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Opinión

Mié 27 Sep 2017

Lo que debemos aprender de Francisco

Por: Monseñor Juan Carlos Cárdenas Toro: No cabe duda de que el paso del Papa Francisco por nuestra patria fue un verdadero torrente de gracia y de bendición. Desde el primer instante de aquel ya inolvidable 6 de septiembre, cuando se le vio en el Papamóvil por las avenidas que lo conducían desde el Aeropuerto El Dorado hasta la Nunciatura Apostólica, Dios comenzó a tocar el corazón del pueblo colombiano por medio de los gestos, la sonrisa, la mirada limpia y las palabras claras y firmes, pero dichas con tanta suavidad y respeto por parte del sucesor de Pedro. Se podría decir que Francisco nos mostró el rostro cercano del Señor y sacó la mejor cara y corazón de un pueblo colombiano que se evidenció necesitado de una voz de esperanza y con una raíz cristiana católica muy profunda. El valor de la coherencia El paso del Papa por Colombia nos ha mostrado que cuando se es coherente, la sola presencia es ya un signo elocuente de vida que se hace creíble, atractiva, que invita a la emulación. El pueblo colombiano fue tocado por esa persona que no muestra fracturas entre su discurso y su modo de ser y le correspondió con creces, volcándose a las calles y a cada una de las celebraciones que fueron presididas por el Santo Padre. A los cristianos, ministros ordenados, religiosos y religiosas, al igual que los laicos, el sucesor de Pedro nos interpela con su misma presencia. Para todos nosotros es, más que un llamado, la constatación de un imperativo ético por el que debemos trabajar. Dios espera de nosotros que su enseñanza resplandezca claramente a través de nuestra vida, que con ella se confirme lo que proclamamos con los labios. Y nuestro pueblo tiene el derecho de poder encontrar testigos creíbles que los animen y les muestren que el Evangelio de Jesús sigue siendo la respuesta que nunca pierde vigencia para el ser humano de ayer, de hoy y de mañana. A decir la verdad con caridad Ya Benedicto XVI nos había indicado esto en su Encíclica Dios es caridad. En el Papa Francisco esto lo hemos podido confirmar. Cada intervención suya ha sido una auténtica cátedra de cómo se debe proclamar la verdad que viene del Padre Dios, pero desde el profundo respeto por cada persona. El Santo Padre habló claro, no se fue por las ramas, pero nadie se sintió agredido sino agradecido. Pude leer en las redes sociales mensajes de líderes, que antes planteaban reservas por la presencia del Papa en Colombia, y después de escucharlo le agradecieron y hasta expresaron su intención de trabajar para asumir y apropiar el mensaje recibido. El refranero dice que se consigue más con una gota de miel que con un barril de vinagre; esto es lo que ha hecho el Papa. A los cristianos, pero incluso a cada uno de los connacionales, creyentes o no, Francisco nos deja el reto de cambiar el discurso, de romper los paradigmas desde los que nos hemos movido hasta hoy. En nuestro país se ha hecho paisaje exponer las ideas propias y rebatir las ajenas con un lenguaje agresivo, descalificador, centrado más en la ofensa al otro que en la coherencia de los argumentos. Con el Santo Padre nos queda claro que debemos aprender y dar el primer paso desarmando las palabras, sometiendo nuestras ideas al filtro previo de la reflexión y la oración, antes de presentarlas públicamente. A tener como punto de partida el respeto por el otro, algo que hace mucho tiempo se perdió. La vulnerabilidad como criterio de discernimiento y de acción Desde la experiencia personal, hubo un hecho tremendamente impactante en el curso de esta visita: el encuentro en la nunciatura con un grupo de jóvenes en situación de discapacidad. Allí el Papa dijo una de esas frases destinadas a quedarse grabadas en el corazón y a convertirse en punto de referencia: “Todos somos vulnerables”. Y agregó que “Dios es el único vulnerable”. Con esto Francisco nos ofrece un elemento esencial del pensamiento y las acciones humanas. No somos perfectos, nos podemos equivocar, siempre está la posibilidad del error; y esto lo debemos tener muy presente. Cuando olvidamos nuestra condición de vulnerables suceden varias cosas: Dios (el único que no es vulnerable), ya no es necesario; todo lo podemos con nuestras propias fuerzas; hablamos soltando siempre sentencias definitivas que no resisten el análisis, el cuestionamiento, el comentario, la corrección, cerrando el paso a los pensamientos e ideas de los demás; y actuamos buscando única y exclusivamente nuestros intereses, sin dar importancia a los demás incluso pasando muchas veces por encima de ellos. Al final de su encuentro con estos jóvenes el Papa pidió que rezaran por él, pues también es muy vulnerable. Con ello nos deja una enseñanza profunda: cuando tomamos conciencia de algo innegable que todos tenemos en común, sin importar la posición económica, el nivel de educación, los roles sociales, la condición religiosa, étnica o política, entonces nos sentimos casi que obligados a apoyarnos los unos a los otros, a sobrellevar mutuamente nuestras cargas, a estar abiertos para ayudar y dejarse ayudar. A buscar juntos en el Único no vulnerable, la fuerza para que las flaquezas no se conviertan en punzones que lesionan o hieren la dignidad de los demás sino en factor que nos acerca y mueve a la corresponsabilidad. *Monseñor Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali Presidente de la Comisión Episcopal de Comunicación

Lun 25 Sep 2017

A causa de la corrupción: Pocos tienen mucho y muchos tienen poco

PorIsmael José González Guzmán*:Uno de los problemas que afecta significativamente a Colombia es la corrupción. Ella limita el progreso como sociedad al privar de calidad de vida –salud, educación, recreación, empleo, malla vial, etc.– a las personas, sobre todo a las más necesitadas y excluidas al margen de la historia. La corrupción además, genera incredulidad hacia la democracia, porque se distorsiona el papel de las instituciones políticas, que han traicionado los principios morales y las normas de la justicia social (Doctrina Social de la Iglesia [DSI], 410-411). El papa Francisco se refiere a la corrupción como un cáncer social que se arraiga en muchos países (Evangelii Gaudium, 60). De igual manera, los Obispos Católicos de Colombia, como fruto de su asamblea general 101 y 102, han reconocido en la corrupción una raíz de la violencia que amenaza a la construcción de la paz y un mal que permea la sociedad en sus estructuras fundamentales. En ese sentido, el Episcopado no sólo denuncia esta realidad, sino que también anima a un compromiso serio con la verdad, la honestidad y la justicia, para evitar que la corrupción acabe con nosotros como sociedad. Hay que tener presente que la sociedad, a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe exigir de los gobiernos la implementación de normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Cuando esto se lleva a la práctica, se está reflejando una sociedad sana, madura y soberana (Laudato Si, 177;179). Al respecto, la Doctrina Social de la Iglesia recuerda que dentro de las consecuencias de la corrupción están el subdesarrollo y la pobreza, el analfabetismo, las dificultades alimenticias, la ausencia de estructuras y servicios, la carencia de medidas que garanticen la asistencia básica en el campo de la salud, la falta de agua potable, la precariedad de las instituciones y de la misma vida política (DSI, 447). Todas estas consecuencias, se constituyen en estructuras opresoras, injustas, o bien sea, en un pecado estructural donde pocos tienen mucho y muchos tienen poco, como lo denunciaría el documento de Medellín [II Conferencia del Episcopado Latinoamericano]. Como cristianos-católicos, no podemos perder de vista el lugar teológico que subyace en los más afectados por la corrupción: los pobres. Por ello, nuestro actuar como bautizados en la sociedad debe ir siempre orientado a la promoción de la dignidad humana, a sembrar justicia, verdad y honestidad en nuestras decisiones, en nuestras relaciones con los demás. Ya para finalizar, recordemos que si no somos capaces como sociedad, de romper esta lógica perversa de la corrupción, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la humanidad (Laudato Si, 197). Por tal motivo, el Consejo Pontificio Justicia y Paz nos ha recordado que, para superar la corrupción, es necesario el paso de sociedades autoritarias a sociedades democráticas, de sociedades cerradas a sociedades abiertas, de sociedades verticales a sociedades horizontales, de sociedades centralistas a sociedades participativas (Cfr. Nota del Consejo Pontificio «Justicia y Paz» del 21 de septiembre de 2006 sobre la lucha contra la corrupción). *Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia ismaelgonzalez@cec.org.co – centroestrategico@cec.org.co Twitter: @ismagonzalez - @cenestrategico

Sáb 23 Sep 2017

¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Una parábola más sobre el Reino de los Cielos nos presenta el evangelista San Mateo en boca de Jesús, el Señor. Sigue el Maestro instruyendo a sus discípulos y ahora utiliza la figura de un propietario, quien necesita obreros para su viña y sale de mañana a contratar operarios, oficio que se extiende a lo largo del día, como signo de la obra de Dios que continuamente está invitando al apostolado en su viña. El día de trabajo significa la vida misma del discípulo, quien es invitado a la misión en la construcción del Reino; el denario, es el Reino de los Cielos, que será la paga igual de protuberante para todos aquellos que se sumen a la extensión del Reino de Dios. Todo aquél que se dedica a las cosas de Dios finalmente recibirá el mismo salario, aún los últimos. Ejemplos bíblicos: El buen ladrón (Lc 23,35-43); la mujer que con sólo tocar el vestido de Jesús quedó sana (Lc 8,47); el buen pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscar la perdida: “hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepiente que por las noventa y nueve que están aseguradas” (Lc 15,7)… Lo que el evangelio nos quiere decir en última instancia es que el Reino de los Cielos es siempre un don de la misericordia de Dios. En la parábola se hace notar explícitamente que el propietario da la misma paga a todos, a quienes soportaron el peso y el bochorno del día y a quienes trabajaron sólo un momento. Los que empezaron la jornada desde temprano protestaron contra su amo. Lo primero que hace notar la parábola es que el precio de la paga había sido ajustado desde el principio y que la paga a los de la tarde es igual por voluntad y generosidad expresa del propietario, quien puede hacer con sus bienes lo que bien le parezca. Quienes protestan en éste caso se están manifestando como hombres envidiosos según la respuesta del amo. Dice la Palabra: ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? La envidia, es un “deseo de hacer o tener lo que otra persona tiene” o también consiste en “sentir dolor por el bien ajeno”. La envidia roe el corazón del hombre. La envidia genera competencias desleales entre las personas… La envidia nos puede conducir al homicidio y aún al suicidio. La envidia es un pecado capital, porque es la que origina muchos otros males… El envidioso se recome así mismo. Sufre una alteración de la percepción. Interpreta mal todo lo que el envidiado hace. Interpreta mal todo lo que le sucede a él mismo. Atribuye la causa de sus males a la otra persona convirtiéndose en victima absoluta. Cuando la envidia se une a un sentimiento de impotencia se convierte en resentimiento y por eso, suscita odios, rivalidades, competencias. En muchos de nuestros casos cotidianos la envidia se convierte en el motor de la “política” y en la estrategia para desacreditar al otro, creyendo que con eso estamos ascendiendo y ganando en credibilidad y resulta que el efecto es totalmente contrario, porque el envidioso termina siendo desenmascarado y desacreditado. El envidioso, en el fondo no pretende tanto arrebatarle el bien al envidiado, lo que busca definitivamente es verlo hundido, humillado, desdichado y por eso es criticón y vive poniendo zancadillas y obstáculos a quien le es objeto de su envidia. El envidioso vive condenado a fingir. No se amansa, ni admite reparaciones, por el contrario se irrita cuando recibe beneficios. El envidioso vive enfermo, porque todo lo somatiza, quiere vivir con plenitud y con salud, pero no le es posible, porque sus pulsiones se vuelven compulsiones hasta tal punto que no es capaz de controlarlas. El envidioso es desobediente y orgulloso. La envidia es una pasión vergonzosa, por eso, nadie se atreve a decir que es envidioso. La envidia es un pecado que no produce placer ni alegría, sino sólo dolor. Es un tormento sin pausa, una enfermedad si remedio, una fatiga sin descanso, una pena cotidiana. Con frecuencia escuchamos la siguiente expresión: “En Colombia muere más gente de envidia que de cáncer”. Cuidado, porque, la envidia nos paraliza, nos vuelve apegados al pasado, nos hace ser negativos, criticones y nos impulsa a sembrar cizaña en la comunidad. Interrogantes que nos pueden servir para nuestro examen de conciencia: ¿Para qué utilizamos las redes sociales, para unir o para dividir? ¿A través de las redes sociales expresamos envidia o generosidad, amor y fraternidad, impulsamos la unidad o la división? ¿Nuestros aportes en la comunidad nacen de la realidad o de la envidia? Los empleados de la viña nos permiten observar como éstos se llenan de envidia; y en vez de ver la generosidad del patrón que los ha contratado, que les ha dado trabajo, que les ha pagado lo justo, empiezan a reclamar, a murmurar y hacer reclamos frente a la actitud justa que tiene con ellos el propietario y la actitud misericordiosa que tiene con los últimos. Quien no es agradecido vive sumido en el dolor y la tristeza, a toda hora vive haciendo comparaciones y cuando abre la boca sólo lo hace con el fin de destruir y nunca de edificar. Quien no es agradecido nunca descubre la bondad del otro y a toda hora se siente victima, se considera despreciado. Quien no es agradecido es cizañero y pretende destruir… Quien no es agradecido minimiza el bien de los demás y maximiza su propio bien. Quien no es agradecido hace que se resalte lo malo del otro y esconde en lo más profundo de su alma su propio mal. Quien no es agradecido vive sumido en el dolor interior y existencial que lo lleva a vivir quejándose de todo y de todos. Finalmente, la falta de gratitud es un de los signos propios del envidioso. La parábola de hoy nos enseña que debemos pensar bien de Dios y de los demás. La vida cristiana tiene su secreto en la perseverancia en el bien obrar, rectitud en pensar bien, sentir bien y obrar bien. Con seguridad que los obreros de los cuales nos habla la parábola comenzaron bien: Con entusiasmo, con alegría; comenzaron el día pensando en el denario con el cual se habían ajustado con su patrón, pero terminaron mal, porque se llenaron de envidia, les faltó perseverancia en la generosidad del inicio del día. La parábola también nos hace entender que Dios es justo, pero va más allá de la justicia meramente humana, Él es misericordioso. La lógica de Dios no es una lógica humana, sino divina. A nosotros nos corresponde recibir con alegría el ser invitados a participar de la viña del Señor. Nos basta el saber que somos amados por Él y en el amor de Dios seremos salvados. Así como nosotros fuimos salvados misericordiosamente, otros también están invitados a ser salvos por Jesús. Sumémonos a la viña de Señor, seamos misioneros, vamos con entusiasmo a ser “callejeros de la fe”, para que muchos otros conozcan el amor de Dios y vengan a su viña. Cuidado con la envidia entre nosotros. Todos poseemos nuestros dones, Dios a cada uno nos ha adornado con sus carismas; no envidiemos los dones y carismas de los demás, pongamos a producir los nuestros. “Ojo”, con la envidia entre los movimientos…; cuidado con la envidia en la familia, en las instituciones, en las veredas, en los sectores, en la ciudad… La envidia no es digna de un discípulo del Señor. Mientras exista la envidia es imposible construir la paz. Reflexión evangelio

Jue 21 Sep 2017

El itinerario espiritual del Papa

Por: Mons. Fabián Marulanda López - En su visita a Colombia, el Papa nos entregó un mensaje de fe, de amor y de paz, que tocó la mente y el corazón de los millones de personas que lo vieron y lo escucharon. Su sola presencia física fue para la gente un sacramento de alegría y esperanza. En la historia del país no se registra el caso de otro personaje que haya movilizado los ríos y mares de personas que llenaron las calles y los escenarios de las celebraciones con sentidas demostraciones de alegría y de afecto. Juan Rubio en La viña devastada afirma que Francisco no es un teólogo sino un Pastor. Y así lo vimos: transmitiendo su mensaje con un lenguaje cercano; acogiendo como Jesús a los niños, a los jóvenes, a las personas de la calle, a las víctimas del conflicto y a los pobres. Con su sencillez tocó el corazón de miles de personas. El Papa convence no sólo con sus enseñanzas sino también con su ejemplo de humildad y comprensión. Para él no son ajenos los sufrimientos y las angustias que padecen los pueblos, como tampoco la situación de los países suramericanos. “Quise venir, dijo, para decirles que no están solos. Este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz. El trabajo por la paz siempre está abierto, no concede tregua y exige poner al centro de toda nuestra acción a la persona humana”. Después de todo, nos queda muy claro que el papa Francisco vino para confirmarnos en la fe y para dejarnos una carta de navegación que nos indique el camino a seguir en los próximos años. En esa carta de navegación puso de presente los principales males que afligen al país y señaló desde el Evangelio los criterios para superarlos. De hecho, su mensaje se centró en temas como la paz, la reconciliación, la verdad y la justicia, el perdón, el cuidado de la Casa Común, la vida cristiana, la familia, las vocaciones sacerdotales y religiosas. En la homilía del Parque Simón Bolívar hizo alusión a las densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida, como la injusticia y la inequidad social; el irrespeto por la vida humana que siega la vida de tantos inocentes; las tinieblas de la sed de venganza y del odio; la insensibilidad ante el dolor de las víctimas. En Villavicencio habló de la reconciliación y de la atención a las víctimas. “Reconciliarse, dijo el Papa, es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz. Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar a que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza”. En Medellín, como también en el encuentro con los obispos en Bogotá, el papa Francisco habló al oído de los sacerdotes y autoridades religiosas. Recordó cómo, contrariamente a los fariseos de su época, Jesús llevó la ley a su plenitud, lo que exige para nosotros tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos: ir a lo esencial, renovarnos con sacrificio y valentía, e involucrarnos con arrojo, sabiendo que son muchos los que tienen hambre de Dios. ¿Conclusión?: “manténgase firmes y libres en Cristo, de modo que lo reflejen en todo lo que hagan; asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, anúncienlo con la mayor alegría”. En Cartagena, el papa Francisco clamó por el fin de todas las esclavitudes: el narcotráfico y la drogadicción, la prostitución, la tragedia de los emigrantes, la trata de personas. Refiriéndose al proceso de paz afirmó que “el autor principal, el sujeto histórico es la gente y su cultura. No es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos, o de una minoría ilustrada que se apropie de un sentimiento colectivo”. “Si Colombia quiere una paz estable y duradera tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto a la naturaleza humana y de sus exigencias”. Ahora nos queda el reto y la tarea de retomar el mensaje y magisterio del papa Francisco en forma integral y decidirnos a dar, no ya el primer paso, sino todos los que sean necesarios para lograr el país nuevo que todos anhelamos. DESTACADO: “Francisco vino para dejarnos una carta de navegación que nos indique el camino a seguir” + Fabián Marulanda López Obispo emérito de Florencia Fuente: Tomado de revista Vida Nueva

Lun 18 Sep 2017

Las últimas horas del “Mártir de Armero”

Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - Pedro María Ramírez ya es Beato, desde el 8 de septiembre, pero el pueblo desde hace décadas lo llama “El mártir de Armero”; algunos se preguntan porque lo hicieron beato. En sencillo, por tres razones: 1. Porque vivió de manera extraordinaria las virtudes cristianas; 2. Porque en su vida y sobre todo en su muerte se descubren rasgos heroicos en la vivencia de la fe; 3. Porque su muerte fue por la fe, por amor a la Iglesia y su mensaje de salvación. Su martirio no es una muerte más, es una entrega oblativa por amor a Dios aceptando valerosamente el camino de la muerte violenta sin buscarla y de igual modo sin huir de ella. Las noticias del “Bogotazo” lo sorprendieron, ese 9 de abril en la tarde, regresando del hospital de visitar a los enfermos; al llegar al templo, hizo el traslado del Santísimo a la capilla del Colegio de las Madres Eucarísticas, con ellas y las alumnas rezó el rosario y otras oraciones; permaneció en ésta capilla en oración, aquí lo sorprendió el primer ataque al tempo con piedras y palos; se registró un segundo ataque hacia las 5:00 p.m., la turba ebria de alcohol e injustificada cólera contra la Iglesia derribó a machetazos las puertas; el padre permanecía en la capilla de las hermanas arrodillado frente al Santísimo, a quien él llamaba, “el Amito”; en este ataque un hombre con machete en mano le dijo: “por esta cruz que en estos días lo mato”. Comió poco, y se acostó hacia la media noche en un lecho adecuado en medio de las ruinas de la destrucción vandálica. Madrugó, a las 5:30 am celebró con las religiosas su última eucaristía, aunque todo este sábado estuvo preocupado por la celebración de las tres misas del domingo. Después de las ocho de la mañana expidió, a petición de un anciano interesado, un certificado para sepultar a una niña; informado de los detenidos y heridos fue a la cárcel a prestar sus servicios, regresó triste porque un herido no quiso recibir el sacramento de la confesión. Su camino fue acompañado de expresiones: “¡metan ese cura a la cárcel!, ¡abajo los curas! ¡Curas asesinos!” El alcalde lo invitó a refugiarse en su casa y no regresar a la casa cural, el valiente sacerdote respondió, “Yo no dejo solos, a Jesús Eucaristía y a las madres”, refiriéndose a las religiosas. Ante las sugerencias de las hermanas y el sacristán de huir, dijo: “de ninguna manera, yo no huyo, porque cuantas veces entro en la capilla y consulto a mi Amito, Él me dice que permanezca en mi sitio”. A las doce tomó un ligero alimento y mientras comía confió un encargo a la Madre superiora pidiéndole que lo pusiera por escrito, ante la respuesta de la religiosa que no tenía fuerzas para escribir, él mismo pidió papel y lápiz y escribió su “Testamento Espiritual”, el que inicia con “De mi parte deseo morir por Cristo y su fe” y siguen sentidas acciones de gracias a su obispo, a su director espiritual, a su familia y a las Madres Eucarísticas; no sin manifestar su deseo de sufrir por su parroquia: “…ministro y sacerdote del pueblo, hoy Armero, por quien quiero derramar mi sangre”. Luego del almuerzo permaneció en la capilla en oración, revestido con roquete y estola; las que se quitó solo cuando era llevado al martirio, unos pasos antes de llegar a la puerta que daba al parque se las quita y las entrega a una mujer, diciéndole: “Tome hija, guárdelos para que no los profanen” A las 4:40 pm. del 10 de abril, en la plaza de parque de Armero se sembró la palma victoriosa del martirio. Pedro María recibió el primer machetazo en la cabeza, cayó de rodillas y limpiándose la sangre de su cara con sus propias manos sacerdotales, dijo: “¡Padre, Perdónalos!¡Todo por Cristo! Recibió un segundo machetazo y un violento golpe en la nuca con una varilla, a este punto todo está consumado. Sus últimas horas fueron la vivencia heroica de la fe; estuvieron marcadas por la profunda convicción de una íntima espiritualidad sacerdotal. La amenaza se recrudecía y él permanecía en su puesto de sacerdote y en favor de su pueblo; rosario, oraciones, súplicas, vigilia, silencio meditativo, confianza absoluta en Jesús, preocupación por su ministerio y las misas dominicales, por sus enfermos del hospital a quienes visita, por sus heridos y presos asistiéndolos aún en medio de los más virulentos ataques de desprecio. Estas horas son las horas del hombre sacerdote, que revestido con sus ornamentos: sotana, roquete, estola dobla rodillas delante de su Amito y sabe escuchar a quien ha servido en su ministerio sacerdotal. Su preocupación sus dos amores: Jesús Eucaristía y el pueblo de Dios que se hace concreto en tantos necesitados y de manera particular en las “Madres” mujeres religiosas indefensas. Por toda esta vivencia heroica y única, el pueblo desde pronto lo llamó “El mártir de Armero”. No puedo dejar de alegrarme por la Iglesia colombiana, y pedir al beato Pedro María que ruegue por nuestra patria para que cese la violencia y florezca la paz; así mismo pedir su intercesión por la vida vocacional para que muchos jóvenes respondan valientemente al llamado del Señor y lo entreguen todo por amor a Cristo; que él, el “mártir de Armero”, nos alcance estos dones, y de manera particular para el Seminario y diócesis en la que él se formó y vivió su ministerio, Hoy la Arquidiócesis de Ibagué –Tolima, a la que orgullosamente pertenezco y en la cual Dios me formó y me concedió la gracia del Ministerio Sacerdotal. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Jesús el Amito! P. Jorge Enrique Bustamante Mora Director del Departamento de Doctrina y Animación Bíblica de la CEC pjorgebustamante@ce.org.co

Vie 15 Sep 2017

Gracias Papa Francisco por tanto

Por: Ismael José González Guzmán - Durante estos cinco días de visita y peregrinaje del papa Francisco por Colombia, hemos sido testigos de la gratuidad del amor de Dios, al escuchar del sucesor de Pedro, un mensaje que nos invita como sociedad a dar ese primer paso hacia una autentica cultura del encuentro, donde sea posible construir puentes que nos ayuden a experimentar desde la perspectiva del evangelio, la alegría, la esperanza, la paz, el perdón y la reconciliación entre todos los colombianos. El Papa nos ha recordado que el principio de la alegría, es saber que Dios nos ama con amor de padre, que no es selectivo y no excluye a nadie, porque todos somos importantes y necesarios para Él. Con esta consigna, no debemos tenerle miedo al futuro, tampoco a volar alto y soñar grande. Es momento de romper con esa atmosfera del relativismo y no acostumbrarnos al dolor y sufrimiento del otro, porque todos somos parte de algo grande que no une y nos trasciende; la sociedad. Es hora de comprometernos a descubrir esa Colombia que se esconde detrás de las montañas, la cual se constituye en una riqueza por la calidad humana de su gente, de aquellos hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso a los cuales les han robado la fe, la esperanza y la alegría a causa de la injusticia social. Nuestra historia de violencia, dolor, muerte y sufrimiento, bien puede ser leída desde el Cristo crucificado de Bojayá, mutilado y herido, pero con un rostro que nos mira y enseña, que el Señor no es ajeno al sufrimiento de su pueblo y que el odio no tiene la última palabra, porque el amor es más fuerte que la muerte y la violencia. Esto debe motivarnos a caminar juntos y transformar el dolor en fuente de vida y resurrección, para que junto al Señor aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor. Es hora de romper con el ciclo perverso que ha engendrado violencia, odio y muerte en Colombia. Esto sólo es posible, a través del perdón, la reconciliación y sobre todo con la verdad, compañera inseparable de la justicia y de la misericordia para construir la paz. La verdad no debe conducir a la venganza, sino más bien a contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos. Siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva. En el encuentro entre nosotros redescubrimos nuestros derechos, recreamos la vida para que vuelva a ser auténticamente humana. En efecto, la casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada. La historia nos pide asumir un compromiso definitivo en defensa de los derechos humanos y dar el primer paso es, salir al encuentro de los demás con Cristo, el Señor. Él nos pide siempre dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos, renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin amar. Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Gracias papa Francisco por tanto, ahora nos corresponde a nosotros los colombianos, acoger su mensaje y construir juntos aquellos puentes que nos permitan vivir en una Colombia en paz, reconciliada, unida y esperanzadora en el mañana. Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia ismaelgonzalez@cec.org.co – centroestrategico@cec.org.co Twitter: @cenestrategico

Jue 14 Sep 2017

“Dignidad de la Persona y Derechos Humanos”

Reflexión a partir de la homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en Cartagena, el 10 de septiembre de 2017. El Papa comienza haciendo una contextualización: Cartagena de Indias es en Colombia la sede de los Derechos Humanos porque aquí como pueblo se valora que, gracias al equipo misionero formado por los sacerdotes jesuitas Pedro Claver y compañeros, nació la preocupación por aliviar la situación de los oprimidos de la época, en especial la de los esclavos, por quienes clamaron por el buen trato y la libertad. Luego, hace alusión al evangelio, ubicando literaria y contextualmente el relato, con la perícopa anterior, que habla de inclusión para juntarla con la del día, que habla de comunidad: “El texto que precede es el del pastor bueno que deja las 99 ovejas para ir tras la perdida, y ese aroma perfuma todo el discurso: no hay nadie lo suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra cercanía y nuestro perdón. Desde esta perspectiva, se entiende entonces que una falta, un pecado cometido por uno, nos interpele a todos pero involucra, en primer lugar, a la víctima del pecado del hermano; ese está llamado a tomar la iniciativa para que quien lo dañó´ no se pierda”. Palabras como “perdido”, “perdón”, “víctima”, “iniciativa” aluden claramente a los actores que involucran el proceso de paz que vive Colombia. Pero es la actitud de Jesús en el evangelio. Consiguientemente, retoma los testimonios de las víctimas que escuchó en días pasados, testimonios de personas que han salido al encuentro de personas que les habían dañado, que demuestran que sí es posible este perdón. Y refiriéndose al lema que ha acompañado esta visita (el cual retoma al final), habla de los que han dado el “primer paso” en un camino distinto a los ya recorridos. Caminos que tienen que llevar al encuentro personal entre las partes. Pero, ¿quiénes son esas partes que intervienen en este acuerdo? Sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, las comunidades que aportan en procesos de memoria colectiva. El sujeto histórico que es la gente y su cultura, no una clase, una fracción, un grupo o una élite. No es un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural. Y, por supuesto, cada uno de nosotros también podemos hacer un gran aporte a este paso nuevo que quiere dar Colombia. En este complejo proceso de paz, el Papa aporta dando algunas claves o pistas: Este camino de reinserción en la comunidad comienza con un diálogo de a dos. Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador. Ningún proceso colectivo exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar. Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad. Que el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes. Generar «desde abajo» un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, respondemos con la cultura de la vida, del encuentro. «Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros... una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación» (citando a Gabriel García Márquez, Mensaje sobre la paz, 1998) Y nos interpela a los creyentes: A preguntarnos ¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo? A que ¡nuestra voz se alce y nuestras manos acusen proféticamente! A iniciar, como san Pedro Claver, una corriente contracultural de encuentro y restaurar, como lo hizo él, la dignidad y la esperanza de centenares de millares de negros y de esclavos que llegaban en condiciones absolutamente inhumanas, llenos de pavor, con todas sus esperanzas perdidas. Como santa María Bernarda Butler, a dedicar la vida al servicio de pobres y marginados. Y retomando el tema del encuentro, habla de la dignidad de la sacralidad de cada vida humana, entendiendo: Cada hombre Cada mujer Los pobres Los ancianos Los niños Los enfermos Los no nacidos Los desocupados Los abandonados Los que se juzgan descartables La naturaleza creada. Como conclusión, señala que no se puede negar que hay personas que persisten en pecados que hieren la convivencia y la comunidad: El drama lacerante de la droga La devastación de los recursos naturales La contaminación La tragedia de la explotación laboral El blanqueo ilícito de dinero La especulación financiera La prostitución que cada día cosecha víctimas inocentes La abominable trata de seres humanos Los delitos y abusos contra los menores La esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo La tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad. Finalmente, nos invita a que recemos juntos; aunque con matices personales y distintas acentuaciones, pero que alce de modo conjunto un mismo clamor. Rezamos para cumplir con el lema de esta visita: « ¡Demos el primer paso!», y que este primer paso sea en una dirección común.Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. En definitiva, la exigencia es construir la paz, hablando no con la lengua sino con manos y obras y levantando juntos los ojos al cielo: “Él es capaz de desatar aquello que para nosotros pareciera imposible, Él ha prometido acompañarnos hasta el fin de los tiempos, Él no dejará estéril tanto esfuerzo.

Mié 13 Sep 2017

Remembranzas del Angelus del Papa en Cartagena

Por: Liliana Franco Echeverri, ODN:En la ciudad de Cartagena, tierra de contrastes, en la que las olas del mar golpean las murallas y las estructuras injustas menguan la vida de los más pobres, la voz del Papa resonó con fuerza a las 12:00 del día. Miles de personas se reunieron a las afueras de la tradicional Iglesia de San Pedro Claver. Desde allí el eco del Angelus alcanzó al mundo entero. De manera sencilla y con la profundidad que lo caracteriza, el Papa recordó dos historias: la de la Virgen de Chiquinquirá y la de San Pedro Claver. Historias que hablan de una opción decidida y total por los más pobres, por aquellos a quienes la sociedad y el sistema les niegan toda esperanza. En la Virgen de Chiquinquirá los más pobres siempre han encontrado la madre que abriga, consuela y dignifica y, en San Pedro Claver, al defensor de los derechos de los más vulnerados de la sociedad: los esclavos. Con firmeza el Papa expresó: “Todavía hoy, en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y por sus propios derechos”, insistió en su discurso antes de la oración en silencio. Con radicalidad evangélica expresó: “Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez”. Insistió que el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano y manifestó que los gestos reales de compromiso y servicio, evidencian la calidad del amor. Invitó a poner la mirada en aquellos que trabajan por recuperar la dignidad de las personas, quienes curan las heridas o atienden las necesidades básicas de los más pobres. La voz del Papa, hizo recordar la necesidad de orar y de trabajar para ayudar a todos los seres humanos a recuperar el esplendor de hijos de Dios. El Papa oró por todos los países latinoamericanos e hizo especial mención del hermano pueblo venezolano. Manifestó su cercanía “a los hijos e hijas de esa nación, como también a los que han encontrado en tierra colombiana un lugar de acogida.” Desde Cartagena, cede de los derechos humanos hizo un llamado, para “que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis”. Desde ese entrañable claustro, el Papa rezó el Angelus y oró en silencio en presencia de san Pedro Claver. Liliana Franco Echeverri odn