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Opinión

Mar 19 Oct 2021

Fracaso de la Humanidad

La dignidad de la persona humana exige la garantía de una alimentación sana y suficiente y la promoción de un trabajo decente para todos La celebración de la Jornada Mundial de la Alimentación, cada 16 de octubre, nos recuerda que la aceptación social del hambre en el mundo es uno de los mayores errores morales de nuestro tiempo. Es cierto que existe la acción enérgica de muchas organizaciones y personas para erradicar este atroz flagelo. Al respecto, el compromiso de la Iglesia Católica es enorme. Y, sin embargo, no somos capaces de acabar con esta dolorosa plaga, que tantos males y penurias acarrea a multitud de hermanos nuestros. No se trata solo de pobreza y miseria, lo que es mucho, demasiado, sino de hambre, de millones de personas que carecen del alimento necesario para subsistir. Muchas de ellas son niños de corta edad. Un buen número perece por su causa. El hambre es un fracaso de la Humanidad y de la humanidad. Es un escándalo, una tremenda injusticia que no logremos liberarnos de sus garras. Esto solo será posible si los sistemas alimentarios trabajan la inclusividad, la resiliencia y la sostenibilidad. Lo están reclamando los más de 800 millones de personas en el mundo que se fueron a la cama con el estómago vacío el pasado 2020. No se trata de descalificar otros objetivos y reivindicaciones, pero sí de establecer la correcta jerarquía de valores. Y resulta difícil encontrar otra meta humanitaria más inaplazable y perentoria que la abolición del hambre en el mundo. Para alcanzarla es preciso establecer e impulsar la lógica del cuidado, creernos que la fraternidad es algo más que una simple palabra. No podemos vivir mirando solo a nosotros mismos y a nuestros familiares y amigos. Cualquier sufrimiento humano nos interpela a todos. La dignidad de la persona humana exige la garantía de una alimentación sana y suficiente y la promoción de un trabajo decente para todos. Para conseguir este fin inexcusable existen tres categorías que deben tener una amplia voz y participar en los procesos políticos y de toma de decisiones: los pequeños productores locales, los jóvenes y los pueblos indígenas. El hambre en el mundo constituye uno de los más patentes síntomas del proceso de deshumanización del hombre, que se ha acentuado en las últimas décadas a partir de los sesenta. Su consecuencia principal ha sido el declive de la dignidad de la vida y de su protección jurídica, que se manifiesta en la regulación del aborto, la eutanasia, la reproducción asistida, la experimentación con embriones, entre otros asuntos. Negada la condición de hijo de Dios, la dignidad de la persona humana se degrada hasta llegar a desaparecer. Las conciencias de muchos hombres parecen adormecidas, anestesiadas. No faltan recursos para que todo ser humano goce del pan de cada día. Se producen anualmente alimentos suficientes. El drama consiste en que no todos tienen acceso a ellos, no todos pueden comer lo que requieren. Mueren centenares de miles de personas por inanición mientras otras viven en la opulencia, se someten a severas dietas para adelgazar y desperdician los alimentos sin escrúpulo alguno. Se trata, sin duda, de la más apremiante tarea de nuestro tiempo. Aquí no hay opresión ni explotación sino sencillamente muerte. No hay guerra peor ni más cruel que esta. Para resolver un problema es ineludible diagnosticar correctamente sus causas, pero no se trata en este caso de una mera disputa ideológica o política sino de una absoluta y grave urgencia moral. Ninguna como esta es tanto una cuestión de vida o muerte. Los países más ricos tienen contraída una grave responsabilidad, pero no es menor la que corresponde a los regímenes tiránicos y a los que implantan políticas económicas que contribuyen a establecer condiciones materiales de vida miserables. Por no hablar de las hambrunas deliberadamente desatadas. El primer derecho natural es el derecho a la vida y se le arrebata a quien queda sometido al hambre hasta llegar al fallecimiento por falta de comida. Nadie puede quedar al margen para poner fin a este macabro espectáculo. Entre todos, conjugando voluntades y sumando ideas, trabajando juntos y uniendo esfuerzos, destinando fondos y emprendiendo iniciativas eficaces, hemos de afrontar esta tragedia. Gobiernos, instituciones internacionales, asociaciones públicas o privadas, personas individuales, todos hemos de poner nuestra imaginación, voluntad, generosidad y empeño para que la nuestra sea en verdad la generación que contempló finalmente el «Hambre cero». La estrategia ha de consistir en tres acciones: ver, juzgar y actuar. Nuestra contribución a la lucha contra el hambre en el mundo es única e insustituible. Entonces, no temamos preguntarnos, con leal sinceridad, ¿qué podemos hacer? Será el inicio de un dinamismo que nos conduzca a abatir en nuestro interior la tendencia al individualismo, la costumbre a encerrarnos en nosotros mismos, el hábito de pensar que ya habrá alguien que se ocupe de solucionar este asunto. Hemos de salir de la fascinación de la comodidad, de movernos solo si ganamos algo, buscando el beneficio a toda costa. Convenzámonos: Derrotar el hambre de una vez por todas depende del triunfo de la solidaridad. En este camino vale la pena escuchar al Papa Francisco, cuando dice: «Pienso que es necesario, hoy más que nunca, educarnos en la solidaridad, redescubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda, y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones. Solo cuando se es solidario de una manera concreta, superando visiones egoístas e intereses de parte, también se podrá lograr finalmente el objetivo de eliminar las formas de indigencia determinadas por la carencia de alimentos. Solidaridad que no se reduce a las diversas formas de asistencia, sino que se esfuerza por asegurar que un número cada vez mayor de personas puedan ser económicamente independientes. Se han dado muchos pasos en diferentes países, pero todavía estamos lejos de un mundo en el que todos puedan vivir con dignidad» (Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación. 16 de octubre de 2013, n. 1). Estos buenos deseos del Obispo de Roma se harán feliz realidad si los tomamos en serio. De nosotros depende. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, FIDA y PMA

Vie 15 Oct 2021

Hacia una Iglesia sinodal (III)

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Cuando se habla de sinodalidad eclesial como experiencia en la que caminamos juntos buscando un mismo fin, es necesario tener en cuenta algunas consideraciones. La primera, es que esta concepción no es nueva en la Iglesia. Desde sus mismos orígenes las comunidades cristianas, en torno, primero de su maestro, Cristo, y luego, en torno de los apóstoles, presididos por Pedro, trabajan juntos, hacen discernimiento juntos para resolver conflictos, etc. La segunda, más recientemente, el Concilio Vaticano II, propone la elocuente figura de la Iglesia como Pueblo de Dios, donde se invita a replantear los principios de la Iglesia netamente jerárquica, para apropiarnos de la imagen de una Iglesia servidora, en donde todos los miembros del Pueblo de Dios somos iguales en dignidad, aunque cada uno tiene un papel o una misión en la Iglesia, tanto universales, con el sacerdocio común, y los dones y carismas particulares, como los que surgen por el sacramento del orden (episcopado, presbiterado, diaconado). En los años 80 se promulga la reforma del Código de Derecho Canónico, y allí, en el libro segundo, intitulado “Del Pueblo de Dios”, se dedican 542 cánones al tema de los derechos y deberes de los fieles cristianos en general, luego los derechos y deberes de los fieles laicos, y describe la constitución jerárquica de la Iglesia y los Institutos de vida consagrada. Esto se encuentra en los cánones 204 a 746. En estos cánones ofrece el Código las formas como cada miembro del pueblo de Dios, peregrino en la tierra, puede y está llamado a ofrecer sus aportes para la consolidación del Reino de Dios en el mundo. A manera de ilustración, veamos algunos de los cánones, que nos permiten entender por qué en la dinámica sinodal, todos estamos invitados a participar activamente. c. 208 “Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo”. 209 &1 “Los fieles está obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar”. &2 “Cumplan con gran diligencia los deberes que tienen tanto respecto a la Iglesia universal como en relación con la Iglesia particular a la que pertenecen, según las prescripciones del derecho”. 211 “Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero”. 212 &2 “Los fieles tiene la facultad de manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales y sus deseos”. &3 “Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores, y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”. Son muchos otros cánones que dan pie a la realización de las asambleas sinodales parroquiales y diocesanas. Vale la pena leerlos todos. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali Lea también: Por una Iglesia sinodal (I) [icon class='fa fa-download fa-2x'] LEER AQUÍ[/icon] Hacia una Iglesia sinodal (II)[icon class='fa fa-download fa-2x'] LEER AQUÍ[/icon]

Lun 11 Oct 2021

Aprendiendo a caminar juntos

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Juntos vamos más despacio, pero podremos llegar más lejos”, reza una popular consigna. La tentación de quedarnos quietos, de instalarnos como seres sedentarios, es contrarrestada por la vocación nómada que convierte el camino, la vía, el sendero, el viaje y las encrucijadas, en metáforas de la existencia. Como seres vivos, el dinamismo interior nos hace buscar la luz y tener ojos que la reciban y nos permitan ver. Todos nuestros sentidos están en función del movimiento, del pensamiento, del horizonte, del crecimiento y del avance. La vida puede ser vista como un proceso de subida hasta el descenso de la vejez y la muerte, o como un progreso hacia la felicidad más plena y eterna. También el vivir puede ser simplemente un coexistir, o tirando a más, una convivencia y, más plenamente aún, una comunión que engendra comunidad y sinodalidad, es decir, un caminar juntos. Desde la fe, tanto la génesis como la escatología, es decir, el inicio y la meta de la humanidad, marcan la existencia como itinerario de vida e historia, pero más profundamente, como “alianza” con Dios, arraigada en la consciencia personal, en la relación interhumana, en el trato con los demás seres vivos, en el dinamismo de toda la creación. Son “los caminos de Dios en la tierra” y el perpetuo caminar de la fe que caracteriza la condición del creyente. Este destino no es un errar por caminos azarosos, sino una perpetua marcha siguiendo la estrella, como los magos de Oriente (Mateo 2,9), como rebaño del Buen Pastor o séquito del Cordero. “Dios es origen, guía y meta del Universo” (Romanos 11,36). “Yo soy el camino la verdad y la vida” (Juan 14,6). “Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra, cuando llegase el momento culminante” (Efesios1,10), es “el plan de Dios” para el universo. El mismo ser de Dios se ve plasmado en este obrar dinámico del Padre Creador, del Hijo Salvador y del Espíritu Unificador, proyectándolo “al mundo entero y a toda la creación” (Marcos 16, 15). Este gran horizonte entre el mundo, la persona y Dios, llamados “a la perfección del amor”, es el que nos permite percibir también el actuar de Dios en nuestros tiempos, espacios y procesos. Más aún, nos impulsa a comprender “la sinodalidad eclesial” que intentamos despertar entre los creyentes católicos y los de otros credos, también en la humanidad como tal, en los actuales tiempos y acontecimientos. Somos humanidad e Iglesia en camino, “aprendiendo a caminar juntos”. Somos “compañeros de viaje”: “en la Iglesia y en la sociedad estamos en el mismo camino, uno al lado del otro”, reza el documento preparatorio para “el Sínodo de la sinodalidad”. Este no es un sínodo temático sino un proceso de conversión de la Iglesia, primeramente hacia adentro de ella misma, en tres planos: en el plano de su estilo y naturaleza asamblearia, de sus estructuras comunitarias e institucionales y de sus procesos y procedimientos, basados en la escucha, el ejercicio de la palabra, del diálogo, de la consulta y los consensos. Pero este “hacia adentro” de la comunidad eclesial diocesana, regional y universal, no es auto referencial: no se reduce a ampliar reuniones y conversatorios, ni siquiera a integrar a los creyentes, hombres y mujeres, generaciones y carismas, servicios y ministerios. Es una sinodalidad misionera, ecuménica, espacial y diaconal. Es “la Iglesia en salida” hacia periferias y centros; abierta como espacio de encuentro y de diálogo sociocultural, para diversos y adversos; identificada como servidora de la humanidad, desde su sentido más ecuménico, samaritano y profético. Por todo lo anterior, la sinodalidad no es sólo un método pastoral, sino ante todo un propósito territorial de integrar poblaciones y etnias, culturas y tradiciones. Un compromiso colectivo de cuidar de los más débiles, de los más vulnerables, de las víctimas e indefensos, así como de “la casa común”. Hacia afuera es entonces llegada, conversación, escucha, diálogo e integración de espiritualidades, para suscitar propuestas y llegar a propósitos comunes, a tejer ese “caminar juntos”, indispensable hoy ante los desafíos de las crisis sanitaria, ambiental, migratoria, de seguridad e inclusión social. Y hacia adentro ha de ser, fundamentalmente, de configuración comunitaria, de participación y discernimiento, de respuesta a las preguntas y desafíos que nos plantea el “caminar juntos” hacia afuera, con nuestros pueblos y naciones, construyendo con ellos vida, dignidad humana, convivencia, paz, progreso y futuro. Escribo estas reflexiones con todo el “beneficio de inventario”: la sinodalidad no es una “novedad” sino un aprender a caminar con Jesús y como Él, con la Iglesia Primitiva y con María. Un aprendizaje para estos tiempos y realidades que todos debemos hacer. Necesita hoy la humanidad que la Iglesia la contagie del espíritu de comunidad, del ambiente de concilios y de sínodos, desde el de Jerusalén en los inicios, hasta el Vaticano II. Aún en nuestro continente americano, desde Santo Toribio de Mogrovejo, gran arzobispo de Lima y gigantesco ejemplo de sinodalidad, hasta el Sínodo de la Amazonia, que recién se hizo, marcan este “caminar juntos” que nos urge asimilar y testimoniar. Todo un desafío por afrontar, partiendo siempre del itinerario que ya hemos hecho como Iglesia del post concilio, desde la “Evangelii Nuntiandi” de San Paulo VI, hasta la “Evangelii Gaudium” y el magisterio del Papa Francisco. Nuestro plan quinquenal arquidiocesano, con sus previstas asambleas presinodales y el sínodo parroquial quinquenal, recoge, en gran medida, este contenido sinodal y conciliar de la Iglesia. Una Iglesia Servidora, discípula, samaritana, esponsal, territorial y sinodal, son los trazos de ese rostro comunitario y sinodal que nos hemos propuesto darle a nuestra Iglesia Particular de Cali y que ahora podemos configurar y fortalecer desde las Asambleas Parroquiales de Servidores y la llegada misionera a las gentes de todo el territorio parroquial. Una parroquia sinodal, con esposos, familias. Carismas, servicios y ministerios, con verdaderos espacios de encuentro y de acuerdos dos, con una espiritualidad de participación, comunión y misión. Volvamos consigna nuestra para estos años de aprendizaje en este “caminar juntos”: “desde cada parroquia, nuestra Iglesia se hace sinodal”. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mié 6 Oct 2021

El apostolado de la oreja

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro – La paciencia de escuchar - El Papa Francisco ha convocado a la Iglesia en todo el mundo para emprender un camino de encuentro con los más posibles, de cara al sínodo en la que se pretende discernir hasta el 2023 cómo llegar a ser una Iglesia más participativa, al estilo del evangelio. Y plantea la escucha como método para pensar juntos. La frase que da título a este artículo ayuda a entender bien lo que significa este método. No se trata de una simple técnica sino de una actitud espiritual, que brota de la fe. Se trata, como en el caso de Jesús, de saber detenerse y calle ante la voz del otro hasta que este pueda expresar libre, pero respetuosamente lo que tiene en su mente y corazón. Este ejercicio apostólico de escucha a que nos está invitando el Santo Padre requiere de algunas actitudes, tanto de quien habla como de quien presta atención. De parte de quien habla Lo primero necesario es la capacidad, antes de hablar, de guardar silencio, pensar, invocar la luz del Espíritu Santo y dejar que las palabras que resuenen primero en el interior. En segunda instancia, tener disposición para expresarse con valentía, pero respetuosamente. En tercer lugar, tener actitud crítica pero constructiva. Y finalmente, expresarse entendiendo que hay otros que también esperan poder hacer oír su voz. No tomarse la palabra como si se fuera el único que necesita ser escuchado. Después de expresarse volver a valorar el silencio como puerta que permitirá escuchar a los que hablarán a continuación. De parte de quien escucha La primera y fundamental actitud de quien escucha es disponerse pidiendo al Espíritu ayuda para captar el corazón de cada uno de aquellos que se van a expresar. En segundo lugar, se ha de considerar importante a cada persona. No hay un discurso que valga más que otro. Tercero, cuidar de dar la voz con especial cuidado a los que han tenido menos o ninguna oportunidad de ser oídos. Cuarto, infundir confianza a las personas para que puedan expresarse sin temores. Sin juzgar, acoger las experiencias positivas y las negativas que se digan. Más allá del llamado que hace el Papa, el método de la escucha, el “apostolado de la oreja” es clave para nuestro tiempo, donde hay tantas palabras que se lleva el viento porque no encuentran quien las quiera escuchar; pero también donde hay otros que solo quieren soltar sus discursos, pero no están dispuestos a callar para darse la oportunidad de escuchar a los demás. Hablar menos y escuchar más. Habría menos gritos reprimidos, menos palabras armadas de rencores guardados. Más diálogo, más encuentro, caminar juntos, avanzar. +Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Diócesis de Pasto

Dom 3 Oct 2021

Somos discípulos misioneros de Jesucristo

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Comenzamos el mes de oc­tubre, que en la Iglesia lo aprovechamos para reflexio­nar sobre la misión que tenemos como bautizados, de anunciar por todas partes el mensaje, la palabra y la persona de nuestro Señor Je­sucristo (Cf. Mt 28, 19). Recorde­mos que el Bautismo nos convierte en miembros del Cuerpo de Cristo y nos hace entrar en el Pueblo de Dios, que es la Iglesia, un Pueblo en camino, que toma conciencia de ir sembrando la semilla del Reino de Dios por todas partes, con celo pastoral y ardor misionero. Por el bautismo cada uno se con­vierte en un discípulo misionero, llamado a llevar el Evangelio a to­das partes. Cada uno de nosotros los bautizados, cualquiera que sea nuestra función en la Iglesia es un instrumento activo para la evange­lización (Cf. EG 120). Somos dis­cípulos porque recibimos la fe y la enseñanza del Evangelio y somos misioneros porque nos compro­metemos a trasmitir la fe a tan­tas personas que aún no conocen a Jesús, que están alejados de Él o que lo rechazan. Así lo expresa el Papa Francisco cuando nos dice: “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo mi­sionero” (EG 120). “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santifi­cadora del Espíritu que impulsa a Evangelizar” (EG 119). En nuestra Diócesis de Cúcuta, con el desarrollo del Plan Pastoral, he­mos reflexionado durante este año en Jesucristo que es nuestra Espe­ranza, y así lo queremos vivir en este tiempo de tormenta por el que pasamos todos y como misioneros queremos ser fuente de Esperanza para muchas personas que nece­sitan una palabra de consuelo, de aliento y que cada uno puede en­tregar, dando a conocer a Jesucristo nuestra Esperanza que no defrauda. Sabemos desde nuestra experien­cia de creyentes que nadie se salva solo. Todos somos responsables de la salvación de los hermanos, por­que somos comunidad de creyen­tes; por eso, sentimos el impulso interior que da la gracia de Dios, de comunicar la verdad de la Sal­vación a todos, sobre todo a los que están alejados del Señor o lo rechazan abier­tamente, dándoles a Jesucristo a quien hemos encontrado como al mejor de los tesoros. Según el documento de Aparecida cuando afirma: “En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípu­los del Señor y de haber sido envia­dos con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo” (DA 28). Lo que nos involucra a todos en esta misión es nuestra pertenencia a la Iglesia de Jesús. Él la quiso misio­nera, es decir, en salida anunciando la Palabra de Dios, para incluir en el proyecto de salvación a todas las gentes del mundo. El texto evangé­lico de Mateo contiene el mandato misional: “Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándo­las… y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado” (Mt 28, 19 - 20). Estas instruccio­nes del Señor son precedidas por un gesto de sumisión y fe de los apóstoles: Al ver a Jesús, relata el evangelista, lo adoraron, ellos que habían dudado (Cf. Mt 28, 18). El mandato de ir a bautizar hace refe­rencia a la nueva vinculación que se establece entre el bautizado y cada una de las tres Personas de la Santí­sima Trinidad que le da la identidad de Hijo de Dios al nuevo creyente. De ahí, se desprende la misión de ir a comunicar y testimoniar con la vida el Evangelio recibido y la fe asumida, para hacer crecer el Reino de Dios en el mundo, fortalecidos por la gracia de Dios, sobre todo en los mo­mentos de duda e in­certidumbre. De esto se desprende que todas las Dióce­sis, parroquias, comu­nidades eclesiales mi­sioneras, y en general, todos los bautizados, debemos escuchar con entusiasmo este mandato del envío misionero y ponerlo en práctica en cada uno de los ambientes en los que nos encon­tramos; comenzando por la familia y sembrando el Reino de Dios en el lugar de trabajo y la comunidad en la que nos movemos, con un solo propósito de dar a conocer a Jesús en todos los ambientes. Como consecuencia de nuestra condición de discípulos misione­ros, anunciando el mensaje de Je­sucristo, cosechamos en la Iglesia y en nuestra Diócesis el fruto ma­duro de la evangelización que es la caridad, en la que nuestra Iglesia Particular está comprometida, en la atención a los más pobres y ne­cesitados, a la población migrante tan necesitada de nuestra atención y misión en la siembra del Reino de Dios, tal como nos lo pide Apare­cida cuando dice: “Los discípulos y misioneros de Cristo promueven la cultura del compartir en todos los niveles en contraposición de la cultura dominante de acumulación egoísta, asumiendo con seriedad la virtud de la pobreza como estilo de vida sobrio para ir al encuentro y ayuda a las necesidades de los her­manos que viven en la indigencia” (DA 540). Desde nuestro Plan Pastoral bus­camos seguir caminando juntos, llegando a todos con el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, para transformar todas las realidades de la vida, con el propósito que la Palabra de Dios llegue a todas las periferias físicas y existenciales, para hacer crecer el Reino de Dios en esta porción del Pueblo de Dios que peregrina en nuestra Diócesis de Cúcuta y que queremos fortale­cer con la Eucaristía, la oración y la caridad. Con la conciencia de ser discípu­los misioneros de nuestro Señor Jesucristo, en familia renovamos la decisión de ser evangelizadores, in­tensificando nuestra respuesta de fe y anunciando a todos que Cristo ha redimido todos los pecados y ma­les de la humanidad. Amparados por la intercesión de la Santísima Virgen María Estrella de la Evan­gelización y del Glorioso Patriarca San José que custodia nuestra vida, vocación misión, pidamos al Señor la gracia de ser auténticos misione­ros, para hacer crecer el Reino de Dios por todas partes, cumpliendo el mandato del Señor. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo electode la Diócesis de Cúcuta

Jue 30 Sep 2021

¡Conspiración!

Por P. Raúl Ortiz Toro – El Sínodo 2021-2023 es una conspiración. Sí, ha leído bien, pero por favor, lea hasta el final. Quizá haya abierto los ojos para releer la palabra “conspiración” y es muy probable que haya entendido la frase inicial en sentido negativo; así, al menos, lo presenta el Diccionario RAE donde los dos primeros significados del verbo conspirar tienen que ver con la unión de varias personas contra un superior o contra otra persona para hacer daño; solo una tercera acepción considera que es “concurrir a un mismo fin” y, finalmente, con la anotación de “desusado” afirma que el verbo se empleaba como sinónimo de “convocar”. Pero conspiración – en el significado más genuino y válido de la palabra –, el significado patrístico (es decir, como lo utilizaron los Santos Padres de la Iglesia), significa un acuerdo de voluntades y espíritu. Dejamos, entonces, en claro, que el dinamismo de la lengua produjo en la palabra “conspiración” un cambio semántico. Como el verbo conspirar significaba algo trascendental, esto es, “tener un espíritu común” (com-spirare), San Agustín escribió una frase que ahora, en el contexto del Camino Sinodal 2021-2023, ha salido nuevamente a la luz con especial iluminación. Para leerla en el contexto los invito a ir al Documento Preparatorio del Sínodo (que se encuentra en la página sínodo.cec.org.co) y buscar en el numeral 11: «A quienes dividían el cuerpo eclesial, los Padres de la Iglesia opusieron la comunión de las Iglesias extendidas por todo el mundo, que San Agustín describía como “concordissima fidei conspiratio”, es decir, como el acuerdo en la fe de todos los Bautizados». “Concordissima fidei conspiratio” que traduce literalmente “acuerdo plenamente unánime de la fe”, fue una frase escrita por San Agustín de Hipona en una carta a Sixto [Epístola 194, 31], “colega en el presbiterado”, en el contexto de la controversia pelagiana (siglo V) y la consiguiente discusión sobre la necesidad del bautismo de los niños. En época reciente, el Papa Francisco describió el pelagianismo actual como aquella herejía donde sus seguidores «aunque hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico» (Gaudete et Exultate, 49). Así pues, volviendo al Obispo de Hipona, podemos afirmar que el Espíritu Santo conspira sobre la Iglesia en el sentido que la une con los lazos de una armonía trascendente y doble: primero, su fuerza unificante por la fe creída, profesada, vivida en cada bautizado; segundo, por su fuerza unificadora entre los bautizados de todos los rincones de la tierra. De modo que el Espíritu Santo conspira en cada fiel produciendo la unidad y armonía entre la fe y la vida, y conspira en las Iglesias Particulares siendo fuerza efectiva para que exista unidad en la Iglesia Universal. El “acuerdo plenamente unánime en la fe”, es decir, la consabida “conspiración” del Espíritu Santo, es el fundamento de aquella frase también del papa Francisco que ha quedado plasmada en el Documento Preparatorio del Sínodo, número 11, pero que se remonta a la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium y, aún más atrás, al Concilio Vaticano II, a la Constitución Dogmática Lumen Gentium 12. Una frase que ha dado y dará mucho de qué hablar no solo a quienes con maneras integristas se resisten a escuchar al Pueblo de Dios como protagonista del presente y el futuro de la Iglesia sino a quienes la entienden mal hasta hacerles pensar que la Iglesia debe regirse como una democracia. La frase es esta: “El Pueblo de Dios es sujeto del sensus fidei infalible in credendo”; es decir, que, cuando cree, el Pueblo de Dios no se equivoca. Recordemos que el Pueblo de Dios está conformado por los laicos, los consagrados y los ordenados (obispos, sacerdotes y diáconos); todos “caminamos juntos” incorporados a Cristo por el bautismo. Explica el Papa en Evangelii Gaudium 119: «En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar. El Pueblo de Dios es santo por esta unción que lo haceinfalible “in credendo”.Esto significa que cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe. El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación. Como parte de su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles de uninstinto de la fe—elsensus fidei—que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios. La presencia del Espíritu otorga a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que los permite captarlas intuitivamente, aunque no tengan el instrumental adecuado para expresarlas con precisión». Dejemos, entonces, que en este Camino Sinodal 2021-2023 el Espíritu Santo conspire sobre cada uno de nosotros y sobre nuestra Iglesia en general; que los procesos de escucha que se van a vivir en las Iglesias Particulares sean tiempos de gracia en los que cada parroquia o grupo de fieles se sientan agradecidos por el camino recorrido – pues sinodalidad siempre ha habido en la Iglesia, en algunas épocas más explícita que en otras: en la vivencia de la fe, la participación en las estructuras, la vinculación en los procesos – y que el Espíritu Santo nos ayude a vencer la tentación de reducir este tiempo de gracia a la elaboración de un documento más. Así lo advierte el Documento preparatorio (número 32): «Recordamos que la finalidad del Sínodo, y por lo tanto de esta consulta, no es producir documentos, sino “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos”». P. Raúl Ortiz Toro Director del Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y del Diálogo Conferencia Episcopal de Colombia praulortiz@cec.org.co

Lun 27 Sep 2021

¡Oposición!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Seguramente los lectores al leer el título de esta columna esperan que este texto sea una diatriba contra la mal llamada oposición en Colombia. Me animo a pensar en el término como tal, tratando de hacer una reflexión de carácter personal, pues desafortunadamente hoy, todo lo que no se da, según mi criterio, mi parecer y mi forma de pensar, fácilmente se convierte en un obstáculo y, por lo mismo, se termina en medio de una temida oposición; término tan usado y muy desgastado, igual que los conceptos ‘democracia’, ‘libertad’, ‘paz’, ‘civismo’, etc. En Colombia, hablar de oposición se ha vuelto el pan de cada día, hombres y mujeres que incursionan en la política y tienen como misión ser una fuerza que se opone al gobierno de turno. Al menos, en la práctica, se comprueba algo que no debiera ser; pues una oposición no es para resistir a todo proyecto o programa que no nace de sus entrañas; una auténtica oposición debería darse para denunciar atropellos contra la dignidad humana, hacer seguimiento en al arte de gobernar, recordar a los gobiernos de turno que las cosas no se están haciendo bien y para enaltecer la justicia, la paz, la convivencia pacífica, el diálogo. La oposición así, se convierte en una fuerza social que ayuda a gobernar, no a debilitar la institucionalidad. Sin embargo, en nuestra sociedad está haciendo escuela la idea de que la oposición debe ser una piedra en el zapato, llamada a obstruir todo aquello que surge de la iniciativa y creatividad de otras alternativas; de hecho, la oposición muchas veces termina por denigrar de las personas, señalar y hasta condenar; se dedica a azuzar a otros para que no se conviertan en aliados, sino en adversarios. Ahora bien, mientras la oposición critica, señala y condena, en sus propios escenarios construyen entramados económicos poderosos y manipulan a las mentes incautas para ganar adeptos. Una buena oposición en Colombia debería ser propositiva. No descalificar todo acto de gobierno sino unir esfuerzos para presentar alternativas de cambio, contribuyendo al desarrollo humano integral y al progreso económico, hacia la equidad y el respeto por los derechos humanos. El gran problema, es que, en todos los ambientes, no sólo en el escenario político se da la oposición: en el campo deportivo, en los medios de comunicación, en la Iglesia, en las comunidades, en las minorías étnicas y la razón es sencilla, porque aprendimos que, si no estamos de acuerdo, nuestra opción es oponernos. Mal aprendizaje social, porque esta manera de actuar nos puede llevar a la intransigencia, a la negligencia y a endurecer nuestro corazón, terminando por crear ideologías y estructuras de poder, en las que, si alguien piensa diferente, no puede estar en nuestro círculo social, hay que eliminarlo. Realmente grave, muy grave, pues es una actitud que vemos en niños, jóvenes y adolescentes quienes, en casa, terminan por oponerse a las reglas, por cuestionar las pautas de crianza, buscando rápidamente una autonomía animada por los llamados ‘expertos’ que hoy, como dice el Papa Francisco, son los que dicen cómo educar y cómo enseñar. Este escrito no es una descalificación de la oposición, sino una invitación a quienes están en esta orilla, a que asuman su rol con valentía y conciencia ciudadana, coadyuvando en los diversos procesos sociales, hacia la construcción de una sociedad empoderada y justa. Bienvenida la oposición, siempre y cuando se llegue a consensos, se trabaje hombro a hombro para construir y no para destruir. De hecho, como obispo diocesano, quiero invitar a todos los que se han presentado o se lanzarán a la arena política a que diseñen planes de gobiernos serios y se dediquen a hacer sus campañas sin atacar a los otros, presentando ‘ideas’ y propuestas, sin pisotear la fama y el honor de los demás candidatos. El político que considera que para llegar a ocupar una curul, necesita manosear y filtrar información de sus contrincantes, no debería aspirar a un cargo público porque su campaña ya está viciada y no estará dando muestras de que se ocupará del bien común sino de sus propios intereses mezquinos. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Mié 22 Sep 2021

Por una Iglesia sinodal

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas - ¿Qué nos propone el Papa Francisco? - Recientemente se han dado a conocer oficialmente los documentos con los que, por voluntad del Papa Francisco, la Iglesia es convocada a un proceso sinodal que tendrá su momento culminante en Octubre de 2023. Pero, ¿qué es lo que esto significa e implica para la Iglesia? Comencemos por entender el significado de la palabra sínodo; esta viene del griego y está compuesta de dos términos sin (reunión, acción conjunta) y odos (ruta, camino, viaje). De este modo, sínodo se entiende como hacer camino juntos. La temática del sínodo que convoca el Santo Padre, en esta ocasión tiene la particularidad de convocar a la Iglesia ha reflexionar sobre su profunda vocación de ser pueblo de Dios en el que nadie sobra ni tiene por qué sentirse excluido. Escuchar y escucharnos El tema mismo: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” tendrá la novedad de activar este proceso desde cada una de las diócesis del mundo. Allí, el Papa quiere que empecemos por escucharnos y escuchar a los más posibles, haciendo así concreta su llamada a ser Iglesia en salida, que va a las periferias existenciales. Ir a la esencia El Papa Francisco no está inventando algo que no esté en el corazón mismo de la identidad de la Iglesia; nos está llamando a enfocarnos en la naturaleza de la Iglesia como comunidad, es decir, congregación de hombres y mujeres que, siendo todos igualmente hijos e hijas de Dios, hacemos camino juntos, buscando el mismo fin: hacer presente el Reino de Dios en el mundo hasta el encuentro definitivo con el Señor. Tal vez con el paso de los siglos, a la Iglesia se la ha visto más como una institución casi comparable con otro tipo de instituciones, movidas por lógicas y relaciones jerárquicas o de poder. Pero lo cierto es que nada está más lejos de esto: En su vida pública Jesús fue congregando alrededor suyo un grupo de personas para hacer camino con Él y asumir un estilo de vida en la cual todos contaban y se apoyaban unos a otros. Los mismos Hechos de los apóstoles relatan de las primeras comunidades que «se reunían en un mismo lugar y tenían todo en común» (2, 44). Así, la Iglesia es la comunidad de los bautizados, discípulos de Jesucristo, que asumimos como estilo de vida, caminar juntos tras las huellas del maestro, y a pesar de tener roles distintos, lo central que es la consciencia de ser hermanos. En oración Desde ya, pidamos al Espíritu Santo que acompañe este proceso sinodal convocado por el Santo Padre, para ajustarnos más fielmente a la comunidad que Dios quiere que seamos. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Diócesis de Pasto