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Opinión

Vie 9 Nov 2018

Tips Pastorales: Las licencias ministeriales de los presbíteros

Por: Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez | Noviembre y diciembre son meses durante los cuales muchos fieles reciben el sacramento de la confirmación y otros celebran el sacramento del matrimonio. De manera regular a lo largo de todo el año, también otros fieles solicitan los servicios de sacerdotes para las exequias cristianas y/o la unción de los enfermos. Es muy importante que se tengan en cuenta aspectos claves para la validez de dichos sacramentos. Para la confirmación, el ministro ordinario es el Obispo. A él le corresponde conferir este sacramento. Cuando el Obispo no pueda por alguna justa razón presidir la confirmación, puede delegar a un presbítero para que en su nombre y por su delegación, presida la celebración de las confirmaciones. En Cali son delegados especialmente el Vicario General y los Vicarios episcopales. Para los adultos que se preparan en los arciprestazgos, porque van a contraer matrimonio, están delegados los Arciprestes. Es de anotar, que hay algunas iglesias que aparecen con el rótulo de “una, santa, católica y apostólica”, pero como no están en comunión con el Papa, el sacramento de la confirmación que ofrecen allí no tiene validez para la Iglesia católica romana. Quien busca evadir la preparación y no cumplir los requisitos de la Arquidiócesis de Cali, no sólo se pierde la oportunidad de una adecuada preparación, sino que se ve abocado a recibir un sacramento inexistente, nulo. En cuanto a los matrimonios, los novios deben tener presente que no todos los sacerdotes pueden asistir los matrimonios sacramentales. En razón del Concordato entre el Estado Colombiano y la Santa Sede, los matrimonios celebrados por el rito católico tienen efecto civil. Para ello, se requiere que el sacerdote que actúa en nombre de la Iglesia, pero también en nombre del Estado como si fuera un notario, debe contar con las debidas facultades y estar dentro de la jurisdicción de su competencia. Los novios deben saber quienes pueden asistir válidamente su matrimonio. Pueden hacerlo: los párrocos para sus feligreses y en sus parroquias; todos los sacerdotes y diáconos en otra parroquia que no sea la propia, con delegación explícita del párroco del lugar; los sacerdotes y diáconos que reciban de la Curia la correspondiente delegación. Los sacerdotes deben contar con sus licencias vigentes. En Cali sólo están permitidos algunos templos y lugares distintos a parroquias para la celebración de los matrimonios. En la Curia se tiene la información correspondiente. Si se hace fuera de estos lugares, los matrimonios son nulos. Lo mismo sucede cuando el sacerdote no tiene la delegación, así sea católico romano. Hay otra situación y es la que se refiere a las exequias. Los fieles católicos tienen la obligación de exigir que los sacerdotes que los asistan y acompañen en estos momentos sean realmente sacerdotes en plena comunión con el Papa Francisco. Para ello es recomendable que, al no conocer al sacerdote, se le exija la presentación de las credenciales ministeriales, donde explícitamente se indica su servicio autorizado en la Arquidiócesis de Cali. Lo mismo hay que decir para la unción de los enfermos y la asistencia espiritual en clínicas y hospitales.

Mié 7 Nov 2018

Las “Fake news” o Noticias “falseadas”

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Es ya un tema de mucha preocupación en los diferentes círculos sociales y culturales, como también en las redes sociales, protagonistas de primer orden, el creciente fenómeno de las “fake news” o noticias falsas o falseadas, como le llaman otros, definidas como “un producto pseudo periodístico difundido a través de portales de noticias, prensa escrita, radio, televisión y redes sociales cuyo objetivo es la desinformación deliberada o el engaño” (cfr. Enc. Wikipedia). El Papa Francisco, que ha criticado en muchas de sus intervenciones y comentarios, la mentalidad del chisme, por el daño que hace a personas y comunidades, se refirió de manera muy concreta a este fenómeno en la Jornada Mundial de las Comunicaciones del presente año, haciendo ver entre otras cosas, lo que es falso en las noticias falsas, por la desinformación que emiten y su naturaleza mimética, o sea la capacidad de aparecer como plausibles; además por ser capciosas y capturar la atención de los destinatarios, poniendo su acento en prejuicios extendidos y suscitando emociones como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración. Contienen un alto efecto manipulador, con dificultad para desenmascararlas y que al desinformar, llevan a desacreditar al otro o a presentarlo como enemigo. Pero éstas no son nuevas en la historia. El mismo Francisco, dice que la “astuta serpiente” fue quien difundió la primera fake news, con las funestas consecuencias del pecado. Los primeros cristianos fueron perseguidos debido, entre otras razones, a rumores falsos que circulaban en la población. No olvidemos tampoco las acusaciones de Nerón sobre el incendio de Roma, (aún no totalmente esclarecido) del que atribuye su causa a los cristianos. También se podría atribuir a noticias falseadas, la leyenda de El Dorado, en el Nuevo Mundo. Y esto es posible porque detrás de esta “cultura”, aparece generalmente la codicia y el ansia de poder. La respuesta estará siempre en la búsqueda honesta y sincera de la verdad, la justicia y la caridad. “La verdad os hará libres” (Jn 8.32) recuerda el evangelio de Juan. El octavo mandamiento de la ley de Dios se enuncia como “no levantar falso testimonio contra el prójimo ni mentir”. En este sentido podríamos decir, que desde la ética y moral cristiana, es éste el mandamiento más afectado por las “fake news”. La nueva etapa evangelizadora propuesta por la Iglesia, en el coincidente momento de una nueva época de la historia, ha de llevar consigo, y en la práctica cotidiana de los caminos pastorales que la procuran, especialmente en sus animadores y misioneros, la ascética y cuidadosa revisión en el uso pertinente de las redes sociales y tantos medios actuales de difusión e intercambio comunicacional, para que ellos sean un instrumento oportuno para llevar la Buena Nueva, la noticia verdadera, la buena noticia que alegra el corazón, construye la paz como fruto del respeto al otro en su dignidad y en el derecho que tiene, de conocer la verdad para ser libre. Fraternalmente. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Sáb 3 Nov 2018

El ministerio apostólico del Obispo

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - El Espíritu Santo y la Iglesia me conceden la gracia de celebrar 25 años de episcopado el 15 de noviembre de 2018, memoria libre de San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia. Al dar gracias al “Pastor y Obispo de nuestras almas”, Jesucristo, (1Pe2,25), acompañado con la Iglesia de Cali, a la que fui destinado por el Papa, ahora emérito, Benedicto XVI, desde mediados del año 2010, y bendecido con el inmenso apoyo de mis hermanos Obispos Auxiliares, Luis Fernando y Juan Carlos, confieso sinceramente mi alegría, no obstante la inmensa desproporción existente entre el ministerio confiado y mi capacidad humana, limitada por mi condición de pecador y por el peso de mis defectos. Dirijo, por ello, mi mirada a Dios y su gracia, e invito a todos a reconocer la acción del Señor, de quien “somos siervos inútiles”, en deuda del deber ser y del deber hacer que él nos pide (Lc17,10). Él es y será siempre “El Poderoso que hace obras grandes” por quienes, como María, se dejen conducir a la “humildad de su esclava”. Que me incluya siempre yo mismo, y me incluyan ustedes todos, los creyentes, en la oración por mi conversión a la humildad y gratuidad, al amor incondicional y fiel. “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”, testimonia San Pablo (1Cor15,10), al considerarse indigno del nombre de apóstol, de enviado del Señor Jesús. “Como el Padre me envió, también yo los envío”, dice el Señor Resucitado a sus discípulos (Jn20,21). “Esta divina misión confiada por Cristo a los apóstoles ha de durar hasta el fin del mundo (Mt28,20), puesto que el Evangelio que ellos deben propagar es el principio de toda vida para la Iglesia. Esta es la razón por la cual los apóstoles se cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada” (Vaticano II, Lumen Gentium,20). Hay, pues, una continuidad ininterrumpida de los apóstoles a los obispos, o mejor, del colegio de los apóstoles y su misión apostólica al colegio episcopal. Es lo que se denomina sucesión apostólica, que lo es, también y siempre, colegial, pues la sucesión es colectiva: cada obispo es sucesor de los apóstoles, pero no lo es de un apóstol determinado, salvo el Obispo de Roma que sí sucede al apóstol Pedro. La sucesión como continuación y herencia sacramental, trasmitida con el sacramento del orden, con el que se recibe la plenitud del sacerdocio, está unida con la “misión y ministerio apostólico” de enseñar, santificar, pastorear, enviar y ser principio y fundamento visible de unidad en su Iglesia local o porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiada al Obispo. El Papa Juan Pablo II, hoy santo de la Iglesia, quien me eligió como Obispo y quien había ordenado al arzobispo Paolo Romeo, entonces Nuncio en Colombia y hoy Cardenal emérito de Palermo, Italia, definió al obispo como “servidor del Evangelio para la esperanza del mundo”, y trazó el perfil del obispo ideal con estas palabras: “la figura ideal del obispo es la del pastor que, configurado con Cristo en la santidad de vida, se entrega generosamente por la Iglesia que se le ha encomendado, llevando al mismo tiempo en el corazón la solicitud por todas las Iglesias del mundo” ( “Pastores Gregis”,1). Mirando el recorrido en estos preciosos cinco lustros, debo reconocer que han sido “las gracias de estado”, es decir, la asistencia que Dios da a los hombres para poder cumplir bien su propio deber de estado y santificarse, tanto en lo exterior, creando una situación favorable al cumplimiento del propio deber, como en lo interior, concediéndole las gracias actuales apropiadas, lo que ha enriquecido cada etapa, cada momento y pasaje de este itinerario vivido. Las gracias de estado tienen como efecto ponernos en condiciones de dar a Dios la respuesta que espera de cada uno de nosotros en particular, en su situación concreta. En esta celebración jubilar de “bodas de plata” en la consagración episcopal, no puedo menos que agradecer al Señor y al Padre de la Heredad, ofrendándome con Cristo en el misterio eucarístico y renovando mis compromisos y promesas del día de la ordenación. Con actitud penitente y disponibilidad de corazón, pido perdón al Señor, a la Iglesia y a cada persona a la que le he fallado de palabra, obra y omisión. Confío el resto de mi vida al querer de Dios. Él bendiga y recompense a quienes me concedan su indulgencia y me dé la gracia de poder acompañar, sostener y alentar en la fe, en la misión y en la fidelidad de todos a Cristo, a su Iglesia y a la humanidad y dignidad de cada persona a la que estemos destinados. Mi abrazo y bendición a toda la amada Iglesia arquidiocesana de Cali. Seamos testigos y servidores de la esperanza cristiana, cuando los tiempos y realidades desdicen tanto de la vida, del amor y de la paz. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mié 31 Oct 2018

Crece la drogadicción

Por: Ricardo Tobón Restrepo - El consumo de drogas va adquiriendo proporciones sorprendentes y constituye ya un problema grave en nuestra sociedad. Es un fenómeno propiciado por los intereses económicos de diversos grupos, en crecimiento por la dependencia creada en tantas personas, manejado a través de un mercado bien organizado que trasciende los confines nacionales, vinculado a grupos dedicados a actividades criminales. Agrava la situación la estrategia de los traficantes de incentivar el consumo en niños y jóvenes de los centros educativos para volverlos adictos y hacerlos luego parte de sus redes. Las consecuencias de la drogadicción se van viendo cada vez más preocupantes: degenera las personas, favorece la inseguridad y la violencia, crea problemas de salud mental, aumenta el número de habitantes de la calle, obstaculiza un desarrollo integral de la sociedad. En una palabra, afecta el equilibrio síquico, la vida familiar y la realidad social de los consumidores y de muchas otras personas. Quienes usan drogas piensan que encontrarán un estimulante para vivir y en realidad llegan a situaciones lamentables, que limitan las relaciones y reducen notablemente la libertad a veces hasta anularla. Este hecho humano y social requiere un profundo análisis y acciones decididas. Sin embargo, con frecuencia hay indiferencia y hasta complicidad. Cuando se dan eventos excepcionales se aplican soluciones de emergencia, más bien que trabajar sistemáticamente en una cultura capaz de formular objetivos concretos, medios y recursos para garantizar coherencia y estabilidad en el propósito de afrontar a fondo el problema. El avance creciente de la drogadicción indica los vacíos de la planeación en las políticas y en las estrategias de lucha contra este fenómeno. La batalla contra este flagelo hay que empezarla antes que las personas sean adictas. Hay que comenzar por ser conscientes y sentirnos todos responsables para lograr dar respuestas adecuadas. Es necesario ver que la adición no puede ser concebida solamente como un problema personal, sino como una realidad que entraña una dimensión social, cultural y colectiva. Hay que entender el uso de drogas como una respuesta al malestar que generan carencias esenciales, como un modo de escapar de lo que hace sufrir. La falta de amor, de formación, de trabajo, de solvencia económica para las necesidades primarias provoca o agrava las situaciones de adición. La problemática de la drogadicción es una prolongación de la problemática social; es la consecuencia de un conjunto de situaciones negativas; la desesperación lleva a escoger caminos equivocados. La verdadera solución no es atacar la última manifestación sino ir a las causas. A la raíz del consumo de drogas está la familia, la educación, la falta de espiritualidad. Es en estos ámbitos donde hay que poner las mejores prácticas sobre prevención, lucha, tratamiento, rehabilitación y reinserción que lleven a los drogadictos a descubrir y vivir su auténtica dignidad. Dentro de un programa preventivo, hay que trabajar por la organización y estabilidad familiar, por fortalecer la salud mental de los niños y los jóvenes, por la construcción de una sociedad acogedora y equitativa. Hay que promover iniciativas en los colegios y en las parroquias para ayudar a los niños y adolescentes a encontrar el sentido de la vida, para acompañar su crecimiento, para animarlos a que superen los problemas; las respuestas que ofrezcamos después son limitadas y tardías. La atención debe ser integral tomando la persona en su totalidad y convocando toda la comunidad frente a esta urgente tarea. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 29 Oct 2018

Sin disciplina no hay progreso

Por: Mons. Froilán Tiberio Casas Ortiz - La pereza nunca ha sido rentable; la vida muelle, cargada de holgazanería, no trae buenos dividendos. La misma naturaleza evidencia la necesidad que se tiene para cambiar y trasformar el entorno. Un ejemplo: el río Jordán vive lleno de vida, gracias a su movimiento, a sus caídas de agua, etc., el movimiento oxigena el agua, incluso las aguas residuales se liberan de toxicidades gracias a las caídas de las mismas; en principio, el agua que cae de las cascadas es pura; los choques del agua con las grandes piedras la hace saludable; un niño antes de caminar, gatea y en este ejercicio va midiendo los espacios, cuando da un mal movimiento y se cae en la escalera, entonces entiende que hay vacíos; un niño antes de nacer vive “feliz” moviéndose en el líquido amniótico que le ofrece la madre, en ambiente térmico le llega el oxígeno, cuando nace, lo primero que hace es llorar; claro le tocó respirar por sí solo, viene el primer choque, empieza él a ser él mismo. Una persona que no forja el futuro con procesos de disciplina no logrará grandes triunfos; los padres alcahuetas y las mamás “gallinas” que siempre abren las alas para “proteger” a sus polluelos, no dejarán volar por sí solos a sus hijos; les atrofian las alas. No hay personas más enclenques de carácter y más tiranas cuando tienen poder que aquellos que han tenido un hogar en los que no han desarrollado sus propias habilidades. Los niños mimados son los seres más desadaptados socialmente, suelen ser exigentes y malcriados. La disciplina forja hombres y mujeres batalladores, constructores de la historia y promotores del desarrollo social y económico. La holgazanería, la pereza, son la madre de todos los vicios. Un pueblo de la cultura del “pan y circo” nunca saldrá del subdesarrollo. Una persona acostumbrada al “dolce far niente”, es la persona más inútil del mundo, las responsabilidades las asume folclóricamente; exige el máximo con el mínimo de exigencias. Cuando ejercen la autoridad, si por desgracia la tienen, se rodean de bufones más mediocres que ellos y tiranizan a sus subalternos generando una empresa paquidérmica, poco y nada competitiva y que un día saldrá del mercado. Los pueblos que perdieron la segunda guerra mundial, se levantaron como el ave fénix de sus cenizas y llegaron a inundar el mercado mundial con la calidad de sus productos desplazando a marcas otrora recocidas. Claro, camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. Un estudiante vago y sinvergüenza puede pasar las asignaturas académicas con notas mediocres y de pronto, conquistándose a los profesores, pero cuando llegue al mercado laboral será desplazado al último lugar, a no ser que tenga las asquerosas palancas sociales, políticas o de cualquier pelambre y es designado por tales intereses, demeritando a la empresa y dejando desastrosos resultados. Los grandes científicos han logrado aportarle a la ciencia grandes logros, en el silencio de sus laboratorios, sin ningún protagonismo y finalmente, sus resultados exitosos son fruto de su dedicación y disciplina a base de ensayo y error. La ciencia tiene raíces amargas pero sus frutos son dulces. Mons. Froilán Tiberio Casas Ortiz Obispo de Neiva

Vie 26 Oct 2018

Digamos NO AL ABORTO

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días se nos presenta nuevamente el tema de la despenalización del aborto en Colombia, tema que suscita en todos los miembros de nuestra comunidad una gran sensibilidad y necesita también una palabra clara y precisa para orientar a los hombres y mujeres que viven la fe. Tenemos presente también que estos hechos suscitan un gran drama entre quienes tienen que enfrentarlo, poniéndonos de frente al gran tema del valor de la vida humana. En el designo amoroso de Dios, en las normas y modelo de vida que nos ha regalado, resuena claramente en la Palabra de Dios el precepto: “No matarás” en el libro del Éxodo (Ex 20, 13) y que Jesucristo en el Sermón de la montaña nos recuerda claramente (Mateo 5, 21). La vida humana es sagrada. Ella pertenece solamente a Dios, está en sus manos y en su plan, desde el momento mismo de la concepción hasta el término final de la misma. Ningún hombre o mujer puede atribuirse el derecho a matar o “interrumpir la vida humana”, se puede intentar disfrazar con otras palabras este hecho, pero siempre será el asesinato de una vida inocente, un acto realizado por un sicario. Como recientemente nos enseñó el Papa Francisco). En la cultura occidental, en el espacio jurídico y en el diario vivir de nuestro contexto social, toman cada vez más fuerza los “Derechos humanos”, algo justo y necesario, que lleva a fortalecer las condiciones de vida, los derechos y obligaciones de todos en el marco que pretende dar a cada uno lo que le corresponde. Muchos se han empeñado en este frente -de los derechos humanos-, pero con figuras de lenguaje y palabras, a veces ambiguas, se quiere destruir uno de los derechos fundamentales de la persona humana, el derecho a la vida, un derecho inalienable, que pertenece concretamente pertenece a un embrión o a un feto no nacido, o a un niño que ya es viable para una vida autónoma. Esta creatura es una persona humana, sujeto de deberes y derechos por parte de la sociedad. ¿Es justo matar un niño a pocos días de su nacimiento? ¿Es licito matar una vida inocente en los días que su nacimiento es ya viable, en los parámetros de la capacidad técnica de la medicina para mantener la vida? En una forma equivocada se van abriendo espacios para nuevos “derechos” (derecho al aborto, a nuevas formas de unión de parejas del mismo sexo, a la eutanasia, al uso de drogas) pero que no corresponden a la moral ni a la ética humana, leída en sus verdaderos fundamentos antropológicos. Podemos decir que descansan estas reflexiones sobre una antropología equivocada. El derecho a la vida humana es un derecho natural e inalienable, que también es tutelado por la Constitución de la República de Colombia (“El derecho a la vida es inviolable”, Articulo 11). No puede existir una forma de manipulación del lenguaje, que lleve a presentar el aborto, con otras palabras o con otra modalidad de expresión que lo descargue de su peso moral. El aborto es la conculcación de un derecho a la vida, es la muerte de un ser humano que tiene derecho a nacer y a recibir lo necesario para ser autónomo y cumplir el plan de Dios para el hombre. La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde su inicio, es decir desde la concepción misma (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2270). A una creatura indefensa, a un hombre en potencia, tiene que respetarse su derecho a la vida, debe protegerse y debe garantizarse. Si se invoca el respeto a los derechos humanos, debería respetarse el primero y fundamental entre todos: el derecho a la vida, el derecho a nacer. El aborto es un hecho contrario a la moral católica y a la ética, es claro que matar una vida humana está íntimamente ligado a la acción que consideramos “mala”. Este llamado se repite para la vida humana en todos los contextos y en el tiempo de su existencia. Nuestros Legisladores deben reflexionar y pensar que su tarea legislativa, tiene que defender, cuidar, garantizar la vida de todos los hombres y mujeres, también ciudadanos, incluso los no nacidos. El hombre, en su ser mismo, desde la concepción tiene que ser defendido en su integridad. De frente a la dramática realidad el aborto, se nos presentan el derecho fundamental a la vida, contrapuesto a otro presunto “derecho” a decidir el aborto, como si la vida del niño fuera propiedad de la madre (un derecho individual de la madre). En la reflexión sobre el aborto en Colombia debemos tener claro que cuanto se ha aprobado en su momento por la Corte Constitucional, la despenalización del aborto, con la sentencia C-355/2006, puede ser considerada como una ley injusta desde la moral católica. Respetuosamente, con las autoridades civiles legislativas, debemos señalar que esta decisión establece la apertura a este grave atentado a la vida humana, el aborto, sin pasar por la decisión del legislador y al ratificar su decisión se está fortaleciendo una decisión que va contra la vida humana. El uso de la expresión “interrupción del embarazo” quiere descargar de su peso moral la acción de matar a un niño que ha sido concebido (y que está condicionado por la situación de violencia-violación, posee deformidades o padece enfermedades, disturba la concepción sicológica de la madre). San Juan Pablo II, el gran apóstol de la familia y de la vida, define el aborto como el matar la vida humana –de forma deliberada y directa- en la fase inicial de su existencia, entre la concepción y el momento del nacimiento natural (San Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 58). Como ciudadanos, pero como cristianos, disentimos del pretendido “derecho al aborto” que va apareciendo en las reflexiones y sentencias judiciales. Recordemos a los lectores que este tipo de aproximación jurídica viene desde la famosa sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América (Sentencia Roe vs. Wade: Sentencia 410 US 113 / 1973). Esta decisión abrió la puerta al aborto en forma legan en USA. En esta ella se pretende defender el “derecho de la mujer al aborto” y el derecho a la privacidad en la persona que toma esta decisión. Este tipo de concepción jurídica va entrando y permeando también nuestra jurisprudencia en detrimento del valor de la vida humana. No podemos de ninguna manera defender el aborto como un derecho, más bien es el ataque y la destrucción de la vida humana. En la teología católica, no podemos hacer prevalecer el aparente “derecho personal” de la mujer sobre el derecho real y fundamental a la vida de la vida humana que tiene el derecho a nacer (derecho inviolable del “nasciturus”). El niño en el vientre de su madre no es una “cosa”, algo que puede ser desechado sin ninguna consecuencia ética o valor moral. Todos tenemos que defender la vida humana, potenciar sus derechos, fortalecer las acciones que ayuden el nacimiento de los niños y, también las acciones que ayuden a las madres -en necesidad o en condiciones de pobreza o enfermedad- para llevar a término el nacimiento de los niños. Estas interpretaciones jurídicas que van contra la persona humana, contra el derecho fundamental a la vida, abren necesariamente la puerta a una reflexión sobre el derecho que poseen las personas que viven la vocación a las tareas sanitarias (médicos, enfermeras, personal administrativo y de servicios), así como las Instituciones a invocar el derecho a la objeción de conciencia para realizar el aborto. Es necesario que encontremos el camino para la defensa de la vida humana, para procurar su respeto y su fortalecimiento en nuestra comunidad. Ello nos hace mirar con fe y responsabilidad el futuro. Del respeto de la vida humana, en todo momento de su existencia, surge el fortalecimiento de nuestra comunidad y entorno social. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 22 Oct 2018

Hipócrates no era católico

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Vuelve y juega. De nuevo es puesto sobre el tapete el tema del aborto en Colombia. Da pena constatar cómo un pensamiento “liberal” quiere ser impuesto en el modo de vivir del pueblo, y cómo, sutilmente se pretende también dar vía libre a la llamada mentalidad eugenésica, en la que de manera egoísta y con argumentos a veces rebuscados, se busca eliminar un ser que dicen ser imperfecto. Si la criatura que viene en el vientre materno trae una malformación que “haga inviable su vida”, la misma naturaleza, que sabe más que nosotros, hará su trabajo. ¿Por qué entonces anticiparnos realizando en la criatura el aborto? El hecho de una malformación o imperfección fetal, nunca podrá ser razón para justificar el aborto. Es doloroso el reciente debate y fallo sobre la definición de los tiempos límite para realizar el aborto en Colombia, frente a lo cual los magistrados “deciden” no establecer tiempo, y permiten que se realice el aborto incluso en avanzado estado de gestación. Es claro que esto llevaría realizar lo que los médicos definen “infanticidio”, que llevó precisamente al nuevo pronunciamiento de los magistrados, prácticamente obligando a los médicos a realizar dicha acción en contra de una vida naciente. Por todo lo anterior, me parece importante recordar algunos pasajes del Magisterio, especialmente de San Juan Pablo II, que permitan dar luces sobre la posición que todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y especialmente, los católicos, debemos tener presente para “saber dar razón de nuestra fe” (1Pe. 3,15). En la encíclica Evangelium vitae, San Juan Pablo II hace una prolongada reflexión sobre la penosa consolidación de una cultura de la muerte, y entre otras cosas afirma: “«Vivid como hijos de la luz... Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas» (Ef 5, 8.10-11). En el contexto social actual, marcado por una lucha dramática entre la «cultura de la vida» y la «cultura de la muerte», debe madurar un fuerte sentido crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y las auténticas exigencias (n. 95) (la negrilla es mía). En este orden de ideas, el Papa de la vida, Juan Pablo II, invita a tomar conciencia del profundo significado del quinto mandamiento de la ley de Dios, no matar, y recuerda que “La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el « libro de la vida » (cf. Sal 139 138, 1. 13-16)” (n. 61). Otro aspecto, también de amplia discusión que emerge en este tipo de problemáticas, es lo que tiene que ver con la calidad de las leyes, la fuerza obligante que de ellas deriva, y la postura de quienes las consideran injustas y pueden, amparados también por la ley, apelar a la objeción de conciencia. De nuevo, Juan Pablo II, nos ilumina: “En continuidad con toda la tradición de la Iglesia se encuentra también la doctrina sobre la necesaria conformidad de la ley civil con la ley moral, tal y como se recoge, una vez más, en la citada encíclica de Juan XXIII: «La autoridad es postulada por el orden moral y deriva de Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los gobernantes estuvieran en contradicción con aquel orden y, consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza para obligar en conciencia...; más aún, en tal caso, la autoridad dejaría de ser tal y degeneraría en abuso». Esta es una clara enseñanza de santo Tomás de Aquino, que entre otras cosas escribe: «La ley humana es tal en cuanto está conforme con la recta razón y, por tanto, deriva de la ley eterna. En cambio, cuando una ley está en contraste con la razón, se la denomina ley inicua; sin embargo, en este caso deja de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia».Y añade: «Toda ley puesta por los hombres tiene razón de ley en cuanto deriva de la ley natural. Por el contrario, si contradice en cualquier cosa a la ley natural, entonces no será ley sino corrupción de la ley». La primera y más inmediata aplicación de esta doctrina hace referencia a la ley humana que niega el derecho fundamental y originario a la vida, derecho propio de todo hombre. Así, las leyes que, como el aborto y la eutanasia, legitiman la eliminación directa de seres humanos inocentes están en total e insuperable contradicción con el derecho inviolable a la vida inherente a todos los hombres, y niegan, por tanto, la igualdad de todos ante la ley. Por tanto, las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen radicalmente no sólo al bien del individuo, sino también al bien común y, por consiguiente, están privadas totalmente de auténtica validez jurídica. En efecto, la negación del derecho a la vida, precisamente porque lleva a eliminar la persona en cuyo servicio tiene la sociedad su razón de existir, es lo que se contrapone más directa e irreparablemente a la posibilidad de realizar el bien común. De esto se sigue que, cuando una ley civil legitima el aborto o la eutanasia deja de ser, por ello mismo, una verdadera ley civil moralmente vinculante” (n. 72). Pero, como este tema va más allá de una posición de carácter religioso o confesional, pues es de derecho natural, no es de fácil comprensión que existan leyes que vayan contra los principios naturales del cuidado y protección de la vida humana que motiva esencialmente la profesión médica. Un médico lo es para salvar vidas y protegerlas, sin discriminación alguna. Por eso, ¿por qué obligar a los médicos a realizar actos inicuos, incluso a aquellos que su conciencia les impide hacerlo?. No creo que existan en el mundo, médicos que en el día de su graduación no hubieran hecho el famoso Juramento Hipocrático, que sigue vigente desde el siglo V antes de Cristo. En dicho juramento, los médicos de hoy dicen públicamente, con su mano en el corazón: “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura”. E Hipócrates no católico… + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Vie 19 Oct 2018

Un Sínodo de los jóvenes

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - La palabra “sÍnodo” significa ir, transitar por el mismo camino para encontrarse, ir juntos para discernir y tomar opciones favorables hacia el futuro. Es sin duda, providencial, la convocación y ahora puesta en marcha de la Asamblea del “sínodo de los jóvenes” por parte del Papa Francisco, con el propósito primario de escucharlos, compartir sus sueños, valorar sus reclamos y con ellos proponer acciones pastorales concretas junto con los convocados al discernimiento, base para la exhortación post-sinodal que entregará el Santo Padre, seguramente, como es usual en estos acontecimientos de Iglesia. Sin duda, desde el momento mismo de la convocación se desplegó en la Iglesia universal la respectiva consulta desde las bases para conocer más de cerca la situación de las nuevas generaciones en el contexto del tipo de cultura y sociedad que estamos viviendo. La idea del papa no es ir “hacia los jóvenes” sino “con los jóvenes”: “La Iglesia, no sale hacia las nuevas generaciones, sino que sale con las nuevas generaciones, y el Sínodo es fruto de un trabajo en el que ustedes han sido y son protagonistas”, dijo Francisco en una de las sesiones. Este ejercicio, ha dado a conocer las mayores preocupaciones del mundo juvenil, que se ubican entre otras, en situaciones de desarraigo y pertenencia, vacilaciones de identidad, los interrogantes sobre la sexualidad en el clima de su madurez y relaciones, la atracción por el lujo que priva de lo sencillo e importante y naturalmente los temas que se relacionan con la valoración de la música y el deporte, la ecología, la era digital unidas a las condiciones de trabajo y desempleo, la guerra y la pobreza y los alejamientos de la vida de familia. De primera mano nos llevaría esto a pensar que estas percepciones de los jóvenes, reflejan indudablemente el tipo de cultura y sociedad vigentes y un gran indicativo de lo que significa el reto de la propuesta de Jesús como razón de sentido y base también para construir un mundo nuevo y mejor, y una Iglesia renovada que escucha y acompaña, no con auto-referencia sino mirando al evangelio. Por sí solo el método y espíritu señalado por el papa Francisco y aplicado en el desarrollo del Sínodo, sugieren también un cambio de paradigma en el modo tradicional de hacer la pastoral juvenil, a menudo cargada de esquemas y estructuras, pero en la práctica, con poca eficacia para llegar a los jóvenes. Escuché en una ocasión a un apóstol del trabajo con los jóvenes, quien decía que no entendía cómo se pretendía “hacer pastoral juvenil sin los jóvenes”. Traducida esta apreciación al resultado de la “escucha” que quiere ser el Sínodo, sería aceptar con humildad el reclamo de los jóvenes que nos podrían decir: “como pueden trabajar por nosotros sin nosotros?”. Pero aún va más a fondo el Papa. En el aula Paulo VI en reunión organizada por la Secretaría General del Sínodo y la Congregación para la Educación Católica les decía a los jóvenes: “Por favor, jóvenes, niños y niñas, ¡Ustedes no tienen precio! ¡Ustedes no están subastados!. Y les pidió que repitieran: “¡no estoy en una subasta, no tengo precio. Soy libre, soy libre!. Necesario pues reconocer que los jóvenes tienen su propio puesto, personalidad y protagonismo en la sociedad y en la Iglesia. Llamados a construir un mundo mejor del heredado por los mayores. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga