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Opinión

Lun 20 Sep 2021

Conozcamos a Jesús en la Sagrada Escritura

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Cada año, durante el mes de septiembre se ha hecho un gran esfuerzo por reflexionar sobre la Palabra de Dios, buscando que los fieles tengan un profundo conocimiento de Nuestro Señor Je­sucristo y puedan orientar sus vidas con las enseñanzas contenidas en la Sagrada Escritura, respondiendo con ello a las propuestas que a lo largo de la historia se han hecho para avanzar en el conocimiento de la Palabra de Dios. Aparecida ha reforzado esta tarea cuando afirma: “Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leí­da en la Iglesia, la Sagrada Escri­tura, ‘Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo’, es con la tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evan­gelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renun­ciar a anunciarlo” (DA 247). Se hace necesario seguir profundi­zando en el conocimiento de Jesu­cristo como Verdad suprema que nos conduce por los caminos del bien. La Palabra de Dios es la Verdad sobre la cual podemos fundamen­tar nuestras vidas, con la máxima seguridad, que vamos por el mejor de los caminos. En esa Palabra se habla de Jesucristo como “el Cami­no, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), y de todo el bien que hace en nosotros cuando la escuchamos atentamente y la ponemos en práctica. El Plan Pastoral de nuestra Dióce­sis de Cúcuta, tiene como prioridad conocer y amar a Jesucristo que es nuestra esperanza, centrando todo el contenido de la reflexión en la Palabra de Dios, con el objetivo de formar a los miembros de las comu­nidades eclesiales misioneras en el conocimiento del Señor Jesús; tal como lo pide Aparecida: “Sentimos la urgencia de desarrollar en nues­tras comunidades un proceso de ini­ciación en la vida cristiana que co­mience por el kerygma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, experimentado como plenitud de la humanidad, y que lleve a la conver­sión, al seguimiento en una comunidad eclesial y a una ma­duración de fe en la práctica de los sacra­mentos, el servicio y la misión” (DA 289). Este proceso de con­versión a la luz de la Palabra de Dios, nos prepara para la celebración de la Eucaristía y para el ejercicio de la caridad, que requieren precisamen­te una transformación de la vida en Cristo, como meta de un proceso de conversión que se va fortaleciendo cada día con la escucha de la Palabra y la frecuencia de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana (Cf. LG 11), en donde se sirven el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía; tal como lo enseña el Concilio Vaticano II: “La Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la liturgia” (DV 21). La Palabra de Dios y la Eucaristía van sembrando en el creyente las se­millas del Reino de Dios, las cuales le permite llenarse de fervor pastoral, para luego comunicarlo con la vida y las palabras, en un deseo sincero de evangelizar, llevando el mensaje de la salvación a muchas personas. Un deseo evangelizador que brota del conocimiento y el amor por la persona, el mensaje y la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo en­seña el Papa Francisco cuando afir­ma: “La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Euca­ristía, alimenta y refuerza interior­mente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana. La Palabra proclamada, viva y efi­caz, prepara para la re­cepción del Sacramen­to, y en el Sacramento esa Palabra alcanza su máxima eficacia” (EG 174). Un evangelizador es capaz de ponerse en actitud orante en torno a la Palabra de Dios, bro­tando de allí el deseo de comunicar a Jesús, cumpliendo con el mandato misionero del Señor de ir por todas partes a hacer discípulos del Señor (Cf. Mt 28, 19); comunicando el mensaje a través de la caridad, como fruto maduro de todo el proceso de iniciación cristiana, de recibir la fe como don de Dios y compartirla con los hermanos. Es por esta razón que la Iglesia siempre nos ha llamado a fortalecer la fe, mediante el cono­cimiento y la vivencia de la Sagra­da Escritura. Así lo expresa el Papa Francisco: “El estudio de las Sagra­das Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fun­damental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parro­quias y a todas las agrupaciones ca­tólicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como proponer su lectura orante, perso­nal y comunitaria” (EG 175). Un cristiano que profundice en la Sagrada Escritura y se alimente de ella en la oración diaria, tendrá con­tenido para comunicar a los herma­nos, mediante una vida coherente con el Evangelio y con sus palabras que resuenan como anuncio del Reino de Dios, en el corazón de muchos creyentes. Eso constitu­ye una siembra del Reino de Dios, que en el proceso evangelizador de la Iglesia corresponde a la acción misionera y a la catequesis, que pue­de hacer todo creyente que se siente interpelado por la Palabra de Dios y que siente en su corazón el deseo de comunicarla, primero en el ambiente del hogar, y luego en los lugares en los que Dios nos pone, para dar testi­monio de Él, entregando cada día la vida al Señor. Los convoco a poner la vida perso­nal y familiar bajo la guía de la Pa­labra de Dios, que escruta nuestros corazones y nos permite renovar la vida interior; hasta el punto de con­vertir nuestra vida en Cristo, para decir, ya no soy yo quien vivo es Cristo quien vive en mi (Cf. Gal 2, 20), porque realmente es el centro de nuestra existencia y punto de apoyo en nuestras decisiones. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo Diócesis de Málaga Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Jue 16 Sep 2021

El Pueblo de Dios se ha manifestado

Por: Mons. Miguel Cabrejos Vidarte - Estimados hermanos y hermanas: Hemos concluido la fase de Escucha en preparación de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe que se realizará del 21 al 28 de noviembre del presente año en modalidad mixta (presencial y telemática), cuya parte presencial tendrá lugar en la Casa Lago, sede de la Conferencia Episcopal Mexicana, y cuyo acto inaugural y de clausura tendrán lugar en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Esta primera Asamblea es inédita en la historia de la Iglesia Latinoamericana y constituirá un verdadero puente en medio de los más importantes “parte-aguas” de esta generación y en medio de la crisis provocada por el COVID-19 y de otras tantas pandemias e ideologías que afectan a la humanidad. La Asamblea Eclesial es expresión de un “kairos” de Dios, esto es, un tiempo propicio para llevar adelante los sueños discernidos por la Iglesia, por el Pueblo de Dios y las llamadas del Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II que se hacen cada vez más urgentes en este momento, los cuales tuvieron eco en la Conferencia de Aparecida de la que hacemos memoria agradecida y actualizamos sus desafíos. Hemos vivido una primera etapa del tiempo de Escucha, de preparación para la Asamblea, la cual forma parte del camino que el propio Santo Padre ha marcado para toda la Iglesia, el camino sinodal, de la Iglesia en el Tercer milenio y conectado con los procesos que van “desde las periferias” hacia el Centro, para descubrir la voluntad de Dios. El Papa Francisco en su mensaje de lanzamiento de esta Asamblea eclesial subraya la novedad de esta reunión del pueblo de Dios con la participación de laicos (as), consagrados (as), sacerdotes, obispos e incluso miembros de las periferias en un camino donde se reza, se piensa, se habla, se discute, se busca y se discierne la voluntad de Dios. La Escucha ha de ser una constante en nuestra misión pastoral, y en esta primera etapa es la fuente para la elaboración del Documento de Discernimiento para la Asamblea que nos ofrecerá importantes claves para la renovación y revitalización de nuestro modo de ser Iglesia en América Latina y El Caribe, pues hoy como ayer “los Gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1); por eso, debemos seguir privilegiando la Escucha mutua en cada una de nuestras instancias pastorales e iglesias particulares. El proceso metodológico del Sínodo Panamazónico de octubre de 2019 ha sido fuente de este proceso de escucha de la Asamblea Eclesial que proyecta a toda la Iglesia latinoamericana y caribeña, formando parte también del proceso del Sínodo sobre la Sinodalidad que se inaugura el 09 y 10 de octubre próximo hasta el 2023. Para el CELAM, lo aportado en la Escucha es un gran tesoro pastoral que sin duda alimentará no solo la I Asamblea Eclesial, sino también el proceso de Renovación y Reestructuración que ya lleva más de 2 años de discernimiento y de aplicación, para caminar en sinodalidad y eclesialidad en las acciones y las estructuras organizativas del CELAM, así como en sus procesos de decisión y acciones pastorales, pero también en el servicio de cada Iglesia particular en la Misión Común de ser discípulos misioneros en salida. No cabe duda que “necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo” (DAp 362) y está invitada a mirar con mayor profundidad (Cfr TMI) reconociendo en este proceso de escucha y en la Asamblea un instrumento que debe ser apropiado, abrazado y llevado adelante en cada lugar, en cada Iglesia específica, incluso más allá de la experiencia de la Asamblea Eclesial como tal, para que rinda sus frutos. Esta fase de Escucha ha puesto en “movimiento” a todas las Iglesias particulares de las 22 conferencias episcopales de América Latina y el Caribe donde la amplia participación del pueblo de Dios ha sido a través de muchísimos aportes individuales y comunitarios, así como gran cantidad de Foros Temáticos interdisciplinarios desarrollados de manera sincrónica y asincrónica que nos permite acoger múltiples miradas e iniciativas como muestra de un deseo genuino de ser escuchados, de participar de caminar como Iglesia a pesar de las dificultades y de las diferencias. El Pueblo de Dios se ha pronunciado, nos corresponde dejarnos interpelar por sus voces para hacerlas nuestras y asumir el llamado que Dios nos hace para la conversión pastoral. Por ello es necesario que nos sigamos comprometiendo con el proceso de la Asamblea Eclesial: 1.- Asumiendo los compromisos concretos a partir de la Escucha, llamados a acompañar a las Iglesias particulares y a quienes, desde las periferias, muchas veces no han sido escuchados. 2.- Invitando a quienes sean elegidos delegados/as a participar con entusiasmo y esperanza, así como también a quienes no sean delegados, a seguir el proceso de la Asamblea Eclesial desde sus comunidades, la cual como hemos manifestado anteriormente será en modalidad mixta (presencial y telemática). 3.- Como Pueblo de Dios, acompañando todos los procesos de reflexión, de discernimiento en las respectivas estructuras para poder “apropiarnos” de este camino, alimentarnos de él y dar frutos, proyectándonos también a la fase post-Asamblea. Como nos recuerda Episcopalis Communio, “todo proceso sinodal comienza en el pueblo de Dios, pero necesariamente termina en el pueblo de Dios”; por tanto, este proceso compromete al CELAM a acompañar los procesos sinodales y eclesiales en América latina y El Caribe, tanto en sus contenidos como en sus estructuras renovadas para el anuncio del Evangelio. Queridos hermanos y hermanas, queremos animar a todos y todas a que sigan siendo parte esencial de este proceso, que sigamos siendo esa Iglesia encarnada que se va tejiendo paulatinamente, donde la sinodalidad es un medio, donde el Santo Pueblo de Dios es el Sujeto, donde la Iglesia es Madre y Maestra que abraza, que impulsa y acompaña, y donde el horizonte es el Evangelio del Señor y la construcción de su Reino. Paz y Bien. + Miguel Cabrejos Vidarte, OFM Arzobispo Metropolitano de Trujillo Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana Presidente del Consejo Eiscopal Latinoamericano CELAM

Lun 13 Sep 2021

¡Servida, la Vida es Sagrada!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - El diez de septiembre se conmemoró el día mundial de prevención del suicidio; Colombia no es ajena a este fenómeno social y, en el departamento del Quindío, las cosas no son muy halagüeñas, pues el índice de suicidios sigue creciendo, con el agravante que los menores de edad, sufren hoy en medio de depresiones, angustias, decepciones amorosas, que despiertan ideaciones y conductas suicidas. El trabajo de prevención debe ser permanente y aunque muchas instituciones han diseñado estrategias para hacer frente a este fenómeno, sin embargo, hace falta una mayor articulación entre las instituciones. La Diócesis de Armenia conmemoró este día con un evento transmitido a través de las redes sociales, en el que se conectaron solo 18 personas, además de la presencia de algunos psicólogos que laboran en la diócesis y algunos miembros de la pastoral de matrimonio, vida y familia. Este programa está diseñado pensando en la comunidad y se ha ido implementando desde mayo del 2019. A la fecha, hemos empezado un trabajo de sensibilización, articulación y formación de agentes o apóstoles de la vida, convocando a las organizaciones gubernamentales, no gubernamentales, juntas comunales, asociaciones de padre de familia, comisarías de familia, cruz roja, policía nacional y diversas fuerzas vivas de la comunidad. Este trabajo iniciado en municipios como Armenia, Pijao, Salento, Circasia, Génova, corregimiento de Barcelona, Calarcá, Pijao y Buenavista ha permitido reconocer la fragilidad en la continuidad de los procesos, la dificultad para participar por el cambio repentino de funcionarios de los entes gubernamentales y la falta de compromiso de muchas instituciones. Hemos iniciado con mucho empeño, dedicación y entusiasmo, pero, en el camino muchos se bajan del tren y vamos quedando de nuevo solos. Esto es lamentable, porque la prevención no da espera y las redes de contención y de apoyo solo son posibles en la medida en que las comunidades asuman su responsabilidad y compromiso. Además de la prevención, es importante hacer un trabajo serio desde la comunidad e involucrar a las familias y diseñar las propuestas de atención, acompañamiento y acogida a las familias enlutadas por la ausencia de los seres queridos que han decidido acabar con su existencia. La posvención exige este cuidado y desvelo por las familias. Es importante proponer unas medidas de afrontamiento y aplicarlas; para ello quiero reiterar nuestro compromiso como diócesis, animando a las autoridades y distintos organismos sociales para que nos unamos en torno al fenómeno del suicidio y de otros flagelos sociales. Para ello nuestra propuesta cuenta con tres escenarios: el primero, las instituciones que deben activar sus propias rutas en orden a ayudar a las personas que la conforman: empleados y familiares. El segundo escenario es la parroquia, desde donde se desea vivir un liderazgo, convocando a las comunidades evangelizadas, movimientos eclesiales y a los fieles que habitan cada rincón de la parroquia –barrios y veredas- creando los Centros Shemá y dando mayor impulso al programa Servida, la vida es sagrada. El tercer escenario es la inter institucionalidad, que pretende unir a todas las instituciones en una sola causa: la vida. Se diseñó desde la comisión SERVIDA, un itinerario formativo que permitiera dar solidez a las mesas SERVIDAS en cada municipio y en las diversas parroquias, activando las rutas propias para coadyuvar en los procesos de prevención del suicidio y acompañamiento a las familias en caso de consumación del mismo. El sábado 11 de septiembre se inauguró la Mesa SERVIDA en Buenavista, con la participación de la comunidad, bajo el liderazgo de la parroquia y la vinculación de las diversas fuerzas vivas de la comunidad. Considero, que es urgente que, conformemos juntos, una fuerza social única, que se convierta en un referente y en un apoyo para tantas personas que nos necesitan. De ahí la necesidad de tomar conciencia de que la vida es sagrada: “elige la vida y vivirás” (DT 30,19) + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Mar 7 Sep 2021

Hacia una Iglesia sinodal (2)

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El Código de Derecho Canónico define la naturaleza de los sínodos de obispos en la Iglesia. Dice así en el canon 342: “El sínodo de obispos es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar la cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo”. Los Sínodos de Obispos nacieron después del Concilio Vaticano II, aunque desde antiguo se realizan los concilios ecuménicos universales, concilios plenarios territoriales, Sínodos diocesanos, etc. Hasta la fecha se han llevado a cabo 16 asambleas sinodales desde el 1971. Es bueno distinguir entre los Concilios, de los cuales se han realizado 21 entre el año 325 (concilio de Nicea) y el realizado entre 1962 - 1965, el Concilio Vaticano II. Estos son reuniones donde participan todos los obispos del mundo, y los Sínodos, reuniones donde participan algunos obispos que representan las distintas regiones del mundo, unos 215, a los que se agregan sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos expertos, según los temas que se traten. Por eso se habla de la sinodalidad, donde el pueblo de Dios es escuchado y participa activamente en estas reuniones. Ya se han hecho varios sínodos muy interesantes con amplia participación de los laicos, como los sínodos sobre la familia y el sínodo de la juventud. Dentro de las modalidades de los Sínodos, están los ordinarios, que se reúnen cada tres o cuatro años, y los extraordinarios, cuando el Papa lo considere necesario. Los Sínodos, por su naturaleza son de carácter pastoral, es decir, buscan ayudar al Papa y a la Iglesia en general, a dar respuesta a los grandes problemas que hay en el mundo, donde la Iglesia tiene el deber de dar respuestas orientadoras al pueblo de Dios, pues la Iglesia hace historia con su pueblo, y está llamada a orientar, iluminar y brindar soporte a quienes tienen en sus manos la responsabilidad de animar a los creyentes y a los no creyentes, en su peregrinar terreno. Los Sínodos pues, hacen eco de las grandes problemáticas por la que atraviesa la sociedad, y en ambiente de oración, de estudio, de trabajo colegial, ofrece directrices generales para que sirvan de ayuda especialmente a los fieles católicos en la imperante necesidad de dar razón de la esperanza. Como conclusión de cada Sínodo, el Papa publica un documento que denomina “Exhortación Apostólica post sinodal…” que se convierte en guía y soporte para los planes pastorales y demás acciones evangelizadoras de la Iglesia en todo el mundo. Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali Lea Por una Iglesia sinodal (I)[icon class='fa fa-download fa-2x'] AQUÍ[/icon]

Vie 3 Sep 2021

La paz es un bien irrenunciable

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - No quiero ocultarles que escribo este mensaje editorial con el corazón palpitante de angustia y con un inevitable sentimiento de impotencia humana, ante la cruel realidad por la que pasamos y ante el horizonte incierto del inmediato futuro en el que nos adentramos. “Verdad que podemos” es el lema que nos han propuesto a nivel nacional para esta 34ª Semana por la Paz 2021. Es un llamado a valorar este bien irrenunciable de la paz y a rehacer el protagonismo ciudadano, personal y colectivo, en su construcción. Es también un llamado a la conciencia que interioriza el valor de la paz como meta, camino y método, basados en la verdad y el respeto por el diverso y por el adversario. La paz transita por el ejercicio de la palabra entre personas, en todo espacio y territorio, entre etnias y pueblos, entre sociedades e instituciones, entre Estado y pueblo, entre nacionalidades y naciones. Es el bien que nos permite forjar una consciencia de humanidad planetaria, de ciudadanos de la tierra y buenos ancestros de las generaciones futuras. Las realidades actuales de la migración que rompe las más lejanas y disímiles fronteras, para nosotros, un país del que muchos emigran por sus graves desajustes y carencia de garantías para la vida, pero que no recibía, hasta hace poco, una inmigración significativa, es una necesidad inmediata. La llegada de poblaciones migratorias es algo que estamos improvisando y que hemos de leer como “providencial” para que salgamos de nuestros muchos egos violentos y acaparadores, hacia un nosotros de gentes solidarias y fraternas. Siempre el forastero fue una imagen bíblica de la visita de Dios a pueblos “cerrados”. Siempre las inmigraciones fueron constructoras de naciones abiertas y prósperas. Venezolanos, haitianos, asiáticos, africanos, quizás afganos, más las corrientes turísticas y de inversionistas mundiales, nos deberían “sacar” de estas mentalidades bandoleras y bravuconas, hegemónicas y tramposas, que han dominado y sepultado gran parte de nuestra historia doméstica colombiana. Junto a ello, necesitamos un país al que retornen los compatriotas exiliados, que no son pocos, los talentos forjados en niveles de vida superiores al nuestro. Esta triste historia de Colombia necesita ya un punto final, un punto de inflexión, liberándola del yugo opresor que se reproduce sobre las mismas carencias y necesidades que produce, mantiene y explota, con demagogia, mentira y fraude. Septiembre es el mes de los derechos humanos y de la “Semana de la Paz”, en torno a la magnífica e insuperable figura de San Pedro Claver, el “esclavo de los esclavos negros”, el defensor de la igual dignidad humana y de los derechos humanos. Para Colombia y para nuestras poblaciones y etnias negras, para la criminal trata de personas como “herramientas de trabajo” y de explotación sexual o como “mercancía humana”, que, dolorosamente aún persisten, quedó sembrada su semilla de inconformidad, de denuncia y protesta cristiana, evangélica, pacífica pero interpelante y solidaria con las víctimas, contra todo tipo de abusos y de esclavitudes. Pero, más que defensor de estas causas, recordadas alrededor de su fiesta litúrgica del 9 de septiembre, San Pedro Claver plantó en el puerto negrero de Cartagena de Indias, como los grandes evangelizadores de la historia de la Iglesia y de la humanidad, el deber creyente de escuchar siempre, en todo tiempo, en todo lugar y modelo social, el clamor de las víctimas, de los indefensos, de los más débiles y de los más necesitados. Hoy en día tendríamos que añadir el clamor del inmigrante y el clamor mismo del planeta tierra. Desde que Dios se hizo hombre, toda persona es más que mera imagen de Dios y todo prójimo hace parte de la fe como deber de amor, respeto y justicia. “Apenas llegaban los barcos con los esclavos, reza un testimonio, miraba por la ventanita pequeña de su cuarto y decía: 'Es Cristo que viene a mi ‘. Y, entonces, iba con sus traductores y ayudantes a llevarles alimento, medicinas y los primeros auxilios, a ayudar al bien morir a los que llegaban moribundos y a mostrarles algo de misericordia”. Las Jornadas de Derechos Humanos y de la Paz Colombiana (del 5 al 12), el Día Internacional de la Paz (el día 21), el mes de la Biblia, dedicado este año a San José de Nazaret, y la 107ª Jornada Mundial de los Migrantes (26 de septiembre), con el mensaje pontificio “hacia un nosotros cada vez más grande”, sean ocasiones para que nuestras comunidades e instituciones eclesiales demos testimonio de nuestro sentido social, arraigado en la Persona de Cristo y en la fe de todo verdadero cristiano. Los días venideros serán nuevamente una prueba a nuestra capacidad de construir paz con justicia social. La pobre y muchas veces dura y virulenta respuesta a los desafíos de la protesta social y del paro nacional, de las “primeras líneas”, buscando culpables sin reconocer responsabilidades de cambio, ni redoblar garantías de derechos y democracia, presagian nuevas movilizaciones y más fuertes reclamos sociales. Ante la jornada electoral del 2022 y su antecedente campaña política, necesitamos preparar la consciencia ciudadana y hacer el compromiso moral de exigir garantías y de votar con absoluta libertad y, quizás, con la responsabilidad más grande de toda nuestra historia. ¡No nos podemos equivocar! No podemos legitimar un estado de cosas como el que indican los asesinatos y las masacres, la corrupción y la represión a los clamores sociales. Oramos unidos y nos unimos a la lucha pacífica y al compromiso comunitario por el logro de una Colombia con pan, educación, convivencia, democracia y seguridad para todos. Nos unimos para promover e impulsar un Estado con garantías para la institución familiar y una economía que incluya a todos y cuide el medio ambiente, que preserve los recursos y el futuro. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mar 31 Ago 2021

Bienaventurados los que trabajan por la paz

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), son las palabras de Jesús en el discurso de despedida y que nos indican que tenemos que trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz. Esta paz interior y exterior no depende de nuestro esfuerzo y méritos, sino de la gracia de Dios. Durante la celebración de la eucaristía el sacerdote dice: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles ‘la paz les dejo, mi paz les doy’, no mires nuestros pecados sino la fe de la Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad”. Luego extiende las manos y nos dice: “La paz del Señor sea siempre con ustedes”. ¿Qué es esta paz? Es un maravilloso regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre para nosotros y que nos quiere dejar para que vivamos en comunión y unidad. De nuestra parte está la responsabilidad de aceptarla, acogiéndola como don de Dios para nuestra vida. Cuando aceptamos a Jesucristo en la vida personal y familiar, brota del interior el deseo de trabajar y construir la paz; como consecuencia de ello seremos llamados por el mismo Señor, bienaventurados. Así lo expresa Jesús en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), esta es la tarea de todo cristiano, ayudar a que todos vivamos en paz. Llegar a trabajar por la paz presupone que reinen en nuestro corazón las demás bienaventuranzas. Cuando tengamos la confianza puesta solo en Dios desde la pobreza evangélica, cuando tengamos el alma limpia de todo pecado, comenzamos a tener paz en nosotros mismos y también la podemos ofrecer a los demás. Quienes trabajan por la paz son bienaventurados, porque primero tienen la paz en su corazón y después procuran ambientes de paz entre los hermanos que están en división y conflicto. Para trabajar por la paz y transmitirla a los otros, se necesita tener en el corazón todas las cosas ordenadas, dejar entrar todas las virtudes, desde la fe, la esperanza y la caridad que nos ponen en paz con Dios y luego las demás virtudes que rigen toda la vida del creyente y lo ponen en actitud de acogida del hermano. Desde un corazón que está limpio, que está en gracia de Dios, es posible trabajar por la paz, recibiendo cada uno la paz que Jesucristo nos ha dejado y que nos conduce al encuentro con Él. Del 5 al 12 de septiembre celebramos la semana por la paz, en donde nos disponemos a rezar por la paz tan anhelada por todos y a trabajar para que vivamos en familias perdonadas, reconciliadas y en paz. Se necesitan corazones perdonados y reconciliados con Dios y con los hermanos para que podamos tener una paz verdadera, estable y duradera. Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla. En Colombia sabemos de la necesidad que tenemos de la paz, pero no podemos olvidar que es un don de Dios y que trabajar por la paz, nos hace hijos de Dios y hermanos entre sí. Mientras no tengamos este principio cristiano bien anclado en el corazón, todos los esfuerzos meramente humanos que hacemos por conseguir la paz, quedan a mitad de camino y desfallecen en la mitad del sendero. Se necesita amar la paz, que en la vida concreta es amar a Jesucristo, príncipe de la paz y tenerlo en el corazón de hijos de Dios. En este trabajo intenso y desde el corazón, tenemos la certeza de un premio: “bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9), sabiendo que el Padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia, si no vivimos en paz entre todos por medio de la caridad fraterna, trabajando por crear armonía y unidad en nuestro entorno. Esta es la misión de Nuestro Señor Jesucristo, conducirnos a la paz, reunir a los que están dispersos y divididos y establecer la paz entre los que crean divisiones. Sobre todo, su misión es devolvernos la paz con Dios, perdida a causa del pecado, poniendo en nuestro corazón la gracia para vivir en la presencia permanente de Dios, sabiendo que somos pacíficos cuando en nosotros no hay nada que se oponga a Dios y todos estamos cerca del Señor, así lo expresa el Apóstol san Pablo: “mas ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos, han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz… para crear en sí mismo… un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca” (Ef 2, 13 - 15). Nuevamente Jesucristo necesita que lo dejemos obrar en nuestro corazón y que lo dejemos entrar en nuestra vida: “mira que estoy a la puerta y llamo. Cuando alguien me oye y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3, 20), esta es la clave para vivir perdonados, reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta

Vie 27 Ago 2021

Volvamos a la familia. Su aporte social

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Los acontecimientos sociales desencadenados desde abril forzaron una pausa en las reflexiones sobre la familia, con ocasión del 5º aniversario de haber sido publicada la Exhortación Apostólica: La alegría del amor (Amoris laetitia), del Papa Francisco. Habíamos abordado hasta entonces 4 capítulos de la Exhortación. Propongo continuar con el 5º que tiene por título: amor que se hace fecundo (nn. 165-198). Partiendo de la premisa de que “el amor siempre da vida”, el papa recuerda que el amor de la pareja no se agota en ella misma sino que va más allá. Los hijos «La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios». El don de la paternidad y la maternidad se descubre también es un camino para redescubrir el amor de Dios, pues en los hijos se encuentra «la belleza de ser amados antes» y así sucede también con Dios, que toma la iniciativa en amarnos. Además de los hijos deseados, amados y acogidos, duele constatar que muchas personas rechacen a los hijos, los abandonen, o les roben su infancia y su futuro. Ante estas circunstancias, de niños que no son bien recibidos por sus padres y que evidencian relaciones de pareja marcadas por las heridas personales, el Santo Padre invita a abrirse con confianza al don que ellos significan y asumir la responsabilidad de acompañarles en su proceso de vida. Otra circunstancia es cuando no llegan los hijos. Aunque la ciencia hoy ofrece alternativas (la mayoría de ellas éticamente muy cuestionables), el Papa Francisco recuerda la opción (siempre vigente): «quiero alentar a quienes no pueden tener hijos a que sean magnánimos […] parar recibir a quienes están privados de un adecuado contexto familiar». Es la alternativa de la adopción. Los ancianos La familia también debe defender el espacio a que tienen derecho los adultos mayores, evitando relegarles a condiciones de vida indignas e indignantes. En este sentido, el Papa recuerda el clamor del anciano que teme ser olvidado y despreciado: «No me desprecies ahorra en la vejez, me van faltando las fuerzas…» (Salmo 71,9). El Sumo Pontífice alienta a cultivar el sentido de gratitud, aprecio y acogida que haga sentir al anciano parte viva y activa de la familia y de la comunidad. Y nos comparte su sueño: «¡cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!». La familia grande Por último, el Papa recuerda que la familia es constructora de comunidad: familiares cercanos, amigos, vecinos y vecinas, tejiendo vínculos sociales y comunitarios que aportan a una mejor sociedad. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Diócesis de Pasto

Mar 24 Ago 2021

¡Hable con Dios!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Definitivamente hablar por celular se ha convertido en una necesidad; la telefonía fija, poco a poco, se esfuma mientras las nuevas tecnologías marcan su ruta. Sin embargo, nos topamos hoy con una cruda realidad: “en la era de las tecnologías somos los seres más incomunicados”; esta afirmación, podría pensarse, refleja pesimismo y negación, pero no es así, pues la tecnología debería acercarnos y no alejarnos; debería propiciar la cultura del encuentro y fortalecer nuestros lazos fraternales. Cuántas veces en casa, se come a la carta, se lleva el celular al comedor, se interrumpen las conversaciones para levantarnos a responder, etc. También podemos constatar que hoy hay saturación de información que impide una buena comunicación. Incluso, ante las crisis, muchas personas hablan de diálogo, mesas de concertación, pero, con facilidad se deja ver la intransigencia, la dureza al hablar o la negativa para escuchar. En fin, las tecnologías, son un maravilloso invento para la humanidad; llegaron para quedarse, no obstante, debemos aprender a usar estas herramientas, que son medios y no fines. Por lo tanto, dedique más tiempo al diálogo en familia, hable con sus hijos, con sus papás, con sus amigos; escuche sin interrumpir, sea coherente, no fracture la comunicación, no se inmiscuya en conversaciones ajenas, use palabras edificantes, evite maltratar o zaherir a las personas con su vocabulario; no se enoje, serénese y hable recurriendo a las pausas, a los silencios; aprenda a callar, no diga todo lo que ve o siente. Y qué decir desde la vida espiritual: hable con Dios y deje que Él le hable. La oración es el mejor camino para encontrarse con Dios; san Agustín decía: “Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él” y pensaba que la oración nos hace sentir que “somos mendigos de Dios”; estamos necesitados del amor y la misericordia de Dios; así que no tenga miedo y hable con Él, exprésele su dolor, sus alegrías, gozos y esperanzas, dígale que siente. Ahora, querido lector, le invito a ponerse en modo “meditación”, en orden a descubrir un camino interesante para hablar con Dios. Para ello, debo volver a hablar de la telefonía celular. Fijémonos cómo los celulares tienen un pin, ya no tan usado ni conocido. En los celulares podemos encontrar llamadas perdidas, pudiendo identificar desde qué número se ha llamado; usted puede contestar o dejar que suene el celular; puede rechazar la llamada si quiere; puede devolver la llamada o dejar mensaje de voz o incluso, puede apagar su celular. Para hablar con Dios tenga en cuenta todo lo anterior: con Dios no hay que pedir cita, siempre está disponible; Él siempre escucha nuestro clamor, no deja sonar y sonar nuestras plegarias; Con Dios no hay llamadas perdidas, ni hay que dejarle mensajes de voz; Dios jamás rechaza nuestra llamada y siempre está atento a nuestras necesidades, su luz no se apaga. Pues bien, si quiere hablar con Dios tenga en cuenta su número de celular: 33, 3; el pin es: “Jeremías”, así que le invito a leer el pasaje bíblico Jeremías 33,3. No lo escribo aquí para que haga el ejercicio y se dé cuenta que Dios siempre nos escucha. Al terminar de leer el texto, piense: ¿Cómo vivo mi relación con Dios? ¿Qué debo decirle a Dios? ¿Cómo abrir mi corazón para hacer su santa voluntad? Vuelva a leer el texto y descubra la gran riqueza que no se puede rechazar. Que, a partir de hoy, cada día, cada jornada, cada decisión que deba tomar, pase por el oxígeno de la oración que nos hará respirar aire puro y nos abrirá las puertas para hablar siempre con Dios. Así que “hable con Dios”. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia