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Opinión

Lun 8 Mar 2021

Las mujeres desde Fratelli Tutti

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - Aprovechando la ocasión que nos brinda el Día Internacional de la Mujer, vamos a acercarnos en estas páginas a algunas reflexiones que, al respecto, realiza la encíclica Fratelli Tutti. Se inscribe así en la consistente aportación de la Iglesia, que siempre ha afirmado, en su doctrina, la dignidad inviolable de la mujer y siempre ha apostado, en su práctica, por la promoción de las mujeres. Efectivamente, el Papa Francisco recuerda que “así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo” (FT 121). Por eso, “si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país” (FT 125). El análisis de la realidad nos muestra que “la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje. Es un hecho que doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos” (FT 23). En ese sentido, destaca de manera particular la situación de las mujeres rurales, que tantísimo sufrimiento acumulan en sus quehaceres, y que, al mismo tiempo, tantísima energía, esfuerzo, creatividad y audacia encarnan en sus vidas. Logran, de esta manera, abatir el pesimismo, hacer germinar por doquier la fraternidad y abrir horizontes de novedad en nuestros pueblos. Sobre sus hombros de jóvenes, madres, esposas, viudas o abuelas, alentadas por el entusiasmo o revestidas de sabiduría y experiencia, consiguen derrotar el egoísmo, no arredrarse ante las contrariedades y sostener a quienes vacilan, beneficiando de ese modo a sus comunidades, sacando adelante a sus familias e infundiendo en las nuevas generaciones la esperanza en un futuro mejor. Junto a ellas camina y a ellas sirve la Iglesia, la mayoría de las veces de una manera tan silenciosa como eficiente. Como señala la encíclica, “la afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es solo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones” (FT 128). Porque, lamentablemente, “mientras muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud” (FT 189). Para evitar la abstracción necesitamos acercarnos a las personas concretas, con sus historias y sus sufrimientos. “Preguntemos a las víctimas. Prestemos atención […] a las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia. Prestemos atención a la verdad de esas víctimas de la violencia, miremos la realidad desde sus ojos y escuchemos sus relatos con el corazón abierto” (FT 261). Esta actitud nos abrirá a la verdad, de la mano de la justicia y la misericordia. “Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos” (FT 227). En esa verdad encontramos no solo sufrimiento y desgarro, sino también espíritu de superación y un creativo anhelo por la vida, que en numerosas ocasiones y de mil formas diversas logran plasmar tantas mujeres en el mundo, y muy especialmente las que se encuentran en contextos de pobreza y marginación. Muchas de ellas simbolizan la actitud y las acciones del Buen Samaritano; en medio del dolor y de la herida “la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (FT 128). Así pues, “cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano” (FT 79). Por ello los cristianos necesitamos volver una y otra vez a “la música del Evangelio” y permitir que suene “en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía”. De lo contrario, “habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer” (FT 277). Esta música del Evangelio renueva “la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales” (FT 196). Al comienzo de su encíclica, el Papa recuerda que la expresión “Fratelli Tutti” fue empleada por San Francisco de Asís “para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio” (FT 1). Con esa música y ese sabor a Evangelio la verdadera caridad cristiana se expresa “en el encuentro persona a persona” y, a la vez, “es capaz de llegar a una hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar” (FT 165). “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad” (FT 180). También en esto son modélicas muchas mujeres empobrecidas, que saben combinar la ternura y la política, la cercanía y la firmeza, con una imaginación y tenacidad admirables. “Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. […] La ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes” (FT 194). Que el Señor nos conceda avanzar en esta dirección. Y que la Virgen María, Mujer fuerte y Consuelo de los afligidos, interceda por nosotros. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, El FIDA y el PMA

Vie 5 Mar 2021

Conviértete y cree en el Evangelio

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Durante el tiempo de gracia ini­ciado el Miércoles de Ceniza, que conocemos como la Cua­resma, es muy oportuno, sobre todo para reafirmar la fe en Nuestro Señor Jesucristo, fortalecer la gracia de Dios y reafirmar nuestra vocación cristiana a la santidad. Con los medios espiritua­les y las prácticas cuaresmales, apo­yados por la Palabra de Dios, la Euca­ristía, la oración y la caridad, podemos profundizar en la respuesta al llamado que Dios nos hace a ser santos como Él, tal como lo meditamos en la Pala­bra de Dios: “Ustedes sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48; Cfr. 1Pe 1, 16), el primer paso es volver a Dios mediante una auténtica y sincera conversión. Al recibir la Ceniza hemos escuchado las palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), somos invita­dos a reorientar la vida hacia Dios y renovar la fe en la Buena Noticia del Reino de Dios. Se nos recuerda la ne­cesidad de conversión y penitencia que en el Tiempo de Cuaresma tenemos que reforzar para purificar nuestra con­ciencia del mal y el pecado, así puri­ficados, podamos recibir la gracia de Dios, que nos sostiene y alienta en el combate espiritual de cada día. La conversión es ir hacia adelante en el seguimiento de Jesús, sabiendo que, en un primer momento, estamos llamados a dejar un pecado, un vicio dominan­te que va arruinando nuestra vida, pero en un nivel superior es transfor­mar la vida en Cristo, para decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). De tal manera, que todo nuestro actuar, sentir y vivir es en Cristo, como lo ex­presaba San Pablo en su experiencia espiritual: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21). El momento actual está marcado por la CO­VID-19, pandemia que ha golpeado a toda la hu­manidad y ha dejado por tierra muchos proyectos políticos, económicos, sociales y también per­sonales. Sin embargo, en Jesucristo Nuestro Señor, tenemos la espe­ranza puesta y estamos seguros que es esperanza que no defrauda porque: “sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que Él ha llamado según sus planes” (Rom 8, 28). Este momento también es un tiempo de purificación. Así como después del diluvio universal, Dios comenzó algo nuevo con la humanidad, así comenza­rá en este presente histórico, algo reno­vado, cuando decidamos renovar nues­tro corazón con la gracia de Dios, que se ofrece gratuitamente en este tiempo de salvación y de gracia que estamos viviendo con la Cuaresma, en camino de auténtica y sincera conversión. Conversión y fe en el Evangelio de Jesucristo, significa arrodillarnos frente al Santísimo Sacramento y con humildad pedir perdón a Dios por nuestros pecados y Él, con su amor misericordioso desde la Cruz nos per­dona, para que volvamos a Dios. Pero también, es tiempo para perdonar a nuestros hermanos por las ofensas que nos han hecho, “perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros per­donamos a los que nos ofenden”, re­petimos con frecuencia en la oración del Padre Nuestro, sabiendo que el perdón es un beneficio para quien lo recibe, pero es sobre todo una gracia para quien lo ofrece. El perdón nos pu­rifica de odios, resentimientos, renco­res y venganzas, que son veneno para nuestra alma, siendo el perdón, la me­jor medicina, gracia de Dios y paz para nosotros. De esta manera, podemos aspirar a vivir en este tiempo de reflexión y de gracia en familias perdo­nadas, reconciliadas y en paz, porque la gracia de Dios llega a cada cora­zón que se deja renovar por el regalo del perdón. Ofreciéndolo también al prójimo, empezando por el núcleo familiar, como una oportu­nidad para volver a Dios en esta hora de incertidumbre y de cruz por la que pasamos todos, pero que nos ayudará a sanar y purificar nuestro corazón y vivir renovados por la fuerza que viene de lo alto. Conviértete y cree en el Evangelio, es también hacer presente la caridad de Cristo en los hermanos, que es un mandamiento para todos nosotros, sa­biendo que la puerta de entrada al cielo es la caridad, tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de be­ber, estuve necesitado y me auxiliaron, vengan benditos de mi padre a poseer el Reino eterno, la gloria del cielo, (Cfr. Mt 25, 31 - 46). Como cristianos, como Iglesia Católica actuamos en el nombre del Señor y lo hacemos con la misma fuerza de su amor para con nosotros, que hace que todos nos sintamos her­manos, hijos de un mismo Padre. En la Diócesis de Cúcuta, este año queremos hacer presente la caridad de Cristo para con los más pobres, mediante la Campaña de Comu­nicación Cristiana de Bienes, que promueve darle de comer a más de cinco mil familias, como lo hizo Jesús cuando sintió compasión de la multi­tud. Los cristianos católicos de Cúcuta queremos a través de la Diócesis y del Banco de Alimentos, dar de comer a familias necesitadas. Por eso, la meta son cinco mil mercados para compar­tir con los más pobres de un sector de la ciudad. Ponemos en las manos de Dios esta misión y animo a todos los fieles de las parroquias a compartir desde lo poco o mucho que tengan, con otros más pobres, haciendo reali­dad en la vida personal y familiar esas palabras del tiempo cuaresmal: Con­viértete y cree en el Evangelio. Que esta Cuaresma que hemos iniciado sea un tiempo de gracia para reafir­mar nuestra respuesta de fe, espe­ranza y caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la santi­dad, escuchando y leyendo el mensaje del Señor, meditándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida, siguiendo las palabras del Evan­gelio y comunicando esa buena noticia a los hermanos, transmitiendo su men­saje con nuestras palabras y obras de caridad. En este proceso contamos con la pro­tección maternal de la Santísima Vir­gen María y del Glorioso Patriarca San José, nuestro patrono, quienes escucharon la Palabra de Dios y entre­garon su vida para hacer su voluntad. Con María y San José queremos reno­var nuestro deseo de conversión para transformar nuestra vida en Cristo. Para todos, mi oración y bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Administrador Apostólico de la diócesis de Cúcuta

Mar 2 Mar 2021

Vacunarse ¿para qué?

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - El 20 de febrero es un día importante porque, según el gobierno y los entes de control, comienza la vacunación de los colombianos, en una acción maratónica para ganarle la batalla al coronavirus. Hay mucha expectativa, así como noticias tendenciosas e informaciones falsas que aseguran que la vacuna modifica el ADN, que lo que se busca es introducir en los seres humanos un microchip; que están elaboradas con embriones de fetos abortados, que hay muchos intereses de las farmacéuticas a quienes se les ha eximido de efectos colaterales, que es muy poco tiempo para haber producido la vacuna, que detrás de la vacunación hay todo un montaje político y económico que busca movilizar cientos de miles de dólares, de ahí el silencio de los gobiernos para hablar del costo real de las vacunas; que la biotecnología lo único que pretende es la manipulación de organismos vivos; en fin, mientras esto sucede, la ciencia sigue avanzando, aparecen nuevas cepas como la variante P1 en Manaos, Brasil, los científicos siguen en los laboratorios estudiando y analizando las variables y tratando de explicar el fenómeno, que desde la OMS, ya se advirtió, proviene de animales y no ha sido liberado de laboratorios. La Conferencia Episcopal de Colombia, con el deseo de orientar a los fieles, frente al plan masivo de vacunación, busca iluminar nuestra conciencia, recordándonos que la vacunación debe ser voluntaria y esto lo tenemos claro; sin embargo, nos insta a pensar que todos tenemos el deber de cuidar la propia salud y de nuestros hermanos, es decir, prima el bien común, pues esta emergencia sanitaria implica reconocer que –‘todos los seres humanos estamos en riesgo de contagio, o ser agentes de propagación del virus; la incontenible difusión y letalidad del virus causante del Covid-19; el alto grado de afectación y repercusiones negativas que la pandemia ha generado en todos los órdenes de la sociedad, especialmente en los sectores más vulnerables; el desarrollo y aprobación de una variedad de vacunas que permiten detener y prevenir la expansión del virus. Estas circunstancias imponen más que nunca un sentido de responsabilidad con el bien común’. El documento advierte que “el recurso a la vacunación es altamente recomendable”. La comunidad científica ha garantizado la seguridad y eficacia frente a la vacuna; de hecho, en muchos países ya han ido avanzando masivamente en la vacunación de sus conciudadanos, con un exigente monitoreo, que comporta estar en actitud de alerta por si se presentan efectos secundarios, después de recibir la vacuna, de ahí que se deba permanecer en observación de 15 a 30 minutos. Los ensayos clínicos han sido exitosos, en los diferentes países, en donde distintas farmacéuticas y universidades están analizando el virus y su mecanismo de propagación. Por lo tanto, debemos estar tranquilos y entender que en estos procesos y procedimientos científicos hay protocolos, rigurosos estándares y que no se está obrando con negligencia como muchos creen. Así, que si le preguntan: vacunarse ¿Para qué? usted, antes de responder, pregunte, investigue, infórmese y no se quede con algunas publicaciones de redes sociales que no tienen fundamentos ni argumentos científicos. ¡Que viva la Vida! + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia Publicado: La Crónica de Quindío

Jue 25 Feb 2021

Comunidad Humana y mundo rural: Una relación necesariamente sustentada por valores éticos

El fundamento ético es inherente a la relación que la comunidad humana ha ido trabando con el territorio a lo largo del tiempo. Cuando aquel se desvanece la buena relación se trunca, originándose graves desequilibrios que no solo provocan efectos en el territorio, sino también en la propia comunidad humana. Como indica el Papa Francisco en su última encíclica, «es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia» (Fratelli tutti, 145). Esta afirmación general se encarna de muy diversas formas en el mundo y, a lo largo de la historia, ha tomado cuerpo de maneras distintas. No obstante, hay algo común en todas ellas: la permanencia de valores éticos, más o menos activados, en el quehacer humano a la hora de manejar los recursos naturales, sin los cuales, como se ha dicho, las consecuencias son claramente negativas. Convencidos de la dignidad de la persona y asumiendo la llamada a la fraternidad universal, podemos «soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos» (FT, 127). Más para alcanzar esta meta es necesario que todos tengan la voluntad de aportar, la capacidad para hacerlo y el sacrificio que comporta tal fin. Vertebro mis reflexiones en tres apartados. En el primero, se hace una rápida presentación de algunas claves que perfilan la significación de los territorios rurales en nuestro mundo actual a la luz de algunos datos ofrecidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En el segundo, se abordan los dos conceptos básicos que arman los procesos activos de uso de los recursos naturales en el mundo rural y terminan por crear organismos productores de bienes: la operatividad y la funcionalidad. En el tercero, se reflexiona sobre la necesaria condición derivada de aquella operatividad y funcionalidad: la sostenibilidad que, en otras palabras, es la expresión más evidente de un obrar ético. 1. ¿Son los territorios rurales protagonistas esenciales en nuestro mundo? La realidad de un mundo industrializado y el enorme peso de la población urbana han enmascarado esa otra realidad que, sin embargo, está ahí y, paradójicamente, resulta esencial para la primera. El mundo rural sigue siendo la pieza clave que ha hecho posible, y lo sigue haciendo, el sostenimiento de los ámbitos urbanos donde sociedades terciarizadas se afianzan y, al contrario de lo que pasa en los territorios rurales, muestran signos de evidente vitalidad. Una breve pincelada resulta suficiente para mostrar la importancia de los territorios rurales en el mundo. Lo son por el peso de las extensiones que ocupan, la población que habita en ellos, las personas que trabajan en la agricultura, ganadería y explotación forestal, y las importantes funciones que desempeñan. En efecto, según el Anuario Estadístico de la FAO de 2020, con datos referidos a los años 2017-2018, los terrazgos labrados y los prados y pastos permanentes ocupan en el mundo el 36,9% de la superficie emergida. Asia es el continente más agrario con el 53,7% de su extensión ocupada por tierras de tal condición, mientras Europa tan solo mantiene un 20,9%. Las tierras de cultivo alcanzan en el mundo los 15,6 millones de kilómetros cuadrados (km2), mientras que los prados y pastos permanentes casi duplican esa cantidad y las tierras forestales alcanzan los 40,6 millones de km2. Dicho de otra manera, algo más de dos terceras partes de la superficie emergida de la tierra tienen un recubrimiento agroforestal; es decir, tiene una potencialidad de uso agrario activada o latente. La tendencia desde el año 2000 es creciente para las tierras agrícolas, que han avanzado en unos 75 millones de hectáreas, mientras que las forestales retroceden en unos 89 millones de hectáreas. Algo más de 3.400 millones de habitantes son catalogados como población rural; es decir, están asentados en espacios rurales. Eso significa el 44,8% del censo demográfico del mundo, alcanzando el 58% en África y el 50% en Asia; mientras, en América, es del 19% y en Europa del 25,4%. La población ocupada en labores agrícolas roza los 900 millones, lo que significa el 27% de la población activa total (en el año 2000 era del 40%). África es el continente en el que el peso es mayor, con el 49,3%, mientras que en Europa es del 5,5%. Sin embargo, a pesar de ofrecer un acusado crecimiento en la aportación del sector agrario al PIB mundial entre el año 2000 y 2018, su significación es escasa (sobre el 4%). Por continentes, los contrastes son claros: en África participa del 18,8%, mientras en Europa lo hace con el 1,6%. Los sistemas rurales hacen uso del complejo tecnológico de modo muy dispar. Asia utiliza 178,4 kg de fertilizantes químicos por cada hectárea de cultivo y 3,67 kg de pesticidas/hectárea de cultivo, mientras África tan solo alcanza 25,1 kg y 0,30 kg. Por último, las emisiones provocadas por los manejos agrícolas y ganaderos se cifran en 5.410,5 millones de toneladas CO2 equivalentes y alcanzan los 10.439 millones de toneladas CO2 equivalentes, si se toma en consideración la conversión neta de bosques y las turberas degradadas. Asia es el continente con mayor participación en la generación de estas emisiones con casi la tercera parte de las mismas (1). A la luz de estos datos, se pue- de contestar con fundamento a la pregunta que encabeza este apartado. En efecto, la importancia de los territorios rurales es significativa en nuestro mundo. Ocupan una buena extensión de las tierras emergidas; albergan a una parte cuantiosa de la población mundial y en ellos trabaja un porcentaje elevado de la población activa, aunque las diferencias entre continentes son muy acusadas; la aportación al PIB mundial, sin embargo, es escasa, si bien en el seno de unos continentes su peso es mucho mayor que en otros; y, por último, la aplicación del complejo tecnológico a los sistemas productivos es muy dispar, así como el impacto generado por las emisiones, cosa a tener muy en cuenta. Ahora bien, junto al protagonismo que mantienen los territorios rurales en la hora presente, es necesario reconocer las tendencias que amenazan al mundo alejado de las grandes urbes. A menudo, la falta de servicios y oportunidades en estas zonas está produciendo una dinámica evidente de despoblación y empobrecimiento. Si no queremos ir muy lejos, se habla, con tanta razón como dolor, de la España vaciada, de la España olvidada (un fenómeno que, por cierto, no es exclusivo de nuestro país) (2). Ante ello, el reto consiste en vigorizar el sentimiento de pertenencia, ocupada favorecer el acceso a unos servicios públicos de calidad, reformar inteligentemente el sector agrario, impulsar la actividad económica, diseñar una fiscalidad apropiada a los territorios despoblados, promover la creación de créditos y avales adecuados, dar a conocer la historia y las tradiciones locales, conservar el patrimonio, reforzar la formación y la educación para coser a los jóvenes al territorio, dotar al entorno de tecnología y mejorar las comunicaciones y demás infraestructuras. Son elementos clave para ofrecer oportunidades vitales a las nuevas generaciones. Si dentro encuentran lo que desean no tendrán que buscar fuera. Hay que brindar a quienes pertenece el porvenir un presente atractivo, fecundo y sólido. Será la mejor herramienta para que puedan construir su propio destino y sean dueños de sus propios sueños. El futuro será real y aceptable para cuantos llaman suyo al mañana si existe un vínculo consistente entre persona, comunidad y territorio. De lo contrario, solo contaremos con espacios urbanos masificados y despersonalizados, por un lado, y con regiones rurales abandonadas, empobrecidas y vaciadas, por otro. El siguiente apartado ofrece algunas pistas en este sentido. 2. Los territorios rurales: una creación de la comunidad humana Desde el primer momento en que la comunidad humana se asienta sobre un territorio crea necesariamente lazos con él. Entabla una relación compleja que se manifiesta en una doble cara: la del beneficio que el hombre obtiene para hacer posible su supervivencia y la del sello que imprime en el medio al intervenir sobre él; sello que se visualiza a través del paisaje y se puede medir por los múltiples impactos ambientales producidos. La intervención humana perdura en el tiempo y termina por acrisolar una madeja de relaciones, que podríamos denominar «trabazón», hasta configurar un nuevo organismo; «un todo animado», podría llamarse, evo cando una expresión de Alexander von Humboldt (3). Esa trabazón que ha surgido implica dos acciones esenciales: la operatividad y la funcionalidad. La primera hace referencia al conjunto de técnicas utilizadas para poder transformar el recurso en producto y la segunda al beneficio mutuo que comporta, o debe comportar, para la comunidad humana y para los ecosistemas naturales. No cabe pensar que la comunidad humana y el complejo físico pudieran ser dos naturalezas contrapuestas, antagónicas, que buscan imponerse una a otra. Más bien, forman parte del mismo entramado natural con evidentes características y potencialidades diferentes. Puede que la más sobresaliente sea la responsabilidad de la comunidad humana derivada de su propia condición de libre, inteligente y dotada de ingenio que le permite ejercer un cierto dominio sobre el escenario natural en el que vive y del que se nutre. Dominio que en términos etimológicos nos hace pensar en la construcción de la casa común a la que tantas veces se refiere el Santo Padre. No se trata, obviamente, de un «dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas» (LS, 83), sino de labrar y cuidar la tierra: «Mientras “labrar” significa cultivar, arar o trabajar, “cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza» (LS, 67). En efecto, la relación hombre-recurso siempre ha estado sustentada por herramientas materiales y organizativas; unas veces de cariz tradicional y otras más evolucionadas. Ellas han hecho posible el progreso y, en suma, la mejora de las condiciones de vida, no solo en el plano material, sino también en aquellos aspectos más nobles propios de la naturaleza humana, notablemente la cultura. La permeabilidad entre civilizaciones ha facilitado la penetración de esos procesos operativos, impulsados por numerosos entes internacionales, entre ellos la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), con el afán de procurar un justo y equitativo desarrollo a todos los pueblos del mundo. Este loable empeño ya posee una primera manifestación del fundamento ético. No basta procurar el desarrollo mediante la enseñanza-aprendizaje de modos más eficientes de operar con los recursos, es necesario hacerlo sin anteponer los intereses propios a los de la comunidad rural que recibe aquellos y eso se llama generosidad. «La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades» (FT, 124). La funcionalidad del recurso natural es el primer efecto de la acción operativa desplegada por el hombre. Poner a funcionar un recurso es activar sus potencialidades para que pueda cumplir el papel encomendado. Del recurso emanan productos necesarios para la satisfacción de las necesidades de la comunidad humana, al mismo tiempo que aquel, podríamos decir, adquiere mayor plenitud. La funcionalidad del recurso, y más en concreto la del recurso natural para la agricultura, no solo implica, por tanto, la provisión de un bien, sino, sobre todo, el ennoblecimiento del propio recurso al dotarlo de «cultura» y convertirlo en una obra creada por el hombre, no pocas veces dotada incluso de valores estéticos. ¿Alguien puede pensar que la funcionalidad del recurso puede ser encomiable, fructífera y hasta engendrar belleza sin el sustento de un comportamiento ético?. En resumen, tanto la operatividad como la funcionalidad, dos procesos clave en la puesta en marcha de las potencialidades de los recursos naturales, rezuman valores éticos que se pueden concretar, por un lado, en la búsqueda de la equidad - un impacto justo en los beneficios del progreso - y, por otro, en el uso sostenible, duradero y hasta ennoblecedor de lo que ofrece el complejo físico hasta «culturizarlo» en el sentido más noble del término. Tal como recuerda el Sumo Pontífice, «hace falta incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura» (LS, 144). 3. El fundamento ético de la sostenibilidad en los territorios rurales Aquella «trabazón» operativa y funcional está sometida a continuos cambios, bien por la mejora del complejo tecnológico utilizado por el hombre, bien porque las demandas sociales se vuelven más exigentes o cambian de orientación. Ese cambio es precisamente el que le dota de vida; carácter ineludible que debe cumplir. Hace ya mucho tiempo que la condición de sostenible se ha vuelto exigible por parte de las instituciones públicas a cualquiera de las acciones que la comunidad humana emprenda en su relación con los recursos naturales; ahí están los programas diseñados a tal fin por los gobiernos y los múltiples foros internacionales que abogan por ello, entre los que descuella la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible, consensuada por la comunidad internacional como plan de acción a favor del progreso de las personas y del planeta (4). No obstante, cabe decir que el interés por una conducción sostenible no es ninguna novedad, pues ahí están los manejos tradicionales de los sistemas agrarios que durante siglos supieron extraer lo necesario para la supervivencia, a la vez que cuidaron exquisitamente el recurso. La sostenibilidad ofrece una diversidad de aspectos que la hacen plural. No se puede hablar tan solo de sostenibilidad ambiental, como una acepción exclusiva y unidireccional. Más bien, el horizonte se amplía al dar entrada a las implicaciones sociales, económicas y culturales que también le son consustanciales. Es ahí donde el comportamiento ético da plenitud a la sostenibilidad al dotarla de fundamentos que hacen posible la satisfacción de los bienes necesarios y el progreso de la comunidad humana, al mismo tiempo que procuran la conservación y mantenimiento de los recursos con toda su vigorosa potencialidad para generaciones futuras. La sostenibilidad ambiental debe ser siempre una condición del obrar humano. Al manejar los recursos naturales, el hombre no toma contacto con algo ajeno a él; más bien, acoge en sus manos un recurso que, de tratarlo indebidamente, produce un daño injusto al recurso y un impacto negativo en el hombre. Por tanto, preservar la integridad del recurso se convierte en el primero de los principios éticos a no soslayar nunca. La sostenibilidad social implica tener como prioritaria «la distribución equitativa de los frutos del verdadero desarrollo», como ya señaló san Juan Pablo II (Sollicitudo Rei Socialis, 26). Sería corrupto acaparar por parte de unos pocos, aunque algunos pudieran pensar que fuera legítimo, los bienes fruto de aquella funcionalidad exitosa e incluso dotada de excelente condición por sus efectos ambientales positivos. La equidad es expresión de la solidaridad y, a la vez, debe ser complementada por esta. De este modo, se convierte en el fundamento ético de la sostenibilidad social. La sostenibilidad económica no alude tan solo a la viabilidad de un determinado uso de los recursos naturales por la suficiente aportación pecuniaria. Esto sería restringir el significado a un balance financiero saneado. Más bien, debe entenderse por tal el uso de los recursos económicos de modo transparente y tomar en consideración la función social de la riqueza generada al margen de la satisfacción exigida por parte de la sociedad por el bien material producido. Por tanto, el enriquecimiento de unos pocos y la aparición y consolidación de sociedades desequilibradas económicamente es una perversión del principio ético de la solidaridad que debe regir la sostenibilidad económica. La sostenibilidad cultural alude al respeto exquisito de las culturas diversas que se han generado en los territorios rurales de todo el mundo. La incorporación en cada una de ellas de procesos operativos más eficientes no tiene por qué suponer una «uniformización cultural»; más bien se deben respetar siempre los legados culturales diversos que son manifestación excelente de la creatividad humana. La respetabilidad, por tanto, debe ser un valor ético sustentador de cualquier acción desplegada en el campo del desarrollo y hace posible al mismo tiempo el progreso y la conservación de las culturas. Estos principios éticos - mantenimiento de la integridad del recurso, equidad social, solidaridad económica y respetabilidad cultural - deben regir las cuatro facetas de una sostenibilidad integral a las que nos acabamos de referir. Cabe preguntarse si aquellos son permanentes o adaptativos a las situaciones concretas que se vivan. Dicho de otra manera, ¿hay un cimiento ético duradero inherente a la relación entre la comunidad humana y los territorios rurales? La vigencia de un fundamento ético permanente que anime al quehacer humano en este campo parece del todo plausible. Este fundamento permanente no puede ser maleable a conveniencia; es decir, el hombre no puede hacer «ingeniería ética» o, lo que es lo mismo, crear en cada momento un panel de principios éticos cambiables y acomodables a su interés inmediato y coyuntural. No serían tales. Se cometería el mayor de los fraudes al vaciar de honesto sentido unas palabras biensonantes. Al contrario, estimo que hay un rescoldo permanente, aunque no estable, que bien pudiera calificarse de progresivo; es decir, lleno de vitalidad que se enriquece continuamente y afianza su base cada día por el crecimiento y la fortaleza que entraña el obrar ético de la comunidad humana explicitado por los valores a los que nos hemos referido anteriormente. Como mencionaba el Obispo de Roma, «la solidez está en la raíz etimológica de la palabra solidaridad. La solidaridad, en el significado ético-político que esta ha asumido en los últimos dos siglos, da lugar a una construcción social segura y firme» (FT, 115, nota 88). Conclusión Más que una conclusión es importante provocar una incitación. Una incitación a pensar conjuntamente si el sustrato ético que debe animar toda acción humana puede obviarse o, al contrario, debe fortalecerse y convertirse en un auténtico tamizador que nos oriente sobre la bondad o maldad de nuestra relación con el medio en el que vivimos. Hemos señalado la generosidad como valor ético que debe presidir la acción del desarrollo. También la sostenibilidad como condición necesaria de una saludable funcionalidad de los territorios rurales. En el seno de esta sostenibilidad se ponen en juego valores éticos como la integridad ambiental, la equidad social, la solidaridad económica y la respetabilidad cultural. ¿Acaso alguien puede afirmar que estos no son valores éticos ejercidos por la comunidad humana en su trato con los territorios rurales y las gentes que los habitan? Más bien, me atrevo a decir que, si perdieran vigor o fueran sustituidos por sucedáneos oportunistas, las consecuencias serían muy negativas, tanto para el medio rural como para la humanidad entera. NOTAS (1) Cfr. FAO. 2020, World Food and Agriculture - Statistical Yearbook 2020, Rome 2020. Puede consultarse en: https://doi.org/10.4060/cb1329en. (2) Sobre el panorama español, sigue siendo de gran interés el estudio de D. PEREI- RA JEREZ, F. FERNÁNDEZ-SUCH, B. OCÓN MARTÍN, O. MÁRQUEZ LLANES, Las zonas rurales en España. Un diagnóstico desde la perspectiva de las desigualdades territoriales y los cambios sociales y económicos, Fundación FOESSA, Madrid 2004. Puede consultarse en: https://www.caritas. es/producto/zonas-rurales-espana diagnostico-perspectiva-desigualdades-territoriales-cambios-sociales económicos/ (3) Cfr. A.VON HUMBOLDT, Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo, Imprenta de Gaspar y Roig, Madrid 1874, Tomo I, 1-69. (4) Un amplio comentario sobre esta iniciativa de la ONU puede encontrarse en: J. M. LARRÚ (coord.), Desarrollo humano integral y Agenda 2030. Aportaciones del pensamiento social cristiano a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2020.

Lun 22 Feb 2021

Rasguen su corazón, y no sus vestidos (Joel 2,13)

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - MENSAJE DE CUARESMA – AÑO 2021 - Para la Sagrada Escritura, el corazón es el asiento de las actitudes, de las emociones y de la inteligencia, del ser humano. Se refiere a la mente, los pensamientos, los sentimientos y al intelecto en general. En síntesis, el corazón, es la interioridad de la persona. El corazón es toda la parte interna que le da la vida al cuerpo. Así las cosas, es necesario entender que, el ser humano, se transforma desde dentro hacía afuera y no desde fuera hacía dentro. Es decir, lo primero que se debe cambiar es el corazón y luego, como consecuencia lógica, cambiaran también nuestros actos. Al iniciar la cuaresma, nos dice el profeta Joel: “Rasguen su corazón, y no sus vestidos, y vuelvan a Yahvé su Dios, porque él es bondadoso y compasivo; le cuesta enojarse, y grande es su misericordia; envía la desgracia, pero luego perdona” (Joel 2,13). La Palabra de Dios al proclamar: “Rasguen su corazón, y no sus vestidos”, nos está diciendo que antes de proponernos a cambiar nuestra conducta, es decir, nuestra manera de actuar o nuestra moralidad, es fundamental cambiar nuestra manera de pensar. Como consecuencia de la invitación cuaresmal a una nueva vida, en este tiempo litúrgico, estamos convocados de una manera reiterativa a practicar la limosna, la oración y el ayuno. Estos (limosna, oración y ayuno), deben ser la manifestación externa de una realidad interna por la cual se ha optado desde lo profundo de nuestro corazón. La Palabra de Dios nos dice: Cuando des limosna, cuando ores, cuando ayunes, hágalo en silencio, en actitud de recogimiento y con la mayor discreción posible (Cf Mt 6,1-6. 16-18). Se nos invita a la ascética cristiana, una ascética que debe ser practicada discretamente y no contada a los cuatro vientos. Con esto, se nos quiere hacer entender que las grandes realidades del Evangelio se pueden y se deben ofrecer a los hombres, pero jamás se deben imponer. “La Iglesia católica crece por atracción y no por imposición” (Benedicto XVI). Como Iglesia arquidiocesana de Florencia, la gran invitación para la cuaresma de este año 2021, es que nos sintamos atraídos a crear entre nosotros la cultura del silencio. El silencio no se impone desde fuera, el silencio se edifica desde dentro. Al proponer el silencio como conducta propia para incrementar en la cuaresma del presente año, quisiera insistir fundamentalmente en el silencio interior, más que en el silencio exterior. Vivimos en un mundo demasiado bullicioso. Nuestros sentidos externos están híper comunicados y a causa de esto, con frecuencia sentimos que nuestros sentidos internos se embotan y hasta se ven perturbados. Sin embargo, es necesario caer en la cuenta, qué, nada nos perturba tanto cómo cuando nuestros sentidos internos están en medio del ruido que genera al interior de nuestro ser nuestros pecados. Basta hacer memoria y recordar muchísimas circunstancias pecaminosas que han dejado grandes heridas en nosotros y que aún nos siguen atormentando. Por las circunstancias que vivimos en la actualidad, por obligación, nos hemos tenido que aislar. Este aislamiento para muchos ha sido beneficioso, pero, para la inmensa mayoría, ha sido un aislamiento doloroso y hasta desastroso. La propuesta para la presente cuaresma es que, nos aislemos en silencio voluntario, para que en la profundidad que genera el silencio tengamos la oportunidad de comunicarnos con Dios, con nosotros mismos, con la naturaleza. “Dios siempre habla en el silencio” (Santa Teresa). Necesitamos espacios y tiempos de silencio. Cierto aislamiento pedagógico y oportuno es necesario. La propuesta es que, nos aislemos voluntariamente y en silencio, para meditar, orar, contemplar, para entrar en comunión con Dios. Cuando nos aislamos voluntariamente y en silencio, recibimos fuerzas y poder, para comunicarnos mejor y de una forma más saludable entre nosotros. Una persona vocacionalmente silenciosa se vuelve sensible a las realidades espirituales. Una persona silenciosa por opción se abre con mayor facilidad a las realidades trascendentes y trascendentales. Una persona silenciosa por vocación es un ser humano maduro y sensible al dolor de los hermanos. Tengamos en cuenta: El silencio depura la fe. El silencio decanta las situaciones existenciales de la vida. El silencio purifica. El silencio alimenta el espíritu. El silencio da fortaleza, confianza y perseverancia. El silencio nos hace osados y libres frente al mal. El silencio nos da herramientas para combatir el mal. El silencio nos madura en lo humano y en lo espiritual. El silencio nos hace madurar en la fe. El silencio fortalece el corazón y da brillo al alma. El silencio es el espacio más propicio para escuchar la voz de Dios. El silencio es el lugar más apropiado para escuchar nuestro ser: nuestra corporeidad y nuestro espíritu. El silencio alimenta, purifica y da fuerza interior. El silencio fortalece nuestras virtudes. El silencio nos pone de cara a Dios, de cara a nosotros mismos, a los demás e incluso de cara a la misma naturaleza. Sin silencio no hay escucha. Sin un espíritu de silencio no somos capaces de descubrir el sufrimiento de nuestros hermanos. ¿Cuántos padres, mueren ancianos sin un hijo que los escuche? ¿Cuántos hijos mueren, aún más, se suicidan, sin encontrar un hermano, que desde su silencio capte el dolor que lo atormenta? Imperativo categórico: hacer silencio. Hagamos silencio si queremos crecer en el amor. Hagamos silencio si queremos entender el momento presente que estamos viviendo. El ruido nos aturde y ensordece, nos confunde, nos desbarata y nos puede volver agresivos. El ruido no nos permite escuchar la voz de Dios y el sufrimiento de nuestros hermanos. Uno de los protocolos más urgentes y necesarios ante la crisis que vivimos en la actualidad es el silencio. Pero no se trata de un silencio agresivo y resentido, es decir, un silencio masticando el dolor, el resentimiento y la rabia, este silencio hace muchísimo mal, destruye nuestras relaciones e incluso nuestro sistema inmunológico. La propuesta para esta cuaresma es que optemos por disponernos a un silencio reflexivo, dialógico, activo, propositivo y creativo, un silencio palabra. Este silencio es fuente de vida nueva. El silencio no es un fin, el silencio es un camino pedagógico, no se trata de permanecer en silencio, el silencio nos debe impulsar a la acción. No basta el silencio externo, a veces, es el menos importante. El silencio necesario y urgente hoy y siempre es el silencio interior. Es fundamental, esencial e imprescindible el silencio de nuestra memoria, nuestro entendimiento, nuestra voluntad y nuestra imaginación. “Rasguen su corazón, y no sus vestidos”. Estimados sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, laicos y comunidad en general, personas de buena voluntad… En la presente cuaresma, por favor, crezcamos en la cultura del silencio. Silenciemos nuestro corazón, nuestro entendimiento, nuestra, memoria, nuestra imaginación. Escuchemos con atención la Palabra de Dios que continuamente nos invita a la conversión. Por algún tiempo determinado, durante el día, apaguemos nuestros aparatos electrónicos y dejemos que nuestra conciencia se silencie, para que allí, desde lo más intimo de nuestro ser escuchemos la voz de Dios e incluso para que escuchemos los gritos y los reclamos de silencio que surgen de nuestra propia interioridad Queridos sacerdotes, con paciencia, prudencia, respeto y responsabilidad, insistamos en la necesidad del silencio en nuestros templos, capillas y lugares de culto. Insistamos en la participación en los retiros espirituales, los cuales, este año los realizaremos por medios virtuales (oportunamente, les haremos llegar el enlace de comunicación). En sus parroquias, centros de culto y lugares de evangelización, realicen ejercicios espirituales y formen a sus fieles en la cultura del silencio. Sacerdotes, con fe, esperanza y amor por nuestro pueblo, volvamos a revitalizar el sentido litúrgico del domingo, el día del Señor. Enseñémosles a nuestros fieles la centralidad del domingo. Qué no se nos olvide nuestro lema: “Ningún domingo sin misa”. Seamos creativos en la liturgia dominical, hagamos de la Santa Misa, un espacio propicio para incrementar en nuestra fe, la cultura del silencio. No permitamos que la divina Eucaristía se nos convierta en un ambiente bullicioso, rutinario y aburridor. Vinculemos a nuestros laicos a la preparación de la Santa Misa dominical, durante la semana, hagamos con nuestros fieles el ejercicio de la lectura orante de la Palabra; crezcamos en el amor a la Palabra y veremos cómo Dios va haciendo la obra en medio nuestro. Querido pueblo de Dios, impulsemos entre nosotros el amor por el silencio, permitámosles a nuestros sentidos externos que descansen de tanta información falsa y sin sentido. Hagamos silencio interior y dejemos que desde dentro fluya la voz de Dios. Recordemos aquellas bellas palabras de San Agustín: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y nueva, yo te buscaba fuera de mi y Tú estabas más dentro de mi que mi misma intimidad” (Confesiones). No busquemos fuera a quien ya habita al interior de nuestro ser, hagamos silencio para que lo escuchemos. + Omar de Jesús Mejía Giraldo Arzobispo de Florencia

Jue 18 Feb 2021

La pandemia, sus evidencias y sus lecciones

Por: Mons. Gabriel Ángel Villa Vahos - Los creyentes aceptamos que nada sucede por azar, que en el plan de Dios todo tiene un propósito. Desde las páginas de la Biblia y a la luz de la Historia de la salvación, podemos constatar que muchos hechos son permisión de Dios para hacernos reaccionar y corregir el rumbo, cuando la soberbia invade el corazón humano, llevándolo a pensar que el control del mundo depende de él. ¿Qué nos está dejando en evidencia este virus que nos ha tenido casi que humillados, escondidos, distanciados y en gran incertidumbre? Hace algunos meses el diario El ‘País’ de España invitó a 75 “expertos y pensadores” a reflexionar sobre el mundo que nos espera tras la pandemia y algunas de las conclusiones no son las más alentadoras. Sociólogos y artistas, terapeutas y políticos, periodistas y filósofos, conocedores de fútbol, de economía, epidemias y hasta de la moda, participaron en este ejercicio, compilado en una serie de artículos, ‘El futuro después del coronavirus’(1) . “Nada va a cambiar –predice un psicólogo–, solo va a aumentar el sufrimiento de un mayor número de personas”. Uno de sus colegas advierte sobre los problemas de salud mental que nos dejarán meses de confinamiento. “Tenemos que prepararnos para un largo invierno económico” es la advertencia de un catedrático; “seremos más pobres... vamos a cargar con deudas heredadas”, dice otro. Al parecer, no hay salidas. “Habrá más epidemias, y serán más peligrosas”, observa un epidemiólogo. “Donde no llegue la covid-19, llegarán las mafias”, señala un escritor. Sectores de la sociedad se quedarían sin futuro alguno: “El turismo masivo va a parar”. Sin público presencial, los mundos del fútbol y del espectáculo seguirán enfrentando momentos durísimos. Los años venideros darán o no la razón de la veracidad de estas opiniones. Pero, ¿qué lecciones nos está dejando? y las personas de fe, ¿qué podemos esperar y aportar? El virus nos está dejando en evidencia, entre muchas, las siguientes lecciones: Vivimos en un mundo, que con muchas posturas y opciones, quiere prescindir y “matar” a Dios. Un mundo donde todo es mercancía y desprecio por bienes comunes como la salud, la naturaleza y la vida, la familia. Todo tiene un precio. La invitación del mundo del mercado parece decirnos: hay que acumular. Y mientras unos acumulan más y más, la miseria se va trepando por las laderas ante la indiferencia que genera el dinero. Resulta paradójico. ¿De qué vale el yo tengo, con miedo y encerrado en la casa? Queda en evidencia que no se necesita tanto para vivir e igual se disfruta la vida: “nada trajimos a este mundo y nada nos llevaremos de él, si tenemos qué comer y con qué vestirnos, demos gracias a Dios” (Cfr. 1 Tim. 6,7-10). ¿Conformismo? No. Es que en ocasiones consumimos sin necesidad y es mucho lo que podemos modificar en nuestras vidas para darles valor y mayor sentido. Con la pandemia está quedando en evidencia una desigualdad terrible, una pobreza que las estadísticas no enseñan y muy poca capacidad de ahorro de gran parte de la población. Deja en evidencia la postración de la salud: hospitales en la inopia, con enorme atraso tecnológico, llenos de deudas y personal mal pagado. Nos señala una gran desigualdad tecnológica y educativa que ayuda a aumentar la brecha social, y nos está haciendo entender que hoy internet es una necesidad y debería ser parte de los derechos de cualquier persona siquiera con un mínimo vital. Nos ha puesto en evidencia la importancia del campo y del campesino, que ha permitido el flujo de alimentos para abastecer los grandes y pequeños centros urbanos, tan indiferentes y acostumbrados a las selvas de cemento sin atinar a valorar que lo que obtienen en el supermercado es porque otros lo han trabajado con esfuerzo y mucho sudor. Ha mostrado el daño que hemos hecho a la naturaleza, arrinconando además otras especies. Ha puesto al descubierto tanta ignorancia de las personas, creyendo cadenas tontas en redes sociales, tragando información de fuentes poco confiables, acrecentando temores y rechazos sin sustento alguno. Una cruel radiografía de nuestra incapacidad de dudar y analizar. El coronavirus nos está mostrando que vivimos en un mundo desajustado casi por completo, que obedece a valores superfluos, muchos de ellos impuestos por una minoría, aunque también, menos mal, nos ha permitido ver otros caminos por los cuales podríamos vivir mejor como personas y sociedad. ¿Haremos caso al fin a las evidencias? “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades” (2), dijo el Papa Francisco en aquella memorable jornada, con el bendición urbi et orbi desde la Plaza de San Pedro. Y son momentos como el que vive la humanidad los que nos enfrentan con nosotros mismos porque nos despojan de aquello que considerábamos esencial. Son ocasiones dolorosamente privilegiadas en las que se nos invita a cambiar aquello que no está bien en nosotros. Se convierten pues, como dijo el Papa en “un momento de elección”. Quizás tendremos que adoptar una vida más sencilla, quizás sea un llamado para pensar más en los demás. Valoraremos más la presencia física de nuestros seres queridos y descubriremos que actividades tan cotidianas como salir al parque o desplazarnos para ir a trabajar, hacen parte del milagro diario de vivir. Estos tiempos de pandemia pueden ser una oportunidad para que redescubramos en el silencio de nuestros hogares “lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”. ¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la humanidad? En nuestro país, el coronavirus nos tiene que llevar a ponernos de frente a las pandemias que nos están destruyendo desde hace mucho tiempo, a las problemáticas que no hemos podido resolver y a los grandes y graves males que no permiten avanzar como nación y construir el bien para todos.(3) También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos. No sólo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos, que sólo una observación más atenta nos ayuda a captar. La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia. «El hombre en la prosperidad no comprende —dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen» (Sal 49,21). ¡Qué verdad es!(4) Así actúa a veces Dios: trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Algunos cambios ya han ocurrido, y tendremos que seguir adaptándonos al futuro que llegó. El advenimiento de la ‘telemedicina’ es uno de ellos. Trabajar desde casa, otro. Claro que no se acabarán las visitas a consultorios, ni el trabajo en fábricas y oficinas. Y en estos casos, ni lo uno ni lo otro están augurando un mejor porvenir. También nuestra Iglesia tendrá que realizar un profundo discernimiento para hacer más visible su compromiso con la transformación del mundo y una evangelización que ayude en la transformación de nuestros pueblos en el respeto por la vida, la familia, la educación, el cuidado de la casa común, la búsqueda de la justicia y la equidad, la solidaridad y la fraternidad. Estamos a la expectativa de la llegada de una vacuna, que como por “arte de magia” nos saque de esta confusa situación. Mal haríamos si la expectativa está centrada en querer salir de este momento para simplemente retornar a nuestros modos de pensar y actuar antes de pandemia. Como nos ha exhortado el Santo Padre, no debemos desaprovechar esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Esta es la «recesión» que más debemos temer.(5) + Gabriel Ángel Villa Vahos Arzobispo de Tunja [1] El futuro después del Coronavirus, diario El País, Madrid 4 de mayo de 2020 2 Papa Francisco, bendición Urbi et Orbi, Roma, 27 de marzo de 2020 3 Conferencia Episcopal de Colombia, Mensaje de los obispos católicos al pueblo colombiano, Bogotá, 09 de julio de 2020 4 Raniero Cantalamessa, Homilía en la celebración litúrgica de la Pasión del Señor, Roma, 10 de abril de 2020 5 Cfr. Papa Francisco, bendición Urbi et Orbi, Roma, 27 de marzo de 2020

Jue 11 Feb 2021

17 de febrero - Miércoles de Ceniza

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - De nuevo daremos inicio al tiempo de cuaresma en la Iglesia. No sabría decir si lastimosamente, pero sí, nos toca vivirlo en un período de tiempo muy difícil provocado por la pandemia del coronavirus. Hasta la Iglesia ha debido hacer algunas recomendaciones relacionadas con el rito, no con el fondo de la celebración. Ojo. La Congregación para el Culto Divino y los Disciplina de los Sacramentos ha pedido que en relación con el rito de la imposición de la ceniza se retorne a la usanza antigua, como lo describen los textos sagrados cuando se habla de los penitentes que se cubrían de saco y ceniza. En ninguna parte se dice “se untaban” ceniza (cfr. Jonás, 3, 5-6). Respetuosamente quiero hacer mención a lo sucedido con las prescripciones de bioseguridad respecto de la recepción de la comunión en la mano y no en boca, donde no pocas personas se han sentido afectadas y temerosas, pues consideran que no son dignas de recibir el cuerpo de Cristo en sus manos. Muchos se han quedado en la forma de recibir a Jesús sacramentado, y han preferido -dolorosamente- abstenerse de recibirlo, cuando la recepción en la mano ha sido tan antigua en la tradición de la Iglesia. Lo mismo sucede con la santa ceniza. Lo primero que en estos tips pastorales quiero recordar, es que este es un sacramental. Es decir, una ayuda espiritual para hacer más factible el propósito personal del creyente, en este caso, de la conversión, del cambio de vida, que comienza con el reconocimiento de los propios pecados. Desde siempre la ceniza se ha esparcido o echado en seco sobre la cabeza de los fieles. Así ha sido en Roma. Comenzando por los Papas, la han recibido en sus cabezas, de manos del Cardenal camarlengo. La tradición de mojar totalmente la ceniza y untarla es realmente de Latinoamérica, pero no hace parte de ningún dogma o mandato que diga que debe siempre untarse en la frente. Ahora, por la pandemia, se invita a que el sacerdote diga una sola vez la fórmula de la unción, y en silencio, con los cuidados del protocolo de bioseguridad, a los fieles que se acerquen, les echa con sus dedos un poco de ceniza seca en las cabezas sin tocarlos. No se es más o mejor cristiano porque la cruz de ceniza se vea más. Se es más cristiano cuando cada uno tome conciencia de la necesidad de volver a Dios, de convertirse y de tener una vida según su santa voluntad. Los signos de la Cuaresma como la penitencia, la limosna, la oración, el ayuno, sí que se pueden vivir personal y comunitariamente en este tiempo Cuaresma, cuando son tantos los que por causa de la pandemia del COVID-19 y las injusticias humanas sufren hambre, están ayunando física y espiritualmente y esperan de todos una limosna, o mejor, unos brazos extendidos que hagan sentir cercana la misericordia y el amor divinos. Que la Cuaresma 2021 permita a los creyentes en Cristo y a los miembros de la Iglesia, escuchar la voz de Dios, que en la pandemia nos está llamando a convertirnos, porque su tiempo ha llegado. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar

Lun 8 Feb 2021

Un cáncer que hace metástasis

Por: Mons. Froilán Tiberio Casas Ortiz - ¡Qué pandemia tan terrible, la corrupción! ¡Qué horror, no tiene límites! El corazón del corrupto no conoce ningún principio ético, para él (ella), todo es permitido. Es una persona obsesionada por el tener y el poder. Es una persona sin conciencia; es más, es una persona cínica: tiene el descaro de presentarse como persona honesta y ofrece su nombre para que sea designado en algún cargo directivo de elección popular o de dirección administrativa. Busca por todos los medios brillar públicamente. Ordinariamente los corruptos se rodean de gente que tienen el mismo pelambre; bajo una banda de corifeos y bufones, todo son aplausos, no importan los canales, el fin justifica los medios. ¿Por qué son aplaudidos? Porque todos buscan sacar tajada del ponqué burocrático y de la fuente de contratación. ¿Por qué llega, como en Venezuela y Nicaragua, la autodenominada izquierda al poder? Por la corrupción de quienes dirigen un país, de quienes tienen que tomar decisiones. La corrupción se despliega por todo el tejido social, permeando por desgracia, a tantos funcionarios que otrora eran honestos. ¡Cómo me causa tristeza el dios de los corruptos! Tienen el descaro de profesar con sus labios fe en Dios. Pregunto: ¿qué tipo de dios han fabricado? Un dios permisivo, un dios gelatina que se acomoda a los intereses mezquinos de cada quien, un dios “tapahuecos”, que se utiliza como un idiota útil a la voracidad de la avaricia y la codicia personales. Un dios a la medida de la ambición humana. Excúsenme decirlo: le doy gracias a Dios porque hay infierno, -tiene que haber un castigo para tantos pícaros y bellacos-. Tanta retórica para acabar la corrupción, -discurso que lleva décadas-, los resultados son nulos; por el contrario, según la ONG Trasparencia Internacional, Colombia sigue ocupando uno de los primeros puestos en corrupción. Mucho ruido y pocas nueces. ¡Cómo necesitamos un líder como LEE KUAN YEW! Hace sesenta años la Ciudad-Estado, Singapur era más pobre que Colombia, la corrupción galopaba por todas partes y ¿hoy? Es uno de los países más prósperos del planeta, es una de las economías más sólidas, ocupando uno de los diez primeros puestos en la escala de prosperidad económica. Con pañitos de agua tibia y compresas no se sacan los tumores: se requiere el bisturí. + Froilán Tiberio Casas Ortiz Obispo de Neiva Publicado: Diario la Nación de Neiva