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Opinión

Jue 25 Mar 2021

Llamados por Dios

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - La Cuaresma 2021 ha estado marcada, para nosotros los creyentes, por un sinnúmero de signos que tienen que ayudarnos a pensar en lo importante de nuestras vidas y en el llamado que nos hace el Señor a la esperanza. Comenzamos por la ceniza. Es un signo de penitencia. Este año muchos la recibieron no en la frente sino en la cabeza. De pronto no cayeron en la cuenta de que para recibir la ceniza en la frente en forma de cruz, se levanta la cabeza, se acercan erguidos para ser signados; con la imposición en la cabeza, se acercan con la cabeza abajo, un signo muy interesante para mostrar nuestra humildad y pequeñez ante la misericordia de Dios. A Él nos acercamos no para exigir, sino para pedir, como el leproso del evangelio: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Seguimos con la Palabra de Dios. Esta en sí misma no es un signo, es la presencia viva del Señor. En la Cuaresma, la Palabra se convierte de manera especial en luz de nuestros pasos. Por eso el llamado a intensificar su lectura y meditación que nos ayude a descubrir lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de prueba. Pasamos luego a las expresiones de nuestros deseos de conversión: la limosna, la penitencia y el ayuno. Estos sí que nos permiten entender la compasión del Padre del cielo hacia nosotros sus hijos. A través de estas realidades, para tantos dolorosas, ya que están en estado permanente de ayuno, de abstinencia y penitencia, pues no tienen ni siquiera dónde dormir ni qué comer, al tomar conciencia de estas realidades y ser compasivos como Dios, el llamado es a ser a austeros, solidarios, generosos y misericordiosos a través de las obras de caridad. No puede faltar en la Cuaresma el sacramento de la misericordia, el sacramento del perdón. Nos acercamos al sacerdote para recibir el perdón de los pecados y hacer delante suyo el compromiso de no volver a pecar. Es el llamado a la reconciliación con Dios, con los hermanos y con la naturaleza. En la encrucijada de la pandemia, llega la vacuna contra el coronavirus. Prácticamente coincidió su llegada con el inicio de la cuaresma. Desde la fe un mensaje, basado en la misma Palabra de Dios: “el que persevere hasta el fin se salvará”. Así es, la vacuna surge como un signo de esperanza para seguir nuestro camino en este mundo, con entusiasmo. No todo estaba acabado, todo saldrá bien. ¿Acaso no fue ese el anuncio constante de Jesús a sus discípulos, que al final no comprendían?: “él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas y ser matado y resucitar al tercer día” (Mt., 16, 21). Ahora sentimos de nuevo el llamado a la esperanza en la acción misericordiosa del Señor que no nos abandona. El Papa Francisco, el miércoles de ceniza, decía que “la Cuaresma es el camino del retorno a Dios”. Es el camino para el encuentro con el Resucitado. Es el camino para llegar a la meta de la vida nueva, movidos por la esperanza que no defrauda. Estemos atentos al llamado que nos hace Dios a ser mejores, a estar con él, a disponernos para el encuentro definitivo con Dios, a renovar la fe, la esperanza y el amor. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo auxiliar de Cali

Lun 22 Mar 2021

El derecho humano al agua bajo amenaza

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - A finales del año 2020 el agua comenzó a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street como el petróleo, el oro o cualquier otra mercancía. En realidad, no cotiza el agua en sí misma, sino sus derechos de uso. Y la compraventa no se refiere al uso en el momento actual, sino para el futuro, buscando así garantizar (para el comprador) el acceso al agua en un plazo determinado, por ejemplo, ante períodos de sequía. Basta esta somera explicación para darse cuenta de que esta decisión introduce un bien básico, como es el agua, en el mundo de los mercados bursátiles, abiertos a corporaciones financieras, que nada tienen que ver con la gerencia y el uso del agua. Aunque se intenta justificar la medida afirmando que puede mejorar la tutela, el consumo y la conservación de un recurso escaso, lo cierto es que se plantean numerosas dudas, bastantes sospechas y algunas amenazas, en la medida en que esta dinámica abre las puertas a la acción de los especuladores. Conviene, pues, que consideremos esta cuestión, analizándola con cierto detenimiento e iluminándola desde la Doctrina Social de la Iglesia. Sin agua no hay vida Digamos, de entrada, que el agua está en el epicentro del desarrollo sostenible y es trascendental para el progreso socioeconómico, la energía y la producción de alimentos, los ecosistemas saludables, y la supervivencia misma de los seres humanos y otras especies animales y vegetales. El agua también forma parte esencial de la adaptación al cambio climático, y es el vínculo crucial entre la sociedad y el medioambiente. Por eso, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice que “el uso del agua y de los servicios conexos debe ser orientado a la satisfacción de las necesidades de todos y, sobre todo, de las personas que viven en pobreza. Un limitado acceso al agua potable incide sobre el bienestar de un enorme número de personas y es, las más de las veces, causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza y, además, de muerte” (n. 484). En consecuencia, “el agua, por su propia naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más; su uso debe ser racional y solidario. Su distribución entra, tradicionalmente, entre las responsabilidades de entes públicos, porque el agua ha sido siempre considerada como un bien público, característica que debe ser mantenida si la gestión es confiada al sector privado” (n. 485). Siendo este precioso elemento imprescindible para la vida, lamentablemente, hoy su exigüidad afecta al 40% de la población mundial y más de 2.000 millones de personas no tienen acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura. Los expertos consideran que para el año 2025 la escasez de agua podría afectar a dos tercios de los habitantes del planeta y según la ONU más de 700 millones de personas en el mundo podrían verse forzadas a desplazarse debido a la penuria de agua de aquí a 2030. La bolsa y la vida Habiendo recordado así la importancia del agua, digamos una palabra acerca de la economía financiera. En el año 2018 la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral publicaron, conjuntamente, el documento Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero. En su número 5 leemos: “La reciente crisis financiera era una oportunidad para desarrollar una nueva economía más atenta a los principios éticos y a la nueva regulación de la actividad financiera, neutralizando los aspectos depredadores y especulativos y dando valor al servicio a la economía real”. A pesar de algunos intentos, “parece volver a estar en auge un egoísmo miope y limitado a corto plazo, el cual, prescindiendo del bien común, excluye de su horizonte la preocupación, no sólo de crear, sino también de difundir riqueza y eliminar las desigualdades, hoy tan pronunciadas”. Un poco más adelante, el mismo documento añade: “La finalidad especulativa, especialmente en el campo económico financiero, amenaza hoy con suplantar a todos los otros objetivos principales en los que se concreta la libertad humana” (n. 17). El caso de la cotización del agua en el mercado financiero de futuros muestra que las advertencias arriba indicadas no estaban alejadas de la realidad. Más recientemente, en 2020, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral publicó el documento “Aqua fons vitae”. Orientaciones sobre el Agua, símbolo del grito del pobre y del grito de la Tierra. Allí, citando un texto previo del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’, critica “una concepción excesivamente mercantil del agua que corre el riesgo de considerarla equivocadamente como una mercancía más, planificando incluso inversiones económicas de acuerdo con el criterio de la ganancia por la ganancia” (n. 29). Y continúa: “Hay que reconocer que cualquier intento de reflejar el valor económico del agua mediante un sistema de mercado o por medio de un costo no es suficiente para obtener el derecho universal de beber agua potable” (n. 30). Después, tras citar a San Juan Pablo II, Aqua fons vitae recuerda que “el pensamiento social católico siempre ha hecho hincapié en el hecho que la defensa y la preservación de ciertos bienes comunes, como los entornos naturales y humanos, no se puede dejar en manos solamente de las fuerzas del mercado, ya que tocan las necesidades humanas fundamentales que escapan a la lógica pura del mercado” (n. 31). La ONU y el agua Por su importancia vital para el ser humano, el Derecho al Agua fue reconocido en la ONU como derecho humano en 1977. En el año 2002, la Observación General número 15 de la ONU dejó bien claro que “el agua debe ser tratada como un bien social y cultural, y no fundamentalmente como un bien económico” y añade que “el agua es un recurso natural limitado y un bien público fundamental para la vida y la salud” (1) . Este recurso, por tanto, no es una mercancía que pueda ser privatizada, comercializada o dejada a la total gestión de intereses particulares. En 2015 la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible reconoció que el agua es esencial para el progreso de las personas y los pueblos, indicándolo de forma explícita en el Objetivo n. 6 que contempla: “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. Tres años más tarde, la Asamblea General de la ONU aprobó la “Declaración universal sobre los derechos de los campesinos”, negociada previamente por el Consejo de Derechos Humanos. En ella se advierte sin ambigüedades: “Los Estados protegerán el derecho al agua de los campesinos y otras personas que viven en las zonas rurales frente a los actos de terceros que puedan socavarlo” (art. 21.5). El Relator especial de la ONU sobre el Derecho al agua y el saneamiento, Pedro Arrojo Agudo, que define poéticamente el agua como “el alma azul de la vida en este nuestro mundo”, considera que con ese primordial recurso natural en el mercado de futuros “el riesgo es que los grandes actores de la agricultura y la industria y los servicios a gran escala sean los únicos que puedan comprarla, marginando e impactando a los sectores vulnerables de la economía, como campesinos a pequeña escala” (2). Posición de la Santa Sede El Papa Francisco, en Laudato Si’, ya nos alerta sobre el problema que supone la escasez del agua, así como acerca de los peligros de su mercantilización y control de parte de unos pocos. En el n. 28 de esa encíclica, el Santo Padre considera el agua dulce “indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos”, así como para “sectores sanitarios, agropecuarios e industriales” y reconoce que hoy “en muchos lugares la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término”. En un número posterior, Su Santidad previene de “la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado”, mientras que “en realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos” (LS n. 30). Finalmente, en LS n. 31 lanza la voz de alarma sobre “la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua… si no se actúa con urgencia” y considera que “los impactos ambientales podrían afectar a miles de millones de personas, pero es previsible que el control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de conflictos de este siglo”. En su reciente encíclica Fratelli tutti, el Obispo de Roma ha vuelto sobre el argumento de forma nítida, exhortando a “pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (n. 116). Desde esos principios se puede concluir que “el desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos, sino que tiene que asegurar los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos. El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente, puesto que quien se apropia algo es solo para administrarlo en bien de todos” (FT n. 122). Por el bien de todos, especialmente de los pobres Algunos defienden la inclusión del agua en el mercado de futuros argumentando que así se consigue mayor eficiencia en el uso del recurso. Esto es una falacia, ya que lo que realmente se logra es abrir la posibilidad de que esté disponible al mejor postor, condenando por defecto a las personas y los territorios que no tengan los recursos económicos suficientes. Para el Relator especial de la ONU sobre el Derecho al agua y el saneamiento, Pedro Arrojo, los mercados de futuro son “espacios propicios para promover estrategias financieras especulativas sobre recursos vitales, como es el caso del agua, la energía o la alimentación, generando oportunidades de negocio sobre la base de graves afecciones a los más vulnerables y a las generaciones futuras” y añade que “el agua ya está bajo una amenaza extrema por una población en crecimiento, una demanda creciente y una contaminación grave de la agricultura y la industria minera en el contexto del impacto cada vez mayor del cambio climático. Me preocupa mucho que el agua ahora se trate como el oro, el petróleo y otros productos básicos que se negocian en el mercado de futuros de Wall Street” (3). De hecho, la especulación con los alimentos en el mercado de futuros de Chicago fue la causa determinante de la crisis alimentaria de 2008, crisis que incrementó en un 20% el número de hambrientos en el mundo. En pocos meses el precio del trigo en el mercado internacional se quintuplicó, mientras el maíz y el arroz duplicaban su precio y en tres años los precios de los alimentos subieron de media el 80%. Como consecuencia de ello, el número de hambrientos creció en 250 millones, lo que provocó revueltas callejeras en más de 60 países y la caída de diversos gobiernos. Fue una clara ilustración de que la especulación bursátil con recursos vitales como el agua y los alimentos pone en peligro la Seguridad Mundial. Pero más importante que todo es que esta decisión no aguantaría jamás la mirada a los ojos de nuestros hermanos pobres, sedientos, hambrientos, desvalidos… Escuchar el grito y alzar la voz Para los cristianos, el agua y los demás recursos naturales limitados del planeta son dones divinos que no pueden ser tratados como meras mercancías, ni se debe especular con ellos. Hemos de aprender a escuchar el grito de los empobrecidos que, como Jesús en la cruz, claman diciendo: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Siglos antes, Dios había hecho esta promesa por boca del profeta Isaías: “¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero” (Is 55, 1). Y, haciéndose eco de esta buena noticia, el Señor Jesús afirmó con rotundidad: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba” (Jn 7, 37). Esto lo dijo, solemnemente, en el templo de Jerusalén. Hoy el templo del mundo está siendo profanado y transformado en un gran mercado de valores, donde todo se negocia y comercializa: el alimento, el agua, los bosques, el aire, la biodiversidad, los sentimientos, las ideas, nuestros órganos vitales, la vida misma. A todo se le asigna un precio y es objeto de tráfico, de especulación. Si se reflexiona atentamente, los elementos mencionados anteriormente no son simples productos adquiribles o meros artículos desechables. No se trata de mercancías, de piezas descartables, sino de bienes vitales y sagrados a los que no se les puede asignar un precio porque su valor es incalculable. Son dádivas divinas, revestidas de dignidad inviolable. Son dones del Creador, salidos de sus manos para satisfacer las necesidades de todas sus criaturas y no pueden ser apropiados, ni vendidos para saciar la avaricia de unos pocos. Ha llegado la hora de salir al encuentro de los marginados para colmar sus carencias más perentorias antes de que el mercantilismo bursátil termine destruyendo la dignidad, los valores y la vida de los indigentes y postergados. Lo que realmente se requiere está en las antípodas del mercado de futuros. Necesitamos un gran debate mundial sobre el futuro del agua que culmine en el desarrollo de un instrumento jurídico vinculante que ampare el derecho al agua para todos, en particular para los menesterosos, los marginados, las regiones desfavorecidas u olvidadas de nuestro mundo. Desde 1993, por decisión de Naciones Unidas, cada 22 de marzo se conmemora el Día Mundial del Agua. Esta jornada nos ofrece una gran oportunidad para iniciar este proceso. La pandemia mundial ha subrayado todavía más el inmenso valor de este elemento tan decisivo para la preservación del planeta y la supervivencia humana y de otras especies. En la actual coyuntura una de las cosas que se ha puesto de relieve mayormente es que el agua es un factor sustancial para frenar el coronavirus, así como muchas otras enfermedades infecciosas. Sin embargo, esta cruel crisis sanitaria ha evidenciado aún más la gran desigualdad existente en el acceso y disfrute de este valioso recurso. Los pobres no pueden esperar. Imploran con su clamor que este bien vital no se mercantilice, que no se despilfarre, que no se contamine y que se comparta y use de manera sustentable, equitativa y solidaria. Ellos nos invitan asimismo a pensar no solo en el hoy, sino, sobre todo, en el mañana, que ha de ser luminoso y justo para todos y no únicamente para unos pocos. Valoremos el agua realmente. El agua es vida y la vida no se puede tasar, comercializar o banalizar convirtiéndola en un trivial producto financiero. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA Notas a pie de página 1. El texto se puede consultar en: https://agua.org.mx/biblioteca/observacion-general-15-onu-derecho-al-agua-2002/#:~:text=El%20agua%20es%20un%20recurso,realizaci%C3%B3n%20de%20otros%20derechos%20humanos 2. El texto se puede consultar en: http://www.oacnudh.org/agua-mercado-de-futuros-atrae-a-inversionistas-y-desafia-los-derechos-humanos-basicos-experto-de-la-onu/ 3. El texto puede encontrarse en: https://news.un.org/es/story/2020/12/148543

Vie 19 Mar 2021

El Papa Francisco en Irak

Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - La frase de Jesús a sus discípulos: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8) ha vuelto a resonar con fuerza en el viaje apostólico del Papa Francisco a Irak, vivido del 5 al 8 de marzo. Allí resonaron con intensidad, entre otros, grandes temas: La fraternidad humana, el testimonio cristiano y la cercanía a una Iglesia mártir. El Papa fue a Irak, pero su voz, enseñanza y testimonio lo son para el mundo entero. La primera gran mirada, indudablemente, se centra en el hecho mismo de un viaje testimonial y esperanzador en medio de la pandemia del covid-19; han pasado 15 meses de su último viaje (19 – 26 de noviembre de 2019) a Japón. El mundo ha vivido el parón nunca esperado. Ahora el Papa con las medidas propias de bioseguridad ha emprendido de nuevo el camino de los viajes apostólicos para seguir acercando el amor de Dios a las gentes. El virus no ha parado ni parará la evangelización; ciertamente han cambiado algunas cosas, pero se recurre a la creatividad para seguir en esta marcha incontenible. Este es un testimonio de esperanza, el mundo debe ver en la responsabilidad del Papa y su gesto de cercanía una imagen a no dejarnos derrotar por el “terror” o “miedo” de las incertidumbres humanas, hay que afrontarlas con responsabilidad y seguir el camino de la vida con la esperanza puesta en el Dios de la vida. Una segunda lectura, incontestable, es el lugar que visitó y desde el cual nos habló. Para muchos en nuestro contexto colombiano o latinoamericano, escuchar Irak, tiene varias resonancias: un lugar lejano, desconocido o únicamente conocido por las violentas noticias de guerra y destrucción que con frecuencia llegan; un mundo que para muchos suena a “enemigos de la fe”. La visita del Pontífice ha colocado en los ojos del mundo esta tierra con todas sus problemáticas; ha evidenciado con su presencia que el testimonio de fe y cercanía es más valioso que el miedo y los prejuicios. Él Vicario de Cristo se hizo presente, como él mismo lo precisa: “Vengo como penitente que pide perdón al Cielo y a los hermanos por tanta destrucción y crueldad. Vengo como peregrino de paz, en nombre de Cristo, Príncipe de la Paz” (Discurso a las autoridades y cuerpo diplomático). No fue una insensatez su decisión de ir a una tierra que centímetro a centímetro ha sido regada por la sangre de inocentes; es la coherencia de sus exhortaciones: una Iglesia en salida, la cultura del encuentro, de la cercanía y del amor misericordioso. Una tercera ojeada que quisiera subrayar es la categoría de “un viaje histórico”. Por primera vez un sucesor de Pedro pisa la tierra de nuestro padre en la fe, Abraham; con quien tienen que ver las grandes religiones monoteístas del mundo – el islam y el judaísmo –, además el cristianismo. Fue un momento de profunda espiritualidad, como dijo el Papa: “nos parece que volvemos a casa”, fue allí donde nuestro padre Abraham inició una aventura del todo particular en relación amorosa con Dios, “Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia”, precisó el Papa Francisco. En este ambiente de misterio frente a los líderes de las diversas confesiones de fe presentes en Irak, especialmente las monoteístas, el Papa subrayó que hoy, nosotros, judíos, cristianos y musulmanes, somos el fruto de esa llamada y de ese viaje. Exhortó a no separarnos nunca como hermanos y hacer que “la verdadera religiosidad – sea – adorar a Dios y amar al hermano”, pues “quien cree en Dios, no tiene enemigos que combatir, solo tiene un enemigo que afrontar: la enemistad”. Finalmente, una mirada sobre los encuentros vividos del Papa en este viaje. De remarcar la Iglesia cristiana católica que lo recibió, junto con la comunidad de Irak, con alegría y Esperanza; una Iglesia mártir que se ha puesto en pie para continuar su vida. Fue hermoso ver el testimonio, no solo del Papa allí en esa tierra, sino de los niños, los jóvenes y la comunidad en general que con fe y esperanza se han puesto sobre el surco de construir y mirar el futuro con confianza en Dios que los acompaña en medio de tantos dolores. No puedo dejar de mencionar el trascendental, silencioso y austero encuentro entre el Papa Francisco y el Ayatola Al Sistani, líder la comunidad musulmana chiita; un momento sin el ruido de lo mediático, más bien mediado en la plena confianza del uno en el otro. Un encuentro que despierta grandes esperanzas para una convivencia pacífica en esa región entre las distintas concepciones religiosas, donde los católicos hemos puesto parte de la sangre derramada y que llegamos a ser a duras penas cerca del 1% de la población. Creo que este viaje fue un viaje de amor, de amor a Cristo para darlo a conocer; de amor a la comunidad católica mártir que sufre para acompañarla y sostenerla; un viaje de amor por cada ser humano en Irak, sin importar su concepción de fe, para juntos mirar hacia el futuro con esperanza. Un viaje de amor que se hace testimonio para el mundo, existen razones dolorosas para comprometernos impostergablemente en la construcción de la fraternidad humana. Fue y es un viaje como el de Abraham, una respuesta al llamado de Dios, un viaje que como el del padre en la fe cambiará la historia. Un viaje en el que el Papa le ha gritado al mundo lo que dijo en Ur de Caldea, la patria de Abraham: “Nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene”. P. Jorge Enrique Bustamante Mora Director del Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y del Diálogo (PUD) Conferencia Episcopal de Colombia

Jue 18 Mar 2021

Inauguración año de la Familia 'Amoris laetitia'

Por: Mons. Edgar de Jesús García Gil - En la Solemnidad de San José, desde el Templete Eucarístico de Villavicencio, con la celebración de la Eucaristía presidida por su Excelencia Oscar Urbina Ortega, presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, se abrirá el Año de la Familia Amoris Laetitia, un año especial para crecer en el amor familiar. Este Año de la Familia fue convocado por el Santo Padre el 27 de diciembre de 2020 con ocasión del quinto aniversario de la publicación de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, “para madurar los frutos de la Exhortación Apostólica Postsinodal y hacer a la Iglesia más cercana a las familias de todo el mundo, puestas a prueba en este último año por la pandemia”. Desde la Comisión Episcopal y el Departamento de Matrimonio y Familia de la CEC, hacemos eco a las palabras de Papa Francisco el domingo 14 de marzo en el ángelus donde nos “Invita a dar un impulso pastoral renovado y creativo para poner a la familia en el centro de la atención de la Iglesia y de la sociedad. Además, en este mismo acto, el papa oró “para que cada familia pueda sentir en su casa la presencia viva de la Sagrada Familia de Nazaret y pidió que llene a las pequeñas comunidades domesticas de amor sincero y generoso, fuente de alegría, incluso en las pruebas y en la dificultad”. La convocatoria de este año tiene cinco objetivos primordiales: 1. Difundir el contenido de la exhortación apostólica “Amoris Laetitia”, para “hacer experimentar que el Evangelio de la familia es alegría que llena el corazón y la vida entera”. 2. Anunciar que el sacramento del matrimonio es un don y tiene en sí mismo una fuerza transformadora del amor humano. 3. Hacer a las familias protagonistas de la pastoral familiar. 4. Concienciar a los jóvenes sobre la importancia de la formación en la verdad del amor y el don de sí mismos, es decir, la importancia que supone la alianza matrimonial donde cada esposo compromete su propia libertad a favor del bien o del valor personal del otro. 5. Ampliar la mirada y la acción de la pastoral familiar para que se convierta en transversal, para incluir a los esposos, a los niños, a los jóvenes, a las personas mayores y las situaciones de fragilidad familiar. Junto con todos los Agentes y Delegados de pastoral familiar, nos ponemos en camino con el deseo de que este Año, redescubramos -como nos invita el Papa Francisco- “el valor educativo del núcleo familiar, que debe fundamentarse en el amor que siempre regenera las relaciones abriendo horizontes de esperanza”. Ayudemos a que “el perdón prevalezca sobre las discordias” y a que “la dureza cotidiana del vivir sea suavizada por la ternura mutua y por la serena adhesión a la voluntad de Dios”. (P. Francisco). Anunciemos con alegría que la familia cristiana es una fuente espiritual que da fuerzas para abrirse al exterior, a los demás, al servicio de los hermanos, a la colaboración para la construcción de un mundo siempre nuevo y mejor. Tengamos presente que la pastoral familiar, además de un conjunto de acciones específicas llevadas a cabo por agentes especializados y que dan respuesta a problemas relacionados con el matrimonio, la familia o la vida, es constitutiva de la Iglesia y la conforma en cuanto tal. Por lo tanto, es necesario un plan integrador de la pastoral familiar que implique su presencia transversal en las distintas acciones evangelizadoras. Seamos una Iglesia en salida, “comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan" (EG 24) evangelizando con “estímulos positivos" y con "el ejemplo de vida”. Vivamos como familia cristiana el deseo inagotable de difundir la buena noticia, el Evangelio de la Familia. El Papa nos invita a contemplar a San José para afrontar la pastoral familiar, tan necesaria en nuestros días, y poner bajo su protección el don del matrimonio y el gozo del amor como cimiento de la familia cristiana. Aprovechemos en nuestras parroquias, Movimientos apostólicos, centros educativos y demás realidades eclesiales para profundizar acerca de la riqueza que ofrece “Amoris Laetitia”. Esta Exhortación Apostólica nos muestra la belleza del matrimonio cristiano, como una propuesta auténticamente revolucionaria y renovadora para una sociedad como la nuestra, necesitada de esperanza y de certezas. Dada la importancia de este acontecimiento de gracia, queremos invitarlos a vivir con todo el corazón el Año de la Familia, que concluirá con el X Encuentro Mundial de las Familias que se celebrará en Roma, el 26 de junio de 2022. Confiamos a la Sagrada Familia los frutos de este Año en nuestra Iglesia colombiana. + Edgar de Jesús García Gil Obispo de Palmira Presidente de la Comisión Episcopal de Familia

Jue 18 Mar 2021

Restauración forestal: reto y metáfora

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques, cuyo lema para este año 2021 es “Restauración forestal: un camino a la recuperación y el bienestar”. Además, el próximo 5 de junio se lanzará oficialmente el Decenio de la ONU sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), que supone un llamamiento global para proteger y recuperar el medio ambiente. Alrededor de 1.600 millones de personas dependen directamente de los bosques para sobrevivir, proporcionándoles alimento, energía, medicina y abrigo. Sin bosques, los efectos nocivos del cambio climático se agudizan. En cambio, cuando velamos por los árboles, cuando nos ocupamos de ellos concienzudamente, estamos contribuyendo de forma significativa a la prosperidad de las generaciones presentes y futuras. Los bosques son de vital importancia en la erradicación de la pobreza y para conseguir metas de desarrollo convenidas internacionalmente, incluidos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. Pese a todos estos beneficios, la deforestación continúa de modo acelerado, a un ritmo imparable, de unos 13 millones de hectáreas al año.En vez de potenciar el verde a través de unos bosques hermosos y pujantes, un color tan unido a la esperanza, virtud imprescindible en medio de la cruel pandemia que nos está fustigando, cuando irresponsablemente arrancamos un árbol, cuando dejamos que se seque, estamos tiznando nuestro mundo de negrura, transformándolo en un erial yermo y baldío. Mientras que la pérdida y el destrozo de las selvas, de las arboledas y de los jardines originan grandes cantidades de gases dañinos que contribuyen al calentamiento de la tierra, su restauración y gestión sostenible ayudan a afrontar la doble crisis del clima y de la biodiversidad. De este modo, unos bosques sanos y vigorosos generan bienes y servicios necesarios para la tutela y el adecuado desarrollo de nuestro planeta. Así pues, el reto de impulsar la repoblación forestal se convierte en una interpelación real a nuestra conciencia y a nuestra acción. Debería ser un argumento esencial en la educación de niños, adolescentes y jóvenes. Junto a ello, la restauración de los bosques puede verse como una metáfora de carácter espiritual que, más allá de la realidad concreta, habla del compromiso de Dios con la humanidad y con toda la creación. En los párrafos siguientes brindo algunas pistas bíblicas de reflexión que, espero, nos ayuden a vivir con intensidad los días que nos quedan de la Cuaresma y a afrontar con apertura de espíritu la ya cercana Semana Santa. El sueño de Dios Desde el inicio del mundo, Dios dispuso la creación como un vergel de plenitud y gozo compartido. “El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín y el árbol de conocer el bien y el mal. En Edén nacía un río que regaba el jardín y después se dividía en cuatro brazos” (Gen 2,9-10). Así lo expresa el salmista, mostrando la riqueza de los bosques para el conjunto de la vida vegetal y animal: “Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que Él plantó. Allí anidan los pájaros, en su cima pone casa la cigüeña. Los riscos son para las cabras y las peñas, madrigueras de tejones” (Sal 104,16-18). Otro poeta bíblico se admira al ver que “rezuman los pastos del páramo y las colinas se orlan de alegría” (Sal 65,13). Ahora bien, este sueño y promesa divina, que se ofrecen para el conjunto de la humanidad y para la creación toda, también se concretan para cada una de las personas: “El honrado florecerá como palmera, se elevará como cedro del Líbano, plantado en la casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios. En la vejez seguirá dando fruto, y estará lozano y frondoso” (Sal 92,13-15). El hombre prudente “será como árbol plantado junto a acequias, que da fruto en su sazón, y su follaje no se marchita; todo cuanto hace prospera” (Sal 1,3). La degradación Desgraciadamente, el sueño divino se ha visto truncado y menoscabado por el pecado humano, por caprichos veleidosos, por el egoísmo convulsivo, por la tendencia a apropiarse de lo que es común, por una dinámica de depredación y devastación de la casa común. El creyente percibe la fuerza de este deterioro, como señala el profeta Nahún: “Ruge contra el mar y lo seca y evapora todos los ríos; aridecen el Basán y el Carmelo y se marchita la flor del Líbano. Las montañas tiemblan ante él, los collados se estremecen” (Nah 1,4-5). Por su parte, Miqueas vincula el arrasamiento forestal con la responsabilidad humana, cuando indica que “la tierra se convertirá en un desierto por culpa de sus habitantes y como pago de sus malas acciones” (Miq 7,13). En otras ocasiones, el salmista grita a Dios al constatar cómo se resquebraja su armónica creación: “¿Por qué has abierto brecha en su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?” (Sal 80,13-14). Esta imagen de la viña nos es bien conocida gracias al profeta Isaías, que la emplea para hablar de la relación de Dios con su pueblo, de su cuidado y su castigo corrector. “Y ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su cerca para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella” (Is 5,5-6). La restauración Pero no es este el final de la historia. Dios es fiel y nunca abandona a su pueblo ni se despreocupa de su creación. Así, por ejemplo, el mismo Isaías anuncia la restauración del pueblo, el anhelado regreso a la tierra prometida tras los años de destierro: “Brotará agua en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial. En la guarida donde moran los chacales verdeará la caña y el junco” (Is 35,6-7). En el último libro de la Biblia recuperamos la permanente promesa divina, que sigue actualizando el sueño primigenio del Señor: “Me mostró un río de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son medicinales para las naciones” (Ap 22,1-2). Lo que se dice para el pueblo en su conjunto, para la humanidad entera y para la creación como tal, se afirma igualmente para cada persona en particular. Lo atestigua sin rodeos el salmista cuando advierte que el Señor “me hace recostar en verdes praderas; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (Sal 23,2-3). De nuevo, es el profeta Isaías quien indica cómo, al volver al plan de Dios, somos restaurados y, así, quedamos habilitados para restaurar: “Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña, reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre los cimientos de antaño; te llamarán tapiador de brechas, restaurador de casas en ruinas” (Is 58,11-12). De cara a la Semana Santa Nos hallamos en el tramo final de la Cuaresma y, por tanto, a las puertas de la Semana Santa. Esta comenzará el Domingo de Ramos, entre palmas que abren paso al Señor (Mc 11,8). Evocaremos esos días también las palabras de Jesús a propósito de la higuera estéril (Mc 11,12-14) o del leño verde y el leño seco (Lc 23,31). Nos acercaremos al Árbol de la Cruz y ante él nos detendremos para fijar ahí la mirada (cf. Jn 3,13-14). Y, una vez más, el Señor Resucitado saldrá a nuestro encuentro en el Huerto (Jn 20,15). Todo nos invita a dar cada vez un mayor espacio en nuestro interior a la Palabra de Dios, a la plegaria sincera, al silencio meditativo, al examen de conciencia, al ejercicio de la caridad sin fisuras, de manera que este tiempo sea una verdadera restauración para cada uno de nosotros, en todas nuestras relaciones sociales, con las demás criaturas, con la creación y con el Creador. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Lun 15 Mar 2021

A la Pascua con San José

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua”. “Cuando tuvo doce años...el niño se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres” (Lucas 2, 41 -43). Al escribir este mensaje editorial, en el año de San José y para el mes de marzo, dedicado a él y centrado en su fiesta del día 19, me viene espontánea esta imagen de la familia de Nazaret, que recorre y corre presurosa este camino de fieles peregrinantes a su “fiesta nacional”, fiesta de las fiestas. Es la imagen que recogen los misterios gozosos del Santo Rosario: “la pérdida y el dichoso reencuentro de María y José, con su hijo adolescente, Jesús” (quinto misterio). Una imagen que nos convoca como Pueblo de Dios a “caminar juntos”, Iglesia y humanidad, en esta hora de la historia. A caminar con Jesús y con María, fijando esta vez los ojos y el alma en la figura de José, el varón justo, descendiente de David, esposo de María, padre legal de Jesús, protector y custodio de la Iglesia que nace con ellos, carpintero de Nazaret. Acostumbrados a esta jornada anual, los padres de Jesús se integraban a la caravana de los hombres y a la de las mujeres, turnándose, al parecer, el llevar consigo al niño Jesús. Pero esta Pascua sería inolvidable para ellos: marcó todo un “crecimiento en la fe” para la Sagrada Familia. Descubrir los alcances de la filiación divina de Jesús; acoger, en diálogo y escucha cuidadosa, la autonomía y la “vocación” de Rabino, de Maestro, sin mengua de la sujeción y obediencia filial de Jesús a ellos; rehacer el camino de la ida y regreso pascual, por el de “angustiados te buscábamos”; superar la costumbre de suponer que Jesús estaba con ellos y ellos con Jesús; tener qué enmarcar ahora su misión de padres en la misión de Jesús, la de “ocuparse de las cosas” de su Padre: toda una “Nueva Evangelización”, diríamos hoy, para unos buenos e inmejorables cristianos convencionales, llamados a un discipulado del Padre a través del Hijo, de su hijo, su adolescente Jesús. Creyentes, esposos, padres e hijos, pastores y religiosos, todos podemos compartir esta Pascua 2021 como una prueba de Dios a nuestra fe quieta, a nuestra religiosidad de mera costumbre rutinaria, a nuestro vacío de diálogo y escucha con Dios, entre pastores y fieles, entre esposos y padres, con los hijos, especialmente los adolescentes y los jóvenes. La Pascua 2021, después del encierro por el coronavirus, que nos privó de la Semana Santa 2020, sea un “comenzar de nuevo”, después del frenazo histórico por la pandemia, nuestra relación más personalizada y cierta con Jesús y entre nosotros. Sea ésta la Pascua que recoge las angustias de una humanidad que busca superar la pandemia con la vacuna y la reactivación económica. La Pascua 2021 nos haga más espirituales, más humildes y fraternos, más unidos en cada casa, en cada parroquia, y en esta Nación y Casa Común, en el planeta Tierra de todos. A San José le encomendamos la gracia de “una buena muerte”, ahora que el virus deja tantos duelos por doquiera. Sobre todo en nuestra Colombia amada, donde “la mala muerte”, la que llega por vía del asesinato, rompiendo la ley de Dios y las leyes de la naturaleza humana, del cuidado que obliga a cada persona, sociedad e institución, con toda vida humana. Morir en los brazos de Jesús y de María; morir en el hogar de la Iglesia y por muerte natural; morir en la voluntad y la gloria de Dios, como obediencia del corazón, sean gracias que imploramos a San José, Custodio, protector e intercesor nuestro, Patrono de la Iglesia Universal. De San José aprendamos la espiritualidad del silencio, de la noche y de los sueños. Es la espiritualidad del discernimiento entre las tinieblas del alma y el amanecer de Dios y de sus planes. Es la “escucha del Ángel” que visita al corazón, cuando se debate en dudas y temores, y le susurra lo que hay qué hacer. Es responder con hechos de obediencia, ahorrándonos las palabras, haciendo de la profesión de fe una proclama de total certeza en Dios. Nos ayude, a servir a Cristo y a salvar unidos la humanidad, este varón silente y justo; este hombre que antepone a sus derechos la dignidad de la mujer y la grandeza inviolable de la vida humana; este esposo que honra a Maria y da ascendencia y ciudadanía a Jesús; este padre solícito y trabajador creativo de la carpintería; este destechado en Belén y migrante en Egipto. Difundamos el rico mensaje Josefino que nos dio el Papa Francisco con su Carta Apostólica “Patris Corde” (“Con corazón de Padre”) y veneremos con devoción y compromiso cristiano al gran San José, vinculado por Dios de manera esplendorosa al misterio de su Encarnación, del Verbo hecho carne, que “habitó entre nosotros”. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Lun 15 Mar 2021

A la Pascua con San José

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua”. “Cuando tuvo doce años...el niño se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres” (Lucas 2, 41 -43). Al escribir este mensaje editorial, en el año de San José y para el mes de marzo, dedicado a él y centrado en su fiesta del día 19, me viene espontánea esta imagen de la familia de Nazaret, que recorre y corre presurosa este camino de fieles peregrinantes a su “fiesta nacional”, fiesta de las fiestas. Es la imagen que recogen los misterios gozosos del Santo Rosario: “la pérdida y el dichoso reencuentro de María y José, con su hijo adolescente, Jesús” (quinto misterio). Una imagen que nos convoca como Pueblo de Dios a “caminar juntos”, Iglesia y humanidad, en esta hora de la historia. A caminar con Jesús y con María, fijando esta vez los ojos y el alma en la figura de José, el varón justo, descendiente de David, esposo de María, padre legal de Jesús, protector y custodio de la Iglesia que nace con ellos, carpintero de Nazaret. Acostumbrados a esta jornada anual, los padres de Jesús se integraban a la caravana de los hombres y a la de las mujeres, turnándose, al parecer, el llevar consigo al niño Jesús. Pero esta Pascua sería inolvidable para ellos: marcó todo un “crecimiento en la fe” para la Sagrada Familia. Descubrir los alcances de la filiación divina de Jesús; acoger, en diálogo y escucha cuidadosa, la autonomía y la “vocación” de Rabino, de Maestro, sin mengua de la sujeción y obediencia filial de Jesús a ellos; rehacer el camino de la ida y regreso pascual, por el de “angustiados te buscábamos”; superar la costumbre de suponer que Jesús estaba con ellos y ellos con Jesús; tener qué enmarcar ahora su misión de padres en la misión de Jesús, la de “ocuparse de las cosas” de su Padre: toda una “Nueva Evangelización”, diríamos hoy, para unos buenos e inmejorables cristianos convencionales, llamados a un discipulado del Padre a través del Hijo, de su hijo, su adolescente Jesús. Creyentes, esposos, padres e hijos, pastores y religiosos, todos podemos compartir esta Pascua 2021 como una prueba de Dios a nuestra fe quieta, a nuestra religiosidad de mera costumbre rutinaria, a nuestro vacío de diálogo y escucha con Dios, entre pastores y fieles, entre esposos y padres, con los hijos, especialmente los adolescentes y los jóvenes. La Pascua 2021, después del encierro por el coronavirus, que nos privó de la Semana Santa 2020, sea un “comenzar de nuevo”, después del frenazo histórico por la pandemia, nuestra relación más personalizada y cierta con Jesús y entre nosotros. Sea ésta la Pascua que recoge las angustias de una humanidad que busca superar la pandemia con la vacuna y la reactivación económica. La Pascua 2021 nos haga más espirituales, más humildes y fraternos, más unidos en cada casa, en cada parroquia, y en esta Nación y Casa Común, en el planeta Tierra de todos. A San José le encomendamos la gracia de “una buena muerte”, ahora que el virus deja tantos duelos por doquiera. Sobre todo en nuestra Colombia amada, donde “la mala muerte”, la que llega por vía del asesinato, rompiendo la ley de Dios y las leyes de la naturaleza humana, del cuidado que obliga a cada persona, sociedad e institución, con toda vida humana. Morir en los brazos de Jesús y de María; morir en el hogar de la Iglesia y por muerte natural; morir en la voluntad y la gloria de Dios, como obediencia del corazón, sean gracias que imploramos a San José, Custodio, protector e intercesor nuestro, Patrono de la Iglesia Universal. De San José aprendamos la espiritualidad del silencio, de la noche y de los sueños. Es la espiritualidad del discernimiento entre las tinieblas del alma y el amanecer de Dios y de sus planes. Es la “escucha del Ángel” que visita al corazón, cuando se debate en dudas y temores, y le susurra lo que hay qué hacer. Es responder con hechos de obediencia, ahorrándonos las palabras, haciendo de la profesión de fe una proclama de total certeza en Dios. Nos ayude, a servir a Cristo y a salvar unidos la humanidad, este varón silente y justo; este hombre que antepone a sus derechos la dignidad de la mujer y la grandeza inviolable de la vida humana; este esposo que honra a Maria y da ascendencia y ciudadanía a Jesús; este padre solícito y trabajador creativo de la carpintería; este destechado en Belén y migrante en Egipto. Difundamos el rico mensaje Josefino que nos dio el Papa Francisco con su Carta Apostólica “Patris Corde” (“Con corazón de Padre”) y veneremos con devoción y compromiso cristiano al gran San José, vinculado por Dios de manera esplendorosa al misterio de su Encarnación, del Verbo hecho carne, que “habitó entre nosotros”. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mar 9 Mar 2021

Monseñor Luis Adriano Piedrahita: En la muerte de un gran servidor de la Iglesia

Por: P. José Antonio Díaz Hernández - Para quienes tenemos fe en Jesucristo, sabemos que, como dice San Pablo, todo sucede para bien de los que aman a Dios (cf. Rm 8,28). Sin embargo, existen episodios en nuestra vida que nos recuerdan que aceptar esta verdad no siempre es fácil. Uno de estos episodios ha sido la muerte de nuestro Obispo. La muerte de una persona cercana, querida, entregada y eficiente nos causa muchos interrogantes: "¿Por qué Señor? ¿Por qué ahora? ¿Por qué él, si era un Obispo que tanto bien podía hacer aún en esta vida? El lunes 11 de enero, por la tarde, Monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval, gran pastor y amigo, moría, víctima del coronavirus, tras permanecer varios días en la clínica Avidanti, de Santa Marta. Ante este acontecimiento, sometemos confiadamente nuestras preguntas al misterio de Dios, en quien creemos y esperamos. Él es el Padre del cielo, nuestro origen y nuestra meta, nuestro creador y salvador, nuestro compañero de camino y nuestro descanso eterno. Sólo Dios, insondable en sus juicios e infinito en su misericordia, puede dar la respuesta a las preguntas que dolorosamente suscita la muerte de Monseñor Luis Adriano. Los caminos de Dios son impenetrables. Sus planes no son nuestros planes y sus caminos no son los nuestros (cf. Is 55,8). Este hombre, que se fue de este mundo, desarrolló su actividad sacerdotal propagando, fundamentalmente, la Palabra de Dios, y su legado y enseñanzas siempre estarán presentes en la vida de todos aquellos que fuimos sus discípulos. Toda su vida, toda entera, en los diversos ministerios que como sacerdote y luego como Obispo le encomendó la Iglesia, los vivió con esa pasión misionera que le caracterizó, con el fin de dar a conocer a nuestro Señor Jesucristo y de meter en la vida de la Iglesia esa fuerza que tiene que tener también la Iglesia del Señor para anunciar siempre a Jesucristo y su Palabra. En todo lo que hizo, en lo que dijo, en lo que manifestó con su vida y criterio, fue esa pasión por dar a conocer al Señor. Toda su vida fue, sin lugar a dudas, una afirmación del sacerdocio y de la fe. Como Obispo estuvo vinculado estrechamente a las Diócesis donde sirvió, primero como Obispo Auxiliar de Cali, y luego como Obispo de la Diócesis de Apartadó y Santa Marta (El 19 de julio de 1999 Su Santidad Juan PabloII lo nombró Obispo Titular de Centenaria y Auxiliar de Cali, recibió su ordenación episcopal el 8 de septiembre de 1999. El 3 de julio de 2007 Su Santidad Benedicto XVI lo nombró Obispo de la Diócesis de Apartadó. El 5 de agosto de 2014 el Papa Francisco lo nombró como obispo de la Diócesis de Santa Marta, tomandoposesiónde la jurisdicción el 9 de octubre del 2014en la CatedralBasílicamenor de Santa Marta, el Sagrario y San Miguel). Como Obispo de nuestra Iglesia Particular se dedicó a la labor apostólica como testigo de Cristo, no sólo interesándose por los que ya siguen a Jesús, Buen Pastor, sino consagrándose totalmente a los que ya de cualquier modo perdieron el camino de la Verdad o desconocen el Evangelio o la misericordia salvadora de Cristo. Monseñor Luis Adriano se esforzó por llevar su ministerio como un verdadero maestro de la fe a través de la predicación en las celebraciones en la Iglesia catedral o en las continuas presencias en las diferentes parroquias de la Diócesis y con diferentes grupos, a través de cartas o comunicados dirigidos a los sacerdotes o a los fieles en general con motivo de circunstancias especiales, de artículos y entrevistas de prensa, en las reuniones y retiros del clero, y especialmente a través de las visitas pastorales que las llevó de manera ordenada y exhaustivamente, cubriendo toda la geografía de la Diócesis, y en las que tuvo la ocasión de entrar en comunicación con agentes de pastoral, grupos parroquiales, comunidades educativas, asociaciones cívicas, autoridades, etc. Además de las visitas a las diferentes parroquias y centros de evangelización que el Obispo realizó frecuentemente con motivo de la celebración del sacramento de la Confirmación o de otros sacramentos, o con motivo de las fiestas patronales, que en nuestra Iglesia particular es una costumbre bastante arraigada. Las relaciones de Monseñor Luis Adriano con los sacerdotes de la Diócesis se dieron de manera cordial y fraterna. Fue un pastor cercano. De nuestra parte, como sacerdotes, guardamos con el Obispo una actitud de amistad y de respeto. Son varias las maneras como se relacionó con los sacerdotes, a través de las reuniones del clero que suman unas cinco al año, y de los retiros espirituales anuales. En ambos encuentros se esforzó por estar siempre presente. Las visitas pastorales fue una oportunidad muy adecuada de compartir cercanamente con los sacerdotes, conviviendo con cada uno de ellos por espacio de cuatro días, además de las visitas esporádicas a las parroquias por alguna necesidad. De manera especial se relacionó con los sacerdotes por medio del contacto personal, del celular o de los medios virtuales, que ahora son tan útiles. Siempre estaba dispuesto a atender por cualquiera de estos medios los requerimientos y necesidades de sus presbíteros. Es de destacar, que en este tiempo de pandemia, Monseñor Luis Adriano estuvo cercano a su presbiterio atendiendo, incluso, las necesidades espirituales y materiales de cada sacerdote. Su partida ha dejado entre nosotros los frutos abundantes de quien, como san Pablo, ha “corrido bien la carrera” (cf. 2 Tm 4,7). Sus casi cincuenta años de sacerdocio, estuvieron marcados por una profunda vida de oración, la devota celebración de la Santa Eucaristía y la infatigable atención a las necesidades espirituales de tantos hombres y mujeres que acudían a él para reconciliarse con Dios mediante el sacramento de la confesión o buscar consuelo y sabiduría mediante la dirección espiritual y la formación teológica. No hay palabras para expresar nuestro dolor y consternación, y el de todos sus compañeros y amigos, por su fallecimiento. Es increíble pensar que ya no le volveremos a ver y a tener entre nosotros; pero Dios no se equivoca, le tenía una mejor misión allá con Él, le necesitaba junto a Él, y no cabe duda que el cielo lo recibió con aplausos. Sin mayores pretensiones, Monseñor Luis Adriano, nos mostró a lo largo de su vida, la autenticidad de una vida sacerdotal que es modelo a seguir. Pasando por altos y bajos, éxitos y aparentes fracasos; pero sin perder el entusiasmo de amar a Dios y a los demás, en un servicio desinteresado y rico en frutos de vida eterna. Esta fe que compartimos con él, no nos evita el dolor y el sufrimiento, como no le evitó a Cristo en la cruz. En este punto, me permito remitirme a unas palabras del Evangelio, citadas por Monseñor, unos minutos antes de ser intubado, y que estoy seguro que se identificó con ellas. Me dijo, “José Antonio acércate: puedo expresar la oración de Jesús en Getsemaní: ‹‹Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú››” (Mt 26,39). La humanidad de Jesús se estremece ante la muerte. El amor a la vida, connatural a la naturaleza humana, le hace reaccionar violentamente contra la muerte. Pero por encima de esto, obra en Él la absoluta confianza que ha puesto en su Padre, y resuelve el trance con su obediencia filial a la voluntad de quien lo ha enviado al mundo para mostrar un amor que no se detiene ni ante la muerte para salvar a todos sus hijos e hijas. Que la Eucaristía, que es el sacramento de la Pascua de Jesucristo, nos una a todos en una plegaria por este maravilloso pastor. Él fue ungido por el sacramento del Orden para bendecir y perdonar, anunciar la esperanza y acoger a los desalentados. Dios le dé ahora su recompensa. La Madre de Dios, muestre ahora a Monseñor Luis Adriano el fruto bendito de su seno. ¡Que María custodie nuestra esperanza! P. José Antonio Díaz Hernández Presbítero de la Diócesis de Santa Marta