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Opinión

Vie 20 Abr 2018

Un mensaje para los jóvenes

Por: Mons. Gonzalo Restrepo Restrepo - Los jóvenes son la mayor reserva de un país. En los jóvenes se encuentra el futuro de todos los desarrollos y progresos del país. La cultura, la ciencia, las instituciones sociales, la familia, las creencias y las manifestaciones culturales, nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres, la manera de relacionarnos y hasta el lenguaje, depende en buena medida de los jóvenes. Por eso, tenemos que cultivar la juventud. Tenemos que apoyar a nuestros jóvenes, permitirles que tengan alas para volar, mente amplia y clara para discernir y voluntades muy definidas y fuertes para decidir. Las semillas que sembremos en los jóvenes no se perderán. Lo importante es que siempre estas semillas encuentren el cariño, la compañía y el calor humano de quienes caminamos con ellos. Estar al lado de los jóvenes es un privilegio. Uno se rejuvenece, uno siente la energía de ellos y se entusiasma, uno vuelve otra vez a tener la espontaneidad perdida. Con los jóvenes uno es capaz de arriesgarse, de seguir adelante a pesar de las caídas y las dificultades. Los jóvenes nos enseñan a perdonar y reconciliarnos, a vivir no tanto del pasado ni del futuro, sino del presente. La juventud es un tesoro que hay que cultivar y conservar. No se pierde la juventud con el pasar de los años, sino cuando dejamos que nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestros sentimientos, se envejezcan, se vuelvan sin sentido ni sabor, pierdan su lozanía y humanidad. Los jóvenes son descomplicados y casi siempre informales. Tienen un sentido crítico y de análisis muy agudo y, en ocasiones, llegan a la incomprensión y a la exigencia exagerada. Quieren que todas las cosas se resuelvan “ya”, no dan espera, tienen el sentido de hacer las cosas inmediatamente y muy directamente, sin intermediarios. Son explosivos. Están llenos de energía y siempre están activos. Si valoráramos los jóvenes en su punto justo, si los acompañáramos más, si les mostráramos más caminos, si los entusiasmáramos más con nuestra vida y nuestro testimonio, si descubriéramos sus valores, si dialogáramos más con ellos, si les diéramos más responsabilidades, si confiáramos más en ellos, si pensáramos más en el futuro de nuestras familias, de nuestra cultura y de nuestra sociedad, entonces, estaríamos cosechando los mejores frutos para el futuro. Y ustedes jóvenes no pierdan sus días y su tiempo en ocupaciones sin sentido. El estudio, la cultura, las buenas relaciones, el deporte, la familia, el noviazgo, los amigos y las amigas, las diversiones, sus encarretes y sus hobbies, son valores muy grandes que ustedes deben aprovechar y hacer crecer en todo sentido. Jóvenes, ustedes son los responsables del mañana de nuestra sociedad y nuestro país. No pierdan el tiempo porque jamás lo podrán recuperar. Adelante. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Mié 18 Abr 2018

El rostro más bello de la Iglesia

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El Papa Francisco acaba de entregarnos la exhortación apostólica “Gaudete et exultate”. Con ella busca “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades” (n.2). Lo primero que deberíamos preguntarnos es por qué el Papa vuelve a un tema propuesto con fuerza por el Concilio Vaticano II y en varias ocasiones retomado por sus predecesores. Pienso que el Señor nos quiere decir que lo más importante y urgente en este momento de la Iglesia es la vida espiritual; no nos podemos quedar en la reforma de las estructuras, en las celebraciones rituales, en las actividades exteriores. La emergencia que vivimos es de espíritu. La enseñanza del Santo Padre se estructura en cinco capítulos. En el primero, nos expone la llamada a la santidad que es para todos y busca hacernos más humanos. El segundo es una descripción de “dos sutiles enemigos de la santidad”: el gnosticismo y el pelagianismo. Después, en el capítulo siguiente, responde, a partir del camino de las bienaventuranzas, cómo debe ser un verdadero cristiano. En el cuarto se refiere a algunas características de la santidad en el mundo actual y a algunos riesgos de la cultura de hoy. El último capítulo explica que la vida cristiana es un combate permanente, que requiere valentía para resistir y que nos permite hacer fiesta cada vez que Dios vence en nuestra vida. El Papa explica cómo la santidad, en último término, es Cristo amando en nosotros, porque el designio del Padre es Cristo y nosotros en él. Citando al Papa Benedicto dice: “la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el modo como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya”. Por tanto: “cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo” (n.21). Y más adelante desea que logremos reconocer cuál es el mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con la vida de cada uno de nosotros (n.24). Así se ve que santidad y misión se encuentran; “no es que la vida tenga una misión, sino que es misión” (n.27). La exhortación advierte también sobre los enemigos y peligros de la santidad. El gnosticismo que confía al conocimiento la salvación, identificando la santidad por la capacidad de comprender determinadas doctrinas, sin la dimensión de la caridad (n.36-46). El pelagianismo pone la salvación en las obras y lleva a pensar que somos superiores a los demás porque se observan determinadas normas o se tiene un cierto estilo católico (n.49). El dualismo, en cualquier forma, que contrapone la vida contemplativa a la vida actica o el compromiso social con la espiritualidad; esto lleva a enfermar el alma. Igualmente, se refiere a la maledicencia y a la exclusión de los pobres, los migrantes y los débiles. El Papa nos deja una serie grande de reflexiones, de llamamientos, de exhortaciones para trabajar la santidad en medio del combate de la vida. Nos dice que no es una propuesta para elegidos y para héroes sino para todos y la aterriza en la vida cotidiana. Nos indica cómo en la Iglesia tenemos los recursos para hacer posible esta gracia en nosotros. Creo que Dios nos está pidiendo a todos, sacerdotes, religiosos y laicos, que nos decidamos a ser santos; no se trata de un lujo, sino de una necesidad en esta hora de la Iglesia y del mundo. Es el momento de hacer arder de veras la llama de nuestro Bautismo. Porque la santidad es el rostro más bello de la Iglesia y la única tristeza es no ser santos. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 16 Abr 2018

Elecciones 2018

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El mes de mayo es un mes en el que Colombia vivirá un momento histórico al elegir el Presidente que regirá los destinos políticos en el período 2018 - 2022. La Conferencia Episcopal Colombiana publicó un mensaje intitulado CONSTRUIR JUNTOS UN PAÍS QUE SEA PATRIA Y CASA PARA TODOS, con ocasión de los procesos electorales. Pastoralmente, puesto que la fe hunde sus raíces en el mundo y la mayoría de los electores profesamos la fe católica, considero de suma importancia recordar los puntos que debemos tener en cuenta cuando se trata de elegir al Presidente de la República y con él, indirectamente, a quienes haciendo parte de su gabinete, realizarán el trabajo, que debería ser siempre motivado por el bien común de la sociedad colombiana y mundial. Transcribo algunos apartes del Mensaje de la Conferencia: “Los obispos católicos de Colombia, como ciudadanos y como pastores, consideramos que los comicios que se llevarán a cabo … (sic) son una oportunidad para dar juntos “un nuevo paso” hacia la construcción de un país que sea patria y casa para todos, recordando que Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza, como lo afirmó el papa Francisco en el Discurso a las autoridades colombianas, en Bogotá, el 7 de septiembre de 2017. Proponemos a los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad algunos criterios y fundamentos para un voto responsable, libre y consciente. 1. Involucrémonos en el proceso electoral, derrotemos la indiferencia y comprometámonos. El voto es un derecho inalienable y un deber fundamental… La Iglesia católica no tiene ni avala un partido político o un determinado candidato, pero sí invita a sus fieles y, en general, a todos los ciudadanos, a involucrarse en la política con la participación en el debate democrático con seriedad y responsabilidad. 2. Reforcemos con el voto el comportamiento ético de nuestra sociedad y acabemos con la corrupción. Es inmoral e ilegal comprar y vender votos por dinero, regalos o puestos. 3. Exijamos campañas transparentes y que favorezcan la unidad. Tenemos que lograr que las próximas elecciones y el debate que las precede no generen mayor polarización, y en cambio promuevan el respeto, el diálogo y la creatividad política que necesita el país en este momento. 4. Analicemos cuidadosamente la trayectoria y las propuestas de los candidatos. Para dar nuestro voto responsablemente, tenemos que llegar a la convicción moral de que la persona, el proyecto político y el equipo de trabajo que se eligen aportarán realmente al bienestar de todos los colombianos. 5. Pensemos en las necesidades más urgentes de nuestra nación. Consideremos bien las problemáticas y las posibilidades que tiene el país, para poder examinar y elegir adecuadamente a los candidatos que logren poner en marcha soluciones de fondo. No nos dejemos llevar simplemente por propuestas populistas, por simpatías y antipatías o por intereses particulares. 6. Elijamos a quienes les duela la realidad de los colombianos. Colombia necesita ser gobernada por personas íntegras, honestas, dignas, competentes, capaces de vencer la corrupción y la violencia, que se preocupen por la salvaguarda de la casa común. Debemos elegir a quienes quieran afrontar las situaciones de injusticia, enfermedad, drogadicción, desempleo y falta de oportunidades que está padeciendo el país en las ciudades y en los campos; a quienes estén decididos a comprometerse con los más pobres y puedan poner su mirada en todos aquellos que son excluidos y marginados. 7. Aseguremos el país sobre valores fundamentales y protejamos su institucionalidad. Debemos afrontar, con claridad y determinación, la colonización ideológica de opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano. Valoramos el servicio de quienes están dispuestos a asumir los cargos públicos animados por el anhelo de hacer el bien a todos. Conscientes de que la dimensión espiritual es necesaria para la construcción integral de una nación, oremos todos a Dios para que nos dé la lucidez y la responsabilidad para elegir a nuestros próximos gobernantes”. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Jue 12 Abr 2018

La misión de la Iglesia que peregrina en la Orinoquía

Por: Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar - Colombia tiene una frontera con Venezuela de 2.219 kilómetros, de los cuales 534, el 24%, corresponden al departamento del Vichada, ubicado geográficamente en el extremo oriental de Colombia y formando parte de la cuenca hidrográfica del Orinoco y Meta. Venezuela no era un país de emigrantes, todo lo contrario, ha sido una de las naciones latinoamericanas que ha albergado en su territorio a más inmigrantes, provenientes en su mayoría de América, Europa, el Medio Oriente y países del Este Asiático. En los años setentas, en el “boom” del petróleo, un alto número de colombianos marcharon al país vecino buscando mejorar su situación económica o huyendo de la violencia. Pero ahora las cosas se han invertido. Desde que llegó al poder Hugo Chávez en 1999, y particularmente durante los cinco años de gobierno de Nicolás Maduro, esta situación se ha agravado convirtiéndose en una de las principales fuentes de emigración en el mundo. Esa crisis de la hermana república de Venezuela ha convertido a Colombia en lugar de recepción y de tránsito; los transeúntes, preferencialmente van buscando alcanzar los países del sur del continente, en donde algún miembro de su núcleo familiar se estableció anticipadamente, antes de que la situación se agravara, o donde prevén mejores condiciones económicas y posibilidades de trabajar y vivir dignamente. A Puerto Carreño los venezolanos llegan en menor escala con respecto a Cúcuta, Santander, Arauca o la Guajira, pues las distancias y los altos costos del transporte aéreo, terrestre o fluvial, para llegar al interior del país, les impiden utilizar esta frontera. Muchos de quienes llegan al país, ya sea con la Tarjeta de Movilidad Fronteriza, con pasaporte, o ilegalmente por las muchas trochas que existen, se quedan, o van y vienen, como es el caso de los “bachaqueros” que deambulan por las calles vendiendo algunos productos de la canasta familiar, o se ubican estratégicamente en las esquinas, de tal manera que con facilidad puedan cargar sus cosas cuando aparece la policía requiriendo documentos. Según estadística proporcionada por el Puesto de Control Migratorio Fluvial, el flujo migratorio en el 2017 en Puerto Carreño fue de 3.557 personas; fueron devueltos por no presentar los requisitos de ingreso al país o haber ingresado por lugar no habilitado 7.130 personas. En los primeros cuatro meses del 2018 ingresaron 5.118 venezolanos al país. Las autoridades migratorias devolvieron 1.694 ilegales. Pero más los que ingresan por las trochas que por los puestos de control. Teniendo en cuenta de que la población de Puerto Carreño se estima en 21.000 habitantes, la proporción de los que se quedan es muy alta. Lo cierto es que en Puerto Carreño han aumentado los robos callejeros, a casas y a establecimientos públicos; la prostitución galopa por sus calles; las riñas callejeras, la tasa de homicidios ha crecido; el microtráfico y la drogadicción va en aumento; las enfermedades de transmisión sexual, son cada día más frecuentes; la unidad familiar, ya resquebrajada, se ha empeorado; la cárcel ya no tiene cupo para tanta gente, de los cuales 9 son venezolanos; y si a esto le agregamos la trashumancia de algunos miembros de las comunidades indígenas, la situación se hace más tétrica. Acoger, acompañar y consolar es nuestra misión Ante esta crisis humanitaria los cristianos no podemos ser sordos y ciegos, pues Dios se nos ha revelado como alguien que está siempre a favor de los que sufren, los maltratados, los pobres. Lo dice la Biblia en el libro de Judit 9, 11: Tú eres el Dios de los humildes, defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados. Para Jesús los pobres eran los favoritos del Padre; Él mismo se identificó con los pequeños, con los que tienen hambre, con los que están desnudos, los enfermos, los encarcelados (. Mt 25, 40). Desde los pobres Jesús nos llama a la conversión, desenmascara nuestro bienestar, cuestiona nuestra manera de vivir la fe, rompe nuestros esquemas y nuestra tranquilidad. El Papa Francisco en múltiples ocasiones y escenarios se ha dirigido a los cristianos y a la comunidad internacional, a fin de despertar nuestras conciencias ante la tragedia del desplazamiento. Dirigiéndose a los participantes del Tercer Encuentro Mundial de Movimientos Populares, el Papa dijo: “La tragedia de estas gentes sólo la puede describir con una palabra que me salió espontáneamente en Lampedusa: vergüenza. Allí pude sentir de cerca el sufrimiento de tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o violencias de todo tipo, multitudes desterradas, -lo he dicho a las autoridades de todo el mundo-, como consecuencia de un sistema socioeconómico injusto y de conflictos bélicos que no buscaron, que no crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de su suelo patrio, sino más bien, muchos de aquellos que se niegan a recibirlos. Nadie debería verse obligado a salir de su patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas circunstancias terribles, el emigrante se ve arrojado a las garras de los traficantes de personas para cruzar las fronteras, y es triple si, al llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor, se le desprecia, se le explota e incluso se le esclaviza. Esto se puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades”. La actitud de la Iglesia debe ser la del samaritano, sin lugar a dudas; es decir, acoger, acompañar y consolar. Al decir de Johann Baptist Metz con “una mística de ojos abiertos”, o una espiritualidad de responsabilidad absoluta hacia los que sufren llevándoles a recobrar la esperanza y la posibilidad de una vida mejor. Más que dar comida, abrigo, medicina, etc., que si bien es lo primero, y se ha hecho con la ayuda de Cáritas Internacional y la Pastoral Social Nacional, hay que dar esperanza a quienes la han perdido ante los múltiples intentos fallidos de recuperar la institucionalidad, la paz, el poder adquisitivo, etc. “La esperanza es algo constitutivo en el ser humano… El hombre no solo tiene esperanza, sino que vive en la medida en que está abierto a la esperanza y es movido por ella”. Desde la óptica cristiana nuestra esperanza tiene un nombre: Jesucristo resucitado. Solo desde él a los cristianos se nos desvela el futuro último que podemos esperar para la humanidad, el camino que puede llevar al ser humano a su verdadera plenitud y la garantía última ante el fracaso, la injusticia y la muerte. La resurrección es la última palabra sobre el destino final de todos, como dice Pablo a Timoteo: “Cristo es nuestra esperanza” (1 Timoteo 1, 1). Dios quiera que tantos hombres y mujeres que han dejado su tierra, su familia, su patria, sus pequeñas seguridades, encuentren en nuestras iglesias y comunidades cristianas un refugio en donde puedan llorar sus desgracias y en donde logren recuperar sus fuerzas. + Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar Obispo Vicariato Apostólico de Puerto Carreño

Lun 9 Abr 2018

Pascua, fuerza imparable

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos de nuevo en Pascua. Hacer memoria de la muerte y resurrección de Cristo es celebrar el poder del Amor que es Dios; de ese Amor que nos ha hecho pasar de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida; de ese Amor que es hoy como ayer fuente que mana vida y esperanza. Este es el fundamento de la vida cristiana. En verdad, Cristo Resucitado es nuestra roca, nuestra seguridad, el faro en las tormentas que amenazan nuestra existencia de chocar contra la nada y que, en la fuerza de Pentecostés, nos muestra lo trascendente como el horizonte en el que debemos vivir y dar nuestro testimonio. Es ciertamente la fe en la resurrección de Cristo la que ha irrigado la vida y la misión de la Iglesia a lo largo de la historia. El fundamento de nuestra condición de bautizados y la Buena Noticia que llevamos es él, Jesús resucitado, el Señor. Todos los santos y santas, en la diversidad de sus dones y de su servicio a la humanidad, han bebido de esta fuente de vida que es el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Ellos son para nosotros testigos de que la fe en Cristo transforma la existencia, que ella inspira un arte de vivir que nos hace libres y felices. Es en el Evangelio donde los santos de todos los tiempos han encontrado la luz para esclarecer el sentido profundo y último de la existencia humana, para contribuir a renovar las cultura en los períodos particularmente difíciles, para ser los servidores de todos los que están abandonados, heridos o excluidos. Ellos han hecho así visible la razón de ser de la misión de la Iglesia: dar al mundo en Cristo una fuente de renovación y de salvación con la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Es el misterio de Pascua el que nos hace capaces de avanzar en aguas profundas y de lanzar las redes sin perder la esperanza. Por el contrario, cuando la desconfianza y el fatalismo invaden poco a poco nuestro compromiso y nuestro fervor, es el signo de que hemos tomado distancia con la fuente que nos hace vivir o que todavía no la hemos descubierto. Es el Resucitado el que nos envía a este mundo inquieto y lleno de expectativas para despertarlo a la verdadera vida y a la esperanza. No hay noche en esta tierra que no permita descubrir al menos una pequeña luz. En la luz de Pascua, nosotros creemos que ninguna puerta está definitivamente cerrada y continuamos adelante en el empeño de vivir y ayudar a vivir la resurrección. Esto nos lo recuerda el Papa Francisco: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto” (EG, 276). Y nosotros, aun siendo frágiles como vasos de barro, somos portadores de un mensaje de amor, de verdad, de justicia y de esperanza que es único, vital y salvador para nuestro mundo. Así, cada vez que acogemos el Evangelio de Cristo en lo más profundo de nuestro ser, encontramos la fuerza del Espíritu Santo, para salir de nuestras preocupaciones y darnos a los demás siendo para ellos signos visibles de aquel que es, hoy como ayer, la Luz del mundo, el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso, nos felicitamos todos en estas fiestas de Pascua y continuamos con gozo el camino. Aleluya, el Señor ha resucitado. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 4 Abr 2018

Un sínodo de los jóvenes

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - De forma similar como el Santo Padre Francisco, quiso afrontar la realidad de la familia en la Iglesia y el mundo de hoy, convocando una Asamblea del Sínodo, que concluyó con la importante Exhortación Apostólica (Amoris Laetitia), se ha ocupado ahora de los jóvenes en general y en la diversidad de situaciones en que se encuentran. Quiere conocer de cerca su percepción de la realidad, sus retos y desafíos como también sus sueños y proyectos de vida, para ayudar a su acompañamiento. Lo motiva sin duda, la complejidad del mundo y culturas actuales en que se mueven los jóvenes y el no pequeño desafío que tiene la misma Iglesia para realizar su misión evangelizadora, dirigida a las nuevas generaciones, representadas en tantos niños y personas jóvenes. Para ello ha convocado también la siguiente Asamblea del Sínodo (octubre 2018), que se ocupará, como es sabido, del tema “Jóvenes, Fe y Discernimiento vocacional”. En coherencia con esa necesidad de conocer de cerca lo que pasa en cada persona para ayudarla, el Santo Padre desea que por encima de todo se “escuche” a los jóvenes, de tal manera que puedan aportar ellos mismos, la materia prima fundamental para el discernimiento que luego harán los Padres sinodales. El Pre-sínodo convocado para finales de marzo de este año, con la presencia de 305 jóvenes de todo el mundo, de diferentes credos o sin ellos, más la intervención, vía redes sociales, de cerca de 15.000, constituye un enorme riqueza y hace efectivo en la práctica, poder conocer de primera mano lo que piensan los jóvenes y sus expectativas en relación con su vida, la Iglesia, la sociedad y un mundo por construir. El resultado de esta reunión presinodal no ha podido ser mejor, tal como lo revela el documento por ellos elaborado y que fuera entregado el pasado 28 de marzo al final del discernimiento que allí se realizó. “Este documento es una síntesis donde expresamos algunos de nuestros pensamientos y experiencias… Es una reflexión sobre realidades específicas, personalidades, creencias, y experiencias de jóvenes de todo el mundo. Este documento está destinado a los Padres sinodales, como una orientación que les ayude a comprender mejor a los jóvenes…” expresan al inicio del texto. Con autenticidad declaran que “Esperamos que la Iglesia y otras instituciones puedan aprender de este proceso presinodal y escuchar la voz de los jóvenes”. Es de admirar, indudablemente, la profunda libertad, autenticidad y sentido crítico con los que asumen los diferentes ítems que se van desarrollando en cada una de las partes del documento. Empezando por los desafíos y oportunidades de los jóvenes en el mundo actual, se refieren a las inquietudes sobre la formación de la personalidad, la relación con la diversidad, los jóvenes y el futuro, la tecnología y, la búsqueda de sentido de la existencia. En la segunda parte se ocupan más del tema de la vocación, presentando lo relativo a los jóvenes y Jesús, la relación con la iglesia, el sentido vocacional de la vida y su discernimiento así como lo que atañe al acompañamiento esperado por ellos. Una tercera parte presenta lo que anhelan los jóvenes en relación con la acción educativa y pastoral de la Iglesia, identificando lo que se desea como estilo de iglesia, el protagonismo de los jóvenes, ambientes donde quisieran ver más presente a la Iglesia, los escenarios comunes que se deberían consolidar para la acogida a los jóvenes, así como los diversos instrumentos que pueden ser utilizados para el trabajo en favor de las nuevas generaciones. Recomendable y además muy saludable para hacer un humilde examen autocrítico de nuestra tarea eclesial, motivado por quienes tienen ya la responsabilidad de asumir en adelante la misión toda del Pueblo de Dios, en la parte que les corresponde. Con mi fraternal saludo Pascual. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 2 Abr 2018

La ruta de la Cruz para resucitar y vivir

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Nuestra mayor certeza es ésta: “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre” (Hebreos13, 8). “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo28, 20). Bendiga Dios a quienes santifican estos días con la vivencia intensa del Misterio de su Hijo hecho hombre, muerto en la cruz y resucitado de entre los muertos. Bendiga Dios a la Iglesia que se hace memoria de Cristo Jesús y celebra su memorial en la Eucaristía, en la Palabra del Evangelio que nos trae al presente su pasión, y en el testimonio de muchedumbres que se congregan, aún en tiempos de marcada confusión y crudo individualismo, para decir que Él está vivo y es vida nuestra, vida para el mundo entero, “vida escondida, con Cristo, en Dios”. Bendiga Dios a la humanidad entera de estos tiempos y salve de la tragedia al planeta tierra que habitamos y que corre el riesgo de ser destruido por la inconciencia de la maldad, el desorden de las codicias y la barbarie de las guerras. Bendiga Dios a los más débiles y pequeños, a quienes son excluidos y expulsados, obligados a emigrar y mendigar la supervivencia. Su compasión divina suscite la solidaridad humana con todas las víctimas de los conflictos, especialmente con los niños por nacer y criarse, por los ancianos y enfermos, por los desvalidos y diversamente capacitados. Bendiga Dios, en esta Pascua, a nuestra patria Colombia, cuya población, dispersa por los males de la violencia, la mentira, la corrupción y el narcotráfico, aún no sabe cómo salir de las encrucijadas en que se encuentra, entre la vuelta constante al pasado y el miedo a construir un futuro distinto. Fortalezca Dios los esfuerzos por abrirle paso a la convivencia pacífica, a la memoria de la verdad y a la unidad en la diversidad. Recuperemos todos, con la bendición de la Pascua 2018, “la ruta de la cruz”, que nos conduce a morir a nosotros mismos, estando aún vivos; a resucitar con Cristo desde ahora, sin habernos muerto aún; y a consolidar juntos el don y bien de la vida humana, de la vida en nuestros entornos y territorios, del futuro con vida y oportunidades para todos. Esa ruta es la gracia del Resucitado en cinco palabras: Amor hasta el dolor, transformar el dolor en perdón, hacer del perdón el camino para un cambio de vida y cambiar juntos ante la vida, buscar el cambio a través de la participación y la autogestión ciudadana en cada población. ¡Felices Pascuas de Resurrección! +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Lun 2 Abr 2018

La ruta de la Cruz para resucitar y vivir

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Nuestra mayor certeza es ésta: “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre” (Hebreos13, 8). “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo28, 20). Bendiga Dios a quienes santifican estos días con la vivencia intensa del Misterio de su Hijo hecho hombre, muerto en la cruz y resucitado de entre los muertos. Bendiga Dios a la Iglesia que se hace memoria de Cristo Jesús y celebra su memorial en la Eucaristía, en la Palabra del Evangelio que nos trae al presente su pasión, y en el testimonio de muchedumbres que se congregan, aún en tiempos de marcada confusión y crudo individualismo, para decir que Él está vivo y es vida nuestra, vida para el mundo entero, “vida escondida, con Cristo, en Dios”. Bendiga Dios a la humanidad entera de estos tiempos y salve de la tragedia al planeta tierra que habitamos y que corre el riesgo de ser destruido por la inconciencia de la maldad, el desorden de las codicias y la barbarie de las guerras. Bendiga Dios a los más débiles y pequeños, a quienes son excluidos y expulsados, obligados a emigrar y mendigar la supervivencia. Su compasión divina suscite la solidaridad humana con todas las víctimas de los conflictos, especialmente con los niños por nacer y criarse, por los ancianos y enfermos, por los desvalidos y diversamente capacitados. Bendiga Dios, en esta Pascua, a nuestra patria Colombia, cuya población, dispersa por los males de la violencia, la mentira, la corrupción y el narcotráfico, aún no sabe cómo salir de las encrucijadas en que se encuentra, entre la vuelta constante al pasado y el miedo a construir un futuro distinto. Fortalezca Dios los esfuerzos por abrirle paso a la convivencia pacífica, a la memoria de la verdad y a la unidad en la diversidad. Recuperemos todos, con la bendición de la Pascua 2018, “la ruta de la cruz”, que nos conduce a morir a nosotros mismos, estando aún vivos; a resucitar con Cristo desde ahora, sin habernos muerto aún; y a consolidar juntos el don y bien de la vida humana, de la vida en nuestros entornos y territorios, del futuro con vida y oportunidades para todos. Esa ruta es la gracia del Resucitado en cinco palabras: Amor hasta el dolor, transformar el dolor en perdón, hacer del perdón el camino para un cambio de vida y cambiar juntos ante la vida, buscar el cambio a través de la participación y la autogestión ciudadana en cada población. ¡Felices Pascuas de Resurrección! +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali