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Opinión

Lun 3 Sep 2018

Frutos y compromisos tras la visita de S.S. Francisco

Por: Monseñor Oscar Urbina Ortega - Ante la visita del Papa Francisco, surge para la Iglesia en Colombia un gran compromiso de hacer eco al mensaje pastoral del Vicario de Cristo, para que sus palabras y enseñanzas se mantengan vivas y se conviertan en un itinerario esperanzador de reconciliación y paz para el país. Somos conscientes que debemos ir al encuentro de aquellos que llenaron los lugares donde estuvo el Papa, como también de aquellos que lo siguieron por los medios de comunicación tradicionales y digitales. Hay que ir al encuentro de esos miles y miles de colombianos que se abrieron al mensaje de Francisco y, quizás, hoy sienten y piensan que se merecen una nueva oportunidad enmarcada en los valores de la justicia, la solidaridad, la fraternidad, la reconciliación y la paz. Por esta razón hemos suscitado espacios que nos han permitido, desde la grata recordación de los temas expuestos en Colombia por el Santo Padre, recurrir a nuevas metodologías de encuentro, discernimiento, acercamiento a la Sagrada Escritura y al Magisterio de la Iglesia, promoción vocacional y defensa de la vida y la familia. En este sentido podríamos compartir que: Los obispos del país nos reunimos en asamblea plenaria extraordinaria en noviembre del año pasado, para reflexionar sobre el mensaje que nos dejó a los colombianos el Santo Padre. Se han realizado innumerables conversatorios, foros, conferencias, sobre el mensaje del Papa, realizados en universidades, colegios, diócesis y parroquias. Se han diseñado y emitido por diferentes espacios muchas piezas gráficas y audiovisuales, así como entrevistas en los medios de comunicación y libros con las homilías y los discursos que el Santo Padre pronunció en Colombia. Desde el Departamento de Educación de la Conferencia Episcopal, en alianza con CONACED y SM Editores, se han impulsado una serie de foros regionales sobre la educación católica, teniendo como eje transversal la ‘cultura del encuentro’ propuesta por el papa Francisco. Estos foros se han realizado en Cúcuta, Medellín, Cali, Neiva, Barranquilla, Ibagué y el último de este año será en Bogotá los días 18 y 19 de septiembre. Se está organizando un diplomado con la universidad Javeriana sobre la ‘cultura del encuentro’. En algunas jurisdicciones eclesiásticas se han promovido iniciativas de pastoral social como las que bendijo el Papa en Cartagena: Talitha Qum y María Revive, espacios para atender las necesidades de los más pobres. Se realizó un congreso nacional sobre la reconciliación y se institucionalizó la ‘Jornada anual de oración por la reconciliación’ cada 3 de mayo. La Conferencia Episcopal publicó el libro ‘Raíces de la Violencia en Colombia’ y, junto con la Presidencia de la República, se está editando un libro-recordatorio sobre la visita del Papa con sus discursos, homilías y fotografías. Se prepara Expocatólica 2019 (marzo 7 al 10), en Bogotá, con el lema: “Sigamos caminando juntos, al paso de Francisco”. Esta será una oportunidad para ‘seguir caminando juntos’ al paso de la enseñanza que dejó la visita del Papa Francisco; será una ocasión propicia para que las personas, entidades e instituciones, nacionales e internacionales, puedan compartir las experiencias creativas e innovadoras de su actividad empresarial; y se disfrutará de un espacio de oración y cultura en el cual se visibilizarán las iniciativas de promoción humana integral de todas las regiones del país. Pero, quizás, el mayor aporte que nos pudo hacer el Papa con su visita fue animarnos a cambiar la manera de ver la realidad colombiana. Abrirnos realmente a la necesidad de reconciliación para dar pasos significativos hacia una “paz estable y duradera”. Él fue enfático cuando dijo: “Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia, desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz, «hablando no con la lengua sino con manos y obras» (san Pedro Claver), y levantar juntos los ojos al cielo: Él es capaz de desatar aquello que para nosotros pareciera imposible, Él ha prometido acompañarnos hasta el fin de los tiempos, Él no dejará estéril tanto esfuerzo.” (Homilía en Cartagena, sept. 10 de 2017) + Oscar Urbina Ortega Arzobispo de Villavicencio Presidente de la Conferencia Episcopal

Vie 31 Ago 2018

Nuestros hermanos venezolanos

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Cali es paso obligado a los países suramericanos. Por eso es destino de gran parte del flujo de migración forzosa de venezolanos. Muchos han llegado ya. No hay cifras precisas, pero son cientos de miles, porque siguen y seguirán llegando por varios años. No se trata de algo pasajero. La situación que lo origina tenderá a agravarlo, sea cual fuere el desenlace. Porque más que un absurdo sistema ideológico y político, se trata de una situación estructural de vieja data: han sido una economía y sociedad subsidiadas, dependientes del petróleo. Tardarán en salir de allí y nivelarse con la economía internacional. Entendiendo lo anterior, Cali y Colombia entera tienen el deber de dar respuestas adecuadas y de fondo, no de evasivas, ni de meros trámites documentales, “para una migración ordenada, segura y legal”. Mucho menos de justificaciones egoístas o declaraciones de impotencia, para cerrarles puertas y dejarlos a la deriva en calles y carreteras. Y la respuesta nos obliga a todos. Son rostros, situaciones, manos y grupos de hermanos nuestros, que claman ante nosotros y ponen a prueba nuestros valores más profundos: los de acoger, respetar, servir, compartir, proteger, acompañar, restaurar, animar, integrar, dignificar. Somos los ciudadanos, las familias, las organizaciones comunales, los propietarios de tierras, los empresarios y comunicadores, los voluntariados, las Iglesias, quienes los sentimos a nuestro lado, quienes no podemos chutar la responsabilidad a otros, ni dejarnos infestar por la indiferencia o actitudes oportunistas y agresivas. La magnitud del reto nos compromete a organizarnos cada vez mejor, con el apoyo local e internacional de organizaciones humanitarias, con la presión sobre nuestros elusivos gobernantes. Para nosotros, Iglesia Católica, es la hora de Jesús, la hora de la misericordia: “lo que hacen o dejen de hacer a uno de estos, lo hacen o dejan de hacer conmigo”. Es la misericordia de las obras, o al revés, las “obras de misericordia” inmediatas, pero unidas a esa lucha de los pueblos y naciones de la tierra para erradicar el hambre, la sed, la desnudez, el despojo, la exclusión, la enfermedad, el crimen y el delito, las prisiones, la tristeza y la soledad de quienes sufren, de las víctimas sin discriminación alguna: (Mateo 25,31-40). Es deber del creyente en Cristo Jesús y de su Iglesia, encontrarlo a Él en el pobre y la víctima, no solo en la Biblia y la liturgia. Es deber del colectivo social, animado por los creyentes, erradicar de las culturas, pacífica y democráticamente, las causas de la inhumanidad y de la exclusión, de las injusticias y monopolios. La fe no son meros actos caritativos, ni mero culto e Iglesias, sino también esfuerzos válidos por transformar el mundo en “Civilización del Amor”, en Reino de Dios, contenido en Jesús como Evangelio viviente. Este mes de septiembre, mes bíblico de Las Sagradas Escrituras, fundamentadas en la Persona de Cristo Jesús, mes de Los Migrantes, mes de la Paz y de los derechos humanos (San Pedro Claver, semana por la paz), entre otros motivos, mueva a las Iglesias cristianas y Católicas que están en Cali, a todas nuestras parroquias, instituciones y obras, a APERSONARNOS DE NUESTROS HERMANOS VENEZOLANOS. “Nadie se acueste en Cali sin oír la voz del prójimo venezolano”, podríamos decir, recordando al inolvidable padre Alfonso Hurtado, “el de la explosión de Cali el 7 de agosto de 1956”, como quedó en la mente y corazón de los caleños. A nuestra Pastoral de Migrantes, a la Pastoral Social y Banco de Alimentos, a nuestros voluntariados, les agradezco su sacrificio por esta población migrante y refugiada. A la naciente Delegación de Pastoral Bíblica, conformada con la Facultad de Teología de Unicatolica, los aliento a impulsar, desde la espiritualidad discipular, este compromiso de fe y de acción eclesial. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Lun 27 Ago 2018

De la doctrina a la vida. “Salvaguardar el medio ambiente” (2da. Parte)

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - Continuemos abordando el pensamiento de la Iglesia acerca de la cuestión ambiental. En esta ocasión, la relación y la responsabilidad que el ser humano debe tener con la “casa común”. Cuidadores, no depredadores Si algo ha enseñado siempre con claridad la Iglesia es que el bíblico «llenen la tierra y sométanla» (Cf. Génesis 1, 28-30), para nada significa hacer de toda la naturaleza simple recurso para usar de modo irracional. Sobre el particular, citando a san Juan Pablo II en la encíclica Centessimus annus, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia afirma que el ser humano «no debe “disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar”» . Esto implica que el hombre tiene un papel éticamente responsable en su relación con los demás seres creados. Y de esto debemos ser especialmente conscientes los discípulos de Jesús: ejerciendo esta responsabilidad en el trato y relación con la naturaleza, pero también siendo “guardianes” de ello con nuestros semejantes, inspirados en revelación de Dios en las enseñanzas de la Iglesia, cultivando en ellos esta actitud. Es evidente, pues, que no hay nada más coherente con nuestra fe cristiana que relacionarse reverentemente con este “santuario sagrado” que con tanto amor Dios ha preparado, como es el universo entero, del cual nuestro planeta y nosotros mismos somos una pequeñísima parte. Aunque para el momento de la publicación del CDSI, el tema del cambio climático no era algo tan fuerte como en nuestro tiempo, para la Iglesia no hay duda de que el frágil equilibrio de la creación está amenazado seriamente si el hombre actúa sin la debida delicadeza hacia ella. Si en lugar de cuidador, el hombre se vuelve un depredador, el hombre termina “suplantando” «a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él» . Progreso científico con la naturaleza, no contra ella Constata el CDSI que la ciencia y la técnica humana extienden cada vez más su conocimiento y dominio sobre “casi toda la naturaleza”. En principio, estos avances se consideran positivos y son el reflejo de la capacidad creativa con que Dios hizo al ser humano, pues lo creó a “su imagen y semejanza”. Pero el progreso científico, técnico y tecnológico no pueden conducir a que el hombre se considere todopoderoso y sin límites en el uso de su facultad de conocer y transformar el entorno; el cumplimiento de este rol debe también ampliar el sentido de la responsabilidad individual y colectiva y, por supuesto, ética y moral. Citando al Concilio Vaticano II, el CDSI, sostiene que «toda la actividad humana debe encaminarse, según el designio de Dios y su voluntad, al bien de la humanidad» . Son buenas, pues, la ciencia, la técnica y la tecnología, pero siempre y cuando, al desentrañar los misterios de la creación, se sirvan de ella con respeto, cuidando de no romper su vulnerable equilibrio y poniendo también por delante el bien de la humanidad antes que el primado del lucro. No es ambiguo el magisterio de la Iglesia en este punto: «Los científicos, pues, deben “utilizar verdaderamente su investigación y su capacidad técnica para el servicio de la humanidad”, sabiendo subordinarlas “a los principios morales que respetan y realizan en su plenitud la dignidad del hombre” . Hoy, cuando apreciamos todos los días los efectos devastadores que ocasionan al planeta las acciones irresponsables del ser humano, es valioso y muy loable que las actividades científicas se concentren en resolver los graves problemas que aquejan a la humanidad: «el hambre y la enfermedad, mediante la producción de variedades de plantas más avanzadas y resistentes y de muy útiles medicamentos» .Se trata de ser prudentes y aplicar con rectitud estos principios. Es muy útil que esto lo tengan en cuenta en la academia y los espacios de investigación. Particular atención merece la investigación genética. Al respecto, el CDSI señala que «conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado»; y en este sentido advierte sobre el grave riesgo de las alteraciones que puede provocar en la naturaleza «una indiscriminada manipulación genética» y «el desarrollo irreflexivo de nuevas especies de plantas y formas de vida animal», incluso en el campo de la vida humana misma . Conviene concluir esta segunda parte, recordando el origen de todo: la tierra con toda su exuberancia vital, y el universo entero son obra de Dios, un don, una bendición. En todos ellos, en nosotros mismos hay una ley propia que Él dispuso y que el ser humano debe respetar cuando se trate de hacer uso de cualquiera de los seres con los que tenemos contacto. El hombre no debe disponer de la creación «sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios» . + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar editorial[/icon] [icon class='fa fa-download fa-2x']De la doctrina a la vida. “Salvaguardar el medio ambiente” (1ra Parte)[/icon]

Jue 23 Ago 2018

Pablo VI en Colombia

Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Pablo VI, pontífice entre 1963 y 1978, que será canonizado el próximo mes de octubre, fue el primer Papa que visitó América Latina en el histórico viaje que hizo en 1968 a Bogotá. Dos eventos de carácter internacional hicieron posible su venida a Colombia, el XXXIX Congreso Eucarístico Internacional a celebrarse en Bogotá, y la Segunda Conferencia General del Episcopado latinoamericano, que se realizaría en Medellín. Hace 50 años, Colombia, como lo estuvimos en 1986 con Juan Pablo II y hace poco con el Papa Francisco, estuvo de fiesta, y fue tierra donde el Papa Pablo VI sembró con ilusión la semilla del Evangelio y encomendó a los Obispos de toda América latina la tarea de aplicar de la mejor manera, en primer lugar, las orientaciones emanadas del Concilio Vaticano II, que apenas había concluido en 1965; y en segundo lugar, la acogida de la Encíclica Humanae Vitae, que él mismo acababa de publicar ese año, y para lo cual, invitó a los obispos, y la Iglesia en general, a “comprender bien la importancia de la difícil y delicada posición que, en homenaje a la ley de Dios, hemos creído un deber reafirmar” (Discurso de Pablo VI en la apertura de la segunda conferencia de Medellín). El título de la Conferencia de Obispos de Medellín es sugestivo y nos permite, con la mirada puesta en el Concilio y en esta reunión, evaluar la forma como sus conclusiones han sido o no acogidas. “La Iglesia en la actual transformación de América latina a la luz del Concilio”. Éste fue el título y el objetivo del encuentro continental. Es necesario dar gracias a Dios porque no abandona nunca su Iglesia, y a través de la actividad colegial y sinodal en la Iglesia, nos sigue mostrando la senda para avanzar por el camino de la fe y la humanización de la sociedad. El documento con las Conclusiones de Medellín ha sido histórico. Casi que se puede decir que marca un antes y un después en las reflexiones de la teología y la pastoral del pueblo latinoamericano. Su metodología del ver, juzgar y actuar, todavía vigente, ha sido un instrumento de gran valor, para hacer de la pastoral una trabajo pertinente, que permita entender el concepto amplio de la liberación integral que aparece con contundencia en repetidas páginas de las Conclusiones. Los invito a releer con ánimo constructivo, el Documento de Medellín y cruzar sus Conclusiones con el práctico y actual Magisterio del Papa Francisco. De seguro, que tanto a los clérigos, como a los religiosos y los laicos, su lectura los animará para seguir creyendo en este continente de la esperanza y seguir trabajando para que la luz del Evangelio ilumine todo nuestro actuar. Y pensando en el momento que vivimos actualmente en Colombia, recuerdo lo que dijeron los Obispos hace 50 años, en Medellín: “Queremos también advertir, como un deber de nuestra conciencia, de cara al presente y al futuro de nuestro continente, a aquellos que rigen los destinos del orden público. En sus manos está una gestión administrativa, a la vez liberadora de injusticias y conductora de un orden en función del bien común, que llegue a crear el clima de confianza y acción que los hombres latinoamericanos necesitan para el desarrollo pleno de su vida” (Mensaje a los pueblos de América latina). + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mar 21 Ago 2018

El reto de la verdadera educación

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Amigos lectores, deseo con ustedes afrontar un tema de vital importancia en el momento actual: el valor de la educación en la formación y crecimiento de nuestros niños y jóvenes. Vivimos un tiempo complejo, sometido a profundos cambios de orden cultural y tecnológico. En los últimos decenios la humanidad ha sufrido cambios inmensos en las capacidades tecnológicas y también de la comunicación. El hombre por la ciencia va teniendo cada vez más capacidades para enfrentar el mundo y disponer de bienestar, pero también ha entrado en una profunda crisis de valores y de falta de consistencia moral en sus hechos y comportamientos. El campo de la formación de los jóvenes y de sus principios de vida ha preocupado siempre a la Iglesia y ha comprometido en su tarea a los seguidores de Jesús, para fortalecer la escuela católica. La educación de los hijos hace parte de las tareas que no se pueden delegar ni entregar a otros sin asumir la propia responsabilidad de los esposos. En la transmisión de la vida, en la formación de una comunidad de vida en la mutua colaboración y en la educación de los hijos se concretan los altos valores a los cuales están llamados los esposos. Hoy hay muchas líneas o lecturas de la realidad social que busca arrancar a los esposos esta tarea de la educación de los hijos, entregando sus ideales, sus valores y líneas al Estado o a unos principios de presunta civilidad. La educación da razones de esperanza. El aprender las letras, los conocimientos, el saber humano no es el mero fundamento de la educación, no es el mero saber, es -sobre todo- el conocer a Dios y entender su respeto y el amor y la veneración que debemos darle. Enseña el libro de los Proverbios: “El inicio de la sabiduría es el temor de Dios” (Sap 9, 10). La primera verdad a la cual se enfrenta el hombre, desde niño, es la aceptación de Dios como creador y salvador del hombre, este es el gran reto que tienen quienes aplican las modernas teorías pedagógicas para educar y transmitir las verdades. El hombre creado por Dios, a su imagen y semejanza, está dotado de capacidades intelectuales y conocimiento que le permiten conocer y entender el plan de Dios para su existencia y, especialmente, para enfrentar el mundo con su discernimiento. El conocimiento y la ciencia son la base también del bienestar que debe procurar para su existencia. El saber, el conocer la naturaleza humana exclusivamente no son la base del conocimiento, el hombre está llamado también a conocer y amar los valores, las dimensiones trascendentes de la persona humana, que pasan más allá de lo que es meramente material. La Educación es una responsabilidad de los padres: A veces olvidamos esta verdad y este principio; la formación de los niños y de los jóvenes depende de sus padres, ellos son los primeros responsables de conocer la forma, el contenido, los métodos que se apliquen para la formación de los niños. No puede entregarse a otros esta tarea, si bien tiene que respetarse el trabajo de los profesores, los contenidos, la orientación, las grandes ideas y contenidos de la formación de los jóvenes tiene que ser supervisada con mucho cuidado por los padres. La educación comienza en los hogares, con la transmisión de los valores de la autoridad, de la honestidad, de los principios que rigen la vida de los hombres. El educar a los niños y jóvenes tiene que superar lo meramente humano, el solo conocimiento de las cosas de este mundo (sea la ciencia, sean las relaciones espacio corporales del hombre, sean las relaciones sociales entre las personas). El conocimiento hoy es inmenso, el hombre conoce tanto como nunca ha podido conocer y esta sabiduría está al alcance de todos con las modernas tecnologías. Es allí donde está el gran reto para la educación, una formación para asumir con libertad y en el respeto de la voluntad de Dios la vida y sus realidades. La escuela es uno de los dones preciosos de la comunidad humana. De la educación y de su calidad, de sus principios altos de moralidad y ética, depende el futuro de la humanidad y de nuestra comunidad concreta: Esta es la razón de la presencia de muchas comunidades religiosas y de la Iglesia misma en la tarea educativa. Hacer resplandecer el alto valor y los principios de la humanidad, de la alta dignidad de la persona humana. El gran reto está en buscar que las actividades que se realicen en la educación fortalezcan valores humanos y espirituales, que lleven a que el hombre busque siempre los bienes supremos de su existencia, que de verdad asuman los grandes principios de la existencia. Preguntémonos cuales son los valores que hoy se transmiten a los jóvenes y niños: ¿De verdad prevalecen los grandes valores?, ¿Prevalece la dimensión espiritual sobre lo material y el mero bienestar humano? Es real que tenemos una gran crisis de valores, tenemos situaciones de inmoralidad y de incoherencia en nuestra sociedad en los momentos actuales, busquemos todos fortalecer la comunidad humana desde los grandes valores de la fe. ¿Cómo son formados nuestros jóvenes? En nuestra Diócesis, estamos en la ESCUELA DE JESÚS, una escuela que nos lleva a la verdad, que nos muestra el camino de Dios, un camino donde conocemos a Dios por su PALABRA y comprendemos la Buena Noticia del Evangelio. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Jue 16 Ago 2018

La corrupción

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - No cabe duda que el tema de la corrupción está al orden del día, no sólo porque en todo círculo social o tertulia de amigos o vecinos es necesario tener algo de qué hablar, sino porque lo que se siente se comenta. Se siente, porque cada vez vemos más en los periódicos y medios de información las sorprendentes cifras que contabilizan en sumas astronómicas, las defraudaciones que se producen por estas conductas, que casi siempre afectan, al final de cuentas, a las clases o sectores menos favorecidos de la población, como por ejemplo en salud, en planes de vivienda, la educación, obras públicas, en general, etc. Podemos recordar que en la última contienda electoral, quien no planteara el tema, y ofreciera medidas para corregirla, corría el riesgo de no ser escuchado con atención o juzgado como cómplice de la misma: con razón se convirtió en tema político y social de primera línea, como en efecto lo es, no sólo en Colombia sino en la mayor parte del mundo. Se intentan y se proponen soluciones que pasan por la búsqueda, enjuiciamiento y castigo de los comprometidos y culpables; medidas y normas preventivas para salirle al paso a estas situaciones; revisión de los modos de contratación especialmente, entre otras, pero no siempre se asume a profundidad las raíces de la corrupción, que por tener que ver casi siempre, con modos de pensar, malos ejemplos o costumbres aprendidas en el entorno social, que pasan como “normales”, no se afrontan con suficiencia desde los procesos educativos y de construcción cultural cimentados en valores, llamados no sólo a generar comportamientos éticos ajustados a ellos y al bien común sino a construir como forma de ser, la honestidad personal y social. En el campo específico de lo político, la corrupción política es una de las más serias deformaciones del sistema democrático, pues “compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados… La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas, porque las usa como intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes… e impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos”, como lo expresa el pensamiento social de la Iglesia (Cfr. Compendio, #411). Pero se da también una explicación “sistémica” de la corrupción. En efecto, no se puede ignorar la existencia de la inclinación al pecado propio de la naturaleza humana, cuyo reconocimiento debe llevar, no a evadir la responsabilidad para remitirla a otros, sino a buscar la salvación y redención ofrecida por Jesucristo. En efecto vemos como San Pablo, por ejemplo, nos presenta este camino al afirmar que “ésta humanidad… tiene la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la corrupción para obtener la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Cfr. Rm 8,20-22). Y estamos hablando, por tanto, de la raíz más profunda que explica la corrupción, pero también el remedio más grande para su superación, que necesariamente debe incidir en las estructuras sociales, políticas y culturales. De modo que, para concluir, recordamos nuevamente del mensaje último de los obispos de Colombia en la pasada Asamblea Plenaria aquella recomendación: “Debemos conocer y acoger las iniciativas que se juzguen válidas en el país para combatir este flagelo, rechazar este tipo de prácticas corruptas y cultivar una cultura de la honestidad y la transparencia”. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 13 Ago 2018

15 Años de creación de la diócesis de Soacha

Por: Mons. José Daniel Falla Robles - Hace 15 años, por bondad de Dios y disposición de Su Santidad el Papa San Juan Pablo II, fue creada nuestra querida Diócesis de Soacha con el fin de atender pastoralmente de la mejor manera posible a la porción del pueblo de Dios que peregrina tanto en los municipios de Soacha y Sibaté, como en la localidad de Bosa y un sector de Ciudad Bolivar, pertenecientes al Distrito Especial de Bogotá. Han sido 15 años en los cuales ha sido posible experimentar la realidad que el Concilio Vaticano II nos enseñó en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (G.S.1). En medio de estrecheces y dificultades, pero también de muchos logros y satisfacciones, tenemos el gozo de celebrar con júbilo estos 15 años de vida y proclamar con el Salmista que “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125,3). Cómo no darle gracias al Señor por Monseñor Daniel Caro Borda, que como primer Obispo de la Diócesis tuvo el gran reto de darle una primera estructura y trabajar incansablemente por crear la identidad necesaria para que tanto el presbiterio como la feligresía en general reconocieran la riqueza de haber comenzado a ser considerada como una nueva porción del Pueblo de Dios. En medio de los desafíos que la violencia del país presentó a la naciente Diócesis, lideró los trabajos necesarios para estructurar el Plan de Pastoral que guió el caminar de la Diócesis en su etapa naciente. Cómo no agradecer también la entrega y el compromiso de todos y cada uno de los sacerdotes que han venido gastando sus mejores energías para sostener y acrecentar la fe de las distintas comunidades y delegaciones a ellos encomendadas. Son ellos, con la particularidad que a cada uno caracteriza y con la fe que cada uno ha cultivado desde su ordenación sacerdotal, un verdadero tesoro para seguir llevando a delante la misión que como Iglesia nos corresponde realizar. Un reconocimiento también agradecido a las diferentes comunidades religiosas que desde sus carismas específicos han enriquecido el caminar de nuestra Diócesis en el transcurso de estos 15 años. Pero el caminar de nuestra Iglesia y la entrega de todos nosotros los consagrados, tiene sentido en cuanto es un ministerio para apacentar el pueblo de Dios. Durante los dos años que llevo como segundo padre y pastor de esta querida Diócesis, mi oración agradecida también se dirige a Dios por todos los fieles de las diferentes comunidades parroquiales y de manera muy especial por quienes a través de los diferentes grupos parroquiales y movimientos eclesiales han asumido su compromiso sincero y desinteresado por la evangelización. Esta mirada retrospectiva y agradecida nos debe hacer dirigir nuestra mirada hacia qué debemos emprender en el presente y hacia el futuro para bien de esta porción del pueblo de Dios que peregrina en nuestra Diócesis de Soacha. En este momento bien cabe preguntarnos, y ¿Qué quiere decir ser «Pueblo de Dios»? El Papa Francisco, en una de sus catequesis en el Año de la Fe, nos recordó que, ante todo, “quiere decir que Dios no pertenece en modo propio a pueblo alguno; porque es Él quien nos llama, nos convoca, nos invita a formar parte de su pueblo, y esta invitación está dirigida a todos, sin distinción, porque la misericordia de Dios «quiere que todos se salven» (1 Tm 2, 4). Y que formamos parte de su pueblo santo a través del Bautismo, a través de la fe en Cristo, don de Dios que se debe alimentar y hacer crecer en toda nuestra vida”. Y nos recuerda también el Papa Francisco que nuestra misión como miembros de su pueblo santo “es la de llevar al mundo la esperanza y la salvación de Dios: ser signo del amor de Dios que llama a todos a la amistad con Él; ser levadura que hace fermentar toda la masa, sal que da sabor y preserva de la corrupción, ser una luz que ilumina. Y, nos ha insistido el Papa, en que la realidad a veces oscura, marcada por el mal, puede cambiar si nosotros, los primeros, llevamos a ella la luz del Evangelio sobre todo con nuestra vida. La finalidad del pueblo de Dios, nos ha recordado el Papa, es el Reino de Dios, iniciado en la tierra por Dios mismo y que debe ser ampliado hasta su realización, cuando venga Cristo, nuestra vida (cf. Lumen gentium, 9). El fin, entonces, es la comunión plena con el Señor, la familiaridad con el Señor, entrar en su misma vida divina, donde viviremos la alegría de su amor sin medida, un gozo pleno”. El reto pues que tenemos entre manos, no es distinto del que el Santo Padre nos ha señalado en dicha catequesis: “Que la Iglesia sea espacio de la misericordia y de la esperanza de Dios, donde cada uno se sienta acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio. Y para hacer sentir al otro acogido, amado, perdonado y alentado, la Iglesia debe tener las puertas abiertas para que todos puedan entrar. Y nosotros debemos salir por esas puertas y anunciar el Evangelio”. Para llevar a cabo no sólo la tarea de ir a predicar el Evangelio a todos los hombres, sino también de asumir el reto específico que el Santo Padre Francisco nos propone de hacer de la Iglesia espacio de la misericordia y de la esperanza de Dios, desde ya los invito a todos para que juntos trabajemos en la formulación del Plan de Pastoral que nos marcará el derrotero que nos identifique como Iglesia diocesana. Todos somos Iglesia y por eso debemos caminar juntos para juntos evangelizar. La Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Fátima, Patrona de nuestra Diócesis, nos acompañe y proteja con su intercesión maternal en este hermoso caminar. + José Daniel Falla Robles Obispo de Soacha

Mié 8 Ago 2018

Evangelizadores, anunciando a Jesucristo hoy

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El anuncio que realiza la Iglesia del Señor está fundamentado en Jesucristo, que es presentado al mundo entero como Salvador y Redentor. Toda la acción, la palabra, el testimonio de la Iglesia se fundamenta en el Divino Maestro, no es obra de la propia voluntad o de la propia decisión. Es Jesucristo quien está profundamente en cada una de las palabras que transmitimos a los hombres y mujeres de todos los tiempos, para que ellos libremente encuentren el camino de la verdad, que no es otro que el camino de la salvación y de la vida eterna. Este fundamento, Cristo, es el contenido al que no podemos renunciar en nuestra acción evangelizadora. (Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n25). Nuestros tiempos están cambiando profundamente gracias a los nuevos desarrollos y capacidades tecnológicas que el hombre ha creado con sus capacidades intelectuales, en apenas un siglo hemos pasado del gran desarrollo de la tipografía, a los medios hablados, escritos, televisivos, las redes sociales. Es tan fuerte el cambio de la comunicación que estamos perdiendo la interacción personal entre los hombres, muchos de los intercambios son meramente tecnológicos (El tema de las redes sociales e internet). Es allí, en esos nuevos medios y lugares donde debemos llevar a Cristo para que toque la vida de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que sea una experiencia de vida cercana y accesible a cada uno de nosotros, para que el Evangelio se convierta en vida diaria y en experiencia de una vida de fe en la comunidad, en la Iglesia de Cristo. Dice el Maestro, “he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia...” (Jn 10, 10). El anuncio de Cristo tiene que ser un anuncio claro, explícito, seguro, ordenado en sus contenidos y en sus acciones concretas y que tengan incidencia en la vida. No es un anuncio alejado de la vida y de la experiencia de la sociedad que tienen quienes lo reciben. Esta es una de las grandes contradicciones que tienen hoy los creyentes: su forma de vida esta distante de cuanto profesan y creen. El evangelio no toca la vida de comodidad, de bienestar, de desarrollo tecnológico de que disponen. El Evangelio de Cristo, es una Palabra cierta, verdadera, que toca la existencia de los hombres, los toca con la riqueza de su fuerza, como un gran fuego que hace arder de amor la existencia de muchos, este Evangelio toca dimensiones diversas y precisas de la existencia del hombre: su dimensión personal en primer lugar, las relaciones que establece con la familia y la comunidad de otros que viven el Evangelio, la interacción con otros hombres y comunidades (Beato Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 29). No hay contradicción entre Evangelio y vida humana. En el anuncio de Jesucristo, la humanidad encuentra el camino para fortalecer su existencia y hacer resplandecer el hombre en todas sus mejores dimensiones. El hombre es el camino del Evangelio, en la predicación del mensaje del Evangelio, en la predicación de la salvación que Cristo ofrece, se encuentra el verdadero camino de la Iglesia y del hombre (San Juan Pablo II, Redemptor hominis). No hay contradicción entre fe y ciencia, entre la fe en Cristo y el desarrollo del mundo actual. Uno de los grandes retos de la humanidad en los últimos decenios, es el desarrollo de sus capacidades y conocimientos, que han hecho posible que el hombre tenga en sus manos muchas capacidades y elementos para desarrollar su bienestar. Para muchos parece una contradicción entre estas capacidades y la opción de vida que acepta a Jesucristo. Aceptar a Jesucristo, es aceptar la esperanza, el camino de una vida nueva, donde damos testimonio del amor y de la caridad en medio de la comunidad humana. El siglo pasado presentó un modelo de lectura de la comunidad humana basado solamente en los temas de la economía y de las relaciones sociales (Marxismo, comunismo, colectivización), modelos que no tienen esperanza y que destruyen la vida del hombre quitando sus derechos y sus capacidades de realización personal. El tema de la evangelización, del anuncio de Cristo es fundamental para la Iglesia, en esta novedad se encuentra su vitalidad y su dinamismo. Cada vez que es fiel a este mandato del Señor, “Id al mundo entero y predicad del evangelio” (Mc 16, 15). La Iglesia se renueva y se fortalece, hace resurgir el fuego de su vitalidad y de la novedad de su vida, que ha cautivado a los santos y a los hombres a lo largo de la historia. Abramos el corazón a la evangelización, y después de aceptar en nuestras vidas a Jesucristo, dediquemos lo mejor de nuestro ser a la evangelización para que Cristo sea conocido, amado y servido por muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. De esta riqueza vive la Iglesia y de ella se fortalecen nuestras comunidades eclesiales en este tiempo que nos ha regalado Dios para evangelizar: llevar la buena noticia de Jesucristo a todos los hombres. Esta es la invitación para nuestra Iglesia diocesana, a ser fieles a este mandato evangelizador de Cristo, llevar la buena noticia a todos, y ponerle a Él en el corazón y en la vida de cada uno de los hombres y mujeres de nuestra comunidad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta