vuelve memoria. Es la conmemoración del acontecimiento humano y divino llamado Jesús de Nazaret, nacido en Belén. Navidad es el Adviento del esperado, del que “tenía que venir al mundo”. Es el ingreso a la naturaleza humana, tomándola de la iniciativa amorosa del Espíritu Santo y de la respuesta generosa de María y de José su prometido esposo. Un ingreso al amor de unos esposos, a una genealogía y ciudadanía, a una historia vivida desde la espiritualidad y el amor de los más humildes y fieles servidores del Señor, los pobres de Dios, los siervos de su voluntad, que acogen al Pobre y Siervo de Dios, Jesús. Que vivamos estos domingos de Adviento y entremos en el clima del Señor que ya vino y se adentró en todo lo humano, revelando su sentido y orden, desde esa unión indisoluble entre Dios y toda persona. Esta existencia terrena de Jesús es salvadora y liberadora, en toda su dimensión y evolución, culminando en la cruz y en la tumba vacía, conduciéndonos al Jesús de la resurrección, al Espíritu de Pentecostés, a la comunidad de creyentes y discípulos que nace y se consolida con la Pascua y con la misión que Jesus les participa: “Como el Padre me envió, también yo los envío” (Juan 20,21). Este Adviento de la Encarnación y de Navidad concluye con la adoración, con el gesto de doblar la rodilla y guardar silencio emocionado, al recitar el Credo, cuando profesamos que “Dios Hijo se encarnó y se hizo hombre”. 2. El Adviento de “Jesús en medio” de su comunidad: es el sentido presente del Adviento. Ya desde el mismo domingo de la resurrección, “se presentó Jesús en medio de ellos”, dándoles su paz, mostrándoles sus manos y costado, llenándolos de alegría. Es el Adviento (Juan 20, 19-20). Es la certeza de que “donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20). Este estar Jesús con nosotros, resucitado y Señor, Maestro y Pastor, mediador y servidor, lo vive la comunidad en la Palabra, en los sacramentos y en sus ministerios y, de manera muy especial, en el pobre y el débil, en la víctima y el que sufre. Es el Adviento del Espíritu Santo y del Cuerpo de Cristo que lo hace visible en medio de la humanidad, proclamando el amor de Dios e impulsando la civilización del amor en pueblos, culturas y en todo el cosmos. A vivir este presente de Jesús es a lo que convocamos desde nuestras familias, comunidades, instituciones y territorios. En este 2019, marcado por la inconformidad social y por el conflicto político ante sistemas económicos, en todo el continente, la Navidad se convierta en esa espiritualidad ciudadana que ilumina la convivencia y la integración de todos, en los espacios y territorios, en barrios y veredas. La Navidad en mi barrio, en mi sector, en la casita católica o en el lugar público indicado, ayude a pasar de la protesta al encuentro, de la cacerola a la pandereta, de la espontaneidad al intercambio de dones y plegarias. 3. El Adviento de la paz y del mundo nuevo: el profeta Isaías, figura del Adviento junto a Juan Bautista, a María y José, abre el primer día del Adviento con el anuncio de la Nueva Jerusalén, el advenimiento de la ciudad de paz, significado del nombre de la capital de Israel. A ella confluirán los pueblos, para conocer los caminos de Dios, ser instruidos en su Palabra, tener un árbitro de su paz, transformar las armas en herramientas de trabajo, dejar de prepararse para la guerra y de enfrentar a un pueblo con otro (Isaías 2, 1-5). Y Mateo, el evangelista del ciclo A de la liturgia, inicia con Jesús que nos llama a estar en vela, esperando y preparando la llegada de la nueva humanidad, esa que significa hombres y mujeres que se liberan de la sociedad meramente temporal y humana, ajena a la relación con Dios, a la trascendencia del Reino de Dios (Evangelio del primer domingo). El Adviento no solo es memoria y actualidad, sino también espera y futuro. Vivirlo así es movilizar todas nuestras energías y recursos, toda nuestra unidad y decisión colectiva, para superar la noche y entrar al pleno día, a la luz de la verdad de Cristo Jesús, en donde hagamos visible nuestro testimonio del Reino de Dios y seamos buen ejemplo para la humanidad. Como Obispo y Pastor llamo a todos a vivir este mes de diciembre 2019 con profunda cercanía en los territorios a todos, acompañando y leyendo juntos los signos de Dios en estos tiempos y realidades. Una Navidad que enriquezca la esperanza en todos y aliente la solidaridad y unidad en la construcción del bien y bienestar comunes, de la convivencia y la alegría del amor de Dios. ¡Dichosa y bendecida Navidad para todos! + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Vie 29 Nov 2019

Frente situación gravemente compleja

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez - Las situaciones que se van presentando en el mundo, y en cada una de las naciones, se van dando periódicamente dentro de grave complejidad. Algunas, por gravísimos, hechos explican claramente su surgimiento, otras son tejidas hábilmente por ánimos de crear dificultades que emproblemen a sus adversarios y que abran paso a personales ambiciones. Desde que existen los humanos en la tierra, se han tenido envidias, odios y crímenes como el de Caín y discordias a muerte como entre los hijos de Isaac o de Jacob, o entre ungidos Reyes como Saúl y David. Esto ha llevado a que la historia del mundo esté también jalonada por conflictos y conflagraciones mundiales como las dos terribles guerras del Siglo XX. En nuestros países hemos tenido momentos de grandes enfrentamientos como el de los aborígenes y conquistadores, entre españoles y criollos, y entre los mismos conmilitones de la gran lucha por la independencia. Estos últimos enfrentados por odios cultivados por recelos y lucha por imponer ideales contrarios, con atentados contra sus vidas como frente al propio Libertador y Padre de la Patria. Guerras fratricidas hemos tenido por ambición de predominios personales o banderías políticas en los 200 años de Independencia, con esfuerzos por lograr la paz, ya con apabullamiento de adversarios, ya con nobles entendimientos por el bien general, unos con sólidas bases otros sin ellas dejando brecha abierta para nuevos conflictos. A todo escala se han tenido hechos de clara motivación para guerras y para clamor de cambios de Gobierno, como las vanidosas y demenciales ambiciones de Napoleón o de Hitler, y, entre nosotros, con desbordamientos dictatoriales de un Cipriano Mosquera y un Rafael Reyes, o un Rojas Pinilla. Ahora, echando mirada serena y objetiva a la situación actual de Colombia, hay que reconocer qué hay graves deficiencias en cuanto a respuestas efectivas en muchos frentes, algo que se ha venido acrecentando y que se está haciendo resaltar y sentir al vivo al pueblo colombiano, pero no bravísimas causas como las que motivaron las tensionadas revoluciones, hizo que se realizaran las grandes manifestaciones del 21 pasado, ejemplarmente cumplidas, lamentablemente con no veraces aseveraciones, y, más lamentable aún aprovechadas por extremistas con ímpetu vandálico que empañaron la recta intención de protestas iniciales. Estamos en momento que exige reflexión a conciencia, de cómo aunar las buenas voluntades, superando simples emociones e interminables recriminaciones, con personas de sentido patriótico de todos los sectores de opinión, formar bloque compacto que tome decisiones para salvar la democracia al estilo de la “Conversación Nacional” a que está invitando el Presidente. Él ha podido cometer errores como el querer enmarcarlo todo en su sano pero utópico propósito de no conseguir adeptos con halagos sino con razones, quien, plegándose un poco, está invitando a una responsable y verdadera salvación nacional, en dialogo abierto a toda la opinión pública para no avanzar al caos que unos pocos propician. A grandes momentos, grandes hombres y mujeres que invocando a Dios, eviten el derrumbamiento de nuestra Nación, capaces de generosos y patrióticos aportes para el salvamento nacional. Obispo Emérito de Garzón Email: monlibardoramirez@hotmail.com

Mar 26 Nov 2019

La Casa Común

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Es una expresión cada vez más familiar, actualizada después de la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco. Hablamos pues, de nuestra tierra, la “madre tierra”, con toda su riqueza de aguas y minerales, plantas y animales, en admirable diversidad, que hacen un conjunto armónico y un escenario para conservar, proteger y promover la vida. Así el medio ambiente se ha convertido en un imponderable que no puede ser ignorado y menos aún, deteriorado, como concurre en el discernimiento de ecologistas, políticos, científicos, de movimientos sociales y sin lugar a dudas, también en los argumentos religiosos o teológicos. En efecto, en la reflexión teológica podemos hablar del “orden de la creación” que juntamente con el “orden de la redención” y el “orden de la santificación”, se unen armónicamente para que acontezca el plan de Dios Creador, Redentor y Santificador, en favor nada menos que de la persona humana. Del hombre, afirma el Concilio Vaticano II, que es la “única criatura terrestre a quien Dios ha amado por sí misma” (G.S. 22), en razón de haber sido creado a imagen y semejanza suya, de donde deriva su original y esencial dignidad. Por tanto, las demás criaturas son “amadas” por el Creador, por su referencia y relación con el ser humano. Aparece entonces, por una parte, el “ambiente humano” y por otra, el “ambiente natural” (Casa Común), que son inseparables. Precisamente el papa Francisco, en la citada encíclica, afirma que “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta” (L.S. 48). Precisa considerar, desde la reflexión y compromiso que la Iglesia o la antropología cristiana procura en relación con los problemas del medio ambiente o de la casa común, para ayudar en la campaña de su cuidado contra su despiadado deterioro, que “una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana” (Compendio de Doctrina Social,# 463). Esta tendencia explica por qué algunas corrientes ecologistas hablan indistintamente de los derechos del hombre juntamente con los “derechos” de los animales o de los ríos o de los árboles. Es por tanto necesario hablar más bien en términos de “responsabilidad” grande y grave, intransferible, por parte del hombre, en relación con todos los bienes naturales, porque de su cuidado va a depender la misma suerte presente y futura de la vida humana. Para descender en nuestra reflexión a las situaciones concretas de las disputas ecológicas universales, regionales o locales - también inseparables - es necesario reiterar, por ejemplo, que cuando buscamos preservar las selvas o las montañas o nuestros páramos, como es el caso en los Santanderes del Páramo de Santurbán, es porque está en juego, además de clima y ecosistemas, fundamentalmente la producción y suministro de agua, cuya provisión forma parte del derecho a la vida. No es que se quiera por ello desconocer el papel propio que tiene el aprovechamiento de los recursos naturales aplicando la tecnología, así sea de avanzada o “de punta”, sino porque hay un requerimiento ético que precede a tal uso y es el bien primordial de la vida humana. En Santander por ejemplo se ha acuñado un slogan, en relación con los proyectos de extracción minera: “podemos vivir sin oro, pero no sin agua”. De modo que lo ético prima sobre lo técnico, o sea sobre el bien superior y primario, presente y futuro, de la persona humana y su vida, por encima de otros intereses. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 18 Nov 2019

La Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá en San Luis de Cúcuta

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - La bondad del Papa Francisco y su constante cuidado por la Iglesia que peregrina en Cúcuta, puerto de la esperanza para tantos hermanos, y casa de comunión y de evangelización, nos ofrece ahora un signo de especial afecto: El Título de Basílica Menor para una Iglesia muy nuestra, la Casa de la Virgen de Chiquinquirá, la Kacika, fue proclamado el 7 de octubre de 2019, con una Carta Apostólica, el Breve Pontificio, firmado por el Cardenal Robert Sarah en nombre del Santo Padre. La palabra “basílica” proviene del latín basílica, que deriva del griego basiliké que significa “casa real”. En los tiempos del Imperio Romano, las basílicas eran edificios desde donde se ejercía la justicia o se administraba la sociedad en nombre del Emperador. Cuando cesaron las persecuciones, cuando la libertad religiosa, primero, y luego las distintas concesiones imperiales abrieron al culto cristiano algunos espléndidos espacios, el título de Basílica le fue dado no solo al lugar sino a la experiencia de reconocer que el Señor resucitado, glorificado y reinante es el verdadero Señor, al que celebran los creyentes reuniéndose en su nombre, escuchando su Palabra, viviendo la comunión. La Kacika, título tan popular, define la presencia y el amor de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá por sus hijos aquí en esta tierra bendita en la que, la protección de nuestra Señora recibe como respuesta el amor fervoroso de sus hijos que la han engalanado con detalles de fe y de piedad y le han edificado una casa que ahora se llama Basílica no sólo porque allí es honrado el único Señor y Rey, sino porque el pueblo santo, pueblo de reyes, puede encontrarse con su Reina, La Señora de Casa, la Madre bondadosa que desde remotos tiempos es faro de luz y de esperanza para su gozosos hijos. Ahora la Basílica debe ser un centro de evangelización en el que se siga proclamando la fe, en la que el Magisterio del Papa sea luz para el camino espiritual, en la que los distintos servicios apostólicos nos recuerden que somos una Iglesia dinámica, una familia que, aún en medio de las no pocas contingencias de la historia, sigue caminando en la fe y en la esperanza, sigue proclamando el Reino de Jesucristo, la gloria de la Trinidad, la amorosa intercesión de la Madre del Salvador. Las Basílicas Menores se distinguen con unos signos: Un escudo de que pende una campanita, recordándonos que el Sello del Papa, las llaves que Jesús le confió a San Pedro, siguen abriendo no sólo las puertas del Reino, sino también las puertas del corazón solidario y fraterno en el que todos encuentren paz y alegría. También se pone en las Basílicas una ‘Umbrela’, una especie de gran quitasol, que en sus colores oro y rojo indica la unión de gloria y caridad con las que la Iglesia cubre amorosamente la vida de sus hijos y la protege y cobija con la amorosa bendición de Dios. En las Basílicas ha de celebrase siempre el culto con especial dignidad, es decir, se ha de vivir la liturgia como expresión de la fe y revelación armoniosa de la vida eclesial que congrega, evangeliza, glorifica y sirve con amor fecundo y con gozosa alegría todo el amor de Dios. En Norte de Santander es la primera Iglesia que recibe este título, pero el título no sólo dice que la Iglesia de san Luis es la Casa del Rey, sino que todo el Pueblo de Reyes que allí se congrega, es una familia de hermanos que tiene en La Reina Chiquinquireña de Cúcuta, la dulce madre que lidera y acompaña el camino de todos. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta