Lun 5 Dic 2016
Adviento 2016
Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - En medio de la encrucijada por la que está atravesando nuestro país, con las incertidumbres que están generando las controversias entorno de la aprobación e implementación del acuerdo de paz con las FARC, así como las inquietudes relacionadas con el inicio de los diálogos con el ELN y la posibilidad de entablar acercamientos con otros grupos armados, esto sin contar la aprobación y entrada en vigor de la reforma tributaria y la sensación del incremento de la pobreza y la inseguridad en tantos lugares, por mencionar sólo algunos aspectos de la vida ordinaria de los colombianos, puede darse la impresión de que para muchos se esté perdiendo la esperanza y de que la mirada hacia el futuro se esté nublando.
En la Iglesia comenzamos el tiempo de Adviento. Es por excelencia el tiempo de la espera, de la llegada del Salvador, del “cielo nuevo y de la tierra nueva” como lo afirma el libro del Apocalipsis (21,1).
En el año jubilar que acabamos de terminar, el Papa Francisco afirmó que la “Misericordia: es la vía que une a Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (MV, 2). Por eso, “la Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios… Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo” (MV, 25).
Ante la suma de incertidumbres, no nos queda sino tener la certeza de la misericordia divina para no perder el sentido de la vida futura, para seguir confiando, para seguir creyendo, para seguir amando. En este sentido, el Adviento que comenzamos litúrgicamente, ha de marcar la vida de todos, pues el nacimiento del Salvador y el cumplimiento de sus promesas, nos alientan a seguir caminando con la mirada puesta en Jesús, dador de todo bien.
La fe en Cristo, cuando está arraigada y es madura, hace que la esperanza no se derrumbe. De allí el deber que tenemos los bautizados en la Iglesia católica, de ser los testigos de la esperanza, pues “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mac. 12, 27) y nuestro Dios, por su infinita misericordia, nunca nos abandona.
La Iglesia colombiana, en este tiempo de la gozosa espera, ratifica el mensaje del Cristo Jesús: “no tengan miedo, yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 29). Esto hace pensar, además, en que el Adviento es también el tiempo de la confianza filial y del abandono en los brazos del Padre del cielo. Esta es la mejor forma de hacer frente a lo que estamos viviendo y de preparar los corazones para la llegada de la Navidad, para hacer posible que Niño Dios de Belén nazca realmente en los corazones de cada uno y pueda así darse cumplimiento al anuncio del profeta: “Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva… habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear… No habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años… Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto… El lobo y el cordero pacerán juntos, el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo, no harán daño ni perjuicio en todo mi monte santo” (Isaías 65, 17.20.25).
Que estos sentimientos animen este tiempo de gracia y de bendición, de espera y de confianza en Dios pidiendo en todo momento el don de la paz para nuestros corazones y para nuestros pueblos.
+ Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Obispo Auxiliar de Cali