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evangelio del día

Sáb 7 Mayo 2016

Para orar, meditar y vivir

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados” Patrimonio: Conjunto de bienes que una persona adquiere por herencia familiar. Desde esta definición de patrimonio, pensemos el evangelio de hoy. Dice la Palabra: “Mientras los bendecía, se separó de ellos”. Celebramos hoy la solemnidad litúrgica de la ascensión del Señor. Ha llegado el momento definitivo de volver al Padre. Jesús está con sus discípulos y les recuerda algunas de sus experiencias vividas, como cuando nos reunimos con nuestros abuelos a escucharles sus historias y a beber de su sabiduría. En éste ambiente fraterno el Señor le recuerda a sus discípulos la experiencia vivida; les dice que recuerden han sido testigos de toda la experiencia vivida y a su vez les promete que serán revestidos con la fuerza de lo alto: “No los dejaré solos, les enviaré el Espíritu Santo, Él les recordará todo”. Reciban la fuerza de lo alto y revístanse de ella, para que sean mis testigos hasta los confines de la tierra. Dice la Palabra que “Jesús los condujo hacía Betania y levantando las manos los bendecía, se separó de ellos, subiendo hacia el cielo”. El “Cielo” hacia el cual sube Jesús es el mismo Dios, que es el mundo propio de Dios. Dios es Dios y vive y actúa en sí mismo. Jesús subiendo al cielo introduce nuestra humanidad en la divinidad. Subiendo al cielo, nos diviniza, nos da su eternidad, nos hace participes de su trascendencia. Nuestra meta es Cristo, constituido por su resurrección como nuestro “cielo”, el punto de convergencia a donde apuntan todos nuestros caminos. Jesús es la plenitud de la vida del universo. Hermanos esto es precioso, miremos: Jesús nos ha precedido en la morada eterna y el estado definitivo, para así, darnos esperanza firme de que donde está Él, cabeza y primogénito, estaremos también nosotros, sus miembros. Entendamos una cosa, con la solemnidad de hoy proclamamos con todas nuestras fuerzas un doble misterio: 1. El misterio de Jesús, que se ha hecho hombre, ha muerto, pero ha resucitado y ahora vuelve a su propia casa: El Padre. 2. El misterio del hombre, nuestro misterio. De Dios venimos y a Dios tenemos que volver. “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón vive inquieto hasta que descansa en ti” (San Agustín). Por eso, la solemnidad de hoy es una gran fiesta de alabanza, en la que proclamamos que Jesús es el “Señor”, el “hombre perfecto”, el “principio y cabeza” de lo creado. El proyecto salvador de Dios sobre el mundo se ha realizado en el Cuerpo de Cristo. Así pues, es necesario comprender: Jesucristo, nuestro Dios y Señor, es nuestro gran patrimonio. Es a Él a quien anunciamos, es de Él de quien debemos ser testigos. La iglesia no es una simple institución que se puede quedar auto contemplándose así misma. La Iglesia es una comunidad de hermanos que ha recibido el mandato del Señor: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva del Reino de Dios”. La Iglesia no se inventó un mensaje sino que lo recibió del mismo Jesús. De esta forma queda claro que el mensaje cristiano no se fundamenta en especulaciones, en ideas u opiniones personales, sino en acontecimientos históricamente documentados y en las instrucciones que dio el mismo Jesús, las cuales quedaron grabadas en la memoria de las primeras comunidades. La iglesia se fundamenta en el patrimonio de gracia y eternidad que nos ha dejado su fundador: Jesucristo, nuestro Dios y Señor. El anuncio del Reino de Dios, no es posible sin la fuerza de lo alto, así como el Espíritu acompañó a Jesús en su misión, nos acompañará también a nosotros. No estamos solos, el Espíritu nos dota de fuerza y nos sostiene en el combate de la fe, nos ofrece valentía y convicción para que demos testimonio de su amor. El Espíritu nos recuerda el amor eterno y misericordioso de Dios para con cada uno de nosotros. Jesús se despide de sus discípulos sacándolos de Jerusalén y conduciéndolos a Betania. Esta acción es signo de la preocupación constante de Dios por su pueblo, recordemos la historia del éxodo: “Dios saca a su pueblo y lo libera de la esclavitud de Egipto”. Hermanos, Dios está vivo, Él no se ha muerto, ni está enfermo. Dios nos acompaña hoy y siempre. Debemos confiar en Él. Dios nos saca de nuestras miserias, de nuestros pecados, de nuestros odios y resentimientos. Dios nos libera. Dios expulsa nuestras ataduras. El secreto de nuestra parte es simplemente abrir nuestro corazón para que Él entre y pueda actuar en toda su plenitud. Él podría entrar sin nuestro permiso, es Dios, pero, Él no lo hace, ni lo hará, porque, Él respeta enormemente nuestra libertad y no quiere violentar nuestra dignidad. Así pues, tengamos en cuenta: con nuestra libertad, aceptamos su salvación o nos condenamos a la soledad y al abandono. Jesús se va al cielo bendiciendo a sus discípulos y ellos vuelven a Jerusalén llenos de alegría y “estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. Con esta última acción Jesús sintetiza toda su obra, todo lo que quiso hacer por sus discípulos y por la humanidad, en una “bendición” Jesús les expresa todo su amor, su entrega y su permanencia con ellos. Con una bendición, Jesús sella el gran “amén” de su obra en el mundo. La bendición de Jesús permanecerá con los discípulos, los animará a lo largo de sus vidas y los sostendrá en todos sus trabajos. Tengamos en cuenta hermanos: la bendición del Señor, permanece en su iglesia. La bendición del Señor sigue viva hoy, en medio nuestro, a través del gran patrimonio espiritual que él mismo nos ha dejado en su mandato central: el amor, la eucaristía, los sacramentos, su Santísima Madre. Al final del evangelio, hay unas acciones, un lugar y un ambiente. La acción es la alegría, el lugar es el templo, la casa de Dios; y el ambiente es una comunidad llena de Dios, en actitud orante. Nos queda, ahora hermanos, vivir con alegría nuestro patrimonio cristiano, nos queda asumir con fe y esperanza cada instante de nuestra vida. Nos queda hermanos, la responsabilidad de ser orantes y con nuestras acciones conservar el gran patrimonio de nuestra fe: La vida, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Dios y Señor”. Tarea: Pensemos: ¿Cuál es el patrimonio espiritual que hemos recibido de nuestros padres y cómo lo estamos administrando? + Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Sáb 23 Abr 2016

La clave es el amor

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo. Dos términos del santo evangelio de este domingo les propongo que meditemos: “Glorificar” y “amar”. Glorificar En el lenguaje bíblico, glorificar significa hacer visible a alguien en el luminoso esplendor de su verdadera realidad; glorificar: es evidenciar, visibilizar lo más profundo del otro, sacar a la luz su grandioso misterio escondido (P. Fidel Oñoro). Dice la Palabra: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él”. Éste pasaje nos invita a centrar nuestra atención en el amor que hay entre el Padre y el Hijo y éste amor se da a conocer definitivamente por medio de la “glorificación en la cruz”. En el misterio de la cruz comprendieron los discípulos cuanto los amaba Jesús (aunque no todos, Judas se quedo a mitad de camino). Dice el Papa San Juan Pablo II: “La cruz es sobreabundancia de amor de Dios hacia el mundo”. En la cruz Jesús, el Señor, fue congruente, puso en práctica todo lo que le había enseñado a sus discípulos y a las gentes. En la cruz murió perdonando: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En la cruz Jesús, el Señor, murió salvando: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. En la cruz Jesús, el Señor, murió amando y confiando absolutamente en el Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. La cruz manifiesta en su plenitud el amor de Dios Padre y Dios Hijo. La cruz visibiliza el verdadero amor del padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre. La cruz saca a luz el misterio escondido, que en el misterio trinitario es el Espíritu Santo. El amor mutuo entre el Padre y el Hijo se ve reflejado en la fuerza del Espíritu. Por eso, queridos hermanos, la vida cristiana consiste no tanto en que nosotros amemos a Dios, no. La vida cristiana es fundamentalmente, experimentar el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en nuestra vida. Vivir cristianamente no es centrar la atención en una idea o ideología, no. La vida cristiana es experimentar en lo cotidiano la fuerza vivificadora del Espíritu Santo. La vida cristiana es permitirle a Dios que se glorifique en nosotros, es dejar que se haga su voluntad (Hágase tu voluntad). La vida cristiana es participar con Jesús, el Señor, del amor de Dios Padre. Dice el Papa Francisco: La vida cristiana es “sencilla”: escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica, no limitándonos a“leer” el Evangelio, sino preguntándonos de qué forma sus palabras hablan a nuestra vida. Si glorificar es poner en evidencia lo profundo del otro y precisamente en la cruz, se manifiesta el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; quiere decir, que la evidencia del amor de una persona hacia otra se manifiesta realemente en los instantes de cruz. No en vano, el día del matrimonio, lo snovios se prometen murtuamente amor eterno: “Prometo serte fiel en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, amarte y respetarte durate todos los día de mi vida”. Es precisamente en las circunstancias de cruz, de pasión de sufrimiento del otro, donde el conyugue glorifica al otro y una vez que es glorificado, responde con una nueva glorificación. No en vano escuchamos con frecuencia estas palabras: El oro se prueba en el crisol. Hermanos queridos, el amor, amor, amor real, se conoce en los momentos de prueba. La persona muestra que es fiel cuando tiene la oportunidad de ser infiel, pero permanece fiel. Se manifiesta realemente el amor, cuando una persona posee todo como para odiar, pero no se deja llenar de dolor y resentimiento y todo lo cambia por amor y misericordia. Amar Dice la Palabra: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado. El mundo conocerá que son mis discípulos si se aman los unos a los otros”. Jesús, el Señor, no está enseñando una teoría sobre el amor, no da ideas sobre la manera como debe ser el amor. Jesús, el Señor, parte de su experiencia práctica. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he escuchado a mi Padre”. Esta segunda parte del evangelio se centra en el amor que debe reinar entre los discípulos…, ese amor es aquel que los discípulos han contemplado entre el padre y el Hijo y es el amor que Jesús le ha manifestado a ellos y a las multitudes, durante su ministerio público. Lo nuevo está en la experiencia de base: Jesús no habla de amor en abstracto o de forma genérica sino que su referente es Él, “como yo los he amado”. Es el comportamiento y las actitudes de Jesús lo que da los límites y el estilo de este amor; en este sentido el mandato de Jesús es completamente nuevo, porque sólo los discípulos han experimentado su amor y porque sólo en la Cruz se reveló en plenitud el amor de Jesús y el del Padre” (P. Fidel Oñoro). + Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de la diócesis de Florencia

Dom 10 Abr 2016

Para orar, meditar y vivir

Para orar, meditar y vivir ¿Me amas más que éstos? Santa Teresita, inquieta por santificarse en la iglesia, se hacía continuamente la siguiente pregunta: ¿En la iglesia cuál es mi vocación? Después de mucho leer y meditar, se encontró con los capítulos 12 y 13 de la primera carta de San Pablo a los Corintios y de allí extrajo la siguiente conclusión: “En la iglesia, mi vocación es el amor”. Y desde aquélla hora la santa repetía continuamente: “¡Oh, Jesús!, para amarte no tengo nada más que el hoy”. El amor verdadero se vive en el presente, en el hoy de Dios, de lo contrario es una mera ilusión. “Me voy a pescar” es la expresión que Pedro lanza a los otros discípulos y dicen ellos: “Vamos también nosotros contigo”. Vuelven al oficio de antes, regresan a su pasado y lo hacen bajo el liderazgo de Pedro, pero con unos criterios meramente humanos. El amor que Jesús les había manifestado durante su ministerio público, llegaron a pensar que era un amera ilusión, un amor pasajero, un amor al estilo humano. Por eso, volvieron al oficio de antes e intentaron pescar durante toda la noche y al amanecer no habían cogido nada. Por más que bregaron no lograron pescar absolutamente nada. Es que la vida sin el Señor es vacía y sin sentido. Se necesitan las luces del Maestro y Señor. En realidad la vida sin Jesús no tiene orientación, no tiene un norte bien definido. “Jesús se presentó en la orilla” y hace una pregunta: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Los discípulos fueron sinceros y reconocieron que no tenían absolutamente nada que compartir con el “desconocido” que los interrogaba. Sin embargo, cuando él los invita a lanzar las redes, que luego sacaron llenas de peces, son obedientes y es allí precisamente, cuando descubren que es el Señor. La obediencia a la Palabra de Jesús multiplica el bien y da resultados asombrosos. Con la obediencia se descubre que el Señor nunca se ha ido, que siempre ha estado con sus discípulos, aún en los momentos más críticos de su existencia Jesús está con sus discípulos no solamente en los momentos buenos y alegres de la vida, sino también a la hora de la dificultad. También lo estará en medio de sus persecuciones y de la muerte. Jesús estará siempre allí. Dios está siempre con nosotros, aunque muchas veces no lo percibamos. Viene ahora una escena preciosísima que vale la pena resaltar: Jesús invita a sus discípulos a compartir una comida. Los discípulos aportan los peces, pero Jesús mismo ya ha preparado la hoguera. “Ven unas brasas con un pescado puesto, encima y pan”. Jesús les calienta el alma, les da de comer, les alimenta el espíritu. Jesús rehace la amistad con sus discípulos, les demuestra que su amistad es eterna, les da prueba fehaciente se su fidelidad y amor eterno. Allí sentados en la cena, se gesta un silencio constructivo, un silencio palabra, en el cual los discípulos no se atreven a decir nada, porque sabían que era el Señor. Frente a Dios es mejor callar que locamente hablar. A Dios solo se le ama y se le contempla en el silencio. Los discípulos entienden que no se trata del silencio amargo del escandalo de la cruz, sino del silencio que reconoce una presencia viva, que acoge la identidad del Maestro, que satisface la interpelación del corazón. Ahora que Jesús ha resucitado, Jesús rescata a sus discípulos de la noche de una ausencia que nunca ha sido tal y atrae a su comunidad a una comunión más profunda con Él. En este comer juntos, Jesús es para ellos, más que nunca “el pan que da la vida” plena y resucitada (6,35). “Yo soy el Pan de Vida”. “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Decía Santa Teresa: “Dios siempre habla en el silencio”. Para escuchar a Dios es necesario hacer silencio. En el silencio nos abrimos a la acción misericordiosa de Dios. El silencio nos propicia un ambiente favorable para conocernos a nosotros mismos y reconocer al otro. En la soledad nos encontramos con nuestras grandezas y miserias. En el silencio descubrimos el amor infinito de Dios, su misericordia. En este ambiente de silencio, se da precisamente la última escena del evangelio que proclamamos, miremos: 1.Hay una triple pregunta: ¿Me amas? Con la triple pregunta, Jesús le da a Pedro la posibilidad de enmendar su triple negación durante la pasión. Dios nos da a todos siempre una segunda oportunidad. Incluso nos da una tercera, una cuarta y hasta infinitas posibilidades. El Señor no lo borra a uno de su corazón con el primer error. Con el Señor siempre hay una nueva oportunidad, con Él nada está perdido. ¿Será que nosotros somos así con los demás? Somos resentidos, vengativos…, precisamente, porque vivimos sin Dios. Odiamos y con ese sentimiento ocupamos nuestro corazón y no le damos cabida al Señor. Trabajamos mucho, hacemos muchas cosas, pero sin la fuerza divina y por eso hacemos demasiado poco y nos cansamos mucho. 2.Quien ama perdona. Si aprendiéramos la lección contenida en esto que Jesús hizo por Pedro, si nos interesáramos por devolverle nuestra confianza a alguien que se ha equivocado, que nos ha hecho algo feo, que nos ha traicionado, que no se hizo sentir cuando más lo necesitábamos, nuestra convivencia familiar y comunitaria sería más feliz. Si perdonáramos más, viviríamos más y mejor, viviríamos alegres y bien dispuestos para amar incluso a los enemigos. 3. Hay una triple confesión que termina con un acto de confianza absoluta: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. El diálogo entre Jesús y Pedro tiene que ver con la vida de cada uno de nosotros. San Agustín dice: “Interrogando a Pedro, Jesús también nos interrogaba a cada uno de nosotros”. La pregunta: “¿Me amas?” se dirige a todo discípulo. El cristianismo no es un conjunto de doctrinas y prácticas; es una realidad mucho más íntima y profunda. Es una relación de amistad con la persona de Jesús. 4.Quien ama sirve. Pongámosle cuidado también a esto: Jesús pide que el amor por Él se concrete en el servicio a los demás. Amar consiste en servir. “¿Me amas?, entonces apacienta mis ovejas”. ¿Amas a tu esposo(a)?, entonces ocúpate de él (ella). ¿Amas a los hermanos de tu comunidad de fe?, entonces pongase a servirles. ¿Amas a tu hijo?, y entonces, ¿por qué lo abandonas? Nuestro amor por Jesús no se debe quedar en un hecho intimista y sentimental, se debe expresar en el servicio a los otros, en el hacerle el bien al prójimo. La Madre Teresa de Calcuta solía decir: “El fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz”. [icon class='fa fa-download fa-2x']Descargar reflexión completa[/icon]