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arzobispo de medellín

Vie 22 Oct 2021

La “Buena noticia” del matrimonio

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Cuando unos fariseos, confundidos por normas e interpretaciones de su tiempo, se acercaron a Jesús para preguntarle acerca de la licitud del divorcio, él simplemente los envía al “principio”, es decir, al acto creador de Dios. Les muestra la persona humana y el matrimonio como han salido de las manos de Dios. Al “principio”, Dios considera que el varón no debe estar solo y crea la mujer tan íntimamente vinculada a él, que cuando Adán la ve se llena de admiración y de alegría, porque ha encontrado su misma “carne”. Nuestra época necesita escuchar estos textos sagrados y reencontrar la profunda revelación que entrañan de la naturaleza del ser humano, de la vida conyugal y de su unidad indisoluble. Hoy, cuando se habla tanto de fracasos matrimoniales, cuando abundan las separaciones y divorcios, cuando se denomina matrimonio cualquier tipo de relación, cuando se ponderan las dificultades y no se quieren asumir las condiciones de la vida familiar, es necesario volver, como pide Jesús, a lo que Dios hizo al principio. Urge hablar más de la belleza de la unión fiel de los esposos; de la alegría de una familia estable; del proyecto divino sobre el amor, que trasciende los instintos y las pasiones. La indisolubilidad matrimonial no es una ley opresora de la que nos debemos deshacer o una obligación que viene de afuera a limitar la libertad, sino una realidad interior y bienhechora del amor, que traza el camino de la felicidad humana y revela que la relación conyugal y familiar es fuente de creación y de gozo. La indisolubilidad matrimonial expresa el anhelo profundo del amor, ya que todo amor verdadero exige compromiso, aspira a realizarse en la unidad, sabe que siempre puede resucitar, quiere ser eterno. El amor, como viene desde su origen, consiste en la posibilidad que tiene la persona de desarrollarse y renovarse indefinidamente. El cambio de cónyuge, por lo general, no es renovación, sino repetición. Es volverse a encontrar con el egoísmo, la superficialidad y la infidelidad, que lleva dentro el que no tiene madurez humana. El amor es la creación permanente de una persona, de una pareja, de una familia; por eso, la alegría inunda una persona cuando está enamorada. Es preciso conocer el movimiento del amor, que se vale de situaciones de prueba para llevar a las personas cada vez más lejos. De hecho, cuando una persona comienza a ser amada se descubre, se transforma, florece. Una separación a la ligera es arruinar el proceso que lleva a casarse, es decir, a inventarse cada día; una persona es inagotable, siempre tiene más futuro que pasado. El gran error es buscar afuera lo que se debe construir adentro. Cuando dos se aman y aprenden cada día el amor, se van creando, se van llamando permanentemente a la vida. Hay que evitar que los condicionamientos sociales y jurídicos hagan ver el matrimonio como algo estático e inamovible; en realidad, cuando hay auténtico amor, el matrimonio cada día es nuevo. Al amor no lo matan las dificultades sino la rutina, el egoísmo y la inmadurez. La indisolubilidad no es una ley, sino un programa de vida y realización. La prueba de ello está en que uno de los dolores más grandes de una persona es verse traicionada, cuando la infidelidad rompe la indisolubilidad que pide todo verdadero amor, cuando no se da más el movimiento de creación en el que cada uno transforma al otro, llama al otro a vivir. Es necesario que entendamos que lo que Dios ha hecho es bueno y no podemos dejar que lo perviertan el egoísmo, la lujuria y la soberbia. El plan de Dios es mejor que el proyecto hedonista y vacío del mundo. En este mes misionero, cuando nos proponemos hacer un particular énfasis en la pastoral familiar, trabajemos más por tener matrimonios felices y familias unidas; aprovechemos todos los medios para animar a los esposos que llevan años caminando fielmente en el amor; acompañemos a las parejas que tienen dificultades para que se renueven desde adentro con nuevas metas; mostremos a los novios que el matrimonio no es una veleidad de un día, sino una vocación que nos trasciende porque viene desde Dios. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 17 Ago 2021

La Buena Noticia de la familia

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La familia es una realidad que, de una forma u otra, está siempre viva en toda persona humana. Como toda institución, pasa en algunos momentos por situaciones de crisis que le ofrecen la ocasión de redefinirse armoniosamente en el concierto social. La Iglesia ha recibido una “buena noticia” acerca de la identidad, la configuración y la misión de la familia y es, para ella, un deber y una alegría anunciarla. Tengamos presentes, por tanto, algunos aspectos que debemos trabajar, especialmente este año, en la catequesis y en el acompañamiento pastoral de los jóvenes y de los esposos. 1. Dios es amor y la persona humana tiene la posibilidad de vivir ese amor en la familia. El Dios que Jesús nos ha revelado no es un Dios solitario, lejano, inaccesible, sino un Dios que vive en la comunión de tres personas divinas y busca una cercanía con la humanidad con el propósito de hacerla partícipes de su plenitud y de su felicidad. Todos, sea cual sea nuestra condición y nuestra situación, tenemos un lugar en el corazón de Dios. No existiríamos si él no nos hubiera creado para participar del amor eterno e infinito que él es. Esta realización de la imagen de Dios en nosotros tiene un espacio privilegiado en la vida familiar, que existe precisamente para ayudarnos a vivir nuestra dignidad y a aprender la comunión. 2. La familia se construye y se proyecta a partir de la riqueza de la persona humana a la que Dios ha creado en la doble dimensión de varón y mujer. La pareja que se ama y engendra la vida es una manifestación patente de Dios creador y salvador. Cuando cierta ideología afirma que no hay diferencia entre el varón y la mujer y que cada uno puede elegir para sí el género que quiera, está ignorando la realidad profunda de la diferencia y la reciprocidad de la dimensión masculina y femenina, que tiene arraigo biológico, psicológico e incluso religioso. Si bien ninguna persona puede ser discriminada por su condición sexual, no es posible tampoco vaciar el fundamento antropológico y social de la familia. “Lo creado nos precede y debe ser recibido como un don”. 3. La familia tiene el privilegio y el gozo de generar la vida humana. Debemos aprender a asombrarnos y a agradecer el milagro de la existencia de cada persona humana, por lo que significa en su individualidad y originalidad y por lo que implica para el camino de la humanidad. Si una sociedad no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, es una sociedad que fracasa en una tarea fundamental. El “invierno demográfico” se empieza a reconocer, en diversos ámbitos, como un verdadero cataclismo. Por tanto, urge valorar esta misión esencial de la familia y lograr que todas las fuerzas vivas apoyen a los esposos que generosamente quieren transmitir el don maravilloso de la vida y asumir la tarea inherente del acompañamiento educativo. 4. La familia es una vocación para la plena realización de la persona. El proyecto de Dios sobre el matrimonio y sobre la familia se configura esencialmente como una llamada a cooperar en su plan de salvación. Esta es la dimensión básica para comprender la vida y la misión de los esposos. La vocación al matrimonio se traduce específicamente en la atracción hacia una determinada persona, en el enamoramiento que se vive, en la decisión de compartir la vida con esa persona y de construir con ella una familia, en el propósito de de proyectar la belleza y la fecundidad de este amor en toda la sociedad. Qué importante transmitir esta convicción particularmente a los jóvenes, haciéndoles ver que en ninguno de los momentos de este proceso Dios está ausente. 5. La familia abre una perspectiva más humana a la sociedad. Una familia sólida enseña a mirar el mundo con responsabilidad y esperanza, transmite valores esenciales como la fidelidad, la sinceridad y la solidaridad, educa para practicar el respeto y la cooperación con los demás. La disminución en las relaciones personales, la pérdida de un adecuado comportamiento ético, la insensibilidad con los más débiles, el recurso permanente a la violencia, están mostrando la necesidad del aporte cultural y social que puede ofrecer, como de un modo natural, esa célula esencial que es la familia. Más aún, por la gracia del sacramento del matrimonio, la familia es para nosotros una “Iglesia doméstica” donde se transmite la vida nueva del Evangelio. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 30 Jul 2021

Izquierda y derecha

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo -En todas las épocas y lugares se ha dado la confrontación de visiones y posiciones sobre diversos aspectos de la realidad, de acuerdo con la formación, las características y las experiencias de las personas y de los grupos sociales. Con frecuencia, esa pluralidad de acercamientos para interpretar y asumir la educación, la economía, la cultura y, sobre todo, la política, se ha canalizado en dos actitudes, generalmente antagónicas, que llevan incluso a profundos grados de polarización. Dichas posiciones contrapuestas, que se han denominando “izquierda” y “derecha”, se orientan, en general, la primera al cambio y la segunda a la conservación de ideas, costumbres e instituciones. En Colombia, dentro de nuestro proceso histórico y social, hemos vivido siempre este juego de fuerzas, que, en este momento, aparece más radical. Analizando esta situación, se me han ocurrido algunas reflexiones que podrían servir para ubicarnos y actuar acertadamente; las sugiero a partir de los siguientes elementos. En el ser humano, a nivel personal y colectivo, existe una doble tendencia; de una parte, a avanzar, innovar, cambiar, impulsar y, de otra, a mantener lo que se ha logrado, a conservar lo que se ha adquirido, a proteger el patrimonio. Ambas actitudes son necesarias para el cabal desarrollo de la persona y de la sociedad; es tan importante cuidar lo que se tiene, como avanzar hacia algo mejor. Para hacer un buen viaje, se necesita usar el freno y el acelerador del vehículo. Estas tendencias, si no se las conduce adecuadamente, quedan a merced de las pasiones o pulsiones de la estructura personal o de una manipulación foránea y pueden dar lugar a fanatismos intelectuales, sociales, políticos o religiosos. En sí mismas, estas tendencias no son buenas ni malas. Éticamente dependen de la sabiduría y la rectitud moral con las que las administremos en orden a proteger y dinamizar la vida social y la evolución de la humanidad. Se puede decir que toda persona actúa desde la derecha y desde la izquierda, según sus posiciones y necesidades. Puede darse, incluso, que algunos muy progresistas en unos campos, en otros sean excesivamente conservadores. No es difícil percibir, cuando se dan posiciones ciegas y radicalizadas, que, en general, en la derecha se refugian las personas inseguras y en la izquierda militan sobre todo personas resentidas. El centro, en el sentido estricto de encontrar un término medio en las posiciones enfrentadas, generalmente no existe. Las mejores decisiones llegan de la opción por mantener o por cambiar, según lo impongan la sabiduría y la fraternidad. La polarización se da cuando la formación personal o la cultura ciudadana de una sociedad no logran ver, integrar y aceptar sabiamente los principios y valores fundantes de una adecuada convivencia y de un desarrollo integral y para todos. La buena administración de esta doble e importante dinámica del ser humano exige buen criterio, recta intención, compromiso social y verdadera disposición al diálogo. Es decir, descubrir juntos cuándo se usa el “freno” y cuándo el “acelerador”. Para los cristianos se trata de discernir el proyecto de Dios sobre nosotros. Una persona sabia y recta, en el fondo, no es de izquierda ni de derecha. No se deja llevar por las pasiones sino que, según la enseñanza del Evangelio, conociendo los secretos del Reino de Dios, sabe sacar de su tesoro lo nuevo y lo viejo (Mt 13,52). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 6 Jul 2021

“Es necesario superar las visiones individuales y avanzar todos con el proyecto de Dios”

Insistió monseñor Ricardo Antonio Tobón, arzobispo de Medellín, durante la santa Misa con la que inició el segundo día de Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano, desarrollada en Bogotá. Retomando las lecturas del día, el prelado exhortó a los obispos del país a “liberar y purificar el corazón para que no estemos pegados a nuestra visión, a nuestros propósitos a nuestro modo de actuar, sino que tengamos la capacidad de hacer solo y todo lo que Dios quiere”. “Este fue el secreto de la libertad de Jesús”, señaló, precisando que también es “el secreto para nuestra comunión, para nuestra fraternidad. ¡No cada uno, sino todos con el proyecto de Dios!”. Refiriéndose a la primera jornada de trabajo en la Conferencia Episcopal de Colombia, en la que reflexionaron sobre la realidad del país, su complejidad social, cultural, política y económica, monseñor Tobón afirmó que “es preciso, en primer lugar, acrecentar nuestra realidad con Cristo, en palabras de san Pedro, tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús; entonces, vamos a sentir dolor por todos los que están abatidos, especialmente por los más pobres y desamparados; vamos a sufrir por que la mies se pierde; vamos a tener ilusión y fuerza; vamos a tener viento y fuego, para continuar la misión”. Finalmente, pidió la asistencia el Espíritu Santo, “que nos haga capaces de aportar lo que nos corresponde en este mundo (…) Teniendo presente que no tenemos una misión individual, sino que somos el cuerpo del Señor; somos una comunidad apostólica, donde la misión del uno se complementa con la del otro, donde la misión que uno comienza el otro la continua”.

Jue 17 Jun 2021

Vivamos una nueva oportunidad

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Atravesamos, a primera vista, un momento confuso y difícil. Vivimos situaciones que cada día nos alejan de lo que teníamos y hacíamos antes. Sin entrar en un análisis de fondo, podemos sintetizar en hechos concretos la realidad que nos preocupa: el aumento de los enfermos por Covid-19 hasta una ocupación total de los hospitales, la ausencia y aumento de los que mueren cada día, la situación de desempleo y pobreza que pasan muchas familias, el clima de angustia y de agresividad que se vive en algunos hogares. También vemos que la vida social está turbada por la acción de grupos al margen de la ley, la fragilidad de la institucionalidad, la polarización política, el descontento con algunos gobernantes y servicios, la mentira y el engaño con informaciones falsas, el incremento del consumo de drogas, la proliferación de robos y acciones abusivas contra la población. A esto habría que añadir la indisciplina social para afrontar esta pandemia y la incertidumbre frente al presente y el futuro. Sin embargo, no podemos despistarnos frente a nuestro tiempo, el que hemos configurado y el que Dios ha permitido. Esta es nuestra hora y ésta es la página de la historia en las que debemos hacer presente el proyecto de salvación que anuncia el Evangelio. No debemos caer en el pesimismo de que no podemos hacer nada o en la inactividad esperando que vengan nuevas posibilidades. Nada está perdido. Estamos en un tiempo de creación y, aunque con un parto doloroso, un nuevo mundo se puede abrir ante nuestros ojos. Esta es una ocasión para purificarnos de tanto egoísmo, para ir a lo esencial, para integrarnos a partir de metas verdaderas, para asumir el cambio profundo que necesita nuestra inequitativa y superficial sociedad. Hemos estado muy dispersos y enceguecidos por cosas inútiles y a veces verdaderamente perversas. Este puede ser un momento decisivo en el que, los que no entendamos o asumamos en serio este llamamiento a construir una nueva humanidad, podemos fracasar; me refiero a personas e instituciones. A nivel de nuestra Iglesia arquidiocesana y de la misión pastoral que nos incumbe, que también están seriamente afectadas por esta situación, tenemos muchas tareas concretas para realizar y que, a la vez, son un gran aporte al bienestar de toda la sociedad. Lo primero es crecer en una profunda espiritualidad que nos una verdaderamente a Dios y nos haga más fuertes y disponibles para el servicio. Luego, mantener, perfeccionar e incrementar los programas pastorales, que con esfuerzo hemos venido desarrollando. Esta es la mejor forma de acompañar y de ofrecer vida a nuestra comunidad. Y esto lo podemos desplegar en muchas acciones precisas, necesarias y de gran eficacia: los templos abiertos con una liturgia viva y espacios de oración, la atención a los niños y a los jóvenes, las zonas de escucha y de celebración de la Confesión, las homilías que den sentido y fortaleza para vivir este momento, los programas de ayuda a familias y personas necesitadas, la animación de grupos y pequeñas comunidades, el trabajo apostólico con los enfermos y con sus cuidadores, la acogida de las exequias como un momento de consolación y de esperanza. Si estamos asentados en la roca fuerte de la fe, seremos capaces de aligerar el equipaje, lograremos enfrentar el sufrimiento y las carencias con espíritu de pobres, sabremos dar respuesta a lo que venga aunque no sepamos todavía qué es lo que viene. En cambio, fracasaremos si nos mueven pasiones pasajeras: el afán de dinero, la indiferencia y la desidia, la soberbia y el aislamiento, la murmuración y el miedo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Sáb 20 Feb 2021

Mons. Tobón: "Cada tentación es una oportunidad para escoger de nuevo a Dios"

En este primer domingo de Cuaresma, tomando el texto del evangelio de san Marcos que nos presenta a Jesús en el desierto tentado por el demonio, el arzobispo de Medellín y vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, dijo que así mismo nosotros podemos tener estas tentaciones, las cuales deben ser asumidas como oportunidades para volver a Dios, mejorar como personas y vivir la conversión. “Tenemos que ver que las tentaciones son también una oportunidad para repensar nuestra vida, para mirar lo que somos y lo que tenemos que hacer. Cada tentación es una oportunidad para escoger de nuevo a Dios”. Monseñor Tobón Restrepo exhortó para que, a ejemplo de Jesús, quien después de ser tentado salió a predicar la Buena Nueva, consideremos que “es necesario que nosotros nos convirtamos, es preciso creer, que hay que abrirnos al amor de Dios”. El prelado resaltó la importancia que han tenido los "cuarenta días" en la vida de muchos personajes bíblicos, incluyendo a Jesús estando presente entre la humanidad. “Con cuarenta días del diluvio Dios purificó a la humanidad; con cuarenta días en la montaña, Dios le reveló su plan a Moisés; a Elías que estuvo en el monte Horeb 40 días orando, Dios se le mostró de un modo fascinante, y el mismo Jesús estuvo 40 días en el desierto afirmándose en su decisión de servir solo a Dios y de entregar la vida por todos nosotros”. Señaló que en la vida de todo católico estos 40 días de la Cuaresma ha de ser un tiempo importante para agradecer a Dios, un momento que no se debe desperdiciar, antes bien, debe ser aprovechado para ayudar a aquellos que más lo necesitan. “Tenemos que agradecer a Dios, hemos recibido muchas gracias de Él, por tanto tenemos que vivir, amar y responder”.

Mar 22 Sep 2020

Iglesia en Antioquia saluda a profesionales de la salud y agradece su entrega

En el marco celebrativo de la Semana Pastoral de la Salud que vivió del 14 al 19 de septiembre la arquidiócesis de Medellín, el arzobispo de esta ciudad, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, dijo que en este tiempo de pandemia se ha hecho más sensible en las personas vivir momentos de enfermedad y muerte. “Por eso tenemos que acudir a Dios, el único que puede darnos una palabra que ilumine este misterio de nuestra caducidad y que nos dé fortaleza y esperanza en los momentos de prueba”. Recordó como la persona de Jesús dedicó su ministerio para atender a los enfermos, dándoles consuelo y regalándoles la salud física y espiritual. “Es un momento para encontrarnos con nuestra condición humana, todos somos hijos de Dios con una dignidad incomparable, pero también somos frágiles”. En este contexto, resaltó la labor y el carisma que Dios les dio a tantos profesionales de la salud y les expresó su saludo de gratitud por el servicio prestado en favor de los enfermos. “Pienso en los médicos, enfermeros, enfermeras, en todo el personal de las clínicas y hospitales, pienso en los curadores de los enfermos, que trabajo tan necesario y a la vez exigente, que trabajo tan hermoso y tan abnegado (...) En nombre de la Iglesia saludo, felicito y agradezco a todos los que sirven a los enfermos, y les digo que se sientan felices de haber recibido este don y la posibilidad de cumplir este servicio a Cristo que padece en cada uno de los que están enfermos”, aseveró.

Lun 22 Jul 2019

Economía y dignidad humana

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Uno de los temas de reflexión, en la pasada Asamblea de la Conferencia Episcopal de Colombia, fue: “La economía al servicio de la dignidad humana y del bien común”. Así se asumía la tarea que la Iglesia tiene de analizar realidades como el trabajo, la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios; todas ellas en relación con el sentido de la existencia del ser humano, la calidad de vida particularmente de los más pobres y el proyecto presente y futuro de la sociedad. El discernimiento en esta materia reviste importancia y actualidad también porque hoy, en tantos casos, todo se mira y se aprecia sólo desde la perspectiva económica. A la vez, es en este campo donde aparecen situaciones profundamente preocupantes como la pobreza, el desempleo, la desigual distribución de los bienes, la carencia de servicios indispensables, que afectan a grandes sectores de la población. Es una situación inadmisible que más de mil millones de seres humanos vivan en la miseria. A la base de todo esto está el egoísmo que no sólo olvida, sino que excluye a los demás, una concepción equivocada de la vida centrada en el dinero, la ignorancia acerca del destino universal de los bienes y de la propiedad, el manejo irresponsable y deshonesto de los recursos, el aprovechamiento utilitarista de los valores económicos por parte de los países más fuertes. En nuestro país, en buena parte, la economía ha estado marcada por el narcotráfico y utilizada para la violencia. Por eso, el Papa Francisco ha dicho, en varias ocasiones, que la crisis económica es una crisis ética y antropológica. En relación con este tema de la economía, constatamos en nuestra sociedad, con gran preocupación, especialmente tres grandes males: la inequidad, la corrupción y la insensibilidad social. La desigualdad económica es una bomba de tiempo; el Santo Padre señala que la inequidad es la raíz de todos los desastres sociales. La corrupción es el cáncer de la economía, expropia el bien común, destruye la esperanza frente a proyectos futuros. La insensibilidad social es una calamidad muy grave, porque vacía nuestra vida de sentido. Esta realidad prueba que es necesario volver al Evangelio. Jesús nos dejó unos criterios esenciales e insuperables de comportamiento: la confianza en la providencia de Dios, que siempre nos cuida (Mt 6,25-32); la libertad frente a los bienes materiales, que no son más que la vida (Lc 12,13-21); la generosidad para poner lo que somos y tenemos al servicio de los demás (Lc 10,25-37); la responsabilidad en la administración de lo que se nos ha confiado (Mt 25,14-30); el compromiso en favor de los pobres y necesitados (Mt 25,35-45). Dentro de la evangelización de lo social, debemos comenzar los cristianos por formarnos nosotros mismos de acuerdo con la enseñanza de Jesús desarrollada ampliamente por la doctrina de la Iglesia, a fin de dar un testimonio nítido de libertad, honestidad, justicia y generosidad en el uso de todos los dones recibidos. Sólo el amor nos permitirá ser una comunidad signo de la interdependencia de la humanidad en términos de relación fraterna, de comunión de bienes y servicios y de participación responsable en la administración del mundo. Luego, nuestra misión es colocar en el centro de la economía la dignidad de la persona humana y el bien común. En nuestras catequesis, en los diálogos personales y en las demás ocasiones que tengamos, sacerdotes y laicos, con sentido profético, debemos anunciar valores esenciales como la honestidad, la responsabilidad, la justicia y la solidaridad. Debemos inspirar una economía con ética que garantice la vida humana, la protección de la familia, la igualdad social, la dignidad de los trabajadores, la ayuda a los más vulnerables, los derechos de las generaciones futuras y el cuidado del medio ambiente. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín