SISTEMA INFORMATIVO
Pongamos nuestra confianza en Jesús sin temor
Tags: evangelio Plan de Predicación reflexión
La Palabra de hoy nos refresca el entusiasmo de la primitiva comunidad que no le tiene miedo a la persecución porque tiene su confianza puesta en Jesucristo. Nos muestra la vivencia de una comunidad que se afianza en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión y en la oración, y que despeja las dudas con el testimonio de los hermanos.
Lecturas
[icon class='fa fa-play' link=''] Primera lectura: Hch 2, 42-47[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Salmo: 118(117), 2-4.13-15ab.22-24 (R. cf. 1)[/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Segunda lectura: 1P 1, 3-9 [/icon]
[icon class='fa fa-play' link=''] Evangelio: Jn 20,19-31 [/icon]
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link=''] CONTEXTO BÍBLICO[/icon]
El texto del libro de los Hechos de los apóstoles es la muestra clara de los efectos de la experiencia de Jesús vivo en medio de los suyos.
Así vemos cómo los discípulos perseveran en:
- “la doctrina de los apóstoles” que no era otra que la que habían recibido de Jesús en su experiencia histórica y pos pascual. Esta doctrina incluiría, con el tiempo, cuestiones de disciplina eclesiástica. Pero en este momento este tema no era de gran importancia, el camino apenas se iniciaba.
- “y en la comunión” (te koinonia – la comunión) (v. 42c). Es decir perseveran unidos, lo que no significa uniformados, pues bien se sabe que en el momento no existían varios modelos de Iglesia. En este término podemos descubrir unidad humana, - compartir. Se refiere a “una relación mutua con Cristo que nace de la llamada de Dios (1 Corintios 1:9), y es sostenida por el Espíritu Santo (2 Corintios 13:14; Filipenses 2:1)” (Willis). Esta Koinonía que sienten los discípulos se expresa también en el compartir de sus recursos… (vv. 44-45; véase también Romanos 15:26; Galatos 6:6; Filipenses 4:14-20; Hebreos 13:16).
- “y en el partimiento del pan” (tou artou – el pan) (v. 42d). Cuando Lucas habla del “partimiento del pan” es probable que se refiera a una comida diaria, aunque no se puede descartar que podría ser una comida especial, es decir la Eucaristía. Esta sería una de las cuatro actividades. Las otras tres (doctrina, comunión y oración) son de carácter espiritual.
- “y en las oraciones” (v. 42e). Probablemente oraciones utilizadas en alabanzas públicas. Estos discípulos pasaron bastante tiempo en un templo (v.46). Y seguramente eran las utilizadas allí. El uso del artículo definido (las oraciones) sugiere que pueden ser oraciones utilizadas en alabanza pública. Entonces la frase “las oraciones,” seguramente incluía oraciones utilizadas en el templo. También es probable que incluyera oraciones como el Padre Nuestro, que nació en un contexto cristiano, y oraciones privadas.
En la carta de Pedro nos encontramos con una Palabra que nos ubica en el contexto de una iglesia que nace en medio de la persecución. Pedro exhorta a los cristianos que no han conocido personalmente a Cristo, a los gentiles que se han convertido con la predicación de los apóstoles, a mantener el ánimo, la alegría, en medio de la persecución. Roma arde en llamas incendiada por Nerón, pero el Emperador, para esconder su conducta perversa, ha culpado de la desgracia a los cristianos. “Porque la fe de ustedes es como el oro, su calidad debe ser probada como el oro”. Pedro incluso en esta carta esconde su lugar de residencia (les escribo desde Babilonia, es más seguro, que decirles desde Roma, donde efectivamente estaba) para no poner en peligro la vida de los hermanos.
El salmo 118 es un himno triunfal, lleno de gloria, propio del día de la Resurrección. En él aparece un héroe que describe increíbles hazañas, llevadas a cabo por la poderosa mano del Señor. Este salmo es el último del grupo aleluyatico (“Gran Hallel”) y tiene un profundo sentido de acción de gracias. El salmista habla en nombre de una nación liberada milagrosamente por Yavhé de un gran peligro. Expresa el sentir colectivo durante una procesión al templo para ofrecer las víctimas eucarísticas, los sentimientos de gratitud hacia Dios. Dice el Padre Larrañaga que “en los cuatro primeros versículos estalla la orquesta en un acorde cuatro veces repetido y dando sentido a todo el Salmo: “Eterna es su misericordia”.
Y finalmente el Evangelio de Juan nos conduce a la experiencia fundante de estos discípulos de Jesús, que viven intensamente el encuentro con su Señor Resucitado.
En primer lugar nos demuestra que la fe viene de diferentes maneras a gente diferente. El discípulo querido cree al ver la tumba vacía (v. 8). María cree cuando el Señor dice su nombre (v. 16). Los discípulos deben ver al Señor resucitado (v. 20). Tomás dice que debe tocar las heridas (v. 25) – aunque esa necesidad se evapora una vez que ve a Cristo resucitado (v. 28).
Ésta es la tarde de Pascua, el mismo día que los discípulos vieron la tumba vacía y que María vio a Jesús. Los discípulos se encontraron en un cuarto en Jerusalén con “las puertas cerradas.” Las puertas cerradas reflejan el miedo de los discípulos, pero también demuestran el poder del Cristo resucitado, quien no se puede contener por una tumba de piedra ni por una puerta cerrada con llave.
“Y estando las puertas cerradas donde los discípulos estaban juntos por miedo de los judíos” (v. 19). Es bueno resaltar que tienen miedo a pesar de que Pedro y “el otro discípulo” hayan visto y creído (v.8), María ha hablado con el Resucitado, les ha contado a los demás discípulos su experiencia, (v. 14-18). Sin embargo, aún después de que “el otro discípulo” haya visto y creído, no está claro qué es lo que cree, “porque aún no sabían la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos” (v. 9). Además, los discípulos están traumatizados por la crucifixión y atemorizados por la posibilidad de que los enemigos de Jesús ahora se puedan dirigir a ellos. Su líder está muerto! “Paz á vosotros” (v. 19). A estos discípulos atemorizados, Jesús les da su paz, como prometió (14:27). Los discípulos tendrán paz a pesar de ser perseguidos por un mundo que les odiará tanto como odiaba a Jesús (15:18-25). Mientras que este texto usa la palabra griega para paz, eirene, el concepto es el de shalom judío – que indica más la ausencia de conflicto – un bien que es el regalo de Dios. “En pensamiento judío, paz y alegría eran señales de tiempo escatológico cuando la intervención de Dios habría traído armonía a la vida humana y al mundo. Juan ve esta edad cumplida cuando regresa Jesús para verter su Espíritu sobre los hombres” (Brown, 1035).
Y al darles la paz, los envía al mundo de la misma manera que Él fue enviado por el Padre. Este es el equivalente Johanino de la Gran Comisión (Mateo 28, 19-20), y para ello les da el aliento de vida; a unos discípulos temerosos - escondidos para evitar el peligro – les da la fuerza para levantarse, abrir las puertas, salir fuera y empezar la proclamación de la Buena Noticia.
Y finalmente la figura de Tomás, el que creyó, perdió la fe, pero después vuelve a una fe más fuerte: Es instructivo mencionar que Tomás creyó, perdió la fe, pero después vuelve a una fe aún más fuerte. Tomás no cree a los discípulos, pero tampoco le creyeron los discípulos a María. Era un grupo abatido y derrotado hasta que vieron a Jesús con sus propios ojos. Tomás, por lo tanto, no es el único que duda, y no permanece dudoso. Una vez que ve lo que los otros discípulos han visto, manifiesta gran fe: “Señor mío y Dios mío”.
Esta confesión es aprovechada para expresar la última beatitud o bendición de Jesús: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (v.29). Los pocos cristianos de la primera generación que vieron a Jesús en persona no tienen ninguna ventaja sobre los muchos cristianos de las más tardías generaciones que no lo han visto en persona. Anoten que Jesús no dice que estos cristianos más tardíos serán más bendecidos que los discípulos que “ven,” sino solo que serán bendecidos.
Y finalmente en este Evangelio de hoy se recalca cómo las “señales” que son muy comunes en él, señalan a Jesús el Mesías, dan razones para creer, aunque muchos que las vean no crean. El propósito de este Evangelio no es capturar todo detalle de la vida de Jesús, sino proveer lo que se necesita “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (v. 31).
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link=''] CONTEXTO SITUACIONAL[/icon]
Los cristianos de hoy vivimos la experiencia de la persecución, y en ese contexto hemos tenido la posibilidad de vivir la experiencia del Padre misericordioso que se nos revela como tal en su Hijo Jesús.
La iglesia es atacada por defender la sana doctrina, por propiciar corrientes de solidaridad, de comunión, por descubrir la tiranía de los nuevos señores que quieren apoderarse hasta de las conciencias de los hombres, en el mundo de la política, de la ciencia, de la tecnología, de la economía. Hemos sido testigos casi presenciales de los ataques contra la Institución eclesial en muchos países del mundo del que no está excluido el nuestro. Si se defiende la vida, si se promueven los derechos de los más débiles, se propicia la paz, es una iglesia izquierdosa y revolucionaria. Si se protegen los valores de la familia, de la dignidad de las personas amenazadas por ideologías de género o por programas de planificación familiar orquestadas por poderosas organizaciones multinacionales, es una iglesia retrograda y conservadora.
Pero en contextos hostiles la Iglesia quiere mantener la postura de su maestro que es misericordiosa. Es justamente por ello que promueve los derechos y defiende los valores, porque es sensible al sufrimiento del hombre. Nunca, y menos ahora, ha estado indiferente a los problemas que empobrecen la humanidad. Esta es su experticia. En el contexto de guerra y de violencia levanta su voz para proclamar el perdón. Cuando la gente está acorralada por el miedo aparece ella deseando paz. Cuando los creyentes tienen dudas, la palabra de la Iglesia invita a la esperanza, a tener valor, a vivir la experiencia de ser “Iglesia en salida”.
Nuestro país está viviendo momentos importantes de su historia. Ha estado polarizado por muchos años, o por colores políticos, o por tendencias religiosas, o por ideologías de derecha o de izquierda… y ahora lucha por superar las polarizaciones que suscita la búsqueda de la paz. En medio de este fenómeno que han provocado los diálogos con grupos insurgentes, siempre la iglesia ha proclamado que está por encima de cualquier interés personal o grupal, el bien de todos y especialmente de los que han sido victimizados a lo largo de estos años de conflicto. La misericordia de la que es depositaria, la lleva a preocuparse por la justicia, por la equidad, por el respeto a la vida, por la honradez en el manejo de los bienes públicos, por la defensa de las minorías étnicas, culturales, religiosas o de género. El corazón misericordioso de la Iglesia no quiere excluir a nadie. Es su tarea, es el legado que le ha dejado su Maestro.
Nosotros en nuestros contextos familiares o sociales estamos invitados a ejercer esta “especialidad”. Vivir la misericordia y alejar el temor. Como creyentes debemos abrir las puertas de nuestros corazones para colocarlos en las miserias del hombre. Estamos invitados a mantenernos “en salida”, para buscar a los que sufren y a mantenernos firmes en la fe para despejar los temores y ser discípulos misioneros más arriesgados: invitados a no tenerle miedo a las diferencias, a no huirle a las periferias humanas o existenciales. Como los discípulos de Jesús estamos invitados a dejar las poltronas de nuestras salas en las que podemos aislarnos del mundo, (paradójicamente conectados a él únicamente por los aparatos de las nuevas tecnologías), y ponernos en camino hacia las metas que nos proponen hoy la Iglesia con el Santo Padre a la cabeza, y las urgencias del país en que vivimos. No podemos quedarnos cómodos, acomodados, cuando a nuestro alrededor necesitan tanto de nosotros y de Jesús de quien somos emisarios.
[icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link=''] CONTEXTO CELEBRATIVO[/icon]
Celebremos con alegría, la presencia de Jesús en medio de nosotros, pues Él está presente en tantos creyentes arriesgados que se lanzan al mundo de los sufrientes para llevarles el consuelo de la misericordia que se alimenta de Evangelio. Son muchos, a lo largo y ancho del país, los que recorren los caminos tortuosos para hacer presente el amor de Dios: son jóvenes atrevidos, son religiosos y religiosas que han asumido su compromiso con radicalidad, son sacerdotes y obispos que ponen la cara a la opinión pública para defender valores y anunciar con transparencia y sin adornos la verdad que nace del Evangelio de Jesús. Son cristianos “de a pie”, que no se cansan de llevar a los que encuentran en el camino el mensaje o el signo de la paz.
La Iglesia experta en humanidad, aunque no reconocida muchas veces, no se ha cansado de su labor. En Colombia ha abierto muchos espacios para ejercer la misericordia. Algunos de esos espacios no los administra ya por políticas del Estado, que debería ser su gestor, pero que paradójicamente cuando llegan a sus manos pierden su calidad, su eficacia. Se convierten en botín burocrático o alcantarilla de corrupción. Aunque no haga alarde de su capacidad de gestión con corazón, la Iglesia en cada uno de nosotros está invitada a celebrar su acción a favor de los más frágiles y necesitados. Celebremos con gozo la presencia en el campo de la salud llevando alivio, en el campo de la educación llevando sabiduría, en el campo de la promoción humana llevando propuestas significativas, en el campo de guerra y el conflicto llevando iniciativas de paz y reconciliación apoyadas en la justicia social.
Hoy debemos cantar con alegría, la presencia de Jesús resucitado y vivo en las comunidades de creyentes que no se cansan de vivir en función de los demás, de los otros, que aunque diferentes por razones políticas o religiosas o raciales o de género o económicas, son los sujetos preferenciales de su acción. Expresemos nuestro gozo por sentir que hoy como ayer Jesucristo sigue siendo el impulsor de una manera distinta de vivir que no se acomoda a lo que el mundo (los poderosos, los dueños de la tecnología, los manipuladores de la ciencia, de la información) quiere imponernos. Como Pedro debemos estar alerta para no dejar que el miedo nos paralice, que la cobardía – falta de entusiasmo en la vivencia de la fe – le abra las puertas a estilos de vida que atentan contra los principios del Reino de Dios. Que nuestras dudas se disipen cuando veamos, como Tomás, lo que otros hermanos han visto y están testimoniando con sus vidas: la fuerza del Resucitado.
[icon class='fa fa-play' link=''] Recomendaciones prácticas[/icon]
- Por ser un día en el que se privilegia la Misericordia, sería bueno colocar en lugar visible las obras de misericordia (en muchos templos estuvieron muy bien colocadas en el año dedicado al tema). Y junto a ellas un mensaje que diga: Si queremos la paz practiquemos la misericordia.
- También podría hacerse un dramatizado presentando las dudas más frecuentes de los jóvenes hoy con relación a lo espiritual, a lo social, a lo familiar. Y a esas dudas oponer las certezas de otros jóvenes. Y todo esto con el slogan del Papa Francisco que invita a los jóvenes a poner líos…. O a dejar las poltronas – los sofás.
- No olvidar que el Prefacio es el de Pascua I: «El Misterio Pascual», con la parte propia: «en este día». Convendría seguir el Canon Romano o Plegaria Eucarística I, con las partes propias que contiene.
- Tener presente que para la Bendición final de la Misa se puede usar la fórmula solemne de la Vigilia Pascual, p. 219 del Misal. Para despedir al pueblo se agrega el doble Aleluya.
- Con las segundas Vísperas de este domingo termina la Octava de pascua.
- Recordar que esta semana: - El martes 25, es la fiesta de san Marcos. - El jueves 27, es el aniversario de ordenación episcopal de Monseñor Ettore Balestrero, Nuncio Apostólico en Colombia. Se invita a orar por su vida y ministerio.
"Nuestro pueblo gime de dolor": Pro-Vicario de Guapi
Mar 5 Nov 2024
Sobre “La Paz Total”
Jue 7 Nov 2024
Vie 11 Mayo 2018
Pidamos sabiduría y que Dios nos revele a Jesús en nuestras vidas
El gran aporte que le ofrece la Iglesia al mundo entero, a las naciones y a la humanidad es darle a conocer a Jesús; que no se trata de una doctrina, una filosofía o un dogma, es entrar en contacto con una persona, con la persona de Jesús y tener una relación de mistad con Él. El texto nos dice que para ello es necesario pedir el don de la sabiduría y pedir que nos lo dé a conocer por revelación. Es Dios quien nos revela y nos da a conocer a su hijo amado. Tareas: Al celebrar este domingo la Ascención del Señor debemos preguntarnos: ¿Qué tanto conocemos al Señor Jesús? Pedir en oración que Dios nos regale el don de la sabiduría y que nos revele al Señor Jesús. No olvide ponerse en contacto con la Palabra de Dios leyendo otro evangelio.
Mié 9 Mayo 2018
Ascensión, fiesta de esperanza
Primera lectura: Hch 1,1-11 Salmo Sal 47(46),2-3.6-7.8-9 (R. Cfr. 6) Segunda lectura: Ef 1,17-23 o Ef 4,1-13 (forma larga) o Ef 4,1-7.11-13 (forma breve) Evangelio: Mc 16,15-20 Introducción La Ascensión es fiesta de esperanza y anuncio confiado de la misión de la Iglesia que debe actuar el Reino y recordar que es el Cuerpo de Cristo que, viviendo en el mundo, proclama la victoria de su Salvador. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Palabra Divina tiene hoy unos tintes especiales: narra, alaba, comunica, estimula. Nos dice qué pasó el día de la Ascensión, esto es, nos remite al momento histórico en el que Jesús asciende a la gloria, ante el estupor de sus amigos, narrado con amoroso cuidado por Lucas en los Hechos, cantado en el Salmo como jubilosa bendición al Señor de la Historia, proclamado por san Pablo en clave de esperanza para cuantos seguimos en el mundo, comprometidos a ser “cuerpo” con cabeza glorificada, comunidad que tiende hacia la gloria. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? La palabra proclamada me llama, nos llama, a reconocer el camino que nos ha de llevar a unirnos con Cristo Cabeza. Nos indica que, como cuerpo suyo, no podemos aislarnos ni alejarnos, no podemos perder la comunión con quien nos ha precedido en su camino de gloria. Esta Palabra compromete, me compromete, nos compromete, a vivir en dignidad, a mirar en Cristo glorificado no solo una meta lejana a la que llegamos tras el camino de la vida, sino el inmediato testimonio de amor y de esperanza que debe transformar nuestras acciones en ascensión de lo humano, en crecimiento de fe y de esperanza que nos hace santos y nos hace contagiar en alegría la vida de fe que va madurando, la esperanza que se concreta, la caridad que impulsa obras y acciones en clave de Reino de Dios. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? La Ascensión es una fiesta intensamente eclesial. La solemnidad nos conecta con lo glorioso, lo que da vida, con la esperanza más plena. Jesús, al ascender a la gloria, no nos deja solos al frente de una nave desvencijada, nos pone a conducir en misión y compromiso, a todos los que encuentren en el testimonio de nuestra fe una nueva y verdadera razón de vivir. Hay muchas pérdidas de esperanza entre nosotros. Vivimos en el tiempo en medio de una desesperada carrera que muchas veces no nos lleva a ninguna parte, que no nos da un sentido para la vida, que nos aparta de todos y nos encierra en el oscuro espacio del individualismo. Jesús hoy nos hace cuerpo, su cuerpo, porque desde la Ascensión de Jesús, nosotros somos sus manos que acogen y abrazan, su palabra que anuncia, sus ojos que penetran con la mirada de la fe los oscuros recintos de la soledad y de la amargura. Nosotros somos ahora los pies de Jesús que caminan hacia el que nos necesita, somos sus oídos que escuchan clamores de justicia y de esperanza, somos sus labios que ahora proclaman a todos la vitalidad de la fe que entra en el corazón de todos para hacernos mensajeros de paz, de reencuentro, de reconciliación. Estas tareas urgentes son la misión de la Iglesia hoy, que, sin dejar de mirar a su referente absoluto, se siente servidora de la esperanza, portadora auténtica de la verdad que nos hace hermanos y no simplemente cifras, de la alegría que nos hace fraternidad gozosa que se sobrepone a las angustias de la vida fortaleciéndose con la gracia del Espíritu cuya novena estamos realizando. La Ascensión dinamiza el pequeño grupo de los discípulos de Jesús, pues los concentra en oración y los unifica en la esperanza. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Siendo la Ascensión la cima del ministerio de Jesús, no significa su conclusión sino la experiencia de comunicar a los discípulos la tarea de la misión. La Ascensión es la misión propiamente dicha. Jesús envía a sus seguidores y les promete que su acción en el mundo se verá enfrentada a no pocas dificultades, pero también se verá enriquecida con exquisitas gracias y dones que la harán fecunda y gozosa. Nuestra experiencia de Discípulos parte de un encuentro con Jesús vivo y gozoso. Aquel día en el que el Señor deja a sus discípulos con la responsabilidad de extender el anuncio a todos los pueblos, los impulsa para que, sin temor, se acerquen a la comunidad que los aguarda y a los pueblos que los esperan, llevando la propia convicción del amor de Dios, contando, como lo dice de modo admirable la introducción a la Primera Carta de San Juan, todo lo “que hemos visto, oído, palpado del Verbo” (Cfrr. I Juan 1, 1ss). Para mí, para nosotros, no es posible iniciar una experiencia de misión sin una previa experiencia profunda de Dios, del amor entregado, de la palabra viva, de la alegría que sólo Jesús puede comunicar. Un discípulo-misionero lee la Ascensión como un punto de partida en el que se inicia un largo camino previamente preparado en la formación y en la contemplación de aquello que se ha de proclamar. Aquí interviene de modo especial el testimonio de quienes antes y siempre han sido fieles a Jesús, por lo que encuentra sentido pleno y sabor especial la memoria de María, Reina de los Apóstoles, en su servicio de formadora y animadora de la comunidad con el testimonio de su fidelidad.
Vie 4 Mayo 2018
Dios actúa con amor y sin distinciones
Dios no hace distinciones de personas, para Él el bautismo, la presencia del Espíritu Santo y la respuesta con amor como iguales. Sin embargo, en la vida nos encontramos con personas que rechazan a otros por su color de piel, raza, fe,cuestiones políticas o incluso por el país de procedencia. Hoy en estos días vivimos la migración de personas de un lugar a otro y a veces sentimos un cierto repudio contra ellos que nos quita la paz y la tranquilidad. Este es el tiempo de creerle al Señor Jesús y actuar como Dios actúa y sin distinciones. Tareas: - Empeñémonos para erradicar del corazón la discriminación sobre los otros y acogerlos como hermanos. - Si en la casa o en el lugar de trabajo hay una persona de otro país brindémosle un momento de amistad y fraternidad para que se sienta bien acogido e integrado en la fe construyendo una nueva mirada desde la fe y desde Dios. </p>
Jue 3 Mayo 2018
La única realidad para nuestra vida es el amor
Con la alegría que caracteriza este tiempo pascual, entremos en la celebración de la Eucaristía, donde se nos entregará la fuerza del amor que viene de Jesucristo muerto y resucitado, para que, llenos de Él, podamos ir a anunciar a los hermanos que el amor está vivo. Primera lectura: Hch 10,25-26.34-35.44-48 Salmo Sal 98(97),1.2-3ab.3cd-4 (R. Cfr. 2b) Segunda lectura: 1Jn 4,7-10 Evangelio: Jn 15,9-17 Introducción Las lecturas en la liturgia de hoy nos conducen a comprender que la única realidad necesaria para nuestra vida es el Amor. Este amor es el Ágape, es decir, el amor de donación y no puede venir de nosotros mismos, sólo puede venir de Dios y se concretiza en el amor a los hermanos. Quien ama así, es porque ha nacido de Dios. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Amar es algo propio de los hijos de Dios, puesto que es lo propio de Dios: “El Amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Dios es Amor. Este Amor se nos ha manifestado, Dios no lo ha dejado escondido, nos lo ha entregado porque nos ama. La pregunta necesaria emerge: ¿Cómo se ha manifestado este amor? ¿Cómo nos lo ha entregado? Y la misma escritura da la respuesta: “En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él”. ¿En qué consiste este amor? La palabra nos descubre la realidad de este amor, su esencialidad, su naturaleza: “En esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación para el perdón de nuestros pecados”. Aquí se nos descubre algo mucho más grande: Su amor ha sido para el perdón de nuestros pecados” y Jesús, el Hijo, se ha vuelto “víctima de expiación”. Es precisamente lo que hemos celebrado en la Semana Santa: La pasión, muerte y resurrección de Jesús. La noche de la vigilia pascual hemos cantado con inmenso gozo: ¡Aleluya, ha resucitado! Y hemos renovado nuestras promesas bautismales. Es maravilloso lo que ha sucedido en nuestro bautismo: “Por el inmenso amor que el Padre nos tiene, nos ha hecho partícipes de la muerte de su Hijo, para que, muriendo en Él, nuestra muerte fuera vencida y pudiéramos alcanzar la plenitud del amor, es decir la máxima felicidad”. Y porque el salario del pecado es la muerte, el Padre ha realizado su plan de Salvación, es decir, ha planeado cómo liberarnos del poder de la muerte. Nosotros estamos muertos cuando no podemos amar; esto es el pecado: “la imposibilidad de amar”. El pecado produce una muerte ontológica en nuestro ser y nos incapacita para amar. En el Evangelio de hoy se nos anuncia: “Como el Padre me amó, yo también os he amado, permaneced en mi amor”; porque “Este es mi nuevo mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo los he amado”. La expresión: “como yo”, ya nos hace mirar la Cruz. Jesucristo nos ha amado hasta dar toda su vida por ti y por mí, derramando su sangre en la cruz, de esta manera, hemos sido llamados a amar así, hasta el dolor, hasta morir por el otro. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El viernes santo se nos ha expuesto la cruz para adorarla: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo” y nosotros dimos una respuesta: “Venid adoremos”. La hemos adorado como el nuevo árbol que nos da la vida. Porque en un árbol ha subido la serpiente (Cfr. Gen 3) para engañar al hombre y a la mujer y nos ha convencido de que Dios no nos ama. De ahí que la soberbia del ser humano se ha levantado contra Dios y le ha dicho “No” a su plan de amor. El árbol que Dios prohibió comer so pena de muerte, ahora aparece: “Apetitoso a la vista, bueno para comer y excelente para ganar sabiduría” (Gen 3,6). Entonces la paz del jardín se ha perdido y ante la presencia de Dios ha entrado el miedo. El libro de la Sabiduría en 2, 23 y 24, nos ha dicho: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo y la experimentan sus secuaces”. Dios ha preparado el momento culminante para vencer esta muerte, es decir, la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la envidia y la pereza. Pecados capitales que conducen a otros y destruyen la vida del ser humano. Le hacen infeliz. Por ellos se destruyen los hogares, consecuencia de la infidelidad; por el apego al dinero se descuida la vida de la familia y el trabajo se convierte en ídolo; el amor expresado en la sexualidad viene herido por la pornografía, por los abusos, por el aborto y crece un culto desmedido al cuerpo. En la realidad social es preocupante la violencia intrafamiliar, el abandono de los niños, la cultura del descarte, que nos ha denunciado fuertemente el Papa Francisco, los odios y rencores, resentimientos y venganzas; discriminación racial y muchos hombres y mujeres marginados a las periferias existenciales. Todo esto es signo de muerte, consecuencia del pecado que aísla, que separa, que desconoce el rostro del otro, lo ignora y lo mata. Pero la solución está ya dada: Jesucristo ha vencido esta muerte muriendo en la cruz, en el nuevo árbol de la victoria, de la salvación. En la Cruz Jesús nos ha gritado: ¡Dios sí te ama! La Cruz es el sendero angosto, la puerta estrecha por la que se entra en la vida eterna. Jesús es nuestra Pascua, el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz. Quien llega a conocerlo y a tenerlo, encuentra el tesoro del Reino, la perla preciosa. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Jesús nos ha mostrado cómo los hijos de la luz, los cristianos, los creyentes, por su victoria sobre la muerte, son capaces de amar donde el mundo no ama. Porque el amor de Dios es amor al enemigo, es decir, al que destruye, al que desinstala, al que incomoda. Enemigo es el esposo cuando grita a su esposa; es el hijo que no escucha; la hija que desobedece; el jefe que señala y condena; la mamá que regaña, el papá que llega borracho a casa, el hijo drogadicto. Para amar ahí, es necesario tener a Jesucristo. Por Él podemos amar al otro, porque Él ha destruido, por su muerte y resurrección, el muro que nos separaba: el odio. Sólo por Él podemos bajarnos de nuestra soberbia y mirar el rostro de quien ha caído apaleado y está herido tirado en el camino; sólo por Él, podemos entrar en el perdón y expresar la misericordia; colocar la otra mejilla, bendecir al que me injuria, orar por quien me persigue. El Señor nos pide: “Permanezcan en mi amor”. El mandamiento del amor no puede venir sino de lo alto, no de nuestras propias fuerzas: es Don. Es regalo que viene de la Pascua. Dios es amor. Dios nos ha amado de primero. Amémonos los unos a los otros. Que el mundo, al vernos vivir pueda exclamar: “Miren cómo se aman”. El mandamiento del amor fraterno había sido expresado en forma negativa. “Quien no ama, peca y el pecador no puede conocer a Dios. Ahora el mandamiento viene afirmado en forma positiva: “El amor es necesario porque Dios es amor, porque el amor viene de Dios”. El amor que el ser humano tiene por Dios es siempre una respuesta. El amor de Dios ha sido demostrado en los hechos, históricamente, por Dios en Cristo para la salvación del hombre. Es un amor electivo y creador, considerado no sólo por las perfecciones en sí mismas de Dios, sino por su intervención en la historia. Así en el Nuevo Testamento el amor de Dios ha sido demostrado por el “acontecimiento Jesús”. El amor del hombre por Dios, es siempre una respuesta y una consecuencia del amor de Dios por el hombre. Es el amor de Dios el motivo determinante para nuestras relaciones con los hermanos. El amor, Ágape, de donación, crece y madura en comunidad. Es por esto por lo que conviene formar pequeñas comunidades donde, a la luz de la palabra y bajo el ejercicio permanente de entrar en contacto con ella, mediante una iniciación cristiana, nuestros corazones vayan adquiriendo la forma cristiana-creyente. Nuestras parroquias podrán ser “comunidad de comunidades” donde los que no crean todavía puedan ver el amor en el morir por el otro y en el amar donde nadie desea amar. Finalmente, esta misteriosa y maravillosa realidad cristiana no puede ser justificada sólo con el amor fraterno que, en últimas, puede llegar a caer en el subjetivismo. Es necesario darle un fundamento objetivo, un fundamento fuera de nosotros, o que viene a nosotros desde fuera de nosotros. Esta realidad objetiva es el Espíritu Santo. Dios nos ha hecho don de su Santo Espíritu. El bautizado creyente es consciente de una vida nueva en su interior, una vida que le ha sido donada por Dios: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5); aquí radica la grandeza y la importancia de nuestro bautismo. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? La Eucaristía es la concreción de este amor ágape. En ella, todos los hermanos, al participar de la muerte y la resurrección de Cristo, se transforman en un solo cuerpo bajo un mismo Espíritu, llegando a ser idóneos para celebrarla (ChfL 26). Es el máximo grado de la fraternidad expresado en la paz que viene compartida; es el manantial de la misión que viene encomendada: “Vayan y muestren con su vida lo que aquí han visto y oído”: Ite misa est.