Vie 25 Oct 2019
Imploremos al Señor la gracia de ser hombres y mujeres orantes
Primera lectura: Sir 35,12-14.16-18
Salmo: Sal 34(33),2-3.17-18.19+23 (R. 7a)
Segunda lectura: 2Tm 4,6-8.16-18
Evangelio: Lc 18,9-14.
Introducción
La oración hace parte de identidad de la Iglesia, es una realidad fascinante que permite al orante entrar en el misterio de Dios. Pensar o hablar de la oración desvela la idea que es posible relacionarse con el Dios Padre creador, con su Hijo Jesucristo en la acción santificadora del Espíritu Santo.
El tema central de la liturgia de este domingo es la Oración y proponemos enfatizar en tres momentos que tienen su referente en el texto sagrado.
• Entrar en oración requiere reconocimiento de lo que yo soy, presentarme ante Dios con todo mi ser, sin pretensiones humanas (Lc 18,9-14) la oración es un encuentro con Dios “bendigo al Señor en todo momento” (Sal 34).
• La oración en todas sus etapas es grata al Señor Dios, sin embargo, en momentos de necesidad tienen unas connotaciones muy particulares “la oración del pobre atraviesa las nubes”. Dios no excluye, pero escucha el dolor y el sufrimiento de su pueblo (Ex 3,7). Se requiere Confianza en el Señor (2Tm 4,6-8.16-18).
• La Palabra de Dios proclamada nos entrega una luz de esperanza, consuelo y refugio que no permite el fracaso, donde presenta la oración, personificada, que «no desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia» (Si 35, 18).
1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura?
El libro del Sirácida o Eclesiástico título que le dieron los santos Padres desde Cipriano, presenta la experiencia de la oración con un énfasis particular: la oración es tanto más poderosa en el corazón de Dios cuanto mayor es la situación de necesidad y aflicción de quien la reza. «La oración del pobre atraviesa las nubes» afirma el Sirácida (Si 35, 17); y el salmista añade: «El Señor está cerca de los que tienen el corazón roto, salva a los espíritus hundidos» (Sal 34, 19).
El salmo 34 hace una lectura de la injusticia humana y de su resultado: explota al pobre, y Dios asume la tarea de impartirle justicia, de hacer suyas las miserias de los más necesitados. Esta es la idea fuerza del salmo 34: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha…Bendigamos al Señor en todo momento, su alabanza esté siempre en nuestra boca, pues el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos».
La segunda lectura expresa en el sufrimiento del apóstol el sentido profundo de confiar en el Señor, incluso en medio de la tribulación. Dios es presentado como un ser cercano, liberador de quienes viven en, con y para Él. Llama la atención, - y está en íntima relación con la primera lectura- que el apóstol en medio de la adversidad contempla su final «he competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4, 7). Es especie de un balance de su vida y de su acción misionera hecha oración en la cual ha recibido asistencia y fuerzas, para que sus miedos y temores, esencia de su condición humana, no fueran obstáculo en el cumplimiento de su misión. El apóstol de los gentiles hizo suyas las palabras del salmista “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha”.
Tenemos presentes a tantos hermanos y hermanas que viven en Oriente Medio y que se encuentran en situaciones difíciles, a veces muy duras, tanto por los problemas materiales como por el desaliento, el estado de tensión y, a veces, de miedo. La Palabra de Dios hoy nos ofrece también una luz de esperanza consoladora, donde presenta la oración, personificada, que «no desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia» (Si 35, 18). También este vínculo entre oración y justicia nos hace pensar en tantas situaciones en el mundo, especialmente en Oriente Medio. El grito del pobre y del oprimido encuentra eco inmediato en Dios, que quiere intervenir para abrir una vía de salida, para restituir un futuro de libertad, un horizonte de esperanza.
El evangelista de la misericordia, san Lucas nos entrega en la parábola del Fariseo y el Publicano una enseñanza significativa para la vida del cristiano: A la oración se debe entrar con humildad, plena conciencia de lo que somos y hacemos para no caer en la tentación de querer llegar a Dios presentado nuestros méritos.
Comenta el Papa Francisco:
“El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del publicano. El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, se pavonea de esto y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre en verdad se reconoce necesitado del perdón de Dios, de la misericordia de Dios. La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, «sube hasta las nubes» (Si 35,16), mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad” (Homilía 27.10.2013).
Cabe anotar que hay en el fondo de cada uno de los personajes un deseo de eternidad, de subir al cielo, sin embargo, solo el Publicano había entendido que “para subir al cielo” la oración debe brotar de un corazón humilde.
2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y qué me sugiere para decirle a la comunidad?
El cristiano debe apropiarse de una relación íntima con Dios que, se acrisola y tiene como lugar de encuentro privilegiado la oración. No se ora para ser exentos del sufrimiento, se ora para poder beber la sabia del árbol de la vida, la Cruz, y poder permanecer, como el apóstol, en comunión con Jesús crucificado y resucitado y ser testimonio de su amor.
La experiencia del pueblo que sufre y la realidad descrita por el apóstol es paradigmática para todo cristiano, especialmente para nosotros que enfrentamos una injusticia social institucionalizada que trae dolor, sufrimiento y muerte en las regiones, donde parece que todo está perdido y permeado de corrupción y en medio de ese caos la Palabra de Dios nos invita a aclamar a Dios sin cesar. Enseña el Papa Benedicto XVI: “Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme
–cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo” (Spe Salvi 32).
La liturgia de la Palabra nos exhorta al “aguante, paciencia y mansedumbre” para que no hagamos de la oración una salva vida de intereses personales que puede hacer naufragar la fe, la esperanza y la caridad.
La oración humilde ante Dios, permite, enseña el Papa Francisco:
“Estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo. A partir de tal solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien. Es la fidelidad del amor, porque quien se apoya en Dios también puede ser fiel frente a los hermanos, no los abandona en los malos momentos, no se deja llevar por su ansiedad y se mantiene al lado de los demás aun cuando eso no le brinde satisfacciones inmediatas” (GE 112).
3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo?
Imploremos al Señor la gracia de ser hombres y mujeres orantes. Capaces de identificar los lugares concretos para el encuentro con el Señor: La Iglesia, la Sagrada Escritura, los pobres, los enfermos, en la liturgia celebrada en los sacramentos, en la Santísima Eucaristía, en la persona de María Santísima, en la religiosidad popular.
Afirma el documento de Aparecida “El encuentro con Cristo, gracias a la acción invisible del Espíritu Santo, se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia. “¡La Iglesia es nuestra casa! ¡Esta es nuestra casa! ¡En la Iglesia Católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo! ¡Quien acepta a Cristo: ¡Camino, Verdad y Vida, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida!” (246).
RECOMENDACIONES PRÁCTICAS:
1. Resaltar la frase: “La oración del humilde atraviesa las nubes” o “El afligido invocó al Señor, y él lo escucho”.
2. Se podría seguir el Prefacio Dominical X: El Día del Señor, Misal p. 392, que describe el modo como ora la comunidad en el día domingo.
3. Promover:
- Talleres y experiencias de oración
- La oración con la Liturgia de las Horas
- Destacar el valor orante de la Palabra de Dios, del santo rosario.
- Hacer énfasis en la oración en familia.
4. Tener presente que:
- El lunes 28, es la fiesta de los santos Simón y Judas, apóstoles.
- El viernes 1° de noviembre, es la solemnidad de Todos los Santos
- El sábado 2 de noviembre, es la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos.