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Dios

Mié 25 Ene 2017

Y el tiempo no se detiene…

Por: Mons. Jaime Uriel Sanabria Arias - Como todos los años, para comenzar se hacen muchas promesas, que generalmente se quedan en eso, porque están movidas por la emoción del momento, y en un contexto que normalmente e stá fuera de lo cotidiano. Por eso, ahora que estamos más tranquilos los invito a pensar más en serio el año que hemos comenzado. Hay dos maneras de enfocar la vida: como derecho, algo que se nos debe; o como un don, un regalo que hemos recibido. ¿Qué sucede cuando pensamos que la vida es un derecho, algo que se nos debe? Cuando creemos que la vida es algo que se nos debe, entonces nos sentimos propietarios de nosotros mismos. Pensamos que la manera más acertada de vivir es organizarlo todo en función de nosotros mismos. Yo soy lo único importante. ¿Qué importan los demás? Algunos no saben vivir sino exigiendo. Exigen y exigen siempre más. Tienen la impresión de no recibir nunca lo que se les debe. Son como niños insaciables, que nunca están contentos con lo que tienen. No hacen más sino pedir, reivindicar, lamentarse. Sin apenas darse cuenta, se convierten poco a poco en el centro de todo. Ellos son la fuente y la norma. Todo lo han de subordinar a su ego. Todo ha de quedar instrumentalizado para su provecho. La vida de la persona se cierra entonces sobre sí misma. Ya no se acoge el regalo de cada día. Desaparece el reconocimiento y la gratitud. No es posible vivir con el corazón dilatado, sino con el corazón endurecido. Se sigue hablando de amor, pero “amar” significa ahora poseer, desear al otro, ponerlo a mi servicio. Esta manera de enfocar la vida conduce a vivir cerrados a Dios. La persona se incapacita para acoger. No cree en la gracia, no se abre a nada nuevo, no escucha ninguna voz, no sospecha en su vida presencia alguna. Es el individuo quien lo llena todo. Por eso es tan grave la advertencia del evangelio de San Juan: “La Palabra era la luz verdadera que alumbra todo hombre. Vino al mundo… y en el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Nuestro gran pecado es vivir sin acoger la luz. ¿Qué sucede cuando entendemos la vida común don, un regalo que hemos recibido? Vivimos eternamente agradecidos porque reconocemos que no somos nosotros quienes hemos decidido nacer. No nos escogimos a nosotros mismos; no elegimos a nuestros padres ni nuestro pueblo. Todo nos ha sido dado por Dios, y con la intervención de nuestros padres. Vivir es ya, desde su origen, recibir para dar. La única manera acertada es también ofrecerme, donarme con todas mis capacidades y mi tiempo por el bien de los demás, vaciarme de mis riquezas para enriquecer a quienes me rodean y al mundo donde vivo. “Hay más alegría en dar que en recibir”. + Jaime Uriel Sanabria Arias Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia

Lun 28 Nov 2016

La pandemia de la corrupción

Por pbro Juan Álvaro Zapata - La paz es un sueño que ha tocado las puertas de todos los colombianos en varias oportunidades, pero por diversas razones la hemos dejado pasar de largo y no se ha podido quedar en nuestros hogares. Por décadas hemos visto cómo algunos compatriotas, por diferentes motivos, han desangrado, enfrentado y aniquilado a cientos de colombianos, sembrando el terror y la desesperanza. ¿Cuántos llantos hemos escuchado a causa de la barbarie de las armas y de los corazones sumidos en el odio y la sed del egoísmo? ¿Cuántos rostros destrozados por la pérdida de un padre, madre, hijos o amigos, han contemplado nuestros ojos a lo largo de estos años de conflicto? ¿Cuántas víctimas han dejado los conflictos violentos en Colombia? y ¿Cuánto retraso se ha gestado en Colombia a causa de la violencia sin sentido? Estas son algunas preguntas que surgen fruto de la realidad violenta que ha vivido nuestro país. Pero no solamente la violencia armada ha sido la causa de tanto dolor y sufrimiento en Colombia, existe otra pandemia todavía más fuerte que ha aniquilado, robado sueños y gestado más injusticias y violencias: la corrupción. Con dolor hay que afirmar que muchos colombianos, a lo largo de la historia de este país, y en particular en este tiempo, han sido verdaderos conquistadores de la corrupción, se han robado el capital de los colombianos, por medio de triquiñuelas y mentiras han duplicado los costos en obras nacionales, han incrementado desmesuradamente los costos de los productos, han vivido como parásitos a costas de los recursos de otros, por medio del chantaje y los cobros adelantados para hacer favores o aprobar contratos, han favorecido a sus más allegados por encima de los verdaderamente necesitados. Estos hechos parecen normales para muchos y se ha convertido en el modus vivendi de un gran grupo de la sociedad, es por eso, que el Papa Francisco dice: “la corrupción se ha vuelto natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras…es la victoria de la apariencia sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción honorable”. Por eso, aquellos que creen que siendo corruptos son más ricos, lo que consiguen es empobrecerse humanamente, arruinar a la sociedad y gestar nuevas violencias porque “la codicia es la raíz de todos los males” (1 Tm 6,10). A la hora de analizar las raíces de estos conquistadores de la corrupción, duele constatar que muchos de ellos son bautizados de familias respetables y han pasado por colegios o universidades prestigiosas. La pregunta que surge es: qué nos está fallando, dónde está el vacío en la formación o por qué el ejemplo no está dejando huella en las nuevas generaciones. Otrora se hablaba de la lealtad a la palabra, se veía cumplimiento en lo pactado, y no se percibía, como ahora, una jauría de lobos que arrasan todo lo que se les ponga por delante. Por lo tanto, si no queremos que estos hechos sigan siendo el pan diario colombiano, hemos de ser conscientes que el logro de la paz no es un globo que cae de la nada y se inserta en los seres humanos, sino que es un don y una tarea. Don porque se ha de pedir insistentemente a Dios, para que sane nuestros corazones heridos. Y tarea, porque debe ser buscada y construida en cada acción y palabra de la vida cotidiana. De la misma forma, dejemos claro que la paz no es simplemente atacada por las armas, sino también por la corrupción galopante inserta en muchas instituciones y personas. Pero también que la paz no se alcanza simplemente firmando documentos o haciendo promesas grandiosas, es necesario erradicar la sed de egoísmo manifestada en esa enfermedad de la corrupción y evitar la tentación del camino fácil y de la ley del menor esfuerzo, que por años ha venido cultivando la sociedad. Se requiere pensar en todos y no en unos solamente, dejando las hegemonías y buscando todo por la legalidad. Formar a las nuevas generaciones en conseguir el bienestar personal por el trabajo duro y honesto, procediendo con justicia, caridad y misericordia para con todos, en especial con quienes viven la limitación y la pobreza. Pero, ante todo, grabar en la mente y en el corazón las palabras de la Sagrada Escritura que nos advierte: “no torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos” (Dt 16,19). Estoy seguro que, si practicamos esto, solo así podremos decir con certeza, ¡Se acerca el fin de la guerra! Padre Juan Álvaro Zapata Torres Secretario adjunto Conferencia Episcopal de Colombia

Mié 16 Nov 2016

El arte de confesar

Por Pbro. Raúl Ortiz Toro - Una pareja de holandeses pregunta, estupefacta, a un guía en la Basílica de San Pedro: “What is this?” (¿Qué es esto?). Algunos japoneses se acercan; quieren saber de qué se trata. El grupo se encuentra delante de un invento de San Carlos Borromeo en el siglo XVI, que el guía señala con el dedo índice y acompaña el gesto con una voz un tanto sepulcral, como si se tratara de un artificio de esoterismo, diciendo: “Es un confesionario”. Los oyentes deben seguir preguntando, porque no les dice nada la descripción: ¿Para qué sirve? ¿Quién lo usa? ¿Qué importancia tiene? Desde hace ya un buen tiempo se nos viene diciendo que el sacramento de la confesión está en crisis. Algunos confesionarios en la actualidad suelen estar vacíos: en Europa por falta de penitentes y en América por falta de confesores. Hace un tiempo salió una noticia novedosa en Francia sobre un sacerdote que había revivido su parroquia con un “novedoso método”: Se sentaba a confesar. Toco el tema porque en la conclusión del Año Jubilar de la Misericordia la gente ha acudido masivamente al sacramento de la confesión pero son, en general, los que regularmente se confiesan; algunos casos excepcionales se presentan, pero el gran porcentaje de penitentes es de fieles que suelen hacerlo y, la verdad, no son muchos, comparados con la cantidad de católicos que asisten a Misa. Algún sacerdote se quejaba de que antes del Concilio Vaticano II había más confesiones que comuniones y que después del Concilio más comuniones que confesiones. ¿Es verdad? Y, si lo es, ¿Qué cambió después de 1965? Si bien es cierto que el Concilio alentó en algunos numerales a la práctica de la confesión, sin embargo, el cambio de paradigma pastoral supuso una prelación a las formas no sacramentales de la Reconciliación como, por ejemplo, el acto penitencial de la Misa que, en lengua propia, permitió una mayor conciencia de pecado pero sin la catequesis suficiente consintió pensar que era suficiente incluso para el perdón de los pecados graves; además de ello, el perdón de los pecados por la escucha de la Palabra de Dios (no en vano la oración secreta del sacerdote, después de proclamar el evangelio, es: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”) y la oración de perdón en la oración individual, influencia de corte pentecostal, con la que muchos se conforman en la comodidad y soledad de su habitación. Pero también es cierto que gran parte de la crisis de la confesión se debe a que los sacerdotes dedicamos poco tiempo a este sacramento; además, en algunos casos, la moderna terapia psicológica ha desplazado a la confesión como método de catarsis para quienes la usaban con este fin y, sobre todo, la pérdida del sentido de pecado ha ocasionado que muchos no vean útil pedir perdón. Lo que sí es cierto es que una de las maneras concretas de sentirse pastor el sacerdote es sentándose a confesar. No es fácil; se encuentran allí casos de santidad que nos cuestionan, casos de conversión que nos alientan a seguir dando una palabra de misericordia, casos de contumacia que nos mueven a la compasión y a la oración. Un buen legado de este Año Jubilar, para penitentes y sacerdotes, ha de ser cuestionarnos sobre el papel de la confesión en nuestra vida: si hemos hecho lo suficiente y si lo hemos hecho bien. Por Pbro: Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor de Popayán rotoro30@gmail.com

Vie 26 Ago 2016

La mirada de un mendigo

Por: Mons. Gonzalo Restrepo - La mirada de un mendigo es triste y melancólica. En sus ojos se descubren los sinsabores de la vida y la tragedia de sus días, aquellos a través de los cuales tiene que mendigar para subsistir. Hoy, no me he resistido y me he quedado mirando fijamente al mendigo de la esquina. Lleva varios años allí tendido en la acera y ya ni siquiera tiene que hablar. Quienes le conocemos, lo vemos, lo miramos y él nos mira, extiende su mano y alguna moneda cae en sus palmas. Pero hoy, se ha quedado mirándome; y yo también le miré. Cualquier moneda puse en sus manos y seguí mi camino, pensando y reflexionando. Yo pudiera ser ese mendigo y no lo soy. Me pudiera faltar una pierna como a él, y tengo las dos. Pudiera estar peludo, barbado, mal oliente y desgreñado, sin importarme nada, y sin embargo soy de los que la gente llama un señor, o el doctor, o el ingeniero, o el arquitecto, o el sacerdote, o cualquier otro, pero con nombre y reconocido por muchos. A este mendigo ¿quién podrá reconocerlo? Creo que muy pocas personas. Quienes pasamos junto a él, y ni siquiera sabemos su nombre. Después de haber reconocido su mirada he quedado impactado. Esa mirada me reclamaba cariño, paciencia, perdón, y sobre todo, amor y compañía. Era una mirada de dolor y de desesperanza. El piensa: Nadie me espera. A nadie le importo. No tengo más que este pedazo de acera para estar, y en las noches me resguardo en cualquier parte. Estoy solo, necesito cariño, necesito que alguien piense en mí. Era una mirada de vergüenza, de desaliento y angustia. Cada día que pasa me vuelvo más viejo y cada día me siento más solo y despojado. Todo esto pude leer en la mirada del mendigo. ¿Por qué yo no soy un mendigo como él? ¿por qué yo tengo una familia y él no? ¿por qué yo tengo un trabajo, una profesión, un oficio, y él no? ¿por qué yo soy de lo que llamamos normal, y él no? No quiero responderme porque a muchas preguntas no tengo respuestas claras y sinceras. Lo único que quiero es descubrir, a través de esa mirada una llamada a mi corazón: tendré que ser mejor que siempre, no desaprovecharé el tiempo, trabajaré con amor y no sólo por el dinero como un mercenario; trataré de ser más justo con todas las personas, brindaré más cariño y seré más detallista; no daré lugar ni a la pereza, ni a la tristeza, ni a la ingratitud. Hoy, a través de la mirada del mendigo de la esquina, he descubierto la mirada de Dios, de Aquél en quien varias veces he dudado. Del Dios del amor y de la justicia, del Dios de todos los hombres. En su mirada he descubierto la mirada de todos los hombres que sufren la guerra y la injusticia, la soledad y el desprecio de la sociedad, el hambre y la desnudez. De los hombres que no tienen voz y que luchan por sobrevivir. En la mirada de aquel mendigo seguiré recreándome porque a través de ella he podido mirarme, mirar el mundo que me rodea con todas sus injusticias e inclemencias; mirar la humanidad sufriente y sobre todo, reconocer la voz de Dios que de lo más débil se vale para mostrarnos su fortaleza, y en lo más pobre nos refleja su gran riqueza. No hay otra mirada más limpia y acuciante que la de un mendigo. En sus pupilas, al reflejarse la humanidad doliente, también se manifiesta el Dios de todos los tiempos, de todas las historias y de todas las culturas. Por eso, puedo decirles: “he conocido a Dios a través de la mirada de un mendigo”. Nunca desaproveches la mirada de un mendigo. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Lun 27 Jun 2016

Lo urgente, lo importante y lo necesario

Por: Mons. Gonzalo Restrepo - Hay acontecimientos inesperados que cambian el rumbo de nuestras vidas. Nos hacen aplazar los proyectos y las tareas que considerábamos como urgentes, importantes y necesarias. Un accidente, por ejemplo, es un campanazo fuerte en nuestra vida. Es como un anuncio que nos dice que nada de lo que teníamos proyectado hacer es ni lo más urgente, ni lo más necesario, ni lo más importante. Cuando uno ha vivido esta experiencia tiene que concluir que en la vida uno nunca sabe verdaderamente qué es lo urgente, qué lo necesario y qué lo importante. Creo que todo puede posponerse, retrasarse o incluso cancelarse, y la vida sigue normal. Claro se presentarán algunos cambios, pero por haber dejado de hacer algunas cosas, o haberlas pospuesto o simplemente reconsiderarlas, nada extraordinario va a pasar en nuestras vidas. Sin embargo, lo que no podemos dejar de hacer, posponer o cancelar, es vivir el momento presente. Sea como sea, el tiempo va pasando y los segundos y minutos se van sucediendo. El tiempo es inexorable, no se puede detener. Estemos activos o inactivos, pensando o escribiendo, en clase o en deporte, en oficios de casa o en oficina, estemos haciendo lo que sea, el tiempo pasa y no lo podemos detener. Por eso, lo más importante, lo urgente y lo necesario es vivir “plenamente” el momento presente. El presente no vuelve. Cuando pasa el presente dice adiós para siempre. Sólo quedan los recuerdos, pero no podemos vivir del recuerdo, porque los recuerdos, muchas veces no construyen nuestras vidas, por el contrario pueden destruirlas y empañarlas. Es cierto que necesitamos que tener un grado de planeación y proyección para el futuro y que, en cierto sentido, el futuro depende de lo que seamos y hagamos en el presente, pero también es cierto que no todo depende del pensamiento y del querer del hombre. Uno va poniendo de su parte y las cosas se van sucediendo. Por eso, en nuestra vida, sólo una cosa es necesaria, urgente e importante: tener una mente abierta y un corazón dispuesto para recibir la acción de las fuerzas de la naturaleza, a través de las cuales se manifiesta la acción de Dios. Ningún acontecimiento, ninguna persona, ningún ser existente o por existir puede estar sobre Dios. Por eso, frente a los acontecimientos inesperados, frente a todo lo que consideramos como lo más urgente, lo más importante y lo más necesario, puede servirnos este pensamiento de Santa Teresa de Jesús, maestra y doctora de la iglesia: “Nada te turbe, nada te espante, la paciencia todo lo alcanza. Dios no se muda, quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Mié 18 Mayo 2016

Francisco: "Ignorar a los pobres es despreciar a Dios"

El papa Francisco dedicó su catequesis en la audiencia pública de este miércoles a la relación entre la pobreza y la misericordia, y recordó que la misericordia de Dios con cada uno está estrechamente unida a la que nosotros tenemos con el prójimo. “Cuando falta nuestra misericordia con los demás, la de Dios no puede entrar en nuestro corazón cerrado. Dios quiere que lo amemos a través de aquellos que encontramos en nuestro camino”, sostuvo ante la multitud reunida en la Plaza San Pedro. El pontífice reflexionó sobre la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, al señalar que “presenta dos modos de vivir que se contraponen”. “El rico disfruta de una vida de lujo y derroche; en cambio, Lázaro está a su puerta en la más absoluta indigencia, y es una llamada constante a la conversión del opulento, que este no acoge”, diferenció. “La situación se invirtió para ambos después de la muerte. El rico fue condenado a los tormentos del infierno, no por sus riquezas, sino por no compadecerse del pobre. En su desgracia, pidió ayuda a Abrahán, con quien estaba Lázaro. Pero su petición no pudo ser acogida, porque la puerta que separaba al rico del pobre en esta vida se había transformado después de la muerte en un gran abismo”, afirmó. El Papa explicó que esta parábola enseña que “la misericordia de Dios con nosotros está estrechamente unida a la nuestra con el prójimo; cuando falta nuestra misericordia con los demás, la de Dios no puede entrar en nuestro corazón cerrado. Dios quiere que lo amemos a través de aquellos que encontramos en nuestro camino”. Francisco saludó luego a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica, a quienes invitó a “no perder la oportunidad, que se presenta constantemente, de abrir la puerta del corazón al pobre y necesitado, y a reconocer en ellos el rostro misericordioso de Dios”. Fuente: Agencia AICA

Mié 27 Abr 2016

Nuestra vida debe invitar a seguir a Cristo

El discípulo y misionero es el que da a conocer la palabra, presencia y amor de Dios, así lo recordó el cardenal Rubén Salazar Gómez en su habitual reflexión de los domingos. El purpurado explicó que Dios se ha dado a conocer al mundo y que la tarea del creyente es dar a conocer a Dios, no desde el proselitismo, sino desde el testimonio de vida que invite a la conversión. "Las personas al ver nuestro testimonio se convencerán de que sí vale la pena seguir al Señor", afirmó el prelado. El también presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano - CELAM explicó que para ser misionero, primero se debe ser discípulo que es un proceso permanente de vida, de relación personal con el amor de Dios y de escucha cada vez más íntima y profunda de su palabra. Escuchemos con atención a @cardenalruben [icon class='fa fa-youtube fa-2x' link='']Ir a lista de reproducción[/icon] Tweets por el @cardenalruben. !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+"://platform.twitter.com/widgets.js";fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document,"script","twitter-wjs");

Vie 8 Abr 2016

La alegría del matrimonio ante la decisión de la Corte

Por Daniel Bustamante Goyeneche Pbro.La unión entre personas del mismo sexo no cumple las mismas funciones sociales por las que el Derecho regula y protege el matrimonio, por lo que no tiene sentido atribuirle toda la regulación jurídica del matrimonio. El Matrimonio es una institución que tiene una vocación primaria a la procreación, que solo pueda darse entre un hombre y una mujer. Por lo tanto las personas del mismo sexo no pueden por naturaleza procrear. En efecto, el matrimonio no es una institución meramente “convencional”; no es el resultado de un acuerdo o pacto social. Tiene un origen más profundo. Se basa en la voluntad creadora de Dios. Dios une al hombre y a la mujer para que formen “una sola carne” y puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra”. Es decir, el matrimonio es una institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios. Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del matrimonio; no crea un matrimonio nuevo, sólo para los católicos, frente al matrimonio natural, que sería para todos. El matrimonio sigue siendo el mismo, pero para los bautizados es, además, sacramento. Lo que está en juego, en este caso como en cualquier otro en el que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. El matrimonio no es cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede establecerse entre hombre y mujer. Por otra parte, no se puede privar a los niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina en sus años de crecimiento. La Iglesia enseña que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, debe ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando “todo signo de discriminación injusta”. Del mismo modo, la Iglesia también ha recordado que no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. Las personas del mismo sexo pueden tener otro tipo de unión que debe ser protegido, pero que en esencia es distinto al matrimonio. “Dios creó el hombre a imagen suya; [...] hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). “Creced y multiplicaos” (Gn 1, 28); “el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó “Hombre” en el día de su creación” (Gn 5, 1-2). Es de recordar que la mayoría de los colombianos profesamos la Fe Católica, la cual reconoce la noción de matrimonio que surge de la unión de un hombre y una mujer. La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro. Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos. No podemos ceder ante la indebida presión de algunos grupos de interés, empeñados en socavar los valores fundamentales del matrimonio y de la familia. Exhortamos a nuestros feligreses y a los ciudadanos de buena voluntad a mantenerse fieles a las enseñanzas morales del Evangelio, camino de vida y plenitud humana. Animados por el Papa Francisco, que nos insiste que “los proyectos de equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio, no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia […] Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el “matrimonio” entre personas del mismo sexo ».(Relación final 2015, 76; cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (3 junio 2003), 4.) Debemos reafirmar nuestro compromiso de defender la naturaleza auténtica y los derechos inalienables de la familia, fundada en el amor y el compromiso de un hombre y de una mujer. Oramos por Colombia, especialmente por los esposos y esposas que viven fielmente su compromiso de amor matrimonial para que, con su testimonio de vida, manifiesten a la sociedad la belleza de la familia cristiana. Daniel Bustamante Goyeneche Pbro. Director Departamento Matrimonio y Familia Conferencia Episcopal de Colombia