SISTEMA INFORMATIVO
No dejemos pasar desapercibidos a los que caminan con nosotros
Tags: Plan de Predicación evangelio
Con la Palabra se hace vivo entre nosotros Jesucristo. Acojámosla con atención. Es realmente una buena noticia para nosotros hoy saber que el mismo Dios, en la persona de su Hijo amado, camina con nosotros, está vivo.
Lecturas
[icon class='fa fa-play' link=''] Primera lectura: Hch 2,14.22-33[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Salmo: 16(15),1-2+5.7-8.9-10.11 (R. 11a)[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Segunda lectura: 1P 1,17-21 [/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Evangelio: Lc 24,13-35[/icon]
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link=''] CONTEXTO BÍBLICO[/icon]
En el libro de los Hechos, Lucas nos relata la primera proclamación de la resurrección de Jesús. Este discurso de Pedro (primer anuncio o kerigma) fue pronunciado y entendido en arameo. Pedro toma la palabra en nombre de todos, al fin de cuentas es el responsable del grupo de los Doce. Y muestra cómo se han cumplido las Escrituras en Jesús y en la Iglesia naciente. “Aquí actúa como testigo de Jesús (“y seréis mis testigos…”). Primero lo hace apelando a lo que –en su discurso– es cosa sabida por su audiencia: “Ustedes. saben de los milagros, prodigios y señales que hizo Jesús” (v. 23) A continuación, su discurso hace un giro. A este Jesús, ustedes. lo mataron –argumenta – clavándolo en una cruz. Aquí Lucas usa varios recursos. Por un lado, el kerygma cristiano: a) a este Jesús Dios acreditó mediante palabras y obras durante su vida; b) sufrió y murió en manos de ustedes, y c) Dios lo resucitó. Este es un esquema básico de la fe cristiana. Y por otro lado, muestra cómo Dios está detrás de todos estos acontecimientos .
El Salmo 16 es “una expansión confidencial del alma que encuentra su felicidad en vivir en compañía de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien. De aquí se sigue la simpatía por todos los que son fieles a su Dios y la aversión hacia los que se entregan a prácticas idolátricas. Como los salmos anteriores, también éste es atribuido en el título a David. San Pedro recoge esta tradición y arguye en ese supuesto para probar el sentido mesiánico del salmo (Hechos 2,25-32). En realidad, el Apóstol entonces no trataba de dilucidar exegéticamente el problema de la autenticidad crítica del salmo, sino de probar su relación con Cristo, y arguye tomando como base la opinión común recibida. Carácter mesiánico del salmo. Desde la época apostólica se ha dado a este salmo un sentido marcadamente mesiánico, fundándose en la aplicación que hace San Pedro en su alocución el día de Pentecostés. Efectivamente, el apóstol toma pie de la afirmación del salmista según la versión de los LXX (v. 10: «no permitirás que tu santo vea la corrupción») y ve en ella un anuncio de la resurrección de Jesucristo.
En la segunda lectura, 1Pedro 1,17-21 “Pedro señala lo que ya había expresado en su sermón de Pentecostés: si bien la muerte de Jesús fue producto de un desconocimiento de los contemporáneos de Jesús, sin embargo, formaba parte del plan eterno de Dios sobre el mundo. La redención no es la reparación de un accidente sucedido en el Jardín del Edén, sino que estaba inscrita en el orden del universo, y es uno de los aspectos de la relación de Dios con el mundo”. Coincide con la teoría Escotista del Primado de Jesucristo, según lo cual, la muerte de Jesús no es únicamente consecuencia del pecado del hombre, sino sobre todo del amor infinito de Dios por sus creaturas. Está inscrita en su plan amoroso.
Finalmente en el Evangelio de Lucas, escrito a finales del primer siglo, en un tiempo en el que la mayoría de los cristianos no había conocido a Cristo en carne y hueso, aparece este relato que los conecta a ellos (y a nosotros) con Cristo, que aún hoy es revelado a través de la lectura y la interpretación de la Escritura (v. 27) y la Cena del Señor (vv.30-31). Esta historia se parece a la historia de la aparición de los ángeles a Abraham y a Sara en Manré (Génesis 18, 1-15). En ambas historias los anfitriones no reconocen a sus huéspedes pero les ofrecen hospitalidad.
“El Evangelio de Lucas organiza su relato de la resurrección en tres partes: la tumba, Emaús, y los discípulos reunidos. Esta organización presta atención especial a la simbólica geografía de Lucas. La primera historia establece Jerusalén como un lugar de incredulidad y como el lugar de la muerte (24:11). La historia de Emaús, entonces – separándose de Jerusalén en agonía (24:17) – establece una palabra que, de nuevo, se trae a Jerusalén (24:33, 35)... La tan esperada redención de Jerusalén (2:38)... viene, sorprendentemente, de fuera de Jerusalén, al venir Jesús mismo de fuera de Jerusalén” (Lathrop). Esta historia incorpora un alto nivel de lenguaje litúrgico, incluyendo “tomando el pan, bendijo, y partió, y les dio” (v. 30); “Ha resucitado el Señor verdaderamente” (v. 34); y “al partir el pan” (v. 35). El Cristo resucitado es revelado al contar la historia, al interpretar la escritura, y al partir el pan.
Se sugiere que los dos discípulos podrían ser un hombre y una mujer. Muchos coinciden en señalar que uno de ellos es Cleofás. Y el camino que recorren es de 11 kilómetros que es la distancia entre Jerusalén y Emaús.
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link=''] CONTEXTO SITUACIONAL[/icon]
Nosotros no hemos conocido personalmente al Señor pero el anuncio que hoy las lecturas nos presentan nos permite descubrir cómo Él sigue caminando con nosotros. Su presencia real en la Palabra que escuchamos y en el Pan que compartimos, cada vez que nos reunimos a celebrar la Eucaristía.
Pero también Él sigue vivo en los pobres que deambulan por las calles de nuestras ciudades. Nos lo ha recordado el Papa permanentemente en sus documentos: “Cada vez que nos hemos inclinado ante las necesidades de los hermanos, hemos dado de comer y de beber a Jesús; hemos vestido, ayudado y visitado al Hijo de Dios (cf. Mt 25,40). En definitiva, hemos tocado la carne de Cristo.
Jesús vive en los que hacen parte de nuestra vida cotidiana, camina permanentemente con nosotros y lo podemos reconocer al partir el pan, en las mesas de nuestros hogares: cada vez que nos sentamos a la mesa debemos hacer conciencia de que en los que están compartiendo con nosotros está Jesús. En la esposa, en el esposo, en los hijos, en los amigos que hemos invitado a cenar. Si lo reconocemos a Él en ellos nuestros momentos de comida dejarán de ser actos rutinarios y se transformarán en momentos de gracia que nos enriquecen, nos acercan, nos ayudan a querernos más y a entendernos mejor. Que ojalá esos momentos sean sagrados, y que en ellos se apaguen los ruidos que no nos permiten entrar en comunicación personal (los televisores, los celulares, las tablets, y todos esos demás entretenimientos que hoy abundan y nos impiden el compartir más cercano. Que reconozcamos a Jesús al partir el pan con los que amamos.
Y, sin lugar a duda, de esta Palabra podemos sacar también como conclusión para nuestra vida que debemos estar más atentos para descubrir las grandezas de los que caminan a nuestro lado. Cuántas veces nos hemos perdido oportunidades valiosas de crecer y mejorar por no estar atentos a los que nos rodean. Dejamos pasar desapercibidas las personas que nos acompañan, no les damos importancia, y en muchas ocasiones esas personas, si las hubiésemos escuchado con atención, nos hubieran podido dejar enseñanzas gratificantes para nuestra superación personal. No desatendamos a los que nos acompañan por más insignificantes que nos parezcan. En todos el Señor tiene una Palabra que nos puede aprovechar.
Que nos quede claro que para poder reconocer a Jesús que sigue vivo entre nosotros, no hay más camino que salir de uno mismo y acoger a los que nos acompañan en el camino de la vida, sean conocidos o desconocidos, sean gente sana o enferma, sean los que denominamos “gente de bien” porque tiene nuestras costumbres, o sean gente “no deseable” porque visten o hablan o piensan distinto a nosotros. No podemos dejar pasar desapercibidos a los que caminan con nosotros por el camino de la vida. Todos ellos tienen algo que darnos, y mucho más aún, a todos ellos tenemos algo que compartirles, además de nuestra fe y amor por Jesús y su Buena Noticia, lo que nosotros mismos somos y tenemos.
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link=''] CONTEXTO CELEBRATIVO[/icon]
Y no dejemos de gozarnos con todo lo que Jesús hace hoy por hacerse sentir como nuestro compañero de camino. Nos da un Iglesia que en sus pastores nos están mostrando permanentemente, con sus gestos y palabras, el rostro amoroso de Dios, en la persona del misericordioso Jesús. Nos da una familia en la que todos tenemos algo que aportarnos. Celebremos con alegría las recomendaciones que nos vienen de los mayores de la familia y los sueños que nacen en las generaciones nuevas. No desatendamos tantas buenas iniciativas que nacen en las mentes locas de los jóvenes que nos invitan a cambiar muchos de nuestros estilos de vida para ser más impactantes en el mundo de hoy.
Celebremos con alegría la presencia de todos esos hermanos y hermanas que se cruzan en nuestros caminos, en las gradas de las entradas de nuestros templos y capillas para demandarnos un poco de pan, un poco de cariño. Ellos y ellas nos están recordando permanente y a veces hasta desagradablemente la presencia de Jesús. Sus rostros son los rostros del Crucificado que lo sigue en sus penurias físicas, económicas, morales o espirituales.
Vivamos intensamente este momento de la Eucaristía, acción de gracias por excelencia, en el que se nos explican, muchas veces con palabras acertadas, las Santas Escrituras. En las que se nos reparte amorosamente el Pan que nos da la vida, que nos mantiene la esperanza y que nos permite no desfallecer en el camino de la vida. Que podamos reconocer a Jesús cada vez que partamos el Pan, en el altar, en las calles de nuestras ciudades y poblados, en las mesas de nuestros hogares. Que con Jesús se disipen nuestros miedos, nuestras desilusiones, nuestros desencantos. Y que podamos celebrar con ilusión y buen ánimo la certeza de que está vivo y camina también hoy con nosotros.
[icon class='fa fa-play' link=''] Recomendaciones prácticas[/icon]
- Se podría hacer en cartelera, trazar un camino visible a todos los fieles, y colocar al fondo un trozo de pan, y una hornilla con un pescado sobre ella.
- Se podría hacer el rito de bendición y aspersión del agua, que ocuparía el lugar del acto penitencial al comienzo de la Misa, subrayando el aspecto bautismal celebrado en la Vigilia Pascual.
- Podría seguirse el Prefacio de Pascua I y la Plegaria Eucarística III. O la Plegaria Eucarística para Diversas Circunstancias III: «Jesús, camino hacia el Padre», p. 524 del Misal, por recordarnos que el Señor, «como hizo en otro tiempo con sus discípulos, nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan».
- Recordar que esta semana:
- Mañana lunes 1° de mayo, es la memoria de san José, obrero, fiesta nacional del día del trabajo. Conviene darle sentido cristiano a este día y no solo de reivindicaciones laborales.
- El miércoles 3, es en Colombia la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
- El jueves 4, es en Colombia la fiesta de los santos Felipe y Santiago, apóstoles.
- El próximo domingo, 7 de mayo, es el día del Buen Pastor, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones Sacerdotales y la Jornada Mundial de la Infancia Misionera.
“El divorcio exprés”: una píldora que no sana
Lun 2 Dic 2024
Una sociedad que odia a los niños
Jue 28 Nov 2024
Vie 11 Mayo 2018
Pidamos sabiduría y que Dios nos revele a Jesús en nuestras vidas
El gran aporte que le ofrece la Iglesia al mundo entero, a las naciones y a la humanidad es darle a conocer a Jesús; que no se trata de una doctrina, una filosofía o un dogma, es entrar en contacto con una persona, con la persona de Jesús y tener una relación de mistad con Él. El texto nos dice que para ello es necesario pedir el don de la sabiduría y pedir que nos lo dé a conocer por revelación. Es Dios quien nos revela y nos da a conocer a su hijo amado. Tareas: Al celebrar este domingo la Ascención del Señor debemos preguntarnos: ¿Qué tanto conocemos al Señor Jesús? Pedir en oración que Dios nos regale el don de la sabiduría y que nos revele al Señor Jesús. No olvide ponerse en contacto con la Palabra de Dios leyendo otro evangelio.
Mié 9 Mayo 2018
Ascensión, fiesta de esperanza
Primera lectura: Hch 1,1-11 Salmo Sal 47(46),2-3.6-7.8-9 (R. Cfr. 6) Segunda lectura: Ef 1,17-23 o Ef 4,1-13 (forma larga) o Ef 4,1-7.11-13 (forma breve) Evangelio: Mc 16,15-20 Introducción La Ascensión es fiesta de esperanza y anuncio confiado de la misión de la Iglesia que debe actuar el Reino y recordar que es el Cuerpo de Cristo que, viviendo en el mundo, proclama la victoria de su Salvador. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Palabra Divina tiene hoy unos tintes especiales: narra, alaba, comunica, estimula. Nos dice qué pasó el día de la Ascensión, esto es, nos remite al momento histórico en el que Jesús asciende a la gloria, ante el estupor de sus amigos, narrado con amoroso cuidado por Lucas en los Hechos, cantado en el Salmo como jubilosa bendición al Señor de la Historia, proclamado por san Pablo en clave de esperanza para cuantos seguimos en el mundo, comprometidos a ser “cuerpo” con cabeza glorificada, comunidad que tiende hacia la gloria. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? La palabra proclamada me llama, nos llama, a reconocer el camino que nos ha de llevar a unirnos con Cristo Cabeza. Nos indica que, como cuerpo suyo, no podemos aislarnos ni alejarnos, no podemos perder la comunión con quien nos ha precedido en su camino de gloria. Esta Palabra compromete, me compromete, nos compromete, a vivir en dignidad, a mirar en Cristo glorificado no solo una meta lejana a la que llegamos tras el camino de la vida, sino el inmediato testimonio de amor y de esperanza que debe transformar nuestras acciones en ascensión de lo humano, en crecimiento de fe y de esperanza que nos hace santos y nos hace contagiar en alegría la vida de fe que va madurando, la esperanza que se concreta, la caridad que impulsa obras y acciones en clave de Reino de Dios. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? La Ascensión es una fiesta intensamente eclesial. La solemnidad nos conecta con lo glorioso, lo que da vida, con la esperanza más plena. Jesús, al ascender a la gloria, no nos deja solos al frente de una nave desvencijada, nos pone a conducir en misión y compromiso, a todos los que encuentren en el testimonio de nuestra fe una nueva y verdadera razón de vivir. Hay muchas pérdidas de esperanza entre nosotros. Vivimos en el tiempo en medio de una desesperada carrera que muchas veces no nos lleva a ninguna parte, que no nos da un sentido para la vida, que nos aparta de todos y nos encierra en el oscuro espacio del individualismo. Jesús hoy nos hace cuerpo, su cuerpo, porque desde la Ascensión de Jesús, nosotros somos sus manos que acogen y abrazan, su palabra que anuncia, sus ojos que penetran con la mirada de la fe los oscuros recintos de la soledad y de la amargura. Nosotros somos ahora los pies de Jesús que caminan hacia el que nos necesita, somos sus oídos que escuchan clamores de justicia y de esperanza, somos sus labios que ahora proclaman a todos la vitalidad de la fe que entra en el corazón de todos para hacernos mensajeros de paz, de reencuentro, de reconciliación. Estas tareas urgentes son la misión de la Iglesia hoy, que, sin dejar de mirar a su referente absoluto, se siente servidora de la esperanza, portadora auténtica de la verdad que nos hace hermanos y no simplemente cifras, de la alegría que nos hace fraternidad gozosa que se sobrepone a las angustias de la vida fortaleciéndose con la gracia del Espíritu cuya novena estamos realizando. La Ascensión dinamiza el pequeño grupo de los discípulos de Jesús, pues los concentra en oración y los unifica en la esperanza. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Siendo la Ascensión la cima del ministerio de Jesús, no significa su conclusión sino la experiencia de comunicar a los discípulos la tarea de la misión. La Ascensión es la misión propiamente dicha. Jesús envía a sus seguidores y les promete que su acción en el mundo se verá enfrentada a no pocas dificultades, pero también se verá enriquecida con exquisitas gracias y dones que la harán fecunda y gozosa. Nuestra experiencia de Discípulos parte de un encuentro con Jesús vivo y gozoso. Aquel día en el que el Señor deja a sus discípulos con la responsabilidad de extender el anuncio a todos los pueblos, los impulsa para que, sin temor, se acerquen a la comunidad que los aguarda y a los pueblos que los esperan, llevando la propia convicción del amor de Dios, contando, como lo dice de modo admirable la introducción a la Primera Carta de San Juan, todo lo “que hemos visto, oído, palpado del Verbo” (Cfrr. I Juan 1, 1ss). Para mí, para nosotros, no es posible iniciar una experiencia de misión sin una previa experiencia profunda de Dios, del amor entregado, de la palabra viva, de la alegría que sólo Jesús puede comunicar. Un discípulo-misionero lee la Ascensión como un punto de partida en el que se inicia un largo camino previamente preparado en la formación y en la contemplación de aquello que se ha de proclamar. Aquí interviene de modo especial el testimonio de quienes antes y siempre han sido fieles a Jesús, por lo que encuentra sentido pleno y sabor especial la memoria de María, Reina de los Apóstoles, en su servicio de formadora y animadora de la comunidad con el testimonio de su fidelidad.
Vie 4 Mayo 2018
Dios actúa con amor y sin distinciones
Dios no hace distinciones de personas, para Él el bautismo, la presencia del Espíritu Santo y la respuesta con amor como iguales. Sin embargo, en la vida nos encontramos con personas que rechazan a otros por su color de piel, raza, fe,cuestiones políticas o incluso por el país de procedencia. Hoy en estos días vivimos la migración de personas de un lugar a otro y a veces sentimos un cierto repudio contra ellos que nos quita la paz y la tranquilidad. Este es el tiempo de creerle al Señor Jesús y actuar como Dios actúa y sin distinciones. Tareas: - Empeñémonos para erradicar del corazón la discriminación sobre los otros y acogerlos como hermanos. - Si en la casa o en el lugar de trabajo hay una persona de otro país brindémosle un momento de amistad y fraternidad para que se sienta bien acogido e integrado en la fe construyendo una nueva mirada desde la fe y desde Dios. </p>
Jue 3 Mayo 2018
La única realidad para nuestra vida es el amor
Con la alegría que caracteriza este tiempo pascual, entremos en la celebración de la Eucaristía, donde se nos entregará la fuerza del amor que viene de Jesucristo muerto y resucitado, para que, llenos de Él, podamos ir a anunciar a los hermanos que el amor está vivo. Primera lectura: Hch 10,25-26.34-35.44-48 Salmo Sal 98(97),1.2-3ab.3cd-4 (R. Cfr. 2b) Segunda lectura: 1Jn 4,7-10 Evangelio: Jn 15,9-17 Introducción Las lecturas en la liturgia de hoy nos conducen a comprender que la única realidad necesaria para nuestra vida es el Amor. Este amor es el Ágape, es decir, el amor de donación y no puede venir de nosotros mismos, sólo puede venir de Dios y se concretiza en el amor a los hermanos. Quien ama así, es porque ha nacido de Dios. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Amar es algo propio de los hijos de Dios, puesto que es lo propio de Dios: “El Amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Dios es Amor. Este Amor se nos ha manifestado, Dios no lo ha dejado escondido, nos lo ha entregado porque nos ama. La pregunta necesaria emerge: ¿Cómo se ha manifestado este amor? ¿Cómo nos lo ha entregado? Y la misma escritura da la respuesta: “En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él”. ¿En qué consiste este amor? La palabra nos descubre la realidad de este amor, su esencialidad, su naturaleza: “En esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación para el perdón de nuestros pecados”. Aquí se nos descubre algo mucho más grande: Su amor ha sido para el perdón de nuestros pecados” y Jesús, el Hijo, se ha vuelto “víctima de expiación”. Es precisamente lo que hemos celebrado en la Semana Santa: La pasión, muerte y resurrección de Jesús. La noche de la vigilia pascual hemos cantado con inmenso gozo: ¡Aleluya, ha resucitado! Y hemos renovado nuestras promesas bautismales. Es maravilloso lo que ha sucedido en nuestro bautismo: “Por el inmenso amor que el Padre nos tiene, nos ha hecho partícipes de la muerte de su Hijo, para que, muriendo en Él, nuestra muerte fuera vencida y pudiéramos alcanzar la plenitud del amor, es decir la máxima felicidad”. Y porque el salario del pecado es la muerte, el Padre ha realizado su plan de Salvación, es decir, ha planeado cómo liberarnos del poder de la muerte. Nosotros estamos muertos cuando no podemos amar; esto es el pecado: “la imposibilidad de amar”. El pecado produce una muerte ontológica en nuestro ser y nos incapacita para amar. En el Evangelio de hoy se nos anuncia: “Como el Padre me amó, yo también os he amado, permaneced en mi amor”; porque “Este es mi nuevo mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo los he amado”. La expresión: “como yo”, ya nos hace mirar la Cruz. Jesucristo nos ha amado hasta dar toda su vida por ti y por mí, derramando su sangre en la cruz, de esta manera, hemos sido llamados a amar así, hasta el dolor, hasta morir por el otro. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El viernes santo se nos ha expuesto la cruz para adorarla: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo” y nosotros dimos una respuesta: “Venid adoremos”. La hemos adorado como el nuevo árbol que nos da la vida. Porque en un árbol ha subido la serpiente (Cfr. Gen 3) para engañar al hombre y a la mujer y nos ha convencido de que Dios no nos ama. De ahí que la soberbia del ser humano se ha levantado contra Dios y le ha dicho “No” a su plan de amor. El árbol que Dios prohibió comer so pena de muerte, ahora aparece: “Apetitoso a la vista, bueno para comer y excelente para ganar sabiduría” (Gen 3,6). Entonces la paz del jardín se ha perdido y ante la presencia de Dios ha entrado el miedo. El libro de la Sabiduría en 2, 23 y 24, nos ha dicho: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo y la experimentan sus secuaces”. Dios ha preparado el momento culminante para vencer esta muerte, es decir, la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la envidia y la pereza. Pecados capitales que conducen a otros y destruyen la vida del ser humano. Le hacen infeliz. Por ellos se destruyen los hogares, consecuencia de la infidelidad; por el apego al dinero se descuida la vida de la familia y el trabajo se convierte en ídolo; el amor expresado en la sexualidad viene herido por la pornografía, por los abusos, por el aborto y crece un culto desmedido al cuerpo. En la realidad social es preocupante la violencia intrafamiliar, el abandono de los niños, la cultura del descarte, que nos ha denunciado fuertemente el Papa Francisco, los odios y rencores, resentimientos y venganzas; discriminación racial y muchos hombres y mujeres marginados a las periferias existenciales. Todo esto es signo de muerte, consecuencia del pecado que aísla, que separa, que desconoce el rostro del otro, lo ignora y lo mata. Pero la solución está ya dada: Jesucristo ha vencido esta muerte muriendo en la cruz, en el nuevo árbol de la victoria, de la salvación. En la Cruz Jesús nos ha gritado: ¡Dios sí te ama! La Cruz es el sendero angosto, la puerta estrecha por la que se entra en la vida eterna. Jesús es nuestra Pascua, el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz. Quien llega a conocerlo y a tenerlo, encuentra el tesoro del Reino, la perla preciosa. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Jesús nos ha mostrado cómo los hijos de la luz, los cristianos, los creyentes, por su victoria sobre la muerte, son capaces de amar donde el mundo no ama. Porque el amor de Dios es amor al enemigo, es decir, al que destruye, al que desinstala, al que incomoda. Enemigo es el esposo cuando grita a su esposa; es el hijo que no escucha; la hija que desobedece; el jefe que señala y condena; la mamá que regaña, el papá que llega borracho a casa, el hijo drogadicto. Para amar ahí, es necesario tener a Jesucristo. Por Él podemos amar al otro, porque Él ha destruido, por su muerte y resurrección, el muro que nos separaba: el odio. Sólo por Él podemos bajarnos de nuestra soberbia y mirar el rostro de quien ha caído apaleado y está herido tirado en el camino; sólo por Él, podemos entrar en el perdón y expresar la misericordia; colocar la otra mejilla, bendecir al que me injuria, orar por quien me persigue. El Señor nos pide: “Permanezcan en mi amor”. El mandamiento del amor no puede venir sino de lo alto, no de nuestras propias fuerzas: es Don. Es regalo que viene de la Pascua. Dios es amor. Dios nos ha amado de primero. Amémonos los unos a los otros. Que el mundo, al vernos vivir pueda exclamar: “Miren cómo se aman”. El mandamiento del amor fraterno había sido expresado en forma negativa. “Quien no ama, peca y el pecador no puede conocer a Dios. Ahora el mandamiento viene afirmado en forma positiva: “El amor es necesario porque Dios es amor, porque el amor viene de Dios”. El amor que el ser humano tiene por Dios es siempre una respuesta. El amor de Dios ha sido demostrado en los hechos, históricamente, por Dios en Cristo para la salvación del hombre. Es un amor electivo y creador, considerado no sólo por las perfecciones en sí mismas de Dios, sino por su intervención en la historia. Así en el Nuevo Testamento el amor de Dios ha sido demostrado por el “acontecimiento Jesús”. El amor del hombre por Dios, es siempre una respuesta y una consecuencia del amor de Dios por el hombre. Es el amor de Dios el motivo determinante para nuestras relaciones con los hermanos. El amor, Ágape, de donación, crece y madura en comunidad. Es por esto por lo que conviene formar pequeñas comunidades donde, a la luz de la palabra y bajo el ejercicio permanente de entrar en contacto con ella, mediante una iniciación cristiana, nuestros corazones vayan adquiriendo la forma cristiana-creyente. Nuestras parroquias podrán ser “comunidad de comunidades” donde los que no crean todavía puedan ver el amor en el morir por el otro y en el amar donde nadie desea amar. Finalmente, esta misteriosa y maravillosa realidad cristiana no puede ser justificada sólo con el amor fraterno que, en últimas, puede llegar a caer en el subjetivismo. Es necesario darle un fundamento objetivo, un fundamento fuera de nosotros, o que viene a nosotros desde fuera de nosotros. Esta realidad objetiva es el Espíritu Santo. Dios nos ha hecho don de su Santo Espíritu. El bautizado creyente es consciente de una vida nueva en su interior, una vida que le ha sido donada por Dios: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5); aquí radica la grandeza y la importancia de nuestro bautismo. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? La Eucaristía es la concreción de este amor ágape. En ella, todos los hermanos, al participar de la muerte y la resurrección de Cristo, se transforman en un solo cuerpo bajo un mismo Espíritu, llegando a ser idóneos para celebrarla (ChfL 26). Es el máximo grado de la fraternidad expresado en la paz que viene compartida; es el manantial de la misión que viene encomendada: “Vayan y muestren con su vida lo que aquí han visto y oído”: Ite misa est.