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Opinión

Mar 16 Oct 2018

Frente al hambre, nuestras acciones son nuestro futuro

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - Un año más, hoy, 16 de octubre celebramos el Día Mundial de la Alimentación. En esta ocasión, el lema escogido es «Un mundo #HambreCero para 2030 es posible». Viene acompañado de una invitación para cada uno de nosotros: «Nuestras acciones son nuestro futuro». A día de hoy, unos 821 millones de personas carecen del pan cotidiano. Desde hace tres años, para sonrojo de la humanidad, la cifra de los hambrientos no ha dejado de aumentar. Lo sorprendente es que, en septiembre de 2015, en el seno de la ONU, 193 países se comprometieron a acabar con la pobreza y el hambre, proteger el planeta y garantizar la prosperidad para todos, de forma que nadie quede atrás. Concretamente, el Objetivo 2 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se propone alcanzar el Hambre Cero. El Papa Francisco, cada vez que se detiene en estas cuestiones, insiste en la necesidad de superar la retórica y las meras declaraciones para pasar a la acción con gestos tangibles e iniciativas bien coordinadas. Individual y colectivamente, todos deberíamos poner lo mejor de nosotros mismos, abandonando la indiferencia y el egoísmo. Solo así terminará la penuria de los postergados de nuestro planeta. A este respecto, cuatro puntos adquieren particular relieve. Necesitamos actuar ya. La llamada a la acción no es algo opcional. Es imprescindible, sobre todo si miramos el trayecto recorrido. Es triste recordar que, ya en 1974, se aprobó la «Declaración universal sobre la erradicación del hambre y la malnutrición», que marcaba el objetivo de que, para el año 1984, «ningún niño, mujer u hombre se vaya a la cama con hambre». A su vez, la Conferencia General de la FAO reiteraba este compromiso al instituir el Día Mundial de la Alimentación en 1979. Ahora se fija el año 2030 como nuevo horizonte para acabar con la lacra del hambre. Es obvio que este plazo queda demasiado lejos para quienes sufren por no tener nada, o casi nada, que llevarse a la boca. Los pobres no merecen esta espera. Necesitamos actuar mejor. En este trayecto, hay lecciones aprendidas, iniciativas exitosas y proyectos fracasados. El problema fundamental no es de producción de alimentos, sino de acceso a los mismos y su distribución equitativa. Sabemos que lograr la seguridad alimentaria exige un enfoque integrado que aborde todas las formas de malnutrición, la productividad y los ingresos de los pequeños productores de alimentos, la resiliencia de los sistemas alimentarios y el uso sostenible de la biodiversidad y los recursos genéticos. El reto es que nada de ello se quede en papel mojado, sino que haya recursos suficientes y voluntad política para emprender una acción eficaz. Desgraciadamente, los datos de seguimiento indican que hay poco avance y algunos retrocesos. A este ritmo, dice la FAO, no se lograrán alcanzar los objetivos trazados en la Agenda 2030. Necesitamos actuar concretamente. Ante la envergadura del drama del hambre, podemos caer en la tentación de la parálisis, al sentirnos desbordados. Sin embargo, siendo un desafío global, es también una realidad muy cercana. Recordemos, por ejemplo, que un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo se pierde o se despilfarra. En Europa cada consumidor desperdicia unos cien kilogramos de comida por persona y año. Son estadísticas escandalosas. Algo se podría remediar si, cada día, en la cocina y el comedor de nuestros hogares, en los restaurantes y supermercados de nuestras ciudades, tomáramos medidas más incisivas y solidarias para que mucha comida no acabara en la basura. Necesitamos actuar con visión amplia. Alrededor del 80 por ciento de las personas que sufre pobreza extrema en el mundo vive en zonas rurales. La mayoría de ellas depende de la agricultura. Según informes recientes, los conflictos y el cambio climático están afectándoles gravemente, sobre todo en África y Asia. Es necesario cambiar de rumbo, invertir en paz, sumar esfuerzos para paliar los desastres relacionados con la variabilidad climática extrema, que causan incontables daños en el sector agrícola y ganadero. El Señor, Jesús, al ver que sigue habiendo una multitud hambrienta, nos dice a cada uno de nosotros con toda claridad: «Dadles vosotros de comer» (Mt. 14, 16). A este imperativo se agregan las palabras del apóstol Santiago: «Suponed que un hermano o hermana andan medio desnudos, faltos del sustento cotidiano, y uno de vosotros le dice: “id en paz, calientes y saciados”, pero no le da para las necesidades corporales, ¿de qué sirve? Lo mismo la fe que no va acompañada de obras, está muerta del todo» (2,15- 17). Frente al hambre no bastan las palabras. Obras son amores y no buenas razones. Serán las acciones las que posibilitarán el futuro de nuestros hermanos más pobres. Y también el presente. Mons. Fernando Chica Arellano Observador permanente de la Santa Sede ante la FAO el FIDA y el PMA

Vie 12 Oct 2018

La Santidad al servicio de los pobres y necesitados

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - El Santo Padre FRANCISCO nos ha regalado un precioso y profundo documento, la Exhortación Apostólica GAUDETE ET EXSULTATE (Alegraos y regocijaos), sobre el importante tema de la Santidad. En este periódico LA VERDAD, hemos venido reflexionando ampliamente acerca de los contenidos, que pueden ayudarnos a vivir según el modelo del Evangelio en nuestro contexto humano, en estos tiempos de complejas crisis sociales. Estos son grandes retos que se presentan a la santidad. Después de la reflexión que nos ha hecho el Santo Padre en el capítulo tercero, mirando la santidad desde el Evangelio y, en concreto desde los apartados de San Mateo referidos a las bienaventuranzas (que comprende como una forma de llegar a la santidad, al cumplir la voluntad de Cristo), nos invita a reconocer a Cristo y a mirarle, fortaleciendo nuestra vida de opciones que nos llevan a la santidad, “por Fidelidad al Maestro” (N. 96). En su reflexión, el Pontífice nos llama a mirar a Cristo, que nos hace una gran invitación a la caridad, pero que al mismo tiempo se convierte en una profunda experiencia de Cristo y de su Evangelio y que también, nos hace reflexionar profundamente acerca de las consecuencias que tiene la fe, al acercarnos a “reconocerlo en los pobres y sufrientes que se revela en el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse”. La santidad es pues la configuración con Cristo, en una relación personal e individual, pero también tiene unas consecuencias y un camino que tiene que realizarse necesariamente: El servicio y la caridad con los demás, especialmente en los pobres y aquellos que viven situaciones complejas de sufrimiento. Continuando con su reflexión el Obispo de Roma, destaca la necesidad de aceptar el evangelio en su radicalidad, en su profundo contenido, sin ninguna glosa o anotación que lo desvirtúe y le quite todo el valor de su fuerza, es decir, no podemos de ninguna manera acomodar, diluir, revisar el Evangelio de Cristo y sus consecuencias. Nos dice: “El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es el corazón palpitante de la misericordia” (N. 97). En su reflexión nos invita a meditar sobre hechos y situaciones concretas, que experimentamos en la vida, en el diario caminar de nuestra existencia de cristianos, seguidores de Cristo, para encontrar al Maestro. Es un camino que nos acerca al que tiene frio en la calle, a los abandonados, a los delincuentes, reconociendo a un “ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo” (n. 98). Este mirar a Cristo es el origen y la fuente de la santidad, que no es otra cosa que configurarse con Cristo (N. 96). El Santo Padre nos invita a poner fuerza en esta dimensión de servicio y de amor a los pobres. Creo que en nuestras comunidades parroquiales, en los movimientos, en los distintos tipos de apostolado vivimos esta opción y esta gran fuerza de la evangelización y de la santidad. La búsqueda de la santidad pasa por en medio del servicio y ayuda a los pobres, mostrando el rostro fresco y alegre de la Iglesia. La santidad se ha asumido por muchos grandes santos que con grandes opciones por la oración y por la vida de amor a Dios y al Evangelio, no disminuyen la fuerza y la opción por el Evangelio vivido en los pobres. Nos pone unos grandes ejemplos concretos: San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, Santa Teresa de Calcuta (N. 100) ejemplos que son “testigos creíbles del Evangelio” con palabras del Papa Benedicto XVI. El compromiso con los hermanos pobres, tiene su fuerza en la vivencia de la caridad, que ella necesariamente nos lleva a la santidad. Una de las enseñanzas claras del Santo Padre está en que no podemos “separar estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con Él, de la gracia” (N. 100). Es decir, santidad y compromiso cristiano van íntimamente unidos, el uno exige necesariamente del otro, temas y acciones que van completamente unidos y con temas bien concretos: La defensa del no nacido, el compromiso con la vida, la defensa de la vida humana, la entrega a los pobres. Concluyo con una cita de la Exhortación Apostólica en la que el Santo Padre FRANCISCO nos habla y enseña claramente: “No podemos plantearnos el ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (N. 101). Espero que estas reflexiones, que son limitadas, y que dejan muchos elementos del documento sin una necesaria profundización, nos ayuden a entrar en estos temas tan importantes y precisos para buscar la santidad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Mié 10 Oct 2018

Hace un año

Por: Mons. Gonzalo Restrepo Restrepo - “Todo llega y todo pasa”. ¡Cuántos preparativos cuando esperábamos al Papa! ¡Cuántos pensamientos y expectativas! ¡Cuántas esperanzas e ilusiones! Y vino el Papa, lo vimos, lo sentimos cerca, lo escuchaos, gozamos con él y hasta lloramos de la emoción. Fueron unos días inolvidables, de grandes sensaciones y de una pasión muy grande expresada con sencillez, con sinceridad, pero con mucho vigor y con mucho amor. Sí, nosotros sentimos que el ambiente en nuestro País, en nuestro corazón, en nuestros hogares, en nuestro trabajo, en todos los lugares de nuestra patria, cambió. La Visita del Papa Francisco a Colombia, durante una semana, fue un verdadero “Regalo de Dios”, una “Gracia del Altísimo”. Tener contacto con la persona del Papa, sentirlo en nuestra tierra, saber que estaba con nosotros, oírlo, ver su sencillez y su carisma de “Padre y Pastor”, fue como sentir que una “Luz” disipaba las tinieblas de nuestro corazón, una “Esperanza” llenaba todos los vacíos que teníamos, un “Alivio” que sanaba todos nuestros dolores, nuestras penas y pesadumbres. Pero “Todo llega y todo pasa”. Terminó la semana y se nos fue el Papa, el Vicario de Cristo, nuestro respaldo, esa presencia viva de Jesús con nosotros. ¿Qué nos ha quedado? Seguramente que la alegría y la satisfacción de haberlo visto y sin lugar a dudas que muchas de sus palabras aún resuenan en nuestro corazón. Y estoy seguro que a todos nos ha quedado el deseo de cambiar, de ser más amorosos, más sencillos, menos esquemáticos, tener un corazón más misericordioso y más dispuesto al perdón. Yo los invito a seguir adelante. No olvidemos la persona del Papa, su figura, sus palabras, sus gestos, sus actitudes, sus expresiones de cariño, de perdón y de misericordia. Pero, sobre todo los invito para que al celebrar el primer aniversario de su venida a Colombia, le pidamos al Señor Jesús, que no nos abandone y que todas las semillas que ese “Buen Padre y Pastor” ha sembrado en nuestros corazones, germinen y den muchos frutos en nuestras vidas. Aunque el Papa Francisco ya no está con nosotros en Colombia, hay una presencia que permanece en nuestras vidas, que está con nosotros desde hace 21 siglos y nos acompañará siempre. Es la presencia de JESÚS, “Dios con nosotros”. Y esa presencia es la que siempre nos anima y nos invita a seguir adelante transformando nuestra vida y permitiendo que dejemos el mundo mejor de lo que lo encontramos. Estamos invitados para permitir que en nuestro mundo se haga posible “la civilización del amor”. ADELANTE. CON JESÚS JAMÁS FALLARÁ NUESTRA ESPERANZA. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Lun 8 Oct 2018

El mes del Rosario

Por Monseñor Ricardo Tobón Restrepo.: Se cuenta en la vida de san Pío X que, en una audiencia, se le acercó un joven con el rosario en la mano; el Papa lo miró fijamente y le dijo: Te recomiendo, cualquier cosa… con el Rosario. El Papa estaba convencido de que con el Rosario nos llegan tantas gracias, consolaciones, conversiones, fortaleza interior, gozo espiritual, favores y ayudas que necesitamos; en síntesis, cualquier cosa buena y santa. A santa Teresita esto le parece normal, pues piensa, con una sencilla imagen, que el Rosario es una cadena que une el cielo y la tierra; un extremo está en nuestras manos y el otro en las de la santísima Virgen. El Papa Pío XII decía que el Rosario es “el compendio de todo el Evangelio”. Luego, san Pablo VI ha explicado esta índole evangélica del Rosario subrayando que pone el alma en contacto directo con la fuente genuina de la fe y de la salvación. Por eso, tiene “una orientación netamente cristológica”, al llevar a vivir los misterios de la encarnación y la redención realizados por Jesús con María, para la salvación de la humanidad. Y recomienda vivamente la contemplación de los misterios: “sin ella el Rosario es cuerpo sin alma y su recitación se vuelve repetición mecánica de fórmulas” (MC, 2, 156). Igualmente, san Juan Pablo II nos invita a la práctica constante del Rosario como un medio muy válido para favorecer la contemplación del misterio cristiano, verdadera y propia “pedagogía de la santidad”. Es necesario, nos enseña, llegar a un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración y a unas comunidades cristianas que se conviertan en auténticas escuelas de oración; es una manera de responder a la urgente necesidad de espiritualidad en nuestro tiempo. El Rosario es una verdadera introducción al corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria (cf RVM, 5,19). Si la vida de la persona humana es un tejido continuo de esperanzas, de realizaciones, de sufrimientos y de alegrías, en los misterios del Rosario encuentra su mejor expresión. En efecto, llena de vitalidad las almas que saben hacer propios el gozo de los tiempos mesiánicos, la luz que alumbra a los pueblos, el dolor en el amor que salva y la gloria del Resucitado que inunda la Iglesia. La santísima Virgen nos ayuda a configurar nuestra vida con la de Jesús, así como ella se compenetró con todos los momentos, experiencias, sufrimientos y triunfos de su Hijo. El Rosario es una oración simple, catequética, eclesial, popular, que respeta los ritmos de la vida y que no riñe con la liturgia. Puede ser recitado sólo por una persona o por un grupo, es una oración para los adultos y para los niños, se puede hacer en silencio o en voz alta, no exige ningún rito o ceremonia pero también se integra en una celebración más solemne, acompaña viajes y desplazamientos pero tiene a la vez en el hogar y la comunidad su espacio más propicio y bello. En verdad, el Rosario es una plegaria sencilla y universal. El mes de octubre se ha tenido en la Iglesia como una oportunidad para hacernos conscientes de la belleza y la importancia del Rosario, plegaria muy propia de los católicos e instrumento eficaz para el crecimiento espiritual. Recientemente, el Papa Francisco nos ha invitado a volver a esta oración como un medio privilegiado para el encuentro con Dios y para la intercesión en favor de la Iglesia. Pido encarecidamente, entonces, que promovamos el rezo del Rosario en las parroquias, en los grupos apostólicos y especialmente en las familias. Con el Rosario, los santos han librado los pueblos de los peligros, han conseguido el fervor de las almas, han logrado la conversión de los pecadores, han atajado las guerras y han unido las familias. Sobre todo, han recomendado el Rosario para que la Iglesia viva con fidelidad su identidad y su misión. En un momento difícil de su pontificado, Pablo VI pedía que se rezara el Rosario con fe porque a través de él se alcanzaba que la Madre de todas las gracias socorriera a la Iglesia y a la humanidad en horas de turbulencia. Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 5 Oct 2018

Con la visita del Papa Francisco, Colombia ha vuelto a renacer

Por: Mons. Carlos Alberto Correa Martínez - Los pueblos del Pacifico Caucano y Nariñense, hemos sentido en el mensaje del Santo Padre, en su pasada visita a nuestra Nación, la invitación a dar un paso profundo de Paz y Reconciliación para nuestros territorios tan deteriorados por la pobreza y la violencia. El Santo Padre ilumino y alimento nuestra esperanza al decirnos en el encuentro con los Obispos de Colombia en Bogotá; En Cristo Resucitado ningún muro es perenne, ningún miedo es indestructible, ninguna plaga, ninguna llaga, es incurable. Para ello el Santo Padre nos señaló en el aeropuerto Enrique Olaya Herrera de Medellín, el estilo de seguimiento de Jesús, que debe caracterizar a todos los colombianos discípulos de Jesús, por tres actitudes La primera actitud es ir a lo esencial es la invitación a ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida y esto es nuestra relación con Dios que no puede ser un apego frio a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida, necesitamos vivir en concreto una nueva relación con Dios, conociendo bien su rostro que es Jesús. Si ignoramos a Jesús, no podremos conocer lo más esencial y decisivo de nuestra fe y de nuestra tarea evangelizadora. Si no sabemos mirar el mundo, la vida, las personas, con la compasión con que Jesús miraba, seremos ciegos. Si no sabemos escuchar el sufrimiento de las gentes como Jesús, seremos sordos. Si no sintonizamos con el amor, el perdón y la ternura de Jesús, no conoceremos lo más valioso y atractivo de nuestra fe. La segunda actitud es Renovarse: Lo primero que se aprende de Jesús no es una doctrina, sino un estilo de vida: una manera de estar en la vida, una forma de habitar el mundo, de interpretarlo y de construirlo; una manera de hacer la vida más humana. Jesús nos convierte así en la fuerza más poderosa que posee la comunidad cristiana para su renovación y transformación, dando pasos hacia comunidades capaces de “hacerse cargo de su realidad”. El Santo Padre nos advierte de que ninguna renovación será posible “si no arde en nuestros corazones el fuego del Espíritu” La tercera actitud es Involucrarse: Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos, sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. Colombia necesita la participación de todos para abrirnos al futuro con esperanza, el deseo del Santo Padre es que hagamos un esfuerzo de entender que Dios está comprometido en promover un mundo diferente y mejor. El Padre no puede cambiar el mundo si nosotros no cambiamos, hemos de despertar nuestra responsabilidad de creer en el poder transformador de cada colombiano atraído por Dios hacia una vida más digna. En nuestro Vicariato el mensaje del Papa Francisco nos ha llenado de coraje e iniciativa para dar el paso de la compasión, como fuerza que pude mover la historia hacia un futuro más humano. La compasión activa y solidaria nos hace reaccionar ante el clamor de los que sufren y movilizarnos para construir un mundo más justo y fraterno, mirando atentamente a los que sufren, conmovernos y acercarnos. Ser compasivos como el Padre exige buscar la justicia de Dios empezando por los últimos. Esperamos seguir rescatando la vida de los últimos, haciéndola más sana, más digna y más humana. Gracias Papa Francisco con tu visita y mensaje Colombia vuelve a renacer y el Vicariato Apostólico de Guapi a vivir la alegre esperanza y el deseo de seguir acompañando este hermoso y exuberante territorio de la costa caucana y nariñense. + Carlos Alberto Correa Martínez Vicario Apostólico de Guapi

Lun 1 Oct 2018

A un año de la visita del Papa

Por: Mons. Luis José Rueda Aparicio - El año pasado el Papa Francisco nos visitó, para animarnos desde la fe, a buscar los caminos de la paz social tan anhelada en nuestra patria. Quienes tuvimos la oportunidad de vivir el encuentro del Santo Padre con las víctimas del conflicto en Villavicencio, recordamos con emoción cómo las víctimas y los victimarios reconocieron la gran equivocación de la violencia; además pudimos escuchar el testimonio de varias personas que lograron dejar la guerra y dedicarse a reconstruir sus vidas. La paz social requiere que reconstruyamos la vida de las personas, y así, una persona reconstruida en su dignidad es un protagonista de la paz social, no solo porque se desmoviliza y deja las armas, sino porque es luz y motivación para otros que piensan que la guerra es eterna. En Villavicencio el Papa Francisco, después de escuchar a víctimas y victimarios, se inspiró en la Palabra de Dios para llenarnos de esperanza, y esa esperanza no puede morir en nosotros, los Cristianos Católicos misioneros permanentes de la reconciliación, la fraternidad y la paz. Nos dijo el Papa Francisco:“Resulta difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines, para proteger negocios ilícitos y enriquecerse o para, engañosamente, creer estar defendiendo la vida de sus hermanos. Ciertamente, es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se pueda dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero. Es cierto que en este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña. No nos engañemos. Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo, no pierdan la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz”. Al cumplirse un año de la profética visita del Papa Francisco a Colombia, le suplicó a todos aquellos actores de violencia en los distintos territorios de Colombia, que respeten la vida de las personas, que se dejen amar por Dios Padre, rico en misericordia. Animados por la presencia y el mensaje del Papa Francisco, los colombianos tenemos derecho a esperar un país sin narcotráfico, unas ciudades sin extorsión, unas tierras distribuidas con equidad, unos ciudadanos honrados, unos dirigentes políticos sirviendo al bien común, unos medios de comunicación cultivando los valores humanos, un sector bancario con sentido cooperativo superando toda tentación de usura, una Iglesia en salida misionera comprometida con el desarrollo humano integral, unas Fuerzas Armadas sirviendo al desarrollo social. Tenemos derecho a esperar y tenemos el deber de aportar todos, para que se vean en Colombia “los cielos nuevos y la tierra nueva” (Apocalipsis 21,1). A la luz del mensaje del Papa Francisco podemos formularnos tres preguntas para responderlas en los escenarios personal y social: ¿Somos capaces de promover y aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia? ¿Somos conscientes de que en nuestra propia vida y en la sociedad hay presencia de cizaña? ¿Somos obstáculo con nuestro estilo de vida, para que la justicia y la misericordia se encuentren? Jesucristo nuestro Señor en el llamado sermón de la montaña, nos dejó un verdadero desafío de vida, que sigue siendo muy actual en campos y ciudades de Colombia: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). En el mes de septiembre de cada año los Cristianos Católicos celebramos el mes de la Biblia y también en este mes, celebramos en la Iglesia de Colombia la Semana por la Paz del 9 al 16. La Palabra de Dios nos anima a vivir la paz y la reconciliación, a superar los odios y a dar paso al perdón, a construir una sociedad no violenta. El trabajo por la paz comienza en nuestra propia conciencia cuando somos capaces de superar toda tentación corrupta, vengativa, guerrerista, agresiva, pesimista. El cultivo de la no violencia comienza en nuestra propia interioridad, cuando somos capaces de superar nuestros odios para dar paso a la valoración de la dignidad de todas las personas incluyendo aquellos que piensan diverso a lo nuestro. «El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán» (Salmo 85,11) + Luis José Rueda Aparicio Arzobispo de Popayán

Vie 28 Sep 2018

El paso siguiente

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Ha transcurrido ya un año desde la visita del papa Francisco a Colombia. Qué ha ocurrido después de dar el “primer paso”, como fue la invitación que animó el encuentro del Santo Padre con los colombianos?. Hemos adelantado, o por el contrario retrocedido, en el propósito de construir la paz y la reconciliación?. No es fácil decirlo porque son muchas y variadas las facetas de vida de nuestro país y de la presencia de la Iglesia en él, pero sí es posible resaltar síntomas o indicadores que ayuden a discernir lo que ha pasado. “Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores el beato Paulo VI y san Juan Pablo II y, como ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un país que sea patria y casa común para todos los colombianos”. Estas palabras dirigidas a las autoridades y representantes de la autoridad civil en su primera intervención, señalan sin duda el propósito fundamental de su visita. En efecto, el paso de los dos anteriores pontífices por Francisco señalados, - ya en los altares- significaron también una preciosa siembra de un Evangelio entregado casi en forma de súplica y recomendación a los colombianos, para superar la violencia, construir la paz, buscar la reconciliación, trabajar por la dignidad de todos especialmente de los más pobres. Recomendaciones, diríamos las mismas, sólo que en diferentes momentos y con diversos lenguajes. Mensajes por tanto, de hace 50, 32 y un año respectivamente: en qué tierra han caído, pensando en la parábola del sembrador y la semilla? Porque a veces pareciera que la mayor parte de ella, hubiese caído en el camino, o entre las piedras o ahogado el primer retoño entre las cardos y espinas por los interminables y recurrentes resultados de violencia, conflictos que se pensaban superados o que generan nuevos escenarios de odios y venganzas e inequidades. También, sin duda, una parte ha caído en tierra buena, de pronto imperceptible, que ha permitido arraigar la fe y la esperanza en espera de mejores frutos. Esta percepción que pudiera parecer pesimista, pero que como lo dijéramos, se pudiera verificar por los “síntomas” o “indicadores”, como por ejemplo los citados en un reportaje del periódico “El Tiempo” del 30 de agosto último, con el politólogo italiano Alberto Brunori, representante para Colombia del Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos: “Solicitar mejores maestros, reclamar por la tierra robada, buscar a una vecina desaparecida, denunciar la contaminación de los ríos, protestar por los crímenes sin castigo, cantar rap son algunas de las causas por las que han sido asesinadas más de 300 personas en los dos últimos años. Una escalada criminal, que arreció el pasado mes de julio y ahora vuelve otra vez en ocho departamentos, concentra el 70 por ciento de las víctimas”. Que pudiéramos pensar de todo esto?. Pero resulta triste además ver, como lo describe el reporte en mención, que nos hemos convertido en un laboratorio para entidades internacionales que se ocupan de estas materias: “Por un historial en donde crímenes, desapariciones, torturas, chuzadas, seguimientos, robos de información y demás violaciones a los derechos humanos, son cotidianos, fue que se abrió una oficina del Alto Comisionado, y Colombia se ha convertido en las últimas décadas, en una escuela para los organismos internacionales de derechos humanos…”. Sin comentarios… para meditar. Sembrar fe, esperanza y reconciliación, será tarea permanente, sin descanso, hasta que Colombia se transforme, por el contrario, en escenario seguro y escuela de paz para América y el mundo. Gracias papa Francisco por enseñarnos a dar el primer paso. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 24 Sep 2018

Recordando el “Demos el primer paso”

Mons. Froilán Casas Ortíz - Por este mes de septiembre estamos recordando los colombianos la dicha de haber recibido y acompañado al papa Francisco en su viaje a nuestra patria. Nunca en nuestro terruño se había sentido un ambiente tan especial como el vivido los días del seis al diez de septiembre de 2017. Parecía que Colombia hubiera parado el cúmulo de crímenes y noticias horrendas, como que la presencia del Sucesor de Pedro hubiese desarmado los odios y las venganzas. Esos cinco días fueron como una era mesiánica; como que los anuncios de los profetas mesiánicos se hubiesen cumplido: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas” Is 2, 4. Sí, por esos días se silenciaron las armas y como que el desarme de los corazones de los colombianos, permitió respirar la tan anhelada paz. No cabe duda, hay que leer los signos de los tiempos y con la presencia del papa Francisco, Colombia vivió la esperanza. Nuestro pueblo es creyente y el referente JESUCRISTO, de alguna manera está en el corazón de nuestros coterráneos. Colombia es un terreno propicio para seguir sembrando la Palabra de Dios. ¡Qué reto especialmente para nosotros los ministros ordenados! Cuidado con defraudar la esperanza y el hambre de Dios que se siente en Colombia. Ningún país como el nuestro es tan permeable a escuchar a Dios, pero a la par, es muy sensible cuando sus ministros no son ejemplo de vida. Hoy más que nunca se exige santidad, sobre todo en sus ministros. Nos quieren sí, pero nos quieren santos; claro, santos de carne y hueso, con nuestras debilidades pero al mismo tiempo, con la actitud de un Pedro arrepentido y que da señales de cambio, convirtiéndose en el más fiel seguidor del Maestro. El Santo Padre nos animó a seguir en la tarea hermosa de anunciar a Jesucristo, nos invitó a “soñar en grande”. Hermoso su discurso a los jóvenes en la plaza de Bolívar en Bogotá: “Por favor no se metan en el ‘chiquitaje’, no tengan vuelos rastreros, vuelen alto y sueñen grande”. Sí, siempre hacia adelante. Que los escándalos de unos pocos hombres consagrados, no nos desanimen, que ellos sean acicate para pensar en un futuro lleno de personas integrales, enamoradas de Jesucristo y comprometidos desde Él en el “empeño en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente”. Palabras llenas de esperanza y cargadas de emotividad para ser los verdaderos artesanos de la paz, siendo los constructores de la justicia. Nos invitó el papa Francisco a “resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia”. No hay ninguna duda que la principal causa de la pobreza y la desigualdad es la injusticia; una injusticia marcada por la corrupción en todos los niveles, una injusticia que como un cáncer pandémico ha hecho metástasis en gran parte del cuerpo social colombiano. Nos hace falta más predicación del Evangelio a fin de que la gente capte lo horrorosa que es la injusticia, un pecado que clama al cielo. Nos invitó igualmente el Santo Padre a cultivar la cultura del encuentro en donde todos nos sintamos hermanos, ¡qué lindo mensaje! Las palabras del papa siguen sonando en nuestros oídos y su presencia que irradiaba a Jesús nos seguirá impulsando a tener la alegría de ser unos verdaderos cristianos, a vivir la “alegría del Evangelio” Evangelii Gaudium. Que María Santísima, nuestra madre, como en la mañana de pentecostés nos siga acompañando en esta tarea. + Froilán Casas Ortíz Obispo de Neiva